El agua comenzó a llegar a media tarde del viernes. El arroyo Carrasco subió medio metro en una hora y la lluvia no cesaba. Los vecinos comenzaron a prepararse para lo peor: abandonar su hogar y tratar de salvar sus pertenencias. La noche no había caído del todo cuando en el lado norte de camino Carrasco algunas familias comenzaron a trasladar muebles, colchones y electrodomésticos. El agua estaba allí, a la puerta de sus hogares y avanzaba.
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Los primeros evacuados salieron hacia casas de familiares o amigos, algunos debieron ser auxiliados por grupos de vecinos y militantes de organizaciones sociales y políticas de la zona. Durante toda la noche nadie durmió en esa parte de Paso Carrasco. Con la colaboración de amigos y vecinos, entre ellos el diputado del Movimiento de Participación Popular (MPP), Washington Silvera, las familias sacaban lo que podían de sus viviendas al tiempo que la lluvia continuaba y el arroyo, normalmente un tranquilo curso de agua, se desbordaba y avanzaba hacia la zona poblada.
Así pasaron hasta que el nuevo día llegó. La lluvia había cesado pero el avance del agua no. Esta llegaba hasta la calle Teniente Rinaldi, a tan solo seis cuadras de camino Carrasco, y ya eran decenas las personas evacuadas y muchas casas –manzanas enteras- estaban ganadas por el agua. Durante toda la mañana equipos coordinados por el alcalde Luis Martínez, apoyados por un camión de la Intendencia de Canelones, colaboraron en más evacuaciones al tiempo que alojaron a varias familias en el local del Centro de Barrio del Municipio.
El panorama en la zona inundada era desolador: un hormiguero de adultos y niños, sacaba sus pertenencias, algunos llevaban a sus mascotas, otros lo poco que podían abarcar. Washington, un vecino de la zona quien normalmente se dedica a la venta de tortafritas, recorría el barrio organizando la olla popular para la alimentación de quienes por alguna razón no quisieron ir al Centro de Barrio para no alejarse de su hogar. “Ya tenemos la olla de 50 litros pero ahora nos falta ponerle algo adentro”, dijo al explicar su misión. Se hacía necesario recorrer los comercios y conversar con el frigorífico, para proveerse los alimentos necesarios. Mientras tanto, a su alrededor niños y adolescentes se adentraban en el agua, que en algunos lugares llegaba hasta las rodillas, para colaborar con algún conocido o simplemente curiosear.
Muchos estaban inquietos por la seguridad y se corrían rumores de robos en las casas de las familias evacuadas. “Durante la noche los chorros no estuvieron quietos”, explicaron y esa era una de las razones por la que varios decidieron o bien no abandonar su vivienda o quedarse cerca, por las dudas. Se decía, incluso, que durante la noche una familia cargó todas sus pertenencias en un camión cedido “solidariamente” y cuando estuvo pronto el conductor partió con rumbo desconocido dejándolos sin nada.
A la entrada del Caif Timbó, en la calle Lavalleja, el agua cubría todo. A lo lejos se veía una canoa que llegó hasta la parte “seca” llevando a un muchacho que había logrado sacar una bicicleta. Allí mismo, el improvisado barquero le dijo a un joven, vestido con pantalones deportivos y una campera del Ejército: “mirá que voy para el lado de tu casa”. De inmediato se quitó los championes, las medias blancas, tomó un palo para hacer de remo y se subió a la pequeña embarcación. Ambos se adentraron en las aguas. Más atrás se podían ver otras personas intentando sacar cosas de una casa ayudándose de gruesas placas de espumaplast para flotar y no mojarse.
Pasado el mediodía llegaron baños químicos, para atender las necesidades de los vecinos evacuados. Fueron distribuidos por toda la zona.
Al promediar la tarde una neblina comenzó a caer y se fue cerrando con el pasar de las horas. El agua se mantenía tranquila pero cubriendo una extensa zona al norte de camino Carrasco.
Llegada la noche los jóvenes del barrio improvisaron guardias en los alrededores de las viviendas vacías para prevenir posibles saqueos.