Antes de entrar en el asunto de la “lesa democracia” que no se debe evitar, quiero dejar por escrito dos homenajes.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
El primero, que debí rendir en persona, a mi amigo Niko Schvarz, quien pronto cumplirá 90 años. Con ese pretexto, los compañeros que trabajaron en El Popular, que tanta falta nos haría hoy, festejaron los dos cumpleaños, el del diario y el de Niko. Debí haber estado, pero una circunstancia tan sorpresiva como ineludible me lo impidió. Hubiésemos pasado un buen rato con todos los veteranos y hubiese tenido la oportunidad de decirle a Niko lo que lo aprecio y respeto. Lo hago ahora.
El otro es el 84º aniversario del golpe de Estado del Dr. Gabriel Terra y del sacrificio de Baltasar Brum, quien con su sangre manchó para siempre a la dictadura. No lo vi en ningún medio, y era de esperar que la Convención del Partido Colorado, reunida justo ese día para expulsar a Francisco Sanabria, lo hubiese recordado. ¿Ni siquiera un minuto de silencio? ¿Unas palabras? ¡Vaya que están desmemoriados!
Ahora me interesa ingresar en un tema difícil, que no es únicamente lo que está pasando en Venezuela, sino lo que nos está sucediendo en nuestra América desde que el gran hermano del norte decidiera que ya era tiempo de que terminase el recreo.
Hace un tiempo que lo vengo advirtiendo: se nos acabó el recreo. Era una previsión, no una adivinanza. Uno analiza el reflejo imperfecto y deformado que le ofrecen los medios de lo que está pasando en el mundo, de lo que nos está pasando, y trata de escudriñar en el futuro utilizando esa información-desinformación, esa engañosa verdad que nos tratan de vender como “lo que sucede”, y la sopesa con lo que conoce y su razón para tratar de formular un pronóstico de lo que posiblemente pase.
Cuando dije que se había terminado el recreo, tuve en cuenta que la Nueva Agenda de Derechos que estaban llevando adelante los gobiernos progresistas en América Latina había nacido en el propio imperio y que tenía sus límites. No discriminación por opción sexual, nuevos derechos de la mujer, cierto impulso tendiente a una disminución de la pobreza extrema que incluyera más gente en la categoría de “consumidor” fueron cosas aceptadas como “políticamente correctas” por el imperio. Por eso se contempló con buenos ojos a los movimientos progresistas que estaban llegando al gobierno en los países latinoamericanos y que impulsaban esas reformas favorecidos por los buenos precios de los commodities. Se habían abandonado por absolutamente ineficientes a las dictaduras militares y era necesario procurar un recambio a los gobiernos neoliberales que las sucedieron, desgastados por las hambrunas que provocaba esa política económica. Ya lo sé, no en todos lados, la historia es asincrónica.
No me quiero extender, seamos claros: se nos permitió porque la presión amenazaba con hacer estallar “nuevas venezuelas” y se nos controló para que no fuésemos demasiado más allá. Pero, también, llegamos porque teníamos la fuerza para llegar, no fue un regalo, sino un consentimiento. Tal vez, un inevitable consentimiento.
En ese marco avanzamos, más o menos, según el lugar, y ahora nos encontrábamos ante el agotamiento de ese primer programa y la tentación de profundizarlo, con la enconada resistencia de los sectores conservadores tradicionales que quieren volver al poder que les parece “el mejor de los mundos posibles”.
Se volteó la tortilla y desde la caída de Zelaya y el golpe parlamentario a Lugo el viento se puso en contra. La ferocidad de las presiones algún día las enumeraremos. Así como nuestras debilidades e incapacidades. La cuestión es que hoy la derecha está en ascenso, prohijada por el imperio y entusiasmada por los logros locales.
El domingo pasado se jugó una importante baza en la segunda vuelta electoral en Ecuador y, con cierta independencia del resultado, el progresismo de Correa ha sido frenado por la baja de los precios del petróleo y la reestructuración de la derecha, que ha logrado darles la mano a movimientos ecologistas e indigenistas.
La misma baja del petróleo que inició la crisis económica en Brasil y en Venezuela. Arabia Saudita puede producir al precio que les sirva a los yanquis, quienes a su vez consumen ese petróleo barato y conservan sus abundantes reservas de petróleo de esquistos que necesitaría un precio cercano a los US$ 100 el barril para ser rentable. Por ahora lo tienen y lo guardan.
Tenemos dos crisis institucionales simultáneas: Paraguay y Venezuela, pero, para los medios, para la gritería, únicamente cuenta Venezuela.
Tal como yo lo veo, la Mesa por la Unidad Democrática (MUD) no pudo voltear a Maduro luego de su triunfo electoral en 2015 y Maduro, a su vez, pudo aguantar el cimbronazo de las manifestaciones, los bloqueos de calle, la carestía y la escasez, pero no pudo ni puede derrotar a la MUD. Un inestable equilibrio de impotencias que por el lado gubernamental trata de superar el sabotaje económico con intervención estatal mientras la oposición lo redobla y se juega a la intervención extranjera.
Nosotros también jugamos como peso o contrapeso en este empate. Nos empujan para que condenemos y nos lastiman en la herida, pero no queremos ni podemos condenar a Venezuela entregándola a la MUD. Condenamos los sucesos sin ponderar su corrección constitucional. La Constitución venezolana, distinta a la nuestra, copiando modelos europeos, le da esas facultades al Supremo Tribunal de Justicia. Este, con poco tino y mucho autoritarismo, disolvió a un Congreso que desde el 15 la desacata porque el Parlamento se aprestaba a votar una ley que daba entrada a los particulares en la explotación petrolera. Podrá estar dentro de sus facultades, lo cual es discutible, pero fue un monumental error político. La ley, abriendo el petróleo a los particulares, como el enjuiciamiento y destitución de Maduro por “abandono”, como los tres diputados que la Suprema condenó, ¡todos son epifenómenos pertenecientes a una realidad virtual! Ninguno tiene fuerza para imponerse. ¿Qué otra cosa podemos hacer, sino llamar a que las partes dialoguen a sabiendas de que la oposición no lo hará?
Es una situación casi imposible en la cual el peligro de una solución sangrienta está cada vez más próximo. Y 2018 parece muy lejano.
Me recuerda la situación de Nicaragua, decidida a no retroceder, agobiada por la guerra que le llevaban los contras y con las madres desesperadas viendo que sus hijos serían devorados por esa hoguera.
Nicaragua tuvo una Violeta Chamorro que permitió una salida y unos hermanos Ortega que aceptaron y limitaron esa salida. No veo nada parecido en Venezuela.
No puedo ignorar que en Venezuela hay corrupción (siempre que hay escasez crece); que el chavismo de Maduro no tiene la capacidad de apelar a las masas que tenía con Chávez y tampoco tiene cuadros con capacidad política y administrativa como para gobernar en permanente situación de jaque. Pero tampoco la oposición es algo compacto y menos tiene capacidad de convocatoria. Hubo una disolución del Parlamento. ¿Hubo una huelga general? ¿Un 9 de julio? Ni a favor ni en contra; la gente no se movió, y creo que no lo hizo porque no creyó que todo este merengue fuese el final de algo o el principio de algo nuevo. Hubo un retroceso y una vuelta a la situación anterior. ¿Pasó algo? La posición de la MUD de seguir enjuiciando a Maduro para propiciar un golpe o una intervención sigue igual. Como los nobles emigrados franceses, “no olvidaron nada ni aprendieron nada”.
¿Qué vamos a apoyar? No queda más que tratar de encontrar una salida negociada.
En cuanto a Paraguay, no adiviné, hice una previsión que se va cumpliendo. Dije que si Paraguay se ofrece al capital financiero internacional como un paraíso fiscal para instalar maquilas, con gobiernos favorables y sindicatos sin fuerza, Cartes tenía que buscar la reelección. En un país con un pasado de tanta inestabilidad la única forma de mostrar que lo ofrecido sería durable era empezando por la reelección del presidente. Pues, en forma antirreglamentaria, el Senado votó una especie de trabalenguas que traducido a buen romance habilita a una reforma constitucional que permite la reelección. ¡Sometida a plebiscito, por supuesto! Que, sin duda, sería “aprobado” por 99% de los votantes. Hay experiencia en ello.
Lo que uno no puede llegar a comprender es cómo se le ocurre a Lugo que esa maniobra con la que está colaborando le permitirá competir y ganar. No puedo entender cómo no se da cuenta de que la misma chanchada que se utilizó (con su colaboración) para habilitar el proceso de reforma constitucional se aplicará para declarar aprobada la reforma y, luego, para reelegir a Cartes.
Una especie de reafirmación de que los golpes no enseñan. ¡Ganariola, compañero Lugo! Ganariola.