Extraño los códigos que teníamos. Pensé “qué lindo era”. Pero no quiero evocarlos en pasado. Qué lindo es recordarlos, haberlos presenciado y practicado. Qué lindo será cuando vuelva a ser así.
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Una de mis primeras intervenciones como senador fue en la Ley de Presupuesto del 85. Polemicé con uno de los parlamentarios con más presupuestos en sus hombros: Pedro W. Cersósimo. Había sido consejero de Estado y, antes de caer la democracia, fue una de las víctimas de las demoledoras interpelaciones de Wilson. Ello le costó su cargo de ministro del Interior. De repente, un ujier me alcanzó un papel: “Juan Raúl: En el inciso xxx, creo que cometiste un error al citarlo. Abrazo. Cersósimo”. Por las dudas, volví a leerlo con más atención. Luego retomó la palabra, respondiendo con firmeza, sin referencia a mi eventual error.
Lo mismo pasaba con los cambios de partido. Era algo natural en la vida del país. Se discrepaba. Pero con respeto. Nunca se rompían amistades de una vida, ni había insultos o se negaba el saludo. Sólo pasó en momentos de corte radical, como la Guerra Civil de España y la Segunda Guerra Mundial. Pasó en todo el mundo. Aquellas tierras trajeron lodos. Acá, el golpe de Terra fue el mismo año en que Hitler asumió el poder en Alemania.
Mi viejo tenía tres amigos y correligionarios muy entrañables: Luis Pedro Bonavita, Edmundo Soares Netto y Paco Espínola. Los tres terminaron militando en fuerzas de izquierda, ya sea en el Partido Comunista (PCU) o en el Frente Izquierda de Liberación (Fidel), alianza que tenía como cerno al PCU. Al viejo le apenó que se fueran del partido en que militaban juntos en ese momento. Y no es sólo que no dejó de saludarlos; siguieron siendo sus amigos, tan entrañables como antes. Bonavita, cuando ya Wilson es presidenciable, integra el llamado Grupo de los Cinco, que hace el llamado a la creación del Frente Amplio (FA). Soares Netto se fue al Fidel, mientras que don Paco fue al PCU.
Le recuerdo de niño, no como el gran escritor que fue, sino como el autor de Saltoncito, mi libro de cabecera. Le llevaba unos cuantos años al viejo. Calculo que cerca de 20. Eso no impidió que tejieran una profunda amistad. La diferencia de edad hacía que Wilson lo tratara de usted, a pesar de la confianza que existía entre ambos. Y, en reciprocidad, él también le llamaba de de usted a Wilson. A mí, un gurí, me parecía muy raro. Un cuarentón y un sesentón eran -los veía yo- igual de veteranos. A medida que iba creciendo, me fui haciendo adepto a sus novelas y cuentos. Sigue siendo mi preferido ‘Rodríguez’, el encuentro de un paisano con el diablo. Alguna vez Wilson lo parafraseó en La Democracia en un desencuentro que había tenido con un periodista que nos había agraviado a ambos.
Ya más grande, un adolescente, papá nos cuenta que Paco se hizo del Partido Comunista. Cuando se volvieron a ver, Wilson le expresó su sorpresa. Y él contestó: “Tranquilo, Wilson, mire que las cosas son más complicadas. Y comienza un relato que tantas veces conté en el exilio, que Ruben Yáñez lo escribió. Paco muere la noche previa al golpe de Estado, cuando desde el Senado todos los partidos despedían a la democracia, que ojalá nunca dejemos de valorar. En la tensión de esa noche, el viejo tenía sentimientos contradictorios, triste por no poder ir a su sepelio; alegre al pensar que su amigo no vio el golpe.
Paco le explica: “Mire, Wilson, que ser comunista no es así nomás. Hay que dar examen y todo. ¡Y qué mesa me tocó a mí! Arismendi, Enrique Rodríguez y Julia Arévalo. Primero, pregunta Arismendi: ‘Dictadura del proletariado’. Pensé y dije: ‘Rodney, me he pelado las pestañas leyendo a Lenin y mire lo que me viene a preguntar’. Se excusó. Me puso sobresaliente. Rodríguez siguió y me preguntó por la plusvalía. ‘Pero, Ñato, rompí mis lentes leyendo a Marx y me pregunta algo elemental’. También el Ñato se disculpó: sobresaliente. Julia Arévalo se tomó su tiempo. Me toma de sorpresa y dice ‘Vivan los blancos’. Me paré y grité: ‘¡Vivan los blancos, carajo!’. Saqué regular deficiente”. Se dieron un abrazo y amigos como siempre.
Recuerdos personales: cualquier parecido con la actualidad no es coincidencia, sino un error.