Mis lectores saben bien que creo que la especie humana, la más dotada para adaptarse al medioambiente y para imponerse gradualmente a él, es, sin embargo, una verdadera porquería, como lo ha manifestado a lo largo de su historia en los modos en que ha aplicado esas cualidades superiores.
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Una lista de monumentos públicos y de las calles y espacios urbanos revela una sorprendente acumulación de crápulas que han tenido el poder suficiente para hacerse monumentos y nombrar calles y espacios. Aunque también es cierto que hay numerosísimas excepciones de gente que mereció sus monumentos y nominaciones públicas; muchos menos, claro, los merecidos que los inmerecidos. Por eso, cuando un ser humano reúne aptitudes técnicas relevantes en lo suyo, y las aplica con virtudes añadidas a ellas, estamos frente a un ser humano excepcional, en su doble acepción de poco común (excepción a la regla) y de mejor que lo común. Si hay alguien que merezca esos calificativos, monumentos, nombres públicos y un cerrado aplauso deportivo y humano, ese es el tenista suizo Roger Federer.
Una leyenda del tenis
Federer está en camino de batir todos los récords que diversos grandes tenistas de la historia han marcado hasta hoy, y seguramente le quedan varios años de carrera a pleno rendimiento. En este último torneo rindió como nunca, reapareciendo luego de una lesión de rodilla. A sus 35 años, Federer batió, en el primer abierto anual de Melbourne, Australia, en cinco sets, a su clásico rival de los últimos diez años, el español Rafael Nadal, con el que han alternado triunfos y derrotas mutuas, aunque el español lo aventaje hasta hoy en las estadísticas.
El suizo es un tenista extraordinario, más que nada técnicamente, aunque sea también muy eficiente en lo físico, en lo anímico y en lo táctico. Es talentoso y de gran moralidad deportiva; y extremadamente estético y caballeresco con rivales, prensa, público y dirigentes. Absolutamente completo como deportista y persona. Porque no se puede caer en el maniqueo simplismo de creer que porque es técnico, talentoso y elegante no tiene cualidades físico-atléticas, de planificación y lectura del juego, ni que carece de garra para pelear puntos clave y para enfrentar dificultades. Es claro que sin todo eso su técnica, talento y elegancia no podrían solos. Así como no es posible pensar que Nadal no tenga técnica, talento y táctica por el hecho de que lo que más lo caracteriza sea su físico, su garra y cómo pelea los puntos en momentos clave. Simplemente, ambos son completos, pero los dos –y sobre todo Federer– sobresalen por diferentes puntos máximos, lo que no implica que carezcan de las otras cualidades que singularizan más al otro u otros de sus rivales.
Técnicamente superlativo
Una de las cumbres técnicas y estéticas de la humanidad es un passing de revés bajo y paralelo de Federer. O bien un revés alto y cruzado, con leve salto. Son de una apabullante eficacia y de una demoledora belleza. El que siempre reconoce esos golpes es Novak Djokovic, que sacude admirativa su cabeza cuando los sufre a manos de Roger.
La variedad de los saques del suizo, primeros y segundos servicios, es también inigualable, con lo crecientemente importante que es el servicio, con canchas más rápidas y raquetas grandes y livianas. Pero la eficacia técnica de sus golpes está íntimamente relacionada con la belleza estética, con su finish, con la terminación de ballet de sus golpes, digna del repertorio de Vaslav Nijinsky o de Rudolf Nureyev.
En efecto, un golpe estético, bello, como también un lanzamiento de básquetbol o una jugada de fútbol, son eso porque son económicos en los grupos musculares que se utilizan para efectuarlos. No es elegante el que patea rigidizando más músculos que los necesarios para hacerlo; es elegante el que es fluido en su movimiento óseo, porque lo mueve desde las riendas de sus músculos y ligamentos, que lo unen a él; y esas riendas que mueven el esqueleto y que producen el movimiento deseado lucen elegancia cuando no se pone en movimiento más que lo que se precisa para hacer lo que se quiere hacer. Observe atentamente esos reveses y saques de Federer: concentra todo en lo que tenía que mover para hacerlo: ni más ni menos. En la citada final de hace unos días, en Melbourne, terminó el partido de más de cuatro horas y media sin sudar, sólo tocando con el antebrazo izquierdo entoallado el borde de la vincha; sin rictus facial, sin mirar y acomodar innecesaria y obsesivamente el encordado.
La elegancia y la estética son indicadores de eficiencia. Elegantes fueron Bobby Charlton, Franz Beckenbauer, Zinedine Zidane, Didí, Pedro Virgilio Rocha, el marqués Sosa, Rial, Juan Schiaffino, Marco van Basten, Frank Rijkaard, José Leandro Andrade, Domingos, Anselmo, Julio César Abbadie, Sócrates, Patrick Kluivert… Debe agregarse, al margen, que las excesivas contracciones musculares arriesgan lesiones por contractura o desgarro. La elegancia, por lo pronto, no sólo es más efectiva, sino más sana y más estética. Como Federer.
Garra y resistencia pero sin gestos
Para jugar más de 20 años de finales, sets, matchs y puntos de clasificación en Copa Davis, es necesario un gran estado físico-atlético, que puede ser necesario para jugar más de cinco horas en cualquier clima, con el resto suficiente como para responder a la iniciativa del rival o como para proponerle lo que se piensa mejor circunstancialmente. Y para tener precisión suficiente para ambas cosas, respuesta e iniciativa. Pero no sólo tiene garra quien grita exhalando el aire cuando golpea, o pone cara de prócer o de malo de la película. Garra es rendir lo mejor cuando es necesario; animarse a asumir un riesgo calculado cuando es aconsejable; elegir el recurso que puede usarse para lastimar deportivamente al otro, sin intentar lo lesivo, haciendo lo que nos sale bien y no lo ofende. Gestos tácticos, esfuerzos cuando se necesitan, rendimiento pleno cuando es más difícil tenerlo.
Federer tiene todo eso, simplemente acompañado por una técnica elegante y un talento sin morisquetas que hace olvidar que cuando hay que poner lo que sabemos lo ha puesto, pone y pondrá; que no se olvide de que en el quinto set contra Nadal perdía 2-3 y ganó todos los games, el set y el match a continuación de esa adversidad parcial, y que no es sólo correr un drop-shot, sino anticipar la lectura del juego, anticiparlo con las piernas, elegir el impacto posible y volver a sorprender.
Porque la garra no es sólo el esfuerzo físico-anímico extra, plus, sino el esfuerzo útil, también inteligente, táctico, que maximiza lo propio y minimiza lo ajeno instantáneamente. Pero por más que se ‘meta’, sin técnica e inteligencia, lo físico-anímico no va a ningún lado.
La gentileza medida
Existe una enorme diferencia entre las gestualidades de Federer y Nadal. Federer juega con el otro, Nadal pelea contra él. El tenis es un juego deportivo, y como actividad humana, aunque puede jugarse peleando y esa actitud bélica tenga ciertos rendimientos deportivos, prefiero al que juega y no pelea, sin dejar por ello, como ya he dicho, de dejar todo el corazón, el alma y la mente en el partido; pero sin gritos de exhalación, caras sádico-masoquistas o miradas desafiantes y enojadas o triunfales.
No gritar, poner caras o arrojar miradas no significa que no se siente el partido; sólo significa que saltamos del talante bélico al lúdico. Un salto civilizatorio, sin dudas. Y un enorme mérito de Federer es haber cultivado ese talante, que no era el suyo original; porque Federer era un adolescente rebelde, malcriado y malhumorado, desarreglado y que arrojaba la raqueta y se quejaba por nada. Lo fue corrigiendo y se volvió el pulido gentleman que es ya desde hace un tiempo y que lo vuelve locatario casi en cualquier rincón del mundo; a lo que contribuyen sus serenas declaraciones tan bien habladas en distintas lenguas.
Es un atlético y esbelto deportista, pero no necesita lucir abdominales, bíceps o cuádriceps de fisicoculturista para correr, saltar, frenar, sacar, cambiar de dirección, acelerar, flexionarse y estirarse al máximo. Ni esas apariencias exageradamente físico-atléticas ni esas gestualidades parecen ser necesarias para jugar al tenis al mejor nivel de la historia. Tampoco critico tanto a quienes sienten el tenis y la competencia así; sólo quiero subrayar que se puede tener gran garra sin tanto gimnasio de pesas, sin tanta ropa ajustada, sin tantos gritos y gestos hoscos: siendo más un cojugador de un partido que un enemigo, cobatallador de un combate. Disfrutando y haciendo disfrutar también de la estética, la belleza y la fluidez de los movimientos, que no por ello deben dejar de tener eficacia, contundencia y eficiencia, como las tiene Federer en grado sumo, pero con belleza, estética, fluidez y hasta amabilidad.
Una incidencia en los últimos games del último set lo pintan en su grandeza humana. Usted sabe que en tenis cada siete games se cambian las pelotas en juego por nuevas, ya que el golpeo las ha convertido en demasiado blandas y poco sensibles a los golpes e intencionalidad de las raquetas. Se estila que quien esté sacando y recibe el nuevo juego de pelotas se las debe exhibir a quien las recibirá en los saques siguientes. ¿Por qué? Porque las pelotas nuevas salen despedidas con más violencia cuando son golpeadas por el mismo encordado que castigaba a las blandas anteriores. Y el que saca debe advertirle de ello al que las recibirá.
Pues bien, Federer levantó el brazo izquierdo mostrando las pelotas nuevas con las que sacaría; pero lo hizo dos veces, la segunda con mayor ampulosidad por si su rival no había advertido el gesto. Lo peor, para alguien que por suerte no goza de las ventajas de la viveza criolla, habría sido que Nadal pensara que él quería sacarle la ventajita de sacar abruptamente con pelotas nuevas y más vivas en ese momento definitorio del set final. Casi nadie se habría dado cuenta si no las hubiera mostrado, y podría haber ventajeado si Nadal no hubiera llevado la cuenta de los games jugados con las pelotas usadas.
Eso es deportividad, caballerosidad y moralidad, más allá de toda virtud técnica, intelectual, físico-atlética y anímica. Y es de sus virtudes cultivadas, de las más intangibles, las que pueden apreciar sólo los entendidos y en primer plano de cámara; pero de esos detalles para especialistas se compone ese panorama global que hace de él, y también para el gran público que lo admira, no sólo un tenista sin par sino uno de los más grandes y ejemplares –porque no todo grande lo es– deportistas de todos los tiempos.