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Provocadora

Por Celsa Puente

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Hace unos días pasó como una ráfaga, por Montevideo, Gioconda Belli. Aunque su presencia tuvo la rapidez de un fulgor, no  pasó en vano: dejó un destello de palabras, historias e imágenes conmovedoras e inolvidables.

El escenario no pudo estar mejor pensado. Fue en el local de una librería de Ciudad Vieja, un edificio del año 1917, llenito de pasado que aún conserva la gallardía arquitectónica de sus tiempos de creación con su ascensor de época, que curiosamente aún funciona, su inmenso reloj en la fachada, sus impresionantes escaleras, los vitrales que reinan aquí y allá y algunos ventanales que desde el primer piso nos dan una imagen de nuestra ciudad antigua, que realmente se ofrece como un regalo que regocija la vista. En él funcionaba una famosa y antigua óptica que hoy, devenida en librería, suma al encanto de ese edificio, exponente del art déco, el olor y la nostalgia que despiertan los miles de libros que allí se ofrecen como una tentación irrenunciable.

Sobre las cuatro y media de la tarde, comenzamos a llegar hasta el primer piso -donde actualmente se encuentra la cafetería- quienes esperamos a Gioconda con ansiedad: varias decenas de mujeres apenas salpicadas por algunos hombres. Y ella llegó con sus rulos al viento y su voz clara y su inmensa amabilidad para contarnos el motivo: la presentación de su última novela, Las fiebres de la memoria. Casi divertida nos dice que un libro “es una criatura de palabras” y que ella ha acunado este embarazo durante tres años; tanto le costó hilar esta historia porque, además de tener personajes de variada condición social y contar con escenarios cambiantes en diversas partes del mundo, tiene hilos autobiográficos y eso sin duda le da un toque especial al relato que le aporta la figura de esta mujer tan peculiar.

Mientras la escucho y me dejo envolver por la fascinación que ella despierta, pienso que ella misma es un personaje de estos tan propios de Latinoamérica que García Márquez nos enseñó a descubrir, querer y valorar. De su melena enrulada parecen salir las historias que va amarrando en una conversación tan entretenida y convocante como una invitación constante que nos deja afuera del mundo real. Toda la presentación se constituyó en un viaje con distintos personajes -algunos reales y otros creados-  a otros escenarios y otros tiempos. Esta mujer que sabe del amor y de la guerra, antigua guerrillera nicaragüense, que supo portar el fusil y la pluma y defender el feminismo como modo de estar en el mundo, tiene en sí misma una historia impresionante.

Según nos cuenta, la historia del libro que está presentando nace de los relatos que su padre le hacía durante la infancia. Es la propia historia de su padre, quien creyó durante un tiempo importante de su vida que su abuela era su madre y que su hermano era su padre, hasta que se enteró de que su madre verdadera vivía en Matagalpa, una ciudad nicaragüense cuyos pobladores originarios se caracterizaron por dar frontalmente el combate a los colonizadores, al punto que esta localidad ha pasado a la historia por haber sido escenario de la última insurrección indígena, sobre el año 1800. Dice Gioconda Belli que esta historia, que viene narrada de labios de su padre como parte de la historia familiar, fue vivida por ella desde la infancia como una fantasía de provincianos que se empeñan en tener un noble en la familia, pero, durante la adultez, comenzó a recordar aquellas palabras de su niñez y se decidió a instalar un proceso de investigación para conocer cuánto de aquello era cierto y cuánto podría inspirarla para hacer de ese relato de su memoria infantil una historia potente que pudiera convertirse en el argumento de esta novela.

“Escribir una novela es un acto mágico”, nos dice. “Uno no tiene todo en la cabeza” y remite a las palabras de Virginia Woolf recordando una bellísima imagen: una novela es como una isla en la niebla, solo se ve cuando uno empieza a construir el puente de palabras, nos vamos acercando y la niebla se va disipando.

Mientras hila el argumento, va marcando el escenario vital desde donde sostiene su lugar de mujer y escritora. Reflexiona sobre la tensión y la riqueza de las corrientes migratorias, sobre la desigualdad de este mundo, sobre la política y la transformación que el poder opera sobre los seres humanos.

Por último, y como pedido de su atenta platea, hablamos de poesía, una poesía que dice no buscar: “Me sucede”, declara. “No me siento a escribir un poema, el poema se sienta conmigo y me pide que lo escriba”. De hecho, nos cuenta que va plasmando en palabra escrita sus poemas mientras escribe las novelas y, en general, cuando termina una obra narrativa ya tiene casi pronta una poética. Ahora mismo nos comenta que trabajará sobre la historia del feminismo hecha poesía.

En un final desordenado porque la espera un auto para llevarla al aeropuerto hacia Chile, su próximo destino, Gioconda nos abraza una a una, firma nuestros libros, se ríe, nos aloja un instante en su mundo mágico y se va. Nos deja el sabor de su historia, de su abuela de cien años, a cuyo cumpleaños concurre como invitado su hijo de ochenta, con su abuelo autodidacta con sueños de investigador científico que hasta se vestía de safari para invitar a sus nietos a la aventura de la investigación.

Gioconda Belli pasa, no pasa en vano. Pasa y sigue y deja bailando en el aire un mundo de palabras. De ellas, quizás la que queda con más fuerza es la que la define: provocadora.

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