El miércoles se cumplieron 37 años del regreso de Wilson. Yo tuve el honor de venir con él y con él ir preso. Su generosidad, y a lo mejor, su condición de padre, hicieron que le llamara siempre “el regreso de Wilson y Juan Raúl.” Pero lo que importaba era el final de su exilio. Después de la prisión hubo desencuentros inesperados, manipuleos de todo tipo y errores, que por suerte llegó a reconocer. Pero se fue muy pronto y con sus sueños frustrados.
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Murió tras cumplir dos años del retorno. Pudo haber muerto antes de volver. Cuando cumplió 60 y me expresa su tristeza de no saber si volvería y vería su patria libre, no estaba tan errado. En tres lustros, dos años y poco uno es nada. Pudo no haber sido. Volvió y murió en su hogar. Pero estuvo lejos de ver sus sueños hechos realidad.
Las elecciones, que no fueron sin exclusiones y con presos, llevaron al triunfo a Sanguinetti. Ganó el único partido que resolvió no ir a recibirlo al puerto. Aunque debe recordarse la presencia de Maneco Flores Mora y su hijo Manolo, con banderas coloradas, entre el mar de banderas blancas y del Frente Amplio que, a pesar del temor difundido, desbordaron avenida Libertador.
Vino la Ley de Caducidad. Se equivocó. Nos equivocamos. Lo puso muy triste. De todos modos, no olvidemos que le dieron desde el gobierno información falsa, que desmintieron al otro día de votada la ley. Por suerte llegó a decir “Esta mano no temblará en firmar para que se anule”. Murió antes.
No vio ninguno de sus sueños realizados. El cambio… El día que recuperó su libertad, en su célebre discurso al llegar a Montevideo, dijo referido a la consigna electoral victoriosa del cambio en paz: “Cuidado que con tanto énfasis en ‘la paz’, se olviden del cambio”. Durante toda la dictadura no hubo discurso donde no enfatizara en que volver a la democracia era “el primer paso para construir una nueva sociedad más justa, equitativa y solidaria”.
Todavía resuenan las críticas y manipuleos sobre el paro general del día de ayer. El había dicho: “El derecho de huelga es un derecho humano inherente a la clase trabajadora y la ocupación de los lugares de trabajo un derecho inherente a aquel” y decía sentirse “honrado de que este acto lo presida la bandera de la CNT, central única de trabajadores de mi país, que […] nunca podrán borrar de la vida de mi país”. (Bogotá, mayo 1983).
Ganó el que fue su partido (en segunda vuelta tras obtener 28% de los votos) y se transformó en restaurador del neoliberalismo que, desde la década del 60, Wilson había combatido tan fervorosamente.
Recuerdo (¿sería una señal de la historia?) la reunión de autocrítica partidaria después del triunfo de Jorge Batlle. Habló Lacalle Pou (futuro diputado canario tras renuncia de su madre). Fue en un cine de Montevideo Sopping. Me tuve que ir durante su discurso por la barbaridades que dijo sobre Wilson. Lo describió como un “perseguidor” de su sector.
En el 84 fue un día de todos. A pesar del esfuerzo de algunos dirigentes por hacer del hecho una fiesta partidaria, Wilson le llamó “jornada del reencuentro”. Hasta el día de hoy subo a un ómnibus, compro la revista en un kiosco, y el chofer, el kiosquero, el que se cruce me recuerda dónde estaba ese día. O qué hizo, o qué hicieron sus padres con él porque era chico. Ahora cuando el Partido Nacional lo recuerda, lo hace puertas adentro. Ni a mí me avisan, que vine con él. A Juan o María Pueblo ni los recuerdan. Y fueron los verdaderos protagonistas.
Hay monumentos en casi todos los departamentos del país. Uno en Buenos Aires. Los más importantes: por el que luchamos tanto con Marcos Carámbula y Yamandú Orsi, inaugurado por este en el centenario de Wilson, a la entrada de Montevideo. Cuatro recuerdan ese día: dos en el puerto donde llegamos; uno donde se concretó la multitud, en avenida Libertador; otro en la explanada, donde habló tras recuperar la libertad. Falta el que no será de bronce: la realización, entre todos, de un país más justo.