Muchas veces se dice que las políticas sociales y la diplomacia son los eslabones más frágiles de este gobierno, aun desde las filas de este. A nosotros nos gusta más llamarles el talón de Aquiles. Los eslabones se cambian y todo queda como está. Cuando al “de los pies ligeros”, como lo llaman en La Ilíada, le alcanza una flecha en el talón, murió. Así de frágiles son estos temas para el gobierno.
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Muchos países tienen un ministerio de Economía y otro de Finanzas. Nosotros no. Ello facilita la confusión entre una cosa y otra. Si cierran las cuentas fiscales, la economía anda bien. Y se ha impuesto como un mito que si no hay déficit, hay prosperidad. Es fácil demostrar que no es así. De la recesión más grande de EEUU, Roosevelt salió aumentando el gasto público y aumentando así la demanda. No era comunista, ¿no?
Pero nos han vendido el tranvía, que si los números fiscales cierran y no hay déficit, el país goza de buena salud. También nos dijeron que éramos los mejores en defender la salud de la gente y seguimos haciendo primera planas (esta semana fue The Washington Post, antes The New York Times) poniéndonos a la cabeza de las lista negra de muertes y contagios por millón de habitantes. No son diarios comunistas, ¿no?
No existe la salud de la gente si hay récord de muertos ni salud de la economía si es a expensas de la miseria de los sectores más vulnerables. La pandemia ha cerrado actividades completas, generando desempleo, marginalidad, 100.000 nuevos pobres. No importa el déficit fiscal, “sino la felicidad de la gente” (WFA). Ante este fracaso, se cortó el eslabón más débil: Barthol. Nadie derramó una lágrima, pero todo sigue igual
El otro talón de Aquiles es la política exterior.
El primer viaje del canciller Bustillo fue a EEUU a visitar a Mike Pompeo. Dos días después, su Presidente, Donald Trump, perdía las elecciones al haber alcanzado Biden los 270 votos electorales. Diez semanas después dejaba de ser secretario de Estado. ¿Alguien puede pensar en una explicación a esta locura? Cuando yo era joven, por mucho menos, no caía el canciller, sino el gabinete entero.
Un tema monopoliza las inoportunas conversaciones: la gratitud de Trump por el voto de Uruguay por su candidato a la presidencia del BID, Mauricio Claver-Carone. Bustillo le dijo que los deberes cursados por teléfono habían sido cumplido al pie de la letra. Nunca se sabe que habría pedido a cambio. Quizás, al mejor estilo cipayo, fue gratis. Si es que hubo cambio de figuritas, se llegó tarde. Varios países, como Argentina, que tenía su propio candidato, procuraron dilatar la votación hasta que se conociera el resultado electoral. Uruguay no quiso.
El saldo negativo para Uruguay: molestia del gobierno argentino (no votó su candidato ni hizo consenso para demorar la elección), malestar del nuevo gobierno de EEUU. Molestia dentro de la coalición, cada vez más descolorida: Sanguinetti había firmado dos -por falta de una- cartas a nivel internacional contra ese voto. Sostenía que los países “no prestatarios” (EEUU entre ellos) no podían ocupar la presidencia. Señalaba la inconveniencia de votar a Clever-Carone para la presidencia del organismo en un momento tan especial.
El presidente participa en dos cumbres de jefes de Estado y de gobierno por Zoom. Primero la del Mercosur, en Buenos Aires, luego la Iberoamericana, en Andorra. En cada una, se peleó con un jefe de Estado, en la primera con el anfitrión. ¿Alguien con experiencia diplomática le habrá dicho que hay cosas que se hablan en la bilateral? (Y si es posible, en privado). No, en ambos casos en instancias multilaterales, poniendo en situación incómoda a los participantes. Y en público.
El canciller integra la barra de rugby (Pocitos/Carrasco) en la que, de muchachos, llamaban al presidente el Manga, sobrenombre reservado solo para íntimos. Bustillo estuvo presente en el desayuno de festejo personal, reservado para “íntimos” del presidente electo, a la mañana siguiente de la elección (segunda vuelta, en la primera solo obtuvo 28%, el índice más bajo con que llega un jefe de Estado uruguayo al poder por elecciones). Es vox populi que el canciller ya sabía que le tocaba cuando Talvi aún ocupaba el cargo.
Ahora yo me pregunto: ¿qué culpa tiene Uruguay? A la salud de la gente, tema que ocupa la falsa cadena que todos los días ocupa el Poder Ejecutivo, debemos sumar la salud de la democracia: la salud de la supervivencia de los sectores más vulnerables. La salud de nuestra soberanía, que se expresa en su política exterior.