“Yo estoy aquí en mi rincón
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Preguntándome hace un rato
Que si es posible que un gato
Le tenga miedo al ratón”
Carlos Puebla
No voy ocultar mi aprecio por Venezuela ni mi más enérgico apoyo al proceso político que inició Hugo Chávez y a las instituciones democráticas vigentes en la patria de Bolívar. Y también mi sincero respeto por el presidente Maduro, a quien considero un dirigente político inteligente, culto y valiente y un gobernante experimentado y muy popular en medio de la tormenta perfecta.
Por supuesto que a Maduro no lo conozco personalmente ni he visitado Venezuela en los últimos 38 años, en tiempos que gobernaba no me acuerdo si Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campins o algún otro gobernante corrupto por el estilo.
Tampoco voy a ocultar, para evitar suspicacias, mi cariño, mi admiración y mi respaldo a Tabaré Vázquez, apoyo que no tiene cortapisas y que reitero todos los días.
Ahora bien, dicho esto, respetando otras opiniones y aclarando desde el lugar en que opino, voy a tratar de desentrañar qué pasa en estos días entre los gobiernos de Uruguay y Venezuela y cuáles son algunos de los motivos, algunos importantes y otros muy menores, de su distanciamiento actual.
Evidentemente el gobierno uruguayo no simpatiza con el de Maduro, ni con su estilo, ni con su modelo ni con su ideología.
Se siente, además, apoyado por encuestas que respaldan esa idea de que lo que pasa en Venezuela no gusta, no nos compromete y no nos involucra.
Sin embargo, el gobierno uruguayo debe aceptar que, al menos, un porcentaje considerable de sus apoyos simpatizan con el chavismo y con la Revolución Bolivariana. Es más, debería enterarse de que la lealtad y la defensa de los gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina frente a los ataques de la derecha es para muchos frenteamplistas –como yo– un problema de principios irrenunciable. Entiéndase bien: irrenunciable.
Sabemos que tampoco el gobierno uruguayo simpatiza con el gobierno de Temer en Brasil y probablemente tampoco con el de Macri en Argentina, pero en estos casos disimula sus diferencias porque distanciarse de ellos, se supone, resultaría sustancialmente más incómodo que poner distancia con Maduro en Venezuela. Sobre todo cuando el vecindario está lleno de reaccionarios apadrinados por Estados Unidos y es evidente que Tabaré se siente demasiado solo y sin abrigo si se trata de sostener en los hechos, y no solamente en las palabras, el principio de no intervención y la autodeterminación de los pueblos.
Es cierto que con un poco de disgusto, Tabaré hizo lo imposible para evitar que una docena de países de Latinoamérica, impulsados por Brasil, pretendieran excluir ilegalmente a Venezuela, primero del Mercosur y luego de todo el sistema interamericano.
Los esfuerzos de Tabaré no fueron acompañados por su ministro de Relaciones Exteriores, que en más de una oportunidad dejó ver que se sentía incómodo en las posiciones que adoptaba su presidente y a las que lo empujaba la fuerza política que lo respalda.
Evidentemente se necesita mucha entereza y valentía política para jugarse por respaldar el gobierno de Venezuela, máxime que, entre otras cosas, Venezuela lucha contra el desabastecimiento de alimentos y medicinas, el boicot de los sectores económicos más poderosos, la baja del precio del petróleo en el mercado de los commodities, una campaña mediática sin precedentes, un creciente aislamiento internacional y la amenaza intervencionista militar de Estados Unidos. Por otra parte, quizás esta causa no merece para Vázquez y el canciller Rodolfo Nin tanto sacrificio.
De alguna manera, la escasa simpatía que ambos pudieran tener por el fallecido comandante Hugo Chávez se ha ido apagando con el paso del tiempo, cuando el debate sobre la legitimidad y la sostenibilidad del chavismo sin Chávez se vuelve comidilla universal.
Es evidente que la actitud intervencionista de Estados Unidos y, más aun, del gobierno de Donald Trump, no ha sido un motivo suficiente como para justificar el rechazo explícito a la injerencia exterior, al menos con la energía que se merece.
De pronto pesa mucho el recuerdo de las 40 o 50 intervenciones militares yanquis en el sur del continente, la mayoría apoyada por la OEA, o los golpes de Estado recientes en Honduras, Paraguay y Brasil, para que las declaraciones del todo compartibles de Tabaré rechazando la aplicación para Venezuela de la llamada Carta Democrática, no sea acompañada por el voto de nuestro país en la OEA, que se pliega reiteradamente a la docena y media de países que, como ha sido la norma, se ajustan a los intereses y las órdenes de Estados Unidos, en el campo de la diplomacia o en las incursiones de los marines.
Por eso Uruguay se alineó con los gobiernos más corruptos del continente para condenar al gobierno de Venezuela y exigir un llamado a elecciones generales que significa una clara intervención en los asuntos internos de un país hermano y una violación al principio de autodeterminación de los pueblos, que ha sido el principal lineamiento de la política internacional de nuestro país. En los últimos días, Uruguay acompañó en la OEA todas las votaciones que tienen el propósito de arrinconar a Venezuela, excluirla y posiblemente intervenir, incluso militarmente, en ella.
Hasta ahí todo es bien sabido. Tabaré dijo que lo que pasa en Venezuela es “un drama”, coincidiendo con Rajoy, Macri, Santos, Temer, Trump, Cartes y algunos otros presidentes.
No escuché lo que piensa de Brasil, Paraguay, México, Perú, Colombia, Honduras, Argentina y Estados Unidos, pero supongo que Tabaré piensa como yo, que lo que pasa en esos países también es un drama.
Si duda, hay motivos para que Uruguay se sume al coro de gobiernos de derecha, proyanquis y cipayos para intervenir en Venezuela y que a juzgar por la indignación de Tabaré con las imprudentes declaraciones de Maduro, no debe ser que Nin haya coordinado nada con el Departamento de Estado, ni con la Embajadora norteamericana, ni con los representantes de EEUU en la OEA ni con Almagro, que, a ojos vista, es un operador del Departamento de Estado, de la CIA o del Pentágono en la OEA.
El desencadenante parece ser que el embajador de Venezuela, Julio Chirino, habría desairado a Nin Novoa al haber sido citado por este y no haber respondido a los requerimientos del canciller.
A simple vista, si hubiera ocurrido este desaire, podría ser importante o irrelevante según la distancia y el cristal con que se mire. Por esta causa, al gobierno le pareció importantísimo el detalle, tanto que en el gabinete en que se consideró la infeliz acusación que Maduro le hiciera a Nin Novoa, el mayor énfasis Tabaré –según me contaron varios ministros– lo puso en la falta de respeto del embajador Chirino por haber disgustado a Nin, que parecería que es la representación simbólica de la República, con gorro frigio y todo.
Pero la verdad es que me parece que tal desaire no ocurrió ni ahí, por lo cual, si todos actúan de buena fe, habría que reconocer que los hechos tal vez no se interpretaron correctamente o hay alguna desinformación, sin duda, del embajador de Venezuela y, tal vez, del ministro o del presidente.
Como todo se maneja entre operaciones periodísticas y trascendidos, fuentes y malos entendidos, he tratado de reconstruir versiones y sacar conclusiones preliminares.
El problema es determinar cuándo empieza el problema para no tener que remontarse a una encuesta psicoanalítica que se remonte a los tiempos en que a Maduro o a Nin la mamá le quitó la teta.
Al parecer comenzó en diciembre, cuando la ministra de Relaciones Exteriores de Venezuela, Delcy Rodríguez, visitó Uruguay. En esa oportunidad el ministro Nin Novoa se disgustó porque no recibió comunicación alguna de ese viaje. No obstante, la Embajada venezolana dice haber comunicado a la Dirección de Protocolo la llegada, solicitado el espigón militar para el aterrizaje del avión privado en que viajaba y la seguridad para la custodia, que por otra parte aseguró la protección de la ministra en sus entrevistas y sus traslados.
El disgusto del ministro no pudo comunicarse al embajador porque este no entendió que la convocatoria era para él o para eso. Tal vez ese haya sido el motivo de que se interpretara que el embajador estaba rechazando la entrevista, pero el representante diplomático –según dice– no se enteró, ni siquiera, del disgusto ni de la convocatoria.
Increíblemente pasaron los meses de verano y Nin Novoa y tal vez Tabaré fueron juntando bronca –estival– sin que el embajador Chirino se enterara.
Y, mientras tanto, Nin coqueteaba con Brasil y Argentina, se burlaba de la ministra venezolana y votaba declaraciones rejodidas contra Venezuela en la OEA.
Todo evolucionó con tanta mala suerte que Maduro, probablemente también caliente porque Tabaré ni le contestaba el teléfono, se fue de mambo y dijo, obviamente sin pruebas, que Nin coordinaba con los yanquis contra Venezuela.
Demasiada gente enojada en esta trama de amor y odio a media correspondencia para que alguien actuara, ni por equivocación, prudentemente.
Tabaré le pidió a Maduro la prueba imposible y se comprometió ante la humanidad a no hablar con este hasta que se rectificara o presentara pruebas o que Chirino respondiera a la convocatoria del canciller. Mientras esto no sucediera, Tabaré no le contestaría a Maduro el teléfono.
Enterado Chirino de semejante enredo, le pidió una entrevista a Nin Novoa para explicar que nunca se sintió convocado, y pocas horas después fue recibido por Nin, que ni lo escuchó, lo atendió soberbio y lacónico como un patrón de estancia y, según fuentes del Ministerio de Relaciones Exteriores, no habló nada de lo que dijo o no dijo Maduro y sólo expresó su malestar, por escrito, por la visita sorpresiva de la ministra Delcy Rodríguez el año pasado.
A mí no me gustó nada eso de que un ministro alto, elegante, cruzado con europeo, reciba a un negrito bajito, embajador de Venezuela y pretenda humillarlo e incomodarlo, entregándole una carta misteriosa que todo el mundo supone que es algo importantísimo y en realidad es una pavada que probablemente tenga explicaciones tan menores como todo el episodio.
Entiendo que Nin esté ofendido y comprendo que requiera alguna satisfacción por las declaraciones de Maduro, pero las cosas que se están jugando en Venezuela son demasiado serias para ofenderse tanto que terminemos malhumorados, alineados con cuanta porquería hay en el continente mientras Venezuela se desangra.
Quizás nuestro país pueda contribuir a habilitar el diálogo en Venezuela y hacer desestimar las distintas operaciones injerencistas en su política interna. Para esto, parece inteligente aceptar las explicaciones que estoy seguro podrá exponer el embajador Chirino y encontrar un camino práctico para que el presidente Maduro dé satisfacciones al gobierno y a Rodolfo Nin Novoa, que, de tan ofendido que está, corre el riesgo de sufrir un golpazo en la Cámara de Diputados por derecha y por izquierda.
Hace 53 años era necesario el voto de Uruguay para excluir a Cuba de la OEA y el gobierno blanco de entonces nos hizo ilusionar con sus declaraciones contrarias a la intervención y la autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, al final, el voto de Uruguay fue determinante para excluir a Cuba de la OEA y esa tarde nuestro país, con toda la solemnidad de un Estado soberano, se arrodilló ante el imperio, levantó la mano para convalidar la traición y la indignidad y expulsó a Cuba de la organización. Los argumentos para echar a Cuba fueron más o menos los mismos que hoy se esgrimen contra Venezuela. Medio siglo después, esa mancha marca a toda una generación con tinta indeleble. De aquellos muchachos de la FEUU que despedimos al embajador cubano García Incháustegui y sobrevivimos a muchísimas peripecias, quedamos vivos algunos pocos, pero los suficientes para recordar que la traición nunca paga.