Por Víctor Carrato
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Corría el primer mes de 2016. Un día Alyosha vio entrar a un veterano robusto con cejas muy grandes a un boliche frente al geriátrico donde se encontraba internado Végh. No era la primera vez que lo veía. Le preguntó si era ingeniero y le dijo que sí. “¿Usted es Végh Villegas?”, le preguntó Alyosha. “Sí, venga, siéntese en mi mesa”, le respondió.
Desde entonces ambos se encontraron varias veces.
Así Alyosha se enteró de que Végh se había autointernado en el geriátrico, frente al boliche, hacía dos años, en 2014. También supo que había vendido su apartamento de Pocitos y toda su biblioteca en la librería Ruben por vintenes. Se dialisaba dos veces por semana, lo que no le impedía tomar sus etiquetas negras cuando volvía. Como él podía caminar, se mandaba sus vueltas por el Expreso Pocitos, donde habitualmente paraba y, si no, cruzaba para tomarse unos whiskies frente al geriátrico. El hombre estaba muy lúcido y le gustaba contar muchas historias.
En un momento Alyosha le preguntó cómo hacía para lidiar con los militares, siendo el ministro de Economía. Le recordó que incluso los presos políticos de aquella época se manijeaban con las contradicciones entre Végh y los militares. Sin embargo, el ingeniero le dijo que no tenía mayores problemas porque ellos reconocían que no eran capaces de manejar la economía. Pero confesó que él estaba más cerca de Christi y los Zubía. Con el que reconoció que demoró en acercarse fue con el Goyo Álvarez. La única vez que Végh amenazó con renunciar fue cuando cambió toda la regulación del sistema financiero.
Alejandro Végh Villegas fue ministro de Hacienda entre 1973 y 1974 y entre 1983 y 1985, durante la dictadura. Tres años en total. Fue también embajador en Estados Unidos ente 1982 y 1983. Posteriormente ocupó cargos en el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Organización de Estados Americanos y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.
Era un hombre de hablar pausado y cortés, de inmensa cultura, lo cual no va en desmedro de las acciones del gobierno del cual participó. Le gustaba el whisky, la conversación, y las mujeres hermosas. Era un hombre de Harvard y, como tal, podía hablar horas de Keynes, a quien no quería pero llamaba familiarmente “Maynard”, por su segundo nombre. Alyosha escuchó tantas veces a Végh hablando de Keynes y Schumpeter, que a veces se cansaba. En sus largas charlas contaba sus conversaciones con Milton Friedman, a quien admiraba, y con Henry Kissinger, con el que tuvo dilatado trato.
El ingeniero había nacido el 17 de octubre de 1928 en Bruselas. A su padre, el también ingeniero Carlos Végh Garzón lo habían enviado allá en misión gubernamental para comprar trenes. Carlos Végh Garzón fue ingeniero, empresario y también político uruguayo y participó de la fundación de Ancap, aunque, según su hijo, siempre estuvo en desacuerdo con la producción de alcohol. Perteneció al riverismo, sector conservador dentro del Partido Colorado, ocupó el Ministerio de Hacienda en 1967, durante la presidencia del general Óscar Diego Gestido. Un año más tarde fue presidente del Banco de la República Oriental del Uruguay, en calidad de interventor, bajo el mandato de Jorge Pacheco Areco. Casado con Sofía Villegas Suárez (bisnieta del presidente artiguista Joaquín Suárez), fue padre de Alicia, María Teresa, Sofía, Beatriz, Marta y también Alejandro Végh Villegas. Asimismo, entre otras varias actividades, fue presidente de la Cámara de Comercio entre 1962 y 1964 y constituyó el Consejo de Administración de la OIT.
Alejandro Végh Villegas, que acaba de morir a los 89 años, se recibió de ingeniero industrial por la Universidad de la República en 1953 y luego se doctoró en Economía en la Universidad de Harvard (EEUU). Fue ingeniero industrial, economista y político. Estuvo casado con Suzanne Gramont, de quien se divorció cuando volvió al Uruguay, después de haber representado a Argentina y Uruguay en el FMI.
“Más a la derecha que yo no hay nadie”, le dijo un día a Alyosha. Aunque después hablaba de “la execrable dictadura”. Tanto hablaba de eso, que su amigo Gonzalo Aguirre comenzó a usar el latiguillo en sus editoriales de El País.
En 1976, Végh Villegas viajó a Buenos Aires y supuestamente se propuso una salida a través de una mesa de negociaciones entre civiles y militares. Entonces habló con Zelmar Michelini, que por entonces estaba acompañado por Luis Pedro y Zelmar, sus hijos. Végh aceptó la existencia de un memorándum al declarar ante la investigadora parlamentaria en 1985. En su testimonio reconoció que había planteado una salida negociada y que los crímenes en Buenos Aires imposibilitaron todo diálogo entre el gobierno cívico militar y la oposición. En las actas, Végh reconoció que días antes de los asesinatos tuvo una reunión “casual” con Zelmar Michelini, a quien “encontró” en una confitería de Buenos Aires. Végh Villegas declaró ante los diputados que hablaron de Uruguay, pero no le planteó directamente su propuesta para una salida. Lo mismo le contó Végh a Alyosha unos meses atrás.
Particularmente en el Ejército, un grupo de militares rechazó radicalmente la propuesta de Végh. El episodio terminó con el asesinato de Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, William Whitelaw y Rosario Barredo, la desaparición de Manuel Liberoff y el intento de asesinato a Wilson Ferreira Aldunate, que escapó por minutos. Végh Villegas declaró en la comisión investigadora parlamentaria sobre estos asesinatos porque el tema le importaba mucho, según dijo, y lo tomó de sorpresa. “Creo que el episodio es el peor de mi vida política. No me puedo olvidar. Marcó mi actividad en adelante”, confesó Végh. Dijo que le tenía afecto y valoraba a Michelini, pero que su amistad era con su hermano, Pedro Michelini, con quien fue compañero desde la niñez.
Végh le contó a Alyosha que no había conocido al coronel Ramón Trabal.
El 24 de setiembre de 1974, Végh liberó por completo el mercado de cambios de monedas, que permanecía bajo control gubernamental desde octubre de 1931, salvo el breve período del intento liberalizador de Juan Eduardo Azzini iniciado en enero de 1960 con su reforma monetaria y cambiaria.
También se liberaron los precios de casi todos los artículos de consumo, el de los alquileres de viviendas y locales, se derogaron las cuotas de importación, se planeó reducir gradualmente los aranceles y se promovió la industria y las exportaciones no tradicionales. La economía fue liberalizada. Fue el principal artífice de la apertura económica de la década del setenta como liberal ortodoxo que fue. Pensaba que Uruguay podía ser “una pequeña Suiza dentro de este continente subdesarrollado”.
Cuando Alyosha hablaba con Végh notaba que el ingeniero no creía que se las sabía todas, incluso contó que fue columnista de Caras y Caretas durante un buen tiempo y se reunía con el doctor Grille y el contador Carlos Luppi en el Expreso Pocitos. Eso lo divertía mucho. A Luppi, reconocido keynesiano, le obsequió una edición príncipe de Las consecuencias económicas de la paz, de incalculable valor, pero acompañado por un volumen de Schumpeter. Cuando el agraciado quiso rechazarlos con cortesía, le contestó que igual los iba a tirar, así que mejor que se los llevara.
Una vez mantuvo una entrevista en CX 36 radio Centenario y habló con gusto con Efraín Chury. Le confesó a Alyosha que compartía con Astori la idea de profundizar una mayor apertura de la economía, la flotación del tipo de cambio, la simplificación, con esta legislación en la reforma tributaria, la reforma del Estado y su posición contra los monopolios.
En diciembre de 1975 se opuso al plan político de Bordaberry, que suponía la sustitución de los partidos por “corrientes de opinión” y la instauración de un Estado corporativo, y defendió la vigencia de los partidos políticos y una transición gradual hacia la democracia.
“Sobre mi experiencia personal –más política que técnica– de muchos años al lado de la conducción económica uruguaya, de la brasileña, la argentina y como observador en Washington en el propio Fondo Monetario y en otros lugares, yo diría que es técnica en cierto aspecto, pero tiene mucho de fondo emocional y político, es que es mejor ser independiente de la burocracia del Fondo, no porque la burocracia sea mala, odiosa, conspirativa o corrupta. No, es buena, yo la conozco, estuve vinculado a ellos, no como asesor, pero sí como amigo y conocedor, y después fui director ejecutivo del Fondo designado por Argentina, Uruguay y Chile en toda la gestión del nombramiento del presidente Lacalle, así que estuve dos años mirando esta burocracia en el nivel máximo con el señor Camdessus encabezando el directorio. Tengo buena opinión en particular de la calidad personal del equipo. Mi hijo fue miembro muchos años”, contaba Végh.
Si uno es miembro del FMI, puede ser miembro común y corriente, socio, digamos, pero no tiene por qué pedirle plata prestada ni someterse a ningún programa de vigilancia del organismo. Los grandes países, los países más importantes y más serios, mejor manejados, rara vez han recibido un préstamo del FMI. Inglaterra lo recibió una o dos veces, EEUU nunca, Alemania no recuerdo, Italia alguna vez, pero más bien como excepción. Y Uruguay, por ejemplo, que fue miembro desde el comienzo, desde 1944 hasta el año 59 o 60 en los gobiernos del Partido Colorado, nunca pidió un préstamo al Fondo Monetario. Después sí. De manera que esto varía mucho con la voluntad de los países, relataba Végh.
Cuando Alyosha le preguntaba por la inversión extranjera, Végh decía que él no tenía mucha experiencia con ella en el sentido que no había asesorado a empresas que invirtieran en Uruguay o en algún país de la región. Pero por conocer a los empresarios, había tenido alguna relación y sabía por qué invertían. Recordaba que en la universidad de Harvard, justamente, un curso que tomó en la escuela de leyes, el Harvard Law School, como complemento de sus cursos de economía política, que era muy interesante, era un curso sobre la experiencia en inversiones. La conclusión era que los inversionistas les dan mucha importancia a la estabilidad jurídica y a las reglas de juego no caprichosas y estables en los países y le dan muy poca importancia, o prácticamente nula, a los incentivos fiscales, digamos a una exoneración tributaria o un permiso, porque se sabe que eso cambia y simplemente lo que las exoneraciones tributarias a inversionistas discriminan en favor del inversionista extranjero; la regla básica para él era “no discriminarás”. Es decir, no tratarás a los inversionistas extranjeros ni mejor ni peor que a los tuyos. Incluso es mejor que casi se ignore la nacionalidad del capital.
Una tapa de Caras y Caretas lo mostró sentado en una mesa con la familia Peirano. Hasta ahora no apareció ningún indicio de que Végh tuviera que ver con el fraude de 1.500 millones que aún está sin resolver.
Végh le decía a Alyosha que la política monetaria fue virtualmente neutra en los últimos 40 años, es decir, después de los últimos cambios que él mismo realizó.
Alyosha pensaba que no es cuestión de condenar o aplaudir a una figura como el ingeniero. Pero recordaba que hacía un tiempo le había pedido que lo contactara con un viejo dirigente de la central sindical con quien había tratado a la salida de la dictadura. Era un dirigente comunista al que le tenía mucho aprecio. Alyosha consiguió el contacto y se reunieron varias veces. Végh decía que a él le gustaba tener adversarios de fuste.
Hay gente cuya vida no terminaremos nunca de entender.