Hace pocos días nos reunimos para homenajear a Ramón Cabrera, Jesús, el Pichón, el último de los conductores clandestinos que tuvo el Partido Comunista durante el período de la resistencia. Pude haber escrito el largo, el duro, el peligroso, período de la resistencia y cualquiera de esos adjetivos hubiese sido justo. Justo e insuficiente, porque a cualquiera de ellos habría que agregarle luminoso. Luchamos en las sombras: cuanto más avanzaba la dictadura en su represión, más en las sombras debían mantenernos. Pero nunca ¡jamás! fuera del contacto con la gente. Creo que antes de proseguir es necesario recalcar ese punto: jamás separados de la gente. No “la gente” como un concepto abstracto, sin nombre, sin rostro y sin historia personal. “La gente”, en la más profunda y entrañable de las acepciones, era Juan, Pedro, María. Seres de carne y hueso, con sus vidas, su situación particular y única con quienes nos unía la lucha, pero también, y mucho más, nos unía el afecto. Si algo caracterizó a Ramón fue justamente eso: su capacidad de sentirte como ser humano y que tú lo sintieras como tal. Ese inmenso ser humano que te abrazaba porque te quería. Porque necesitaba brindar su afecto y recibir el tuyo. Ramón, tan pronto lo conocías, tan pronto lo sentías, era ya y para siempre tu hermano. Tu camarada de lucha, de esperanza y de cualquier circunstancia en la cual te encontraras. Lo conocieses por el nombre o por los varios seudónimos que utilizó. Era quien comandaba la lucha, era el escurridizo gigante que eludía operativo tras operativo y surgía de la nada, con su bicicleta ridículamente pequeña para aquel corpachón, y te traía el mensaje. Varios mensajes en uno. El primero: “Estamos vivos, libres y luchando”; el segundo: “Soy, te siento y me siento como tu hermano”; y el tercero, finalmente, la consigna. La tarea del momento. Siempre con su inmenso dedo índice que levantaba y separaba de los otros creando expectativa. Porque siempre empezaba así, mientras encontraba el comienzo luego de la pausa con el índice al aire. También con una recomendación constante: “Hay que ver, ver y ver”, recomendando prudencia en el juicio, y rematando: “Y después, volver a ver”. ¡Nada de cometer errores por juzgar livianamente la situación! Lejos de ser una conmemoración marcada por el dolor de su ausencia, que todos sentimos, fue el reencuentro con nuestro propio pasado. Con los distintos compañeros con los que, en diferentes momentos, compartimos lucha, temor o precaución y algo que nunca nos flaqueó: la esperanza. Diríamos, la certeza de que más temprano que tarde, con o sin nosotros, la lucha daría resultados. Yo me sentía en deuda, personal y colectiva, para con aquellos compañeros que en los momentos más difíciles, asumiendo peligro y responsabilidad con firmeza en el corazón, habían conducido la lucha. Especialmente con José Paccella y con Ramón Cabrera, salidos de las filas de la militancia para asumir responsabilidades con las cuales no habían siquiera soñado pero que no rehuyeron. Con este homenaje a Ramón, creo que estamos empezando a pagar esa deuda. Comenzando a explorar, recomponer y reescribir esa parte de la historia de los comunistas en la resistencia. Y de las luchas del pueblo en su conjunto. Porque no lucharon por el pueblo, lucharon con el pueblo. Metidos en el corazón mismo de nuestro pueblo. ¡Nada tan merecido como este homenaje a Ramón! Nada tan amplio. La nobleza del doctor Fernando Scrigna lo atestigua: Ramón era un comunista y condujo la lucha de los comunistas en el tramo final y más peligroso de la dictadura, pero, además, fue un hombre entero y fraterno. Alguien con quien podías o no compartir ideología, pero que te consideraba su igual y tú lo sentías de la misma forma. Grande y querido Ramón, justo el día en que te despedíamos me infarté y falté a la cita, pero, para que lo sepa tu corazón que vive en todos nosotros, te agradezco que hayas existido. Sólo verte te hacía sentir feliz, optimista, esperanzado. He conocido pocos, muy pocos con ese don de tan sencilla, cálida y fraterna presencia. Fuiste la vida misma, con todo lo que ella tiene de fraternal, y así te llevamos en el corazón, porque nadie permaneció igual luego de haberte conocido.
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