Plef había pintado su último grafiti el jueves pasado. Un chalet abandonado y tapiado que encontró al pasar por la zona de Punta Gorda lo sedujo a la primera mirada. Y lo “marcó”, como marcan los artistas callejeros los mejores sitios para desplegar su arte.
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Regresó allí unos días más tarde, como siempre, en su bicicleta. Con la mochila en la espalda cargada de aerosoles y la idea fija en la cabeza del que sería su último gaffiti. Trabajó sin descanso, hasta ver su obra terminada. Le fascinaba dejar su marca en los muros grises de un Montevideo que invita a pintar.
Plef era un perfeccionista. No le gustaba dejar detalles librados al azar. Siempre volvía a retocar su obra, hasta el mínimo detalle.
Para eso regresó el sábado. Quería retratar su trabajo, para poder apreciarlo en fotografías y observar cada centímetro, sin dejar nada librado al azar.
En eso estaba cuando lo encontró la muerte. Observando con placer su último graffiti.