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Programa de voluntariado: Otra manera de ayudar

El Programa de Voluntariado del Mides es una herramienta del Estado que viene dando sus frutos. Caras y Caretas visitó la Biblioteca Nacional, en horario de funcionamiento del Plan Ibirapitá, donde un grupo de adultos mayores se interiorizan en el funcionamiento de las tablets.

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Caras y Caretas Diario

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Por Isabel Prieto Fernández

 

La Biblioteca Nacional está ubicada sobre la avenida 18 de Julio, donde nace la calle Tristán Narvaja. El enorme edificio es custodiado por dos estatuas: una es de Miguel de Cervantes; la otra es de Sócrates. Por más forastero que sea quien la vea desde afuera, sabrá que está frente a un lugar inspirado por el intelecto. En su sitio web, la biblioteca se presenta como “un centro de investigación científica y de creación de conocimiento”. Nada más subir las escaleras, traspasar sus puertas sólidas primero, las de vidrio después, pararse frente a los archivadores, para constatar que lo que se dice del lugar es cierto.

La mayoría de la gente que transita el miércoles de mañana está dentro del rango “adulto mayor”, lo que hace al lugar más solemne aun. Eso si no se sigue a ninguna de esas personas. De hacerlo -tal el caso de Caras y Caretas-, se verá que, a mitad de un pasillo, abren una puerta identificada como la entrada a la Sala Acuña de Figueroa y se escuchan murmullos y risas. Se cierra la puerta y queda el silencio con el aroma a hojas viejas.

 

Dentro de la sala

Dante, el reportero gráfico, abrió la puerta de costado, para que yo pasara, y me siguió, quedando inmediatamente a mi lado. Dos mesas largas congregaban a estudiantes. Todos con una tablet en la mano. Sólo la mujer que nos recibió y el hombre que luego se acercó a nosotros tenían menos de 60 años; el resto superaba esa edad y la mayoría, con creces. Algunos, los menos, nos miraron interrogantes; otros, los más, siguieron en lo que estaban y sólo levantaron sus miradas del aparato cuando Leticia, la voluntaria, nos dio la bienvenida a voz en cuello. Algunas exclamaciones porque habían llegado periodistas, algunas bromas, un poco de dispersión y luego volvieron a lo suyo. Nada distinto a cualquier clase y nada igual a lo que la mente imagina frente a los adultos mayores.

El hombre joven resultó ser Pablo Marianovich, integrante del equipo técnico del Programa de Voluntariado del Mides. Buscó un lugar para charlar, lejos de estudiantes bulliciosos, y lo encontró: tres sillas en el pasillo y el silencio necesario para que la grabación pudiera escucharse clara. Justo lo suficiente.

 

El Programa de Voluntariado

“En el Plan Ibirapitá confluyen dos políticas públicas: una promueve la alfabetización digital de los adultos mayores; se entrega y distribuye una serie de tablets a veteranos que cumplen las condiciones, dándoles capacitación inicial para su uso; la otra es una red de puntos de apoyo para despejar dudas o inquietudes en cuanto al uso de la tecnología. Estos puntos de apoyo cuentan con talleristas del plan, pero también con voluntarios que durante unas dos horas semanales reciben las consultas de los pasivos”, comienza informando Marianovich.

Yendo a lo genérico del Programa de Voluntariado (comenzó en el año 2016, por lo que es relativamente nuevo, y, si bien lo impulsa el Mides, se trabaja en conjunto con otros organismos públicos), Marianovich explicó: “Tiene 14 áreas temáticas; cada una engloba distintos organismos públicos que son los que llevan adelante acciones en esa propuesta. Por ejemplo, en educación, están Primaria, UTU, Secundaria, Inclusión Ibirapitá y Ceibal. Hay otros en que están la Dirección Nacional de Medio Ambiente [Dinama], algún municipio, etcétera. Son más de 30 instituciones que, a veces, dependen de un ministerio, pero que abarcan temas desde políticas sociales, educativas, de vivienda, salud”.

De sus palabras se desprende que es un programa de participación sumamente heterogéneo, en que se encuentran desde centros de INAU de atención a la primera infancia, que es para niños de dos o tres años, y, el otro extremo etario, el Plan Ibirapitá o el Piñeyro del Campo, para población de adultos mayores.

Si bien en Uruguay el voluntariado tiene una historia riquísima, el término, igualmente, se asocia a movimientos religiosos, barriales o estudiantiles, por eso la pregunta surge obligada: ¿cómo se entiende el voluntariado desde una política de Estado? Marianovich contesta: “El Mides toma el voluntariado desde una visión de participación social, apoyándose en la Ley Nº 16.885, del año 2005, que regula y promueve el voluntariado en organismos públicos”, comienza respondiendo, y agrega: “El Mides, cuando diseña este programa, lo hace en espejo a lo que plantea la normativa. Una de esas cosas es que el voluntariado es una forma de participación social, que no busca sustituir tareas de funcionarios públicos. Son tareas que complementan, que aportan innovación, que suman a lo que los funcionarios hacen. Eso no implica que el Estado renuncie a sus responsabilidades. El Estado sigue siendo garante de proveer ciertos bienes, servicios, prestaciones, pero también entendemos que para que las políticas públicas sean eficientes y logren tener impacto en el mediano y largo plazo, es necesaria la participación social, que la ciudadanía apoye y se apropie de ciertas líneas”, sostiene.

El programa tiene formatos y propuestas distintas. Aparte del Plan Ibirapitá, que es el que Caras y Caretas visitó, hay otros que se distinguen por su originalidad, como actividades extracurriculares en escuelas o una con la Dinama, vinculada a la restauración de la flora nativa en Paso Severino: “De ese tipo de propuestas puntuales, también está la 5K que organiza el INJU. Es una movida enorme que se organiza en todo el país, y se trata de una carrera por los derechos de los jóvenes. Los voluntarios van ese día en apoyo a la organización”, cuenta Marianovich.

 

Bajo el Ibirapitá

Por segundo año consecutivo, Leticia es voluntaria del Plan Ibirapitá: “Esto es divino; todos quieren aprender”, afirma, y aclara: “Pero no todos quieren aprender lo mismo. Unos van animando a otros en las distintas funciones. Están quienes quieren jugar al ajedrez o a quienes les gusta leer”.

Las redes sociales son muy importantes para estos jubilados, y Facebook se lleva todos los premios. Leticia cuenta que “cuando ven una foto de algún familiar que hace tiempo que no ven, o alguno que vive en el extranjero, se emocionan mucho y no se inhiben en demostrarlo, ya sea con lágrimas o con risas o con ambas a la vez”.

Sin dudas, Leticia tiene pasta de voluntaria. La llaman de todos lados y ella está presta con una sonrisa. Una señora le pregunta por qué le sale un cartel que dice “’Martha ha aceptado tu solicitud de amistad’, si yo no mandé nada”. Leticia habla con la aprendiz, “chusmea” sobre la tablet con ella, le hace una serie de preguntas que terminan por tranquilizar a la mujer: “Ah, sí, capaz que la mandé sin darme cuenta. Gracias, Leticia”.

La voluntaria vuelve a hablar con Caras y Caretas: “La tablet al principio les trae cierta inseguridad, pero a medida que van aprendiendo a usarla les soluciona muchas cosas. Pagan facturas desde la casa, piden día y hora para el médico. Cada vez quieren conocer más de su uso. Y les encanta WhatsApp porque los ayuda a socializarse”, sostiene.

Blanca es beneficiaria del plan: “Acá, conmigo, hacen lo más lindo que hay: enseñarme. Tengo hijas, pero no tienen paciencia para enseñarme. Así que vengo acá y aprendo. Este es un mundo en el que tengo de todo para entretenerme”, dice refiriéndose a la tablet.

Ana María comenzó a ir desde noviembre, cuando le dieron la tablet: “No soy muy ducha en estas cosas, pero he aprendido mucho. Cuando te dan la tablet, tenés una clase básica de tres horas, pero no todos podemos aprender sólo con eso, y para complementar están estas clases de apoyo”, dice, y me muestra sus avances: “Mirá, acá tengo para entrar a YouTube, acá las radios, la cámara, las fotos, los videos, los diarios, los libros, Facebook; es muy completa”, expresa contenta.

Mirando al grupo y escuchando las conversaciones, no es necesario ser perspicaz para notar que, si bien todo empieza por una consulta por el uso de la tablet, el espacio de aprendizaje termina siendo un lugar de encuentro, donde se genera una integración social que va más allá del aparato en cuestión. Los voluntarios son vistos como “los profes” por estos alumnos añosos que no se cansan nunca de preguntar y que quieren saber más. Sócrates y Cervantes quedaron afuera. Allá ellos. Aquí voluntad es lo que sobra.

 

Requisitos para ser voluntario

El programa es de corte universal en cuanto a los destinatarios, pero también los voluntarios tienen una diversidad muy importante. El único requisito es ser mayor de 16 años, independientemente de la formación o el departamento donde se viva: “Es una convocatoria amplia porque se parte de la base de que cada uno de los voluntarios tiene algo para dar, puede ser por formación o por experiencia de vida. Igual, siempre el organismo público te va a capacitar para que puedas hacer el voluntariado con los conocimientos que corresponden”, dice Marianovich.

En relación con la retribución, la ley define que no se genera pago económico ni derecho de ingreso a la función pública: “Sí hay un reconocimiento: se le acredita la participación. Algunas personas lo pondrán en su currículum porque les sirve mostrar experiencia; otras lo guardarán en su casa como un recuerdo”, indicó.

El programa otorga un seguro de accidentes: “El Mides tiene un convenio con el Banco de Seguros del Estado en que el seguro se asume sin costo para el ministerio. Cubre a las personas voluntarias en caso de accidente. Es un derecho que tienen”, sostuvo el técnico.

 

Juventud solidaria

Para el Programa de Voluntariado, en el  primer año, en 2016, se anotaron 3.800 personas; la cifra aumentó a 4.500 en el 2017 y en este año se sumaron más de 5.000 personas en todo el país. El perfil etario del voluntariado es juvenil, con 60% menores de 30 años, pero también hay adultos y adultos mayores. El 80% son mujeres y la mayoría con bachillerato completo o estudios universitarios en curso o terminados.

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