El mundo acaba de perder dos infinitamente pequeñas porciones de la enorme vastedad que constituye la humanidad. La parte buena de la humanidad, la que hace posible que sigamos creyendo en los seres humanos y confiemos en que, con errores, tanteos y aciertos, lograremos avanzar construyendo una sociedad más justa y más solidaria. Uno diría: ¿qué puede importar en la inmensidad del océano que saquemos una o dos cucharadas? Es cierto, no habría una disminución perceptible de ese inmenso caudal. Ni por dos cucharadas o por dos millones de litros. Sin embargo, el océano no es más que una infinidad de cucharadas de agua. Cada cual parecida a las demás, pero única, especial, imprescindible. Este sábado 17 de marzo hemos perdido dos hermosas cucharadas de humanidad. Muy pocos lo habrán advertido, pero todos quienes lo hicimos sentimos que se nos han ido dos ejemplos, dos hermosas personas. Dos granitos de sal, de esa sal que hace vivible la vida. Quiero contarles de esas vidas, pese a que pueda no interesarles, ya que se trata de dos desconocidos para la inmensa mayoría. Quiero contarles porque no me resigno a que ese desconocimiento engendre indiferencia. Sí, ha sido un día “normal”, dentro de la normalidad estadística que, si bien señala que hubo un grave asesinato político en Río de Janeiro y todo Brasil está conmovido por las manifestaciones de protesta, no registra nada trascendente. Se destina mucho más espacio informativo a analizar por qué y cómo perdieron sus partidos Nacional y Peñarol que a ese asesinato. O a la acusación de que asesinaron fríamente a una luchadora social que estaba inquietando el “orden” que se está implantando en nuestros vecinos. Pero ya volveremos sobre este asunto. Primero quiero contarles quién fue Pedro Bolaño; sobre todo, qué hizo y por qué lo hizo. Pedro, Pedrito, fue un trabajador municipal; ingresó a la Dirección General de Paseos en época de Barbato y, luego de un gran accidente que casi le cuesta la vida y le dejó secuelas importantes en una de sus piernas, se jubiló en 1985. Dicho así, nada sobre la persona. Pedro, desde siempre, fue una persona prolija y trabajadora. Cada sector tiene e imprime en sus trabajadores sus características específicas y Paseos formaba a sus obreros. Aquel que no terminase por tener un gran amor por las plantas y la paciencia del jardinero desentonaba. La tarea te forma; un árbol no crece en un día y un parque exige mantenimiento constante. Ojo alerta para darse cuenta si a una planta ornamental le faltaba o le dañaba un exceso de agua o de sol. Son hermosas en sí mismas, pero requieren paciencia y cuidado. Pues sí, Pedrito era un jardinero. También un trabajador consciente de serlo, de pertenecer a su clase y de la necesidad de sindicalizarse; de organizarse para luchar y soñar con una sociedad mejor. Como tal, fue delegado de su sector e ingresó a la directiva de Adeom luego de la terrible derrota del 60. Junto con otros reconstruyó ese sindicato que había quedado con menos de 500 socios y siete destituidos, por cuya restitución luchamos. ¿Un dirigente más? Sí, uno entre 15, que asumía la conducción de un sindicato enorme y variado. En algún momento, la vida nos palmea el hombro y nos desafía a tomar la alternativa. Capeás al toro o te sacás en traje de luces y te cortás la coleta. Esa hora llegó para Pedro, Porras y Lindner en el momento más duro de la dictadura, luego de mi prisión, cuando iban quedando cada vez menos compañeros en el local sindical. Local codiciado y asediado por Inteligencia y Enlace y por eso mismo frecuentemente allanado y cerrado. Pedro y Porras tomaron una decisión pequeña, pero que implicaba constancia, tenacidad y valor: mantener el luminoso de Adeom encendido. Día tras día abrían el local, atendían a los pocos compañeros que seguían yendo y encendían el luminoso al retirarse para apagarlo en la mañana. Parece poca cosa, un grano de sal en el salar, sin embargo, esa decisión les costó detenciones, algún palo, interrogatorios amenazantes y prohibiciones que ignoraron. Verbalmente “cerraron Adeom” cada vez que la allanaron, y fueron varias. No obstante, al otro día se volvía a abrir el local y se encendía el luminoso que proclamaba que nuestro sindicato seguía abierto. ¡Que nadie se rendía y que el movimiento sindical estaba vivo! ¿Poca cosa? ¿Heroico gesto? ¡Nada de eso! Simplemente la reafirmación diaria de que no nos habían arrasado. Es fácil destacar el heroísmo de quien se juega la vida en un lance. Tanto como es poco perceptible el heroísmo de quien constantemente corre el riesgo de cumplir la tarea que se impuso. En lo más oscuro de la noche dictatorial, el viejo luminoso de Adeom avisaba que estábamos vivos, resistiendo. Como un faro, para que lo vieran todos aquellos que necesitaban una señal que fortaleciese su ánimo. Pedrito fue un fraterno compañero, una buena persona en el más amplio sentido de la palabra, pero lo que quiero destacar, ahora que se nos fue, es que esa fue “su alternativa”. El momento en que decidís enfrentar o rehuir. Él asumió. La oscura, silenciosa y valiente responsabilidad de darle diariamente, a quien lo viera, la luz de un cartel que ya no existe. Cambiaron ese luminoso, pero en todos quienes supimos de esa pequeña y temeraria tarea persiste su recuerdo. Esa tarea la asumieron y cumplieron Pedro, que se nos fue, y Porras con quien seguimos militando como viejos fundadores y militantes de la CNT. Militancia que es más una reunión de viejos camaradas que otra cosa. Nos reunimos los que vamos sobreviviendo, discutimos del mundo y de nuestro movimiento sindical y tratamos, en lo posible, de mantener vivo el recuerdo de los que ya no están. El otro granito de sal que se nos fue del salar es Omar González, el obrero muerto en un desgraciado lance. Al girar el camión en el cual viajaba, salió despedido y cayó, golpeándose la nuca. Desde el momento en que lo recogieron el diagnóstico fue claro: irreversible. No hay un culpable en el accidente de ese obrero ejemplar y tampoco existe alguna responsabilidad en el chofer -que está esperando lo de los cincuentones para jubilarse-, que hoy está desconsolado, bajo atención psicológica, ni en su compañero. Omar, que el día anterior había participado, como todas las semanas, en la reunión de su seccional, el “Idilio Pereira”, esa noche no tuvo camión para salir con su servicio habitual, levantando contenedores. Una noche en el municipio E y otra en el CH. Como estaba “a la orden” y tenía buena letra, le pidieron que saliera en otro servicio que no era su tarea fija: la “pluma”, parte del servicio de contenedores. Se encarga de levantar los contenedores vandalizados, cargarlos y dejar uno sano en su lugar y, lo que es más frecuente, mover otros que, porque un automóvil u otra cosa se les arrimó demasiado, necesitan que los desplacen para que el levante lateral pueda vaciarlos. ¿A quién le importa si encontró un lugarcito justo para estacionar y dejó el auto demasiado pegado? Seguro, si se lo rayan o abollan, protestará vehementemente. No era la tarea en la que estaba habitualmente, pero nunca buscó excusas y su prolijidad garantizaba que la planilla en la que consta lo que se hizo y en dónde fuese legible. No se desparraman contenedores al voleo; se lleva control de su ubicación, su estado y la frecuencia con la que se desbordan. Y con qué se desbordan. La pluma es una grúa montada en un camión mediano, menos ancho que los de levante lateral y la tarea requiere dos obreros y un chofer, lo que hace que vayan un tanto justos y el subir y bajar constantemente vuelve poco práctico el uso del cinturón. Cuentan los compañeros que no hay un puesto fijo, queda en el medio quien subió primero y el otro va contra la puerta, que, dependiendo del ancho de los pasajeros, puede o no cerrar bien. Esta vez Omar iba del lado de una puerta cerrada a medias cuando el giro hacia la izquierda lo despidió. Trató de agarrarse de la puerta y finalmente cayó con trágico resultado. Un “accidente de trabajo”; el lado exterior gira mucho más velozmente que el interior y la puerta no se mantuvo cerrada. Un obrero, una persona que nunca le sacó el cuerpo al trabajo y que no hizo objeciones a esa tarea que no era la habitual; que concurría a trabajar sin excusarse en la licencia sindical y sin buscar ventajas ni hacer locuras. Un buen trabajador y una buena persona a la que el destino, si es que existe “algo” que determina nuestra suerte, señaló con el dedo y se lo llevó. Dolorosa muerte de alguien todavía joven, que estaba recomponiendo su vida con una nueva pareja que también lo estaba tentando luego de un primer fracaso. He leído mucha estupidez irresponsable y prejuiciosa acerca de este accidente. Que borracho, que haciendo una changa, que manejo irresponsable a alta velocidad, que el cinturón, que esto o lo otro. ¿Pero cómo? ¡Otra vez Adeom parando! En realidad, a la mayoría ni le importó porque, total, siempre muere gente en accidentes; ni le preocupa leer toda la noticia. Pero un granito de sal, una cucharada de agua, una infinitamente pequeña porción de la humanidad se perdió. ¿Recuerdan lo de las campanas? No preguntes por quién doblan, siempre lo hacen por ti.
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