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Al Partido Colorado le pasaron la chirquera

¿Quién se come los rastrojos?

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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En marzo de 2004, en un almuerzo de ADM en el que también disertaron Juan Carlos Doyenart y Luis Eduardo González, el ya fallecido sociólogo César Aguiar lanzó, entre varias ideas provocativas, la afirmación de que “el Partido Colorado está desapareciendo”. Aguiar –un talentosísimo sociólogo, analista e investigador de la opinión pública– fundamentó su idea –que luego fue ferozmente contestada por decenas de dirigentes, con el expresidente Julio María Sanguinetti a la cabeza– en que los colorados habían perdido sus bases de socialización política, las que pasaban a estar más a favor de la izquierda que de los otros dos partidos.

En la ocasión, a siete meses de las elecciones, Aguiar también vaticinó que el Frente Amplio tenía una enorme ventaja electoral sobre los demás partidos –una ventaja que, a su criterio, era indescontable–, y que ganaría también las intendencias de Canelones, Paysandú, Maldonado y Montevideo. Señaló que la desastrosa situación del Partido Colorado en esa instancia no era el resultado de la gestión de Jorge Batlle, sino que esa colectividad política venía perdiendo votos desde 1942. En un apunte digno de recordar, el sociólogo dijo que “los frentistas han copado todos los estamentos de la sociedad: educación, sindicatos, cultura, iglesia y medios de comunicación, entre otros”. Parece evidente que hoy esos extremos no se cumplen en los mencionados factores de poder en la sociedad, por no hablar de los factores del poder real: el empresariado, la banca e, incluso, buena parte de la academia. El Frente Amplio de hoy está perdiendo pie en casi todos estos estamentos y sólo se hace fuerte en el poder político, aunque hasta la pérdida de un diputado desnuda su fragilidad.

También en aquella oportunidad, Aguiar, al hacer referencia a una radio montevideana, dijo: “El Partido Colorado está desapareciendo; lo digo con fuerza y convicción: la tendencia histórica es extremadamente clara […] es una tendencia de 60 años que arranca en 1942 y continúa hasta la fecha. El Partido Colorado decrece regularmente: comienza con 57% de los votos en 1942 y va bajando a 52%, 44%, 41%, 30%, y probablemente no llegue a 20% en estas elecciones de 2004; es una tendencia de largo aliento”.

Muy elegantemente, César habló de que el Partido Colorado había perdido “sus bases de reclutamiento”, las “bases de socialización política”, y que otro motivo importante era el reemplazo generacional que hacía que dicho partido, y también el Partido Nacional, cayeran electoralmente por una razón vegetativa. Destacó que de cada diez nuevos votantes, seis votaban al Frente Amplio. Dado que el reemplazo generacional es inevitable, el Partido Colorado era un candidato natural a desaparecer, por determinismo puro.

Yo pienso que esos factores eran y siguen siendo importantes (aunque el Frente Amplio haya perdido importantísimos baluartes de poder en la sociedad civil: hay que repetir esto hasta el cansancio). Pero considero que las razones de la desaparición del Partido Colorado y del debilitamiento notorio del Partido Nacional (que no da pie con bola) están también, y principalmente, en otro lado.

Pienso que lo que sufrieron fue, primero, la pérdida de caudillos, en la noble acepción del término (“aquel al que la gente sigue porque hace y siente lo que la gente quiere que por ella se haga y se sienta”), como José Batlle y Ordóñez y Luis Batlle Berres –o Wilson Ferreira Aldunate en el Partido Nacional–, y, no sé en qué medida con más fuerza, en la pérdida de los bastiones de reclutamiento, como fue el clientelismo a partir de la dádiva del empleo público o de la gestión de favores como las jubilaciones o la instalación del teléfono, temas que perdieron vigencia con el tiempo y el progreso. El porqué de este fenómeno tan curioso de la desaparición de los dirigentes, en particular de los más atractivos, cultos, inteligentes y convocantes, es un complejo tema de investigación social. No obstante, me atrevería a decir que el consumismo y el pensamiento neoliberal tienen mucho que ver con que los líderes más capaces de los partidos burgueses hayan preferido dedicarse al lucro antes que a la política y al servicio público. Desaparecidos los caudillos, con su cuota de dignidad y su prestigio moral, los partidos llamados tradicionales perdieron el alma y el amor al pueblo que aquellos caudillos representaron; después perdieron la posibilidad de la dádiva, y esto los liquidó.

Mientras tanto (hoy habría que hacer un análisis muy profundo, que nadie hace), el Frente Amplio, al que el herrero-ruralista-seregnista Alberto Methol Ferré llamó “la última divisa” (porque estaba amasada con la sangre derramada en la dictadura), esgrimía los valores de un proyecto de futuro desarrollo compartido, de honradez intachable y de solidaridad social.

El Partido Colorado carga también, obviamente, con una historia negra de golpes de Estado. Fructuoso Rivera en 1836, Gabriel Terra en 1933 y Juan María Bordaberry en 1973 son los más destacados, sin contar gobiernos autoritarios como el de Jorge Pacheco Areco, que llevó la oligarquía al poder y reprimió ferozmente al pueblo.

En la última dictadura, los principales civiles, como Juan María Bordaberry, Juan Carlos Blanco, Álvaro Pacheco Seré, Alejandro Végh Villegas, Néstor Bolentini, Hugo Linares Brum, Álvaro Vargas Garmendia y casi todos los principales jefes militares fueron de origen colorado. Los blancos baratos, como siempre, fueron peones del poder real, que siempre fue colorado. Esto dejó una indeleble secuela entre quienes sufrieron prisión y tortura y quienes tienen parientes oficialmente muertos o en carácter de desaparecidos.

La pendiente decreciente del Partido Colorado se agudizó con los dos gobiernos de Julio María Sanguinetti (que fueron muy malos, aunque nadie parece recordarlo) y el de Jorge Batlle, que no es necesario recordar. Se habló mucho de corrupción en esos cuatro primeros gobiernos posteriores a la restauración democrática que siguió a la dictadura cívico-militar en 1985. Así estaban las cosas en 2004, año en que el Frente Amplio ganó por primera vez. Algunas, como la tendencia a la desaparición del Partido Colorado, que ya está llegando a su final, se mantuvieron, y otras cambiaron.

La muerte del coloradismo

Empecemos por los episodios finales. Luego del cierre escandaloso de Cambio Nelson (bien llamado “Banco Nelson”, ya que tomaba depósitos y otorgaba préstamos en Maldonado y otros departamentos, y el presidente del Banco Central del Uruguay (BCU), Mario Bergara, dijo que “hay indicios de lavado de dinero”), debido a la fuga de su propietario, Francisco Sanabria, tomaron estado público las gestiones del secretario general del Partido Colorado, el diputado bordaberrista Germán Cardoso, para que el presunto delincuente renunciara a sus cargos en la colectividad de Fructuoso Rivera: el de secretario general departamental, el de la Convención Nacional, y la suplencia en la Cámara de Diputados del propio Cardoso.

El abogado y financista Sanabria Jr. renunció a sus cargos desde el exterior, a la vez que afirmó que volvería al país, mientras acusaba a su difunto padre de un descalabro que produjo o profundizó él, e involucraba en los posibles ilícitos a Nelson Calvete, el funcionario principal del cambio; a Humberto Capote, el contador de la empresa, y a un oscuro vínculo político entre su padre y Capote que este último se apresuró a negar. Estas declaraciones de Sanabria y los informes que el BCU envió a la Justicia pusieron en evidencia la que acaso sea la pieza maestra del “affaire Cambio Nelson”: que el responsable de la contabilidad del cambio y la presentación de sus estados contables ante el BCU –la entidad que supervisa a estos agentes financieros– era nada menos que el contador Humberto Capote, una cuasi leyenda en su gremio.

Capote, expertísimo profesional que frisa los 70 años, es un hombre del riñón del Foro Batllista, muy allegado a Julio María Sanguinetti, quien lo nombró nada menos que presidente del BCU entre 1995 y 2000, en su segundo gobierno –dicen que contra su voluntad, ya que siempre prefirió el perfil bajo y el lucro incesante–. Pero ingresó al gobierno de Sanguinetti y fue, por lo tanto, integrante de una recordada generación de altos funcionarios que incluye a Salomón Noachas, Benito Stern, Ernesto Laguardia, César Rodríguez Batlle, Milka Barbato y Julio Herrera, que arrastran historias oscuras, a veces delictivas y siempre por demás confusas. Ahora se sabe que desde la presidencia del BCU Capote fue quien habilitó el funcionamiento de Cambio Nelson, entonces dirigido por el senador Wilson Sanabria, procónsul de Sanguinetti en Maldonado. Una vez que finalizó su actuación en el BCU, Capote siguió cultivando el perfil bajo, operando su enorme estudio contable, y las versiones señalan que estuvo vinculado a numerosos grandes negocios, como Acodike, Mi Granja y Granja Moro.

La aparición del nombre de Humberto Capote cayó como una bomba en la dirigencia colorada, tremendamente cascoteada por toda la historia posterior a 1985 y por la caída en picada electoral desde 2004 a la fecha. Esto significa que decir “Capote” es como decir “Sanguinetti”. Tanto los impactó, que un grupo de dirigentes decidió convocar a la Convención Nacional del Partido Colorado, a fin de que este organismo tomara la decisión de no aceptar la renuncia de Francisco Sanabria y, en cambio, expulsarlo de las filas partidarias, además de practicar otras limpiezas.

El sábado 1º de abril, la Convención se reunió en la vieja casona de la calle Andrés Martínez Trueba, en cuyo centro se yergue el monumento a Batlle y Ordóñez y en cuya sala de sesiones se lee su frase “La historia de las Asambleas es la historia de la Libertad”. En un clima muy caldeado, en el que varios presentes clamaron por la presencia de Sanguinetti (quien no concurrió y ha abandonado los lugares y columnas que suele frecuentar), la lista de oradores se fue extendiendo entre reproches y muestras de dolor (“¿Quién no sabía lo que hacía Sanabria en Maldonado?”, vociferó un convencional), hasta que la diputada bordaberrista Susana Montaner pidió que se votara la expulsión y luego se continuara la lista de oradores, ya que mucha gente había venido en ómnibus desde los departamentos fronterizos y necesitaba volver temprano a sus casas.

Sin embargo, el exdiputado Aníbal Gloodtdofsky (recordado integrante del grupo Los Liberales, junto a José Luis Guntin y otros iluminados de aquellos años) gritó desaforadamente que se estaba amordazando a la asamblea. Esto provocó la reacción del exdiputado Miguel Ángel Manzi, que le reprochó ser asesor honorario del intendente frenteamplista de Montevideo, Daniel Martínez. Gloodtdofsky avanzó sobre Manzi y, a pesar de los intentos que varios hicieron por separarlos, consiguió golpearlo en el rostro más de una vez. A su vez, saltaron otros reproches, vinculados con apoyos de figuras coloradas a Mariano Arana y a Edgardo Novick, lo que sumió la Convención en un caos. También se reprochó a Germán Cardoso, diputado y secretario general del Partido Colorado, haber sido financiado por Sanabria.

Quien logró que las aguas volvieran a su cauce fue Juan Pedro Bordaberry. “Si quieren un responsable, responsabilícenme a mí, pero no destruyan al Partido Colorado”, dijo, y agregó: “Lo que se va a hablar de esta Convención es que dos convencionales se agarraron a golpes de puño. Lo que yo espero es que hablen de que Bordaberry se responsabiliza” de haber incluido a Sanabria en las listas.

Francisco Sanabria fue formalmente expulsado de la colectividad de Fructuoso Rivera, pero en los corrillos el comentario fue que con su intervención Bordaberry (que estaría abandonando la actividad política para dedicarse a sus negocios en Uruguay y Paraguay) habría intentado que la atención no se fijara en la ausencia de Sanguinetti, a quien se responsabiliza de haber amparado a la familia Sanabria, o tal vez de haber sido cómplice de todas sus operaciones políticas y económicas.

No faltó, incluso, algún batllista despistado que preguntara en voz alta por qué, de paso, no se expulsaba del Partido Colorado a Juan María Bordaberry, Juan Carlos Blanco y a todos los culpables de violar la Constitución y los derechos humanos durante la dictadura.

Después, cada cual se fue para su casa. Todo terminó. Sólo quedó para los sobrevivientes definir si el sepelio se hará en el Panteón Nacional o en un cementerio privado. Deudos casi no hay, aunque sobran los acreedores. Ahora seguirá la acción de la Justicia y continuarán los procesamientos, porque nadie puede creer que el hombre que hacía los balances para el BCU –a quien el fiscal Rodrigo Morosoli acusó de varios delitos, entre los que se incluye el de apropiación indebida– quede libre mientras van a la cárcel unos simples operadores y el hombre que dijo que firmaba lo que este le ponía en la mano.

Los verdaderos responsables

El Parido Colorado comenzó a caer en 1942, pero se fundió políticamente con los gobiernos de Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle. Eso lo ve hasta un ciego. Ahora una nueva historia de corrupción, la del “Banco Nelson”, que recién empieza, pone la cereza de la torta, y seguramente el Partido Colorado obtenga menos de 5% de los sufragios en 2019 y se convierta así en un partido meramente testimonial.

Lo más lamentable de todo esto es que Luis Pompita Lacalle Pou y Edgardo Novick pretenden ser quienes se beneficien electoralmente de la virtual desaparición del Partido Colorado. Desaparece la colectividad de Rivera, que supo ser también la de José Batlle y Ordóñez y Luis Batlle Berres, aunque de estos caudillos ya no queda nada en la moribunda desorganización que son los colorados de hoy, cuyo líder es el terrateniente ruralista Juan Pedro Bordaberry. No habrá lágrimas sobre la lápida de los colorados.

Pero el Frente Amplio debería ser la fuerza política más atenta a estos acontecimientos, porque “quienes ignoran la historia están forzados a repetirla”. Es necesario analizar el ciclo histórico que cumplió el Partido Colorado, así como los hechos que lo llevaron a su destrucción. La soberbia, la burocracia, el clientelismo, la corrupción, el neoliberalismo y otras conductas igualmente perniciosas conducen directamente a la derrota. Es imprescindible que se aprenda de estas lecciones lo que haya que aprender.

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