Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Sociedad

Nuevos paradigmas

Punta de Rieles: la cárcel que es un reflejo del mundo libre

En tiempos en los cuales el sistema carcelario es una de las grandes problemáticas del país, cuestionado por reproducir la violencia y no estimular los procesos de cambio de las personas privadas de libertad, el proyecto de la Cárcel Punta de Rieles demuestra que existe otra realidad posible. Un lugar donde paradójicamente las personas que están presas se sienten libres. Un lugar que realmente modifica conductas para enfrentarse con el afuera.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Por Meri Parrado

 

De acuerdo a información divulgada en un informe del comisionado parlamentario de 2017, Uruguay es uno de los países de América Latina que tiene mayor número de presos con 321 presos cada 100.000 habitantes. Los datos también revelaron que en las prisiones de nuestro país se registran aproximadamente 44 muertes violentas por año y 5 personas heridas por día.

Actualmente nuestro país transita un serio problema en el sistema carcelario, el cual está más relacionado al hacinamiento, la violencia y la muerte, que a la modificación de conductas y la reinserción de los sujetos que cumplen condenas.

En este escenario convive un proyecto único y excepcional que funciona, pero nadie entiende cómo: la cárcel de Punta de Rieles. Este recinto tiene poco que ver con la lógica tradicional de otros espacios de encierro y por este motivo se lo conoce como la cárcel-pueblo. Allí conviven menos de 600 personas que cumplen diferentes condenas por todo tipo de delitos, con excepción de aquellos relacionados al abuso sexual o el narcotráfico. Es una cárcel de mediana seguridad donde los presos circulan por las calles, los espacios verdes, y que tiene menos rejas que el resto de los centros penitenciarios. Sin embargo, en este lugar se registra una muerte cada 8 años de funcionamiento y dos lesionados por semestre, cifras muy distanciadas de la media de las cárceles uruguayas.

Los reclusos se refieren a la cárcel como un pequeño pueblo, como un barrio.

 

Llegar al barrio

«Llegar a este lugar es muy extraño. Hay calles, los presos están en las esquinas con sus teléfonos en la mano, los podés ver hablando con el director de la cárcel pico a pico, juegan a la pelota, hay tambores, hay almacenes. Y vos venís de otros espacios de encierro con otra visión de lo que es la cárcel. Estás re bicho, re perseguido y te tenés que adaptar al ritmo de este lugar. Cuesta un poco pero a lo bueno uno se adapta», cuenta Lucas, que vive en Punta de Rieles desde hace tres meses.

Como todo barrio, este recinto cuenta con panadería, pizzería, restaurante, vivero, quinta, peluquería, almacén y otro tipo de emprendimientos laborales que son gestionados por los propios reclusos, quienes ofrecen sus servicios para otros compañeros y también para el resto de la sociedad. De esta manera mantienen un contacto con el afuera que de alguna manera los libera. «El contacto constante con la gente que viene de la calle, con estudiantes, así como los diferentes proyectos que hay acá, es lo que la hace una cárcel modelo. Hay radio, teatro y cosas que en otros espacios de encierro no tenés. El contacto con la familia, las visitas, poder salir y conseguir trabajo, tener un teléfono inteligente con redes sociales, son cosas muy importantes. En otros lugares precisás solicitudes que demoran una eternidad, acá podés hacer todo eso. Esto es un espejo de lo que es la sociedad afuera», valoró Lucas, quien anteriormente permaneció 5 años en el Penal de Libertad.

Para quienes viven en este contexto de encierro el hecho de tener una vida activa y la posibilidad de tener contacto con el afuera lo cambia todo. «Tener las puertas abiertas genera otras expectativas, y que exista trabajo es esencial para redimir penas y motivarse. En otros lugares no tenés la oportunidad de estudio y vivís en un contexto totalmente cerrado con pocas oportunidades».

Por su parte, Federico González, conocido por hacer rap desde la prisión bajo el seudónimo Kung Fu OmBijam, se encuentra cumpliendo una condena desde hace 8 años y aseguró que el proyecto de Punta de Rieles le cambió la vida. «Este lugar le saca la violencia a la persona privada de libertad, se le brindan herramientas y una autonomía como si estuviera en la calle, adonde en algún momento vamos a ir. Acá se puede modificar el pensamiento porque descubrimos que podemos hacer otras cosas».

«En otros lugares la violencia abunda porque son más personas y es difícil para el sistema modificar algo. Este lugar produce un cambio porque tenés contacto con civiles de afuera, con mujeres, utilizás teléfonos, y descubrís muchas cosas que en otros lugares te las limitan y eso te cierra mucho. Esto no deja de ser una cárcel, pero acá hay vida, hay personas que hacen cosas. No sos un bicho», expresó el artista.

 

Este proyecto es considerado como un modelo en la medida que invierte la dinámica tradicional de otros centros de reclusión, y cuestiona las premisas tradicionales que indican que para reducir la violencia son necesarios más controles, más limitaciones y más seguridad. En Punta de Rieles sucede todo lo contrario y, aun así, la violencia escasea. Muchos se preguntan cómo se logra.

 

La bienvenida

Cuando llega un nuevo integrante a la comunidad carcelaria, los recibe el propio director Luis Parodi, quien dirige la unidad 6 Punta de Rieles desde el año 2014. Esta es una instancia muy significativa  donde se les explica a quienes ingresan de qué forma se vive allí, qué se espera de ellos, qué cosas no se esperan y se les aclara que si en cierto plazo no se adaptan al sistema, deben irse a otro recinto. Para la adaptación, permanecen 30 días en un sector aislado donde son orientados por los operadores de turno, quienes tienen a cargo la tarea de insertarlos en el sistema de esta cárcel-pueblo. Según cuentan los reclusos, se les aclara, por ejemplo, que no pueden tener cuchillos, ya que no los van a necesitar, lo cual es algo que más adelante comprueban por sí mismos. Tampoco pueden portar ni comercializar ningún tipo de droga. Las reglas son claras desde el inicio y, si incurren en alguna de estas prácticas, deben dejar el barrio. Pero luego de habitar este nuevo espacio, ellos mismos se adaptan a las normas porque quieren quedarse y la convivencia fluye de una forma muy sana en ese lugar.

 

Un modelo a seguir

En un congreso latinoamericano de políticas penitenciarias que se desarrolló en Montevideo el 13 y 14 de junio, se realizaron diferentes ponencias y debates sobre temas relacionados al preegreso y la reinserción de los sujetos privados de libertad. Durante esta instancia se presentó una tesis que realizó el argentino Fernando Ávila sobre el proyecto de Punta de Rieles como un modelo que responde a una experiencia de prisión no tradicional y que resulta una excepción a nivel internacional.

El expositor pasó un largo período visitando esta cárcel para realizar su tesis y comentó algunos de los factores que, a su entender, la transforman en un modelo. Según desarrolló durante su disertación, los espacios de encierro, por lo general, experimentan un déficit de legitimidad por el simple hecho de que la cárcel se trata de personas encerradas en un lugar donde no quieren estar y acatando órdenes impuestas. Ávila se mostró sorprendido al encontrarse que en Punta de Rieles existe una legitimidad política superior a la de otras cárceles y que los niveles de obediencia no responden a la coerción y la violencia directa, sino que los reclusos cumplen las normas porque las consideran razonables.

«No hay un solo factor que explica esto, pero acá juega un rol fundamental la concepción que tienen las autoridades sobre el sujeto privado de libertad a quien no ven como un ser desviado que deben rehabilitar o un sujeto peligroso, sino como a una persona que está en condición de encierro por circunstancias de la vida que no importan, pero está transitando un momento en contexto de reclusión y lo que hay que hacer es no humillarla y otorgarle herramientas para evitar que esa persona, si quiere, vuelva a caer en el círculo nuevamente. Eso es todo lo que hay que hacer», expresó Ávila.

Otra de las diferencias que destacó de este centro carcelario es la concepción de poder que se maneja, a la cual describió como no tradicional y como una relación fluida y horizontal entre reclusos y autoridades.  «Muchas veces se piensa de forma errónea que para tener poder hay que reducir la libertad. En Punta de Rieles sucede exactamente al revés. Se gobierna a través de la libertad de la persona recluida. Se le expande la libertad para expandir las posibilidades de gobernar», explicó.

Asimismo, valoró que en este lugar el director y las autoridades en general circulan por el territorio  estableciendo un vínculo directo con las personas privadas de libertad, quienes pueden hablar y ser escuchadas.

A entender del expositor, otro de los factores que permiten el funcionamiento de este proyecto son los mecanismos de responsabilización que se le adjudican al sujeto privado de libertad. «El mandato de Punta de Rieles es que hay que ser activo, cada uno debe hacerse responsable de su vida. La autoridad genera ese espacio, pero sin estar ausente, con una idea de acompañamiento. Hay un montón de trabajo pero nadie se los otorga, lo deben encontrar. Esto de lograr que el sujeto sea responsable de su vida los coloca en un lugar de libertad regulada. Los obliga a ser libres en un universo de sentido, en el cual los objetivos y deseos de los reclusos se alinean con los de la institución. De esta forma la autoridad se puede correr y gobernar de forma indirecta. No deben imponer nada, porque lo hacen ellos mismos. En esta cárcel 8 de cada 10 personas trabajan, ellos se sienten como trabajadores y no como presos».

 

Trabajar para el afuera

El director de la cárcel Punta de Rieles, Luis Parodi, participó de este congreso en el que fue consultado sobre cómo se logra que este proyecto funcione. «La obsesión es el afuera, no el adentro. Las cárceles están pensadas para el adentro, entonces termina en la locura de seguridad interior. Hay que pensar que ese sujeto recluido es igual a uno y mañana tiene que circular por la calle de otra forma. La cárcel tiene que ser una experiencia que sirva para algo», expresó. Para Parodi, el sistema carcelario debe procurar que la persona que se encuentra allí cumpliendo una condena obtenga sus lugares políticos. «Si logramos que tengan lugares para pelear la vida estamos salvados, si no, estamos en el horno», expresó.

Parodi defiende la idea de la construcción con el otro y establece la diferencia entre ser preso y estar preso, con la idea de quitar los estigmas sobre esta población apostando a un trato humano desde el cual reconstruir.

«El funcionamiento es una simpleza, se parece a la vida de afuera y la diferencia con otras cárceles radica en que es tan importante lo que pasa como lo que se hace con lo que pasa. Todo el aparataje de seguridad de Uruguay trata de que las cosas no pasen y se vuelven locos porque las cosas igual pasan. Lo importante es pensar qué hacemos con lo que pasa».

El director destacó que en este centro no hay beneficios. «Acá hay derechos o no hay derechos. El beneficio es un engaño. Si tenés derechos, los respetamos para que puedas ejercerlos», concluyó.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO