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Pan y circo

Por Marcia Collazo.

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Caras y Caretas Diario

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Es difícil pensar en cualquier acontecimiento de este mundo capaz de mover a las masas de una manera tan poderosa como el fútbol, sacando tal vez los espectáculos circenses de la Roma imperial que, según parece, congregaban multitudes. Los jugadores de fútbol actuales son, en muchos sentidos, los nuevos gladiadores, convertidos de la noche a la mañana en seres míticos, nimbados de un aura sobrehumana. Son también los nuevos dioses colectivos, mezcla de Aquiles y de Hércules, capaces de levantar en olas a las masas con un simple pase de pelota. No es mi propósito denigrar el fenómeno. Yo también me entusiasmo y vibro santamente cuando la Celeste nos regala un gol y me lleno de orgullo ante nuestras victorias y ante la verdadera actitud filosófica con la que el maestro Tabárez ha sabido enfocar este deporte. Pero, mientras en Uruguay se viven las instancias del mundial de Rusia 2018, el planeta Tierra no deja de rodar sobre su eje y sería muy saludable recordarlo; de puertas para adentro, todos los uruguayos deberíamos tener presente que el pasado 27 de junio se cumplieron 45 años de la dictadura más terrible que le tocó vivir al país, al menos hasta ahora, y que esperemos jamás se repita. La fecha es tremenda en su carga de oscuras significaciones, pero el mayor desafío es poder hacer de ello un asunto de reflexión colectiva, capaz de conmover especialmente las conciencias de las nuevas generaciones, esas que no alcanzaron a vivir el golpe de Estado y sus abrumadoras instancias. No hablo de consecuencias porque las consecuencias sí las viven esas generaciones nuevas, aun cuando no lo sepan cabalmente. En la urdimbre cotidiana de la vida, muy de a poco vamos advirtiendo las huellas que dejan en nosotros las auténticas catástrofes, en todos los niveles de la existencia y muy especialmente en el entramado de las instituciones, de los imaginarios y de las posibilidades de construir un país mejor, más digno, más sólido y más humano. Las consecuencias de la dictadura están ahí, a cada paso que vamos dando por la vida. Están en el deterioro cultural, educacional y normativo del que todavía nos cuesta muchísimo recuperarnos, pero están, además, en la infamia y la mezquindad, la mentira y la impunidad que nos vienen acompañando desde la salida de esa dictadura. Los males a que nos enfrentamos hoy por hoy los uruguayos son muchos, y unos cuantos requieren de soluciones urgentes. La educación, la salud y la seguridad deberían estar en el primer lugar de la agenda nacional. Lástima que para eso se necesite dinero. Lástima que en el mundo entero el dinero esté muy mal repartido, al punto de que su distribución sea tan desigual como vergonzosa. Lástima que, en ocasiones, nosotros mismos le hagamos el juego a semejante sistema de reparto inequitativo, abusivo e irracional de la riqueza. El Mundial de Rusia es, según aseveran algunas fuentes, el más caro de todos los tiempos. Significó una inversión cercana a los 9.000 millones de euros, según cifras oficiales. Mientras se produce semejante movida en aras del deporte, y de los intereses que están detrás del deporte, hay en el mundo más de 800 millones de personas que se van a dormir cada día sin haber ingerido las calorías mínimas necesarias para sostenerse. El problema no es la falta de alimento. Se producen en el mundo alimentos de sobra para que cada habitante del planeta coma lo que necesita. El problema es la distribución, que no depende de otra cosa que de la voluntad y de la intención humana. Por eso, en Nigeria, en Somalia y en Yemen, por sólo nombrar algunos de los países más azotados por el hambre, la gente es víctima de la desnutrición, de la enfermedad y de la muerte derivada de estas causas, y por eso en Estados Unidos se tiran a la basura toneladas de comida al año. El negocio del fútbol corre por similares canales; contribuye a aumentar la inequidad entre los seres humanos, y encima favorece su alienación colectiva. El fútbol, más que un entretenimiento, es un negocio fabuloso y una gigantesca distracción de masas. En el año 100 a.C., el poeta romano Juvenal acuñó la expresión “pan y circo” para referirse a este fenómeno. Imposible no apasionarse cuando juega Uruguay, y mucho más cuando la Celeste nos regala un gol. Pero esto no quita el hecho de la orquestación de intereses que implica la organización de un Mundial. No quita tampoco el hecho del adormecimiento de las conciencias, de la casi absoluta falta de alerta crítico, que equivale a la indefensión y a la inoperancia de cada uno de nosotros como ciudadanos vigilantes de los intereses cívicos y de las necesidades colectivas; no quita la entronización de los dogmas y de los fanatismos, que parecen florecer en ocasión de un Mundial de fútbol con la ominosa fuerza de los hongos venenosos después de la lluvia. Cuanto más anestesiada la conciencia colectiva, más fácil se les hace el verdadero juego a los altos negociantes que mueven sus hilos tras las bambalinas. Y eso, por no hablar de otras obscenidades, como por ejemplo las cifras siderales que ganan al año muchos jugadores por el sólo hecho de patear un objeto redondo de cuero. Sigue siendo obsceno, por más arte o garra que le pongan, si se lo compara con el salario de un docente, de un médico cirujano, de un físico nuclear, de cualquier trabajador de a pie que no llega a acumular ni siquiera una milésima parte de esa cifra en una vida entera de sacrificio. Y es más obsceno aun cuando comprobamos que el adormecimiento del que hablaba nos lleva a justificar o al menos a no cuestionar semejante situación. El Mundial de Rusia es una escalada mediática que produce una cortina de humo incomparable. Una verdadera montaña rusa de delirio, de desenfreno y de olvido. Ah, sí. El mundo sigue girando y sus problemas siguen sucediéndose. Si tan sólo fuéramos capaces de mover nuestra voluntad, no digamos durante un día entero, sino durante cinco minutos de nuestra vida, en aras de alguna otra causa; si pudiéramos ocuparnos, con la mitad de la pasión que ponemos en el espectáculo del fútbol, de otras cuestiones como la pobreza y el hambre, la guerra y la fabricación mundial de armas; si lo hiciéramos con la mitad de la energía que ponemos en mirar un partido… me pregunto qué sucedería, cuánto y en cuán poco tiempo operaríamos un giro insólito en la situación del planeta y, por qué no, en nuestras propias vidas, como seres pensantes y actuantes. El ser humano no puede vivir sin significados; sólo se vive en la medida en que se puede atribuir algún sentido al mundo. En esto reside el germen del arte, de la fe, de la ética, de la política, del pensamiento creador y de todo aquello que consideramos importante. Pero cuando sustituimos cada una de esas dimensiones por el espectáculo lúdico del fútbol, la búsqueda de sentido se desploma y la pregunta misma por el sentido de la vida se reduce al mero entretenimiento que nos ofrece un partido. Lo que entretiene distrae, y lo que distrae no permite pensar en profundidad. Y si la distracción es de masas, peor aun. Ya alertó Carl Jung sobre el peligro de la mente de masas, que disuelve al individuo en un conglomerado enajenado y vulnerable a cualquier manipulación. La vieja táctica romana del pan y circo sigue más vigente que nunca. Festejemos los triunfos de la selección uruguaya, que ojalá continúen haciéndonos vibrar. Pero no bajemos la guardia ni por un segundo, no sea cosa de que, cuando la montaña rusa detenga su movimiento frenético, ya sea demasiado tarde para lamentarnos.

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