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Mundo

Argentina y el peronismo

Política y economía, rehenes de la pandemia, la grieta y el resentimiento

Peronismo, ese hecho maldito de la política argentina, de ayer y de hoy. Este último 17 de octubre se cumplieron 75 años del nacimiento del peronismo, o del Día de la Lealtad. Así fue llamada aquella jornada iniciática de un movimiento que cobijó y brindó entidad y capacidad organizativa a millones de trabajadores y trabajadoras, que años antes habían hurgado sin mayor suerte en el anarquismo, el comunismo o el socialismo.

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Por Martín Adorno

 

En 1945, el coronel Perón, entonces secretario de trabajo, había motorizado los tribunales en defensa de los nuevos derechos laborales, promoviendo la indemnización por despidos, estableciendo el estatuto del peón rural y el del periodista, además de firmar 450 convenios colectivos de igual tenor.

El 12 de octubre de ese año, la cúpula militar que observaba con atención y recelo el crecimiento del nuevo referente político y social, decide detenerlo y enviarlo a la prisión de la Isla Martín García / Timoteo Domínguez, por sus presuntas y desmedidas ínfulas de sedición.

Tres días después, diferentes gremios, como el de azucareros o el de la carne, comienzan una huelga pidiendo su liberación. El miércoles 17, millones de personas autoconvocadas y sin redes sociales comienzan una peregrinación espontánea hacia la Plaza de Mayo.

Desde La Plata se organiza una columna que atraviesa el conurbano y arrastra obreros de las fábricas del sur hasta el Riachuelo, donde la policía había levantado los puentes. Pero la gente cruza en balsas facilitadas por los portuarios o nadando, y llena camiones y tranvías que se dirigen hacia la plaza. Nada detendrá aquel “aluvión zoológico”, titularía la prensa hegemónica de mediados de siglo. Y tenía algo de razón. Las multitudes invadieron la ciudad con el tesón del misterio de las cigarras, cuando nacen todas juntas.

Esa tarde noche, Perón, que había sido traído a una clínica en Buenos Aires, es liberado, y junto a Eva, Evita, da un discurso que pega de lleno y para siempre en el pecho de la clase obrera. Comienza un ciclo que ya no se detendrá, a pesar de los bombardeos, el derrocamiento y las proscripciones. O a pesar de las bombas, los fusilamientos, los compañeros muertos, los desaparecidos, dice una de sus varias canciones.

Diez años después, alrededor de 30 aviones bombardearán la Plaza de Mayo y la Casa Rosada, matando a más de 300 personas e iniciando el exilio del general. Un exilio que se extenderá por 18 años. Pero Perón vuelve. Vuelve y es elegido por tercera vez presidente, casi dos décadas después.

 

Odio para hoy, grieta para mañana

La grieta no es nueva en Buenos Aires. San Martín y Belgrano contra Rivadavia y Alvear, en libertadores contra colonialistas. Rosas y Artigas contra Lavalle y Sarmiento, en Federales contra Unitarios. Industrializadores y desarrollistas contra agrícologanaderos exportadores. Finalmente, fueron los segundos de cada contienda quienes más tiempo ocuparon el poder, y el peronismo no formó parte de ellos, a excepción de la década del 90, con Menem.

Distinguir cuáles han sido los cambios estructurales llevados a cabo por algunos peronismos, en contraposición a todos los macrismos, ayuda a comprender un poco la situación política y económica actual, distorsionada por la pandemia.

Este 17 de octubre, miles de seguidoras y seguidores de Alberto y Cristina Fernández salieron por primera vez a las calles desde el 10 de diciembre último -cuando la dupla gobernante inició el arduo, complejo y complicado camino de recuperación política y económica del país-, para conmemorar la gesta de 1945. Lo hicieron en miles de vehículos y fue una suerte de desahogo y, a la vez, una demostración de fuerza y de “lealtad” para con los Fernández.

Sucede que todas las manifestaciones de este año habían sido organizadas y llevadas adelante por la aún dolida nuevamente oposición. Y fogoneadas por los medios afines, con pulsiones anticuarentena, anticomunistas, terraplanistas y macristas recalcitrantes.

Pero el factor común, sin duda, era el antiperonismo. O el antipueblo, pues abundaban las consignas profundamente antidemocráticas. A esta fracción de la sociedad no le importa ni discutir ni reducir la grieta. Pueden ser golpistas en potencia. Pretenden que el gobierno fracase y que se vaya, aunque eso pudiera arrastrarlos a ellos al mismo “infierno”.

Acaso porque saben que la situación crítica tarde o temprano requerirá habilitar las balanzas de la justicia social y esto es que quienes más tienen más aporten. En general se los puede caracterizar como meritócratas vacuos, individualistas, lacayos aspiracionales oscuros, políticamente insustanciales, pero con capacidad de ganar elecciones. Y no se debe cometer el error de subestimarlos.

Por estos motivos, fomentan la desobediencia al aislamiento social y después tildan al gobierno de inoperante e incapaz cuando las cifras de muertes por covid se multiplican. El comportamiento es muy extraño y aberrante. Patológico proyectante y lleno de veneno.

 

Empoderados 3.0: unos y otros.

Hace dos meses, Alberto anunció la estatización de Vicentin, dado que la empresa defraudó al estado en múltiples ocasiones, llegando a sacar 350 millones de dólares a sola firma del Banco Nación, cuando Macri ya había perdido las elecciones. Casualmente, Vicentin, gigantesca empresa vinculada a la exportación, y con gran capacidad de incidencia en la formación de precios, había sido uno de los mayores aportantes a la campaña de Macri. El leitmotiv del gobierno también era el aporte a la soberanía alimentaria. No faltaron quienes pusieran el grito en el cielo, temiendo una “arremetida comunista”, y Alberto aquietó el horizonte esperando “propuestas superadoras”. Aún las espera.

Negros de mierda. Zurdos resentidos. Hay que matarlos a todos”, dice un audio que está circulando por las redes y por WhatsApp. Son algunos patrones de estancia y sus botones aspiracionales de Entre Ríos. Están indignados porque Dolores Etchevehere, hermana del expresidente de la Sociedad Rural y -paradójicamente- exministro de Agricultura (o Agroindustria), Luis Miguel Etchevehere, se reveló ante la familia tras años de sometimiento, entre otras causas, por su condición de mujer.

Dolores comenzó a investigar las maniobras fraudulentas de sus hermanos en lo que respecta a los bienes heredados, y encontró todo tipo de defraudaciones. A ella, a terceros, y al propio Estado. Lleva 11 años de investigación y denuncias en la Justicia, sin ningún resultado positivo.

Pero, además, Dolores decidió donar el 40% de su patrimonio territorial, al Proyecto Artigas. Una red integrada por movimientos sociales, profesionales del derecho, la comunicación y el cuidado del ambiente que actúa conjuntamente en aquellas causas en que se vulneran los derechos de la Tierra.

De expresiones como estas estaban llenas las marchas previas al 17 de octubre, pues claro, ellos también se sienten con más derechos a defender las prerrogativas de determinadas estirpes socioeconómicas acomodadas. Aunque -nobleza obliga- no se veían muchos millonarios en las movilizaciones, sino más bien a sus lacayos.

La impunidad moral “natural” para juzgar, deleznar o someter pertenece a quienes deciden los parámetros de juzgamiento. Y no abundan los casos de altos magistrados provenientes de los sectores más humildes del pueblo. Cuanto más se ha avanzado en la lucha por los derechos de los postergados, más se ha profundizado la grieta con los conservadores privilegiados que se muestran sin pudor, más violentos y reaccionarios. La derecha y sus adláteres han abandonado las redes, y poco a poco, salen a las calles.

Está claro que el odio hacia los proyectos progresistas en la región sigue vivo, muy vivo. Sobran ejemplos. Y horadar permanentemente a un gobierno mediante la búsqueda de desestabilización, crisis de representatividad, lawfare, devaluaciones, corridas cambiarias, campañas de manipulación de subjetividades, fake news o linchamiento mediático judicial, a esta altura, más que síntomas, son hábitos de época.

Uno de los más grandes intentos por destruir a Cristina consistió en buscarle cuentas offshore a fines de 2015 y principios de 2016. Pero, más paradojas del destino, en los Panama papers y en los Paradise papers, aparecieron decenas de cuevas oscuras de Macri y su familia y ninguna de ella. Poco después se supo de varios autopréstamos que la familia Macri se hacía para mover dinero sucio, y el mismo expresidente acabó reconociendo hechos delictivos. Pero nada ocurrió, su padre había muerto, y con esa muerte, los chivos expiatorios revivirían.

A decir verdad, el resentimiento insoslayable, abunda en los sectores referenciados en Macri, y es ciertamente comprensible. El macrismo esperaba quedarse 30 años en el poder, pero sus políticas y economía fueron tan voraces y aciagas que fue el único gobierno de la historia que, pretendiendo ser reelegido y teniendo todo el poder de su lado -medios, redes, corporaciones transnacionales, entidades financieras, jueces, servicios de inteligencia, embajadas y hasta el FMI-, no pudo ser reelegido. Y encima perdió por un 20% de diferencia. Es decir, apenas había comenzado a “resarcirse”, cuando ya se tuvo que volver a ir.

Como agravantes, vale recordar que, con errores y todo, durante los años previos a la era macrista, el gobierno de Cristina recuperó y estatizó recursos que estaban injustificadamente en manos de las compañías afines al macrismo, como los fondos de jubilación y pensión, la petrolera y la aerolínea de bandera. Desendeudó el país e impuso paritarias cuyos resultados estuvieran siempre por encima de la puja distributiva llamada inflación, abrió 14 nuevas universidades públicas y gratuitas, lanzó al espacio satélites propios, proclamó la Asignación Universal por Hijo, promulgó la Ley de Matrimonio Igualitario, entre tantas otras herejías.

Pero, como si todo esto no fuera suficiente, hay algo que terminó de enfurecer al establishment y que jamás se le perdonará a Cristina. Osó intentar democratizar los medios y la justicia, y le puso nombre y apellido al poder real, al que -encima- le volvió a ganar, ahora con Alberto.

Si se hace un listado de los principales enemigos de aquel peronismo y de este kircherismo, allí estarían:

  • Grandes terratenientes y exportadoras multinacionales evasoras del agro. Igual que con Perón.
  • Grupos financieros especulativos concentrados. Igual que con Perón.
  • Corporaciones de servicios públicos nacionales y transnacionales. Igual que con Perón.
  • Cadenas de grandes comercios formadores de precios de alimentos. Igual que con Perón.
  • Laboratorios de manufactura, importación y exportación de medicamentos. Igual que con Perón.
  • Medios de comunicación concentrados. Igual que con Perón.
  • Poder judicial, incluida la Corte Suprema, palanca histórica de la oligarquía. Igual que con Perón.
  • Servicios de inteligencia operando desde las sombras. Igual que con Perón.
  • Embajada de EEUU. Igual que con Perón.

El peronismo, ese inefable sujeto político colectivo que solo se da en Argentina, sigue siendo esa piedra en el zapato de la oligarquía. O, al decir de John William Cooke, estrecho colaborador de Perón, platense, marxista, peronista, apoderado del partido cuando el exilio del general, “ese hecho maldito en la política argentina”.

Nobleza obliga, lo único que ha cambiado respecto de los enemigos de siempre, es (una parte de) la iglesia. Pues claro, el papa, además de argentino, es peronista.

 

El macrismo solo ha perdido las elecciones.

Mucho ha cambiado en estos 75 años en Argentina. Pero el odio de clase y la propensión al desclasamiento, cual síndrome de Estocolmo, no tanto. Tampoco la concentración de las riquezas y recursos en cada vez menos manos, que solo se ha frenado un poco en los años kirchneristas. Pero antes y después -dictadura mediante-, continuó con su avance implacable de la mano de las nuevas formas de mercado, reduciendo la política, el Estado y el gobierno a un plano de gestión con la menor posibilidad de injerencia en asuntos financieros o de economía.

Durante el peronismo kirchnerista, como dijera el economista radical, menemista y macrista Rosendo Fraga, “la gente se había malacostumbrado a que, con su salario, pudiera cambiar el celular, la tele o irse de vacaciones”. Léase: ¿Cómo un trabajador podía aspirar a que su trabajo le permitiera vivir y hasta osar tener dignidad? ¿Qué es ese oprobio?

Esas palabras condensan varias de las luchas de estas siete décadas, y son la contracara de un país que recurrentemente se vierte en un embudo de fuerzas antagónicas y centrípetas cada vez más vertiginosas y sin atisbo o asidero alguno de sosiego, al menos en el corto plazo.

Tanto fue así en el gobierno de Macri, que los CEO de diferentes sectores privados, fueron ministros de las áreas “afines”. Algo así como poner un zorro a cuidar el gallinero, dijo oportunamente el actual gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. La incompatibilidad de funciones atestó de conflictos de intereses la “gestión” macrista, pero no importó. CEO de compañías aéreas, empresas automotrices o peajes al frente de la cartera de transporte. Presidente del Banco Central y ministro de Finanzas como vendedor y comprador de bonos de deuda nacional, y con cuevas offshore, al igual que los ministros de Economía. CEO de Clarín en los Sistemas de Medios Públicos, oficina anticorrupción a cargo de una funcionaria. Sí, macrista.

Con todo lo expuesto, hay que reconocer pues, que el macrismo y sus socios mediáticos y judiciales constituyen una enorme factoría de changüís de impunidad. No importa cuán cerca de la inimputabilidad o de la criminalidad hayan estado sus referentes, no han pagado un solo costo político más allá de las urnas. Sin embargo, como veremos luego, no fueron los latrocinios éticos o políticos, o la acumulación de incapacidades lo que los llevaron a la derrota, parcial.

Sucede que, no obstante estas enormes dificultades en relación a lo que podría entenderse como un conjunto de facultades o, al menos, aptitudes para la función pública, el macrismo ha hecho muy bien aquello que se propuso hacer. Podría decirse, casi de manera perfecta.

Por ejemplo, la principal diferencia entre la devaluación de Macri y la de Alberto reside en que el primero la promovía y defendía, con su propuesta de “valor flotante, regulado por el mercado”, mientras que el gobierno de Alberto, padeció una fuerte corrida cambiaria. Una expresión que lo confirma fue aquella de Macri el 11 de agosto de 2019, cuando se vio derrotado por una enorme diferencia por la fórmula integrada por los Fernández, mandó el dólar -o autorizó que esto ocurriera- de 40 a 60 pesos. Para este entonces, un 600% por encima del precio al que lo había recibido.

El “mercado” hoy tiene suficiente poder nuevamente como para no necesitar del parlamento a la hora de ajustar y precipitar ganancias. Esto es: si una ley de reforma laboral o previsional no saliera por el congreso, el ajuste lo hará de hecho el mercado, por caso, devaluando.  Con la misma cantidad de dólares, se pueden adquirir cada vez más pesos y pagar más salarios.

Claro que la devaluación tiene como respuesta primaria, el aumento de precios. Y, en el caso de la puja distributiva, las empresas saben detalladamente cuánto gana un ciudadano de distintos estratos socioeconómicos, cuánto gasta, en qué gasta, cuáles son sus gustos o necesidades, y lo tensiona, lo presiona; lo exprime.

Así, si el pan está 100 pesos, pero los molinos harineros y los supermercadistas saben que el ciudadano medio puede pagarlo seis pesos más, se encargarán de ajustar el precio lo más rápidamente posible. La nafta, la yerba, el gas o la cuota de la heladera correrán la misma “suerte”.

 

Grietas y economía de guerra, sin guerra

Argentina es un país cuya matriz productiva arroja números asombrosos. El 70% de lo que se exporta, resulta del agro. Pero el agro suele evadir, subfacturar, sobrefacturar, triangular exportaciones y prácticamente no genera valor agregado ni volumen de trabajo.

El 80% del trabajo lo generan las PYMES de producción y comercialización. Y el 75% de lo que se produce en Argentina se consume en Argentina.

A su vez, el mercado interno, de la mano de una industria liviana latente, ubica al país en un incómodo lugar, que adquiere características de economía de commodities y a la vez emergente, en constante pugna con los poderosos intereses internos y foráneos.

Alberto recibe el país atravesado por el mayor y más rápido proceso de endeudamiento en lo que va del siglo, en el mundo, con la enorme dependencia que eso implica. Y con una pandemia de proporciones desconocidas, en su capacidad de daño. El escenario se completa con otros legados y consecuencias, como dolarización de servicios y tarifas. Corridas cambiarias y devaluaciones constantes. La mayor y más rápida fuga de capitales. Inflación que no baja de 2,7% mensual. Una corte de justicia rancia y ultraconservadora. Medios hegemónicos concentrados en muy pocas manos que generan el 80% de la información del país y deciden de qué se debe hablar en cada ascensor. Cientos de incendios en el interior. Desencuentros diplomáticos en materia de policía exterior. Y asimetrías económicas inusitadas. Los grandes dueños de los dólares son cada vez más ricos, casi semana a semana, y el resto, ergo, más pobre.

25.000 pymes fueron cerradas por el macrismo antes de la pandemia. Alberto Fernández le hace frente a una economía de guerra, sin guerra, pero con 28.000 muertos -hasta ahora-, y en la que quienes fogonean el desacato a los cuidados festejan el número de fallecimientos.

Macri tomó dólares, levantó el cepo cambiario, adquirieron “lícitamente” los dólares, y una vez afuera, volvió a poner el cepo. Pero la deuda con el FMI fue para paliar el vaciamiento que el mismo macrismo había generado y evitar el default.

Con todo, el macrismo y Macri fundamentalmente ansían -y en cierta medida parecen estar “logrando ese logro”- que la pandemia genere suficiente humareda como para cubrir y encubrir la responsabilidad de los latrocinios cometidos por ellos. Pero lo cierto es que hoy, la población común, que solo quiere trabajar y llegar a fin de mes, no puede comprar alimentos, en un país hecho de alimentos.

Como sea, los hacedores de la grieta, pueden ser unos u otros. Pero quienes salen favorecidos con ella no son las mayorías. Y quienes la agrandan y fogonean son quienes salen favorecidos.

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