Me refiero al pulgar de la mano derecha del expresidente de Chile Sebastián Piñera, luego de votar en la primera vuelta electoral, en la cual resultó triunfador, pero con un porcentaje un tanto menor, lo que pone en cuestión, en el balotaje, su triunfo y su consiguiente segundo mandato. Firme, firme, únicamente ha obtenido hasta ahora el apoyo irrestricto del candidato del pinochetismo. Con ese magro seis y pico por ciento no suma lo suficiente como para tener segura la victoria en segunda vuelta. En realidad, el gran triunfador de esa primera vuelta fue el “Señor Abstención”: más de cincuenta por ciento de los habilitados para votar no lo hicieron. Clara señal del desencanto generalizado de los chilenos respecto del sistema político. ¡Clarísimo llamado de atención que se suma a la atonía con la cual está reaccionando Brasil a la obra destructora de Temer! En fin, el desencanto progresivo que invade a los cuerpos electorales en el mundo tiene que ver con el progresivo convencimiento de que las democracias son cada vez más una cáscara vacía. Yo también estoy invadido por la sensación de que las grandes decisiones, aquellas que condicionarán mi vida y la de todos en el futuro, se están tomando en otras esferas. Digamos, en los organismos de los que se vale el capital financiero para obligar a los gobiernos a mantenerse dentro del corral dentro del cual le permiten moverse. Para decirlo de otra forma, los gobiernos de los países (grandes, chicos o medianos) se están convirtiendo -están aceptando convertirse- en el vehículo a través del cual el capital financiero mantiene las cosas controladas. Pero este es un tema que daría para largo y que no es lo que quería destacar. Piñera, luego de votar, rodeado de parciales y medios de prensa, como le sucede a todos los candidatos con chance, saludó a su entorno con el puño cerrado y el pulgar levantado. En este caso, no para significar “delo por hecho”, gesto que identificó y ayudó tanto a Tabaré en su primera postulación. ¡Delo por hecho, compañero! ¡Delo por hecho, ciudadano! Con el Frente, ¡delo por hecho! Ay, Tabaré, las cosas están resultando un tanto más complicadas, ¿no? Pero eso es otro asunto. Piñera mostró el pulgar para señalar que había votado y que le habían entintado el dedo con tinta indeleble para que no pudiera volver a hacerlo. Creo que en Bolivia te entintan el meñique y en Paraguay el índice. Y me parece que en Colombia también te marcan con tinta. En Venezuela, uno de los métodos de la oposición para ensuciar el proceso electoral de la Constituyente y de las estaduales fue, justamente, acaparar la tinta indeleble con el propósito de acusar de fraude y voto doble a los que no hubiesen podido ser marcados con ella y sí con la lavable. No prosperó; consiguieron tinta indeleble. Pero lo que quiero resaltar es que en aquellos países en los cuales es necesario entintar algo del votante para que no repita su voto, no hay registro cívico confiable. Aquí no es necesario porque sí lo hay. Porque no hay forma de votar dos veces y porque hay un solo lugar en el cual se puede votar. Con o sin tu credencial, porque en tu circuito (y únicamente en tu circuito) la mesa receptora tiene una copia de tu credencial. Y porque, en caso de surgir dudas acerca de si la foto (en general de un jovencito) corresponde a la persona, cualquier delegado partidario o cualquier integrante de la mesa receptora puede reclamar que tu voto sea en calidad de observado y que la cuestión de identidad se dirima en la Corte Electoral con el cotejo de la huella digital. Es un tanto engorroso y tal vez el pobre secretario de la mesa, que tiene que buscar la copia de tu credencial entre el montón que le mandó la Corte, se entrevere y nos impaciente, pero da absolutas garantías. Garantías que están respaldadas por la prescindencia del color político de los integrantes de la mesa y por la presencia y el derecho de los delegados partidarios que pueden poner sus observaciones, discrepancias y reclamos en el acta de escrutinio. Incluso antes, durante la marcha del acto electoral, directamente o a través de los delegados generales, pueden formular observaciones y hasta puede llegar a suspenderse el acto en ese circuito que luego será convocado especialmente. ¡Ni la dictadura pudo asegurarse el triunfo en el plebiscito del 80! Cierto, estaban tan huérfanos de apoyo que no pudieron integrar las mesas con adeptos ni evitar que hubiese celosos delegados por el “no” en todas. El tema está sobre el tapete debido a las doblemente fraudulentas elecciones presidenciales en Honduras. Digo dos veces fraudulentas porque la primera es que el actual presidente, Juan Orlando Hernández, pudo postularse para la reelección, cosa que está prohibida por la Constitución hondureña. Cuando el presidente Manuel Zelaya intentó una consulta popular para ver si podía modificar la carta magna, que también prohibía su modificación, lo sacaron de la cama en pijama y lo embarcaron para afuera del país. Ahora Hernández obtuvo que la Suprema Corte declarara inconstitucional el artículo de la Constitución que le prohibía hacerlo y, fraude mediante, lo está consiguiendo. Las mesas se integran con representantes partidarios y para asegurarse mayoría en ellas inventó varios partidos fantasmas a los cuales les asignó lugares en las mismas. Cumpliendo con lo ordenado, esos señores “se olvidaban” de entintar a los candidatos del oficialismo de manera que pudiesen votar de nuevo. ¡Pero entintaban a los opositores! Como de cualquier manera venía perdiendo el caballo del comisario, cada tanto “se caía el sistema” y, al restablecerse, el que venía perdiendo había pasado al frente. Ahora que extraoficialmente el presidente estaría ganando, se han desatado protestas y luego de ocho muertos (opositores, por supuesto), hay ley marcial y toque de queda. Almagro, bien amado de los yanquis en la OEA, antigua culebra de don Pepe Mujica: ¿qué estás viendo? Sordo, ciego y mudo, pero no por eso menos sinvergüenza, únicamente tiene ojos para mirar a Venezuela. Compañeros: ¿han visto la relatividad cada vez mayor de la palabra democracia? Según la imperecedera definición de Abraham Lincoln en su discurso en Gettysburg, la democracia es “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”. ¿Cuántas democracias nos vienen quedando? Y una última cosa que deseo fervientemente es que cuando esto llegue a los lectores, sea una prevención inútil. ¿Saben? La palabra me saltó de pronto dese el fondo de la memoria porque ya no se usa, pero era un calificativo infamante en mi niñez en Sarandí del Yi: ¡embrollón! El que no paga y busca vueltas y revueltas para no cumplir es un embrollón. Me banqué la serie de embrollos mediante los cuales el Ministerio de Economía ha conseguido diferir el pago de lo que les debe a los funcionarios judiciales. Cierto, la deuda surge de un estúpido error cometido en el gobierno anterior. Como el contador Astori pasó al ministerio en el primero, pero mantuvo su sueldo de senador porque era más alto, se terminó por subir el de todos los ministros. Con lo cual, con la ignorancia y soberbia que caracterizó al segundo, en el que Astori era vicepresidente, se emparejó a los ministros de la Suprema Corte, que habían reclamado. Pero se hizo sin tener en cuenta que todos, absolutamente todos los sueldos del Poder Judicial y anexos están enganchados y que, si suben los ministros, todos los otros deben subir proporcionalmente. Fue un error, una burrada que, pese a que les fue advertido, cometieron. Pero como fue una burrada de ellos ahora no la quieren pagar. ¡Embrollan! También, firmaron acuerdos con los controladores aéreos que ahora no quieren cumplir ¡y embrollan! ¿Para qué firmaron si no pensaban cumplir? Y si lo hicieron de buena fe, ¿por qué no cumplen y se dejan de embrollar? ¡Vamos! ¿Hasta cuándo? Y la frutilla de la torta sería este asunto de los cincuentones. Cierto, Astori quería votar la ley de las AFAP pese a que se sabía que esto y otras muchas aberraciones iban a suceder. Y Michelini las votó porque salió y entró al Frente Amplio sin dar cuenta de nada. Era un suculento botín para los capitales privados que, tal como lo ideó Sanguinetti, en primer lugar financiaría el déficit de cada ejercicio presupuestal pues estaban obligadas a comprar papeles públicos. Y ahora, sea porque Astori tiene esperanzas de que le financien los proyectos público privados, sea porque les tiene miedo a las calificadoras de riesgo, se niega a salvar a los cincuentones. Embrolla para no hacerlo. Desde mi niñez, y no he cambiado, el que hace eso es un embrollón, una persona en la que no se puede confiar y de la cual hay que mantenerse fuera de contacto. Y quien se deja chantajear y embrollar ya no es la persona en quien confié dos veces.
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