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¿Quién es el libre y cuál es el preso?

Por Juan Raúl Ferreira.

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Caras y Caretas Diario

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Cuando escribí mi última nota, hace una semana, compartía mis impresiones sobre la reciente elección mexicana. Los días siguientes hubo más señales hacia la Patria Grande latinoamericana a la que México siempre perteneció. Imagino a Donald Trump, que vive perplejo, porque nada sale como él previó, cómo habrá recibido la frialdad del futuro presidente, que no exhibió mucho entusiasmo en retomar un tratado meramente arancelario y que excluyera países hermanos de América Central como Panamá. Curiosamente, en aquella nota nos preguntábamos cómo influiría esto en nuestra región, sobre todo en nuestros países vecinos, Argentina y Brasil, y por lo tanto en Uruguay. Justamente el fin de semana siguiente a la elección en México, se produce una patada al tablero del juicio a Lula. Más allá de que nadie pueda saber cómo termina, hay tras la patada desparramo, alfiles, torres, peones y reina (y ni que hablar del rey.) Un juez, de turno y competencia y nivel superior al juez Moro, decreta la libertad. Todo comenzó cuando el juez federal de turno  del Tribunal de Revisión F-4, Rogério Favreto, sorpresivamente decidió conceder a Lula un habeas corpus solicitado por diputados del PT. Lula saluda desde una ventana a la gente amontonada frente a la estación de Policía donde le alojan y se ve cuando es conducido para liberarlo. Llega a la puerta del lugar de detención para ser llevado nuevamente a su celda. Moro decide desacatar. El mismo que declara en la sentencia la inexistencia de pruebas contra Lula estaba en Portugal ¿Cómo firmó ese mismo día en Brasil? Aparece un subrogante de Moro que emite una nueva sentencia, haciendo caso omiso a Favreto. Este da una hora a la Policía para cumplir el mandato judicial ajustados derecho. Luego se sucedieron fallos de los tribunales, acusaciones recíprocas de proselitismo. Tribunales cuya existencia todavía ni se había mencionado en las previsiones del proceso. No puedo asegurar que recupere su libertad, pero está más cerca. Como titulamos entonces, la pisada está cambiando. Ya el tema de Lula dejó de ser un mero mamarracho jurídico. Ahora sí, la paz y estabilidad de Brasil dependen de su libertad. Mientras, el país es “gobernado” por un presidente que reconoció en una grabación que había recibido coimas millonarias y cuya popularidad estaba por debajo de 2% cuando retiró su candidatura. Las encuestas oficialistas dan a Lula preso 36% de los votos, seguido por Jair Bolsonaro (ultraderechista), con menos de 15%. Más del doble, aunque se anunciara que sus votos serán anulados. Deja de ser un tema de legitimidad jurídica (mamarrachesca) para ser un tema de viabilidad política del país o convertirlo en un nuevo Estado fallido, de los tantos desde que existe la -hasta hace poco- imparable hola de derechización. Mientras tanto, nuestro otro vecino no tiene mucho entre manos, salvo la cuenta de 30.000 millones de telares de deuda con el FMI. A fines del año pasado, la deuda externa argentina aumentó. Era de 275.446 millones de dólares. Aumentó a 320.934 millones, es decir, creció 45.488 millones. Ahora el Fondo le presta, con condiciones de stand by, 50.000 millones. Tarifazos, ajuste de pensiones, medidas que han hecho que ya haya familias de clase media -ni hablemos de los más pobres- con cortes de luz por impago. Pero se anuncia que se viene otro tarifazo y nuevos cortes y ajustes en el presupuesto del año entrante (2019). Y para vastos sectores del Uruguay Macri era el modelo a seguir. ¿Un país así queremos los uruguayos? ¿Y los argentinos? Antes del anuncio de la catástrofe, Macri tenía 43% de aceptación contra 53%; su gran mérito quizás haya sido no aparecer en medio de la polémica. En las últimas 48 horas la tendencia a la baja de Macri lo ha llevado a menos de 30% con un registro de Cristina y otros dirigentes opositores, no “K”, al alza. Nos hemos acostumbrado a escuchar al presidente argentino decir muy a menudo “lo peor ya pasó, lo mejor está por venir” para, de inmediato, anunciar un tarifazo nuevo y repetir que “lo peor ya pasó.” La historia nos ha dado en suerte poder ver en el espejo de nuestros vecinos nuestro propio futuro. Lo de López Obrador fue una señal. Lo de Brasil y Argentina, la consecuencia de lo que no se debe copiar.  

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