Por Lucía Masci
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Cuando George Bernard Shaw pensó en esta ingeniosa formulación, no existía la posibilidad de que cada una de esas dos ideas fuesen multiplicadas al instante por miles, gracias a un conjunto de algoritmos que operan a espaldas de ese específico intercambio para nutrir a una inteligencia artificial basada en algo que hoy se conoce (y naturaliza) bajo el nombre de Big Data y que se incrementa cada día en millones de datos nuevos acerca de nuestros modos de interacción, formas de consumo, formas de asociar pensamientos, confiabilidad que otorgamos a nuestras fuentes, movimientos diarios, deseos ocultos, y millones de otras cuestiones de las que ni siquiera somos conscientes.
Día 1
Esa mañana me había encontrado en el ómnibus con un vecino que recibía (y me mostraba) un aluvión de imágenes de un Macromercado vaciado por hordas de gente aterrada que compraba papel higiénico, alcohol en gel y provisiones como para el fin del mundo.
Mientras miraba el asombroso espectáculo, mi propio dispositivo y el de cada pasajero se atiborraban de imágenes similares y de otras relacionadas con el virus y versionadas de acuerdo a la las asociaciones y algoritmos propios de las redes de cada uno.
Ya para la tarde, la población entera sabía lo que debía hacer: #Quédateencasa era la consigna alentada por todos los medios, de los generalistas a los personalizados. Una acción y un discurso se habían apoderado de todos los cuerpos, de todas las voces, de todas las acciones.
Algo se había planetarizado, totalizado, y tuve un miedo atroz no por el virus sino por lo que veía instaurarse en las prácticas humanas asociadas a esa circulación planetaria de mensajes repetidores de un discurso que adquirió dimensión de totalidad (y carácter escénico en un “teatro del mundo” poblado de personajes embarbijados y guantizados) en apenas unas horas.
Comunicación en poder
Importa comprender que la del Covid-19 es, ante todo, la más colosal operación mediática de todos los tiempos, y que exige en consecuencia ser analizada desde una perspectiva comunicacional y en el entendido de que gran parte del escenario que actualmente se (re)presenta viene siendo configurado desde hace muchas décadas como parte del impulso “globalitarista” (Milton Santos) de un capitalismo que asume hoy no solo esa forma sincrética entre “globalización” y “totalitarismo”, sino la forma de esta específica guerra en la que somos los rehenes y el botín: la guerra entre las empresas (ya) dueñas del mundo por el control de los datos humanos o, más precisamente, de lo humano a secas.
Porque hasta los más poderosos conglomerados de la industria mediática saben hoy que una cosa es la “penetración” -es decir, llegar masivamente a los distintos territorios del globo- y otra muy distinta es lograr una (re)acción conjunta y prácticamente homogénea de toda la humanidad del planeta en un mismo momento. Y eso fue lo que ocurrió. De allí que además de inédita, la operación haya sido comunicacional y, específicamente, mediática.
Como si se tratara del Big Brother orwelliano pero percibido bajo los efectos del soma de Huxley, el proceso de alimentación del Big Data en el que nos encontramos se sostiene en la sujeción humana -ya en curso- a un constante registro de la totalidad de sus acciones. La operación habilita de este modo la traducción digital de toda la interacción humana en un momento dado.
Lo que estoy proponiendo, evidentemente, es que esta crisis no tendría tanta relación con el virus como con el Nuevo Orden Mundial que a través de ese virus -pero sobre todo del relato sobre el virus que, así como un virus, se impone- opera desmantelando la “vida real” y produciendo un verdadero salto cualitativo de la especie, en el marco de una nueva fase autoritaria y comunicacional-digital del capitalismo, basada en la vigilancia y el control de lo humano por parte de una Inteligencia Artificial cada vez más “independizada” (machine learning, entre otros procesos ya en curso desde hace rato).
Y es que hoy todo está a la vista en esta Babel balbuceante del éter. Solo que no todos los humanos lograrán digitalizarse ni habitar ese nicho vital que, ante todo, requiere del trabajo intelectual digital para sustentarse y reproducirse en esa que hoy parece la única ventana al mundo: la que se abre hacia una existencia virtual desarrollada “sin límites” o -mejor- dentro de los límites establecidos por las empresas proveedoras de las distintas interfaces personalizadas que ofrecerá de aquí en más la matrix.
Viejos y nuevos repertorios en T he G lobe
Cuando hace algunos años inauguramos la red Arte Política y Comunicación con el objetivo de pensar las relaciones al interior de ese triángulo conceptual, y de hacerlo evidenciando las nuevas formas de sujeción de los Estados nacionales (particularmente del nuestro, entonces progresista) por parte de la dinámica capitalista global, buscábamos justamente poner en evidencia los peligros de este nuevo orden que hoy se erige en nuestras narices. Literalmente allí, en los dispositivos en los que se nos conmina a mirar, “la ñata contra el vidrio”, el espectáculo mediático de la destrucción humana.
A mirarlo desde el aislamiento o la «distancia social», ese nuevo concepto entre otros proliferantes en el marco de la forja de un lenguaje propio de la operación y ajustado a la “nueva normalidad”, es decir, al Logos que la operación instaura.
Resulta interesante en este sentido, notar que dentro de esta producción de un lenguaje capaz de designar un nuevo mundo, la telúrica y tristemente festejada sentencia “se acabó el recreo” anticiparía adquiriendo, en el plano local, ese mismo sentido que introduce la maniobra global: se cierra el telón, se intercambian los roles, se redistribuyen los papeles entre el elenco, la trama es otra y hasta los decorados, pues se trata de otra puesta, de otra escenificación de la vida humana en un teatro del mundo en el que los poderosos parecen “volver por lo suyo”.
Para poder entonces analizar la trama y no solo representarla, urge recurrir no solo a los “avisos de incendio” lanzados oportunamente por quienes profetizaron nuestro tiempo (Benjamin, Huxley, Orwell, Baudrillard), sino también a las voces que no hace tanto vincularon específicamente el fenómeno de los fascismos en Europa con su imposición mediática (propagandística) sobre las fascinadas y obedientes (por arruinadas, perdidas, desahuciadas) masas.
En este sentido, también la historia de la imposición de las dictaduras en Latinoamérica da cuenta a nivel local de este tipo de operaciones en que la destrucción acompañada de la propaganda y sustentada en el terror devienen las herramientas para la imposición de un nuevo orden.
De allí que resulte también vital incorporar las miradas de quienes desde nuestra América Latina impulsaron (¿demasiado tarde tal vez?) la perspectiva que conocemos como “giro decolonial” y que se propone una genealogía del capitalismo y de sus efectos desde una lectura surgida de nuestras propias culturas y padecimientos, y que se concentra por tanto en las formas que adquiere su imposición en las distintas fases de su expansión planetaria, comenzando por nuestro (aún) tan disputado continente.
Se trata, entonces, de interrogar nuevamente los sentidos y la vigencia de las distintas nociones que hoy ya no se corresponden con lo que alguna vez designaron (otra vez el problema del desajuste entre “las palabras y las cosas”) y de pensar en lo que desaparece o se transforma, como la noción de “trabajo” desde la perspectiva de Bifo, o como los propios alcances de esos “significantes (ya tan) vacíos” (Laclau) como pueden ser hoy “democracia”, “Estado”, “ciudadanía”, o incluso “política”, nociones que, pese al desajuste señalado, vuelven no obstante a ser reinvocadas en este intento de ajustar sus sentidos a una nueva racionalidad.
Se trata, en definitiva, de recuperar el pensamiento de quienes se han ocupado de esos momentos en los que “un mundo desaparece y otro tarda en aparecer” (Gramsci), o en los que el mundo se encuentra out of joint (Shakespeare), para recuperar esas formas del pensamiento que han surgido de otras ruinas y de otros pliegues del tiempo. Y de analizar así, bajo esas luces, este momento en el que nuestro mundo ya no existe sino como la luz que llega de la estrella muerta, y que se despide con precipitación casi gozosa en una especie de hartazgo y voluntad -aparentemente consumada- de “escaparse de sí”, eso que David Le Breton detecta como la “tentación contemporánea”.
Tiempos (aún) modernos
Más allá de los diagnósticos y prospectivas que proliferan y se multiplican mientras las posiciones se distribuyen y el mal avanza, lo cierto es que esta crisis representa un verdadero salto cualitativo. Un salto cualitativo que, en nuestra opinión, no sería más que la concreción de una mutación en la que la humanidad trasciende todo lo que ha sido conocido hasta el momento por todas las culturas y pueblos a lo largo de la historia humana.
Porque desde la aparición de los smartphones, esos dispositivos de centralización de información sobre una aparentemente autogestada y autogestionada “vida” virtual, los humanos somos tecnología incorporada, hibridación bio-tecnológico-mediática, eso que la razón tecnocientífica de la modernidad había propuesto como el modelo de lo humano y que desde hace ya rato no logra adquirir un orden ni un sentido, más allá de la propia lógica de la acumulación capitalista, o de los sueños transhumanistas de megapoderosos empresarios, como Elon Musk, de quienes depende hoy (mucho más que de la política) el destino humano.
Por eso, desde el ascenso de las industrias culturales como eje totalizante (brazo ideológico) de la consolidación del imperio occidental, el capitalismo se ha concentrado en ordenar, en traducir, en concebir las características de este mundo universal-virtual que hoy asume la forma de esas mismas industrias, empezando por la ciencia ficción de Hollywood.
Neodarwinismo digital
Sabemos que los costos sociales de la operación se cobrarán en hambre, en muerte y en desesperación de millones, y que las ganancias serán privatizadas por las empresas que hoy disponen del mundo, porque disponen del Logos, es decir del sentido de este nuevo orden que ya es digital, autoritario, excluyente, y que se encuentra ligado directamente a esos intereses empresariales que son los de las elites mundiales que lo instauran y administran.
Gran parte de los excluidos serán, además de quienes ya no tienen trabajo, esos humanos que -como algunas empresas- no se han digitalizado aún. Dentro de esta parte -a la que además se le adjudica la responsabilidad de “adaptarse o morir” en una suerte de neodarwinismo tecnológico- se encuentra la población que ha sido señalada como “de riesgo”, es decir los viejos, así como la mayoría de los pobres.
Últimos guardianes de una memoria sensible extinguida y protagonistas de una historia que ya fue “cargada” en el sistema para ser leída y administrada por otros, estos excluidos sobreviven sus últimos tiempos a merced de una nueva humanidad que hoy se conecta al pleno goce tecnomasturbatorio del cable en la nuca, esperando con fruición el próximo programa de la matrix.
Porque sabemos que existe una porción de la población que se siente secretamente cómoda, aliviada, y muy entusiasmada de emprender los caminos virtuales que ya venían trazándose en sus agitadas redes profesionales y de afinidades.
De la muerte del excluido nadie se enterará. Ni se hará cargo. Sabemos que pronto comenzará a resonar con más fuerza la palabra “oportunidad”, y que la muerte será lavada, costumizada, silenciada en el mar de imágenes.
Pero allí estarán de aquí en más, y como le interesa al argentino Eduardo Rinesi, esos “restos y desechos” sobre los que se erige como en el final de Hamlet, un nuevo mundo sin esos “molestos” cadáveres, que habrá que barrer a su tiempo mientras que, como Lady Macbeth, los sobrevivientes se lavan sin parar unas manos irreversiblemente ensangrentadas.
¿Serán barridos nuevamente los cadáveres, o podrán por un tiempo desaparecer “bien enterrados”, bien disimulados en el mar de imágenes que los usarán para obtener de ellos su razón de existencia y circulación, esa apropiación estetizada ya tan corriente en las redes?
Dictadura (¿sanitaria?)
En nuestro país, por lo pronto, las decisiones serán tomadas por una derecha a temer por su voluntad obliteradora de cualquier intento de comprensión de las verdaderas secuelas -hoy más que manifiestas- del terrorismo de Estado que no hace tanto implantara justamente, y por la fuerza, esta misma racionalidad que hoy rige y habilita la operación.
Entre las decisiones a tomar, Uruguay se enfrenta en estas horas a haber sido “seleccionado” (junto con “Alemania y dos países más”) para oficiar de cobayo en el experimento orwelliano que llevan adelante Google y Apple, exrivales y hoy unidas en “la lucha contra el virus”.
Las gigantes tecnológicas ofrecerán nada menos que la herramienta de rastreo requerida por este nuevo orden en el que la vigilancia y control de las poblaciones es prioridad: la aplicación identificará y alertará a quienes tuvieron contacto con “un infectado”, usando tecnología Bluetooth para intercambiar información entre dispositivos.
La idea aterriza en un cuerpo social ya sometido ese mecanismo del “miedo (como) arma política” (Robert Charvin), que localmente podría asociarse a la producción de categorías como “apariencia delictiva” y otras contenidas en la LUC.
De allí que resulte cada vez más urgente pensar en la educación, no como la herramienta reproductiva que actualmente es, sino como el camino hacia la liberación humana que debería haber sido.
Porque habrá que actuar más que esperar, buscando sobrevivir en solidaridad no espectacularizada, en defensa de la vida, en resistente comunidad humana, por lo humano. Las huertas comunitarias y la autogestión vuelven a ser un camino.