El vicepresidente Raúl Sendic ofreció días atrás una conferencia política en México, en una actividad organizada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), en la que dejó conceptos interesantes, algunos de los cuales retomó en su intervención en la cumbre de la Celac. Entre todas, dos de sus afirmaciones merecen ser comentadas especialmente. La primera tiene que ver con el desafío actual que enfrentan los gobiernos progresistas de América Latina: gobernar bien en condiciones económicas desfavorables. Gobernar bien con malos precios internacionales de los commodities, nuestros principales productos. Para ejemplificar, Sendic dio detalles sobre la caída del precio del petróleo, del cobre, de los alimentos, los que vaya si han golpeado a los países latinoamericanos, sobre todo aquellos que dependen fuertemente de la renta petrolera, como Venezuela. Y la segunda refiere a los poderes fácticos, especialmente al poder de los medios de comunicación, que supera en mucho al poder de los partidos políticos de la derecha, a los que directamente suplanta en su principal papel de oposición. En ambos casos, Sendic tiene razón.
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La izquierda tiene el desafío de mantener las notables mejoras que se han logrado en los indicadores sociales en la última década, pero ahora en tiempos que no son de abundancia y buenos precios. La dificultad estriba en la estrategia a desarrollar para hacer un buen gobierno en estas circunstancias. Y es una dificultad objetiva, porque es más difícil gobernar con pocos recursos. Y subjetiva: porque no hay un consenso en el seno de la izquierda sobre cómo se debe afrontar la etapa. Porque más allá de cierta ortodoxia económica, con ajuste incluido, que en principio pretende cuidar las cuentas públicas y hacer deberes para no perder la buena ponderación del “mercado” y sus formadores de opinión, está el desafío de cuidar también los logros alcanzados y evitar que la desaceleración de la economía la terminen pagando los trabajadores con sus puestos de trabajo o con la evolución de su sueldo o resignando salario real por el aumento de tarifas y precios, superior a la evolución de sus ingresos.
Y si gobernar bien es más que cuidar lo logrado, el desafío es el doble, porque implica necesariamente ser más agresivos en la redistribución de riquezas. Si en épocas de vacas gordas se podía hacer mejorar a los más sumergidos sin perjudicar por ellos a los que tienen más, en épocas de restricciones externas y precios bajos, la única forma de seguir favoreciendo a los más humildes y a los trabajadores es afectando más a los dueños del capital. No es lo mismo distribuir cuando hay mucho para todos, ricos y pobres, que distribuir cuando implica tomar partido y afectar el interés de los sectores económicamente más poderosos y concentrados. Por eso, es un debate bien pertinente que admite muchas opiniones y resúmenes: la pregunta central es si gobernar bien con bajos precios y economía medio estancada o enlentecida no nos exige mayor rupturismo, mayor heterodoxia, más izquierda.
El segundo ítem abordado por Sendic es definitorio y el propio tratamiento de la prensa sobre el asunto es demostrativo. Reflexionó el vicepresidente en México: “Hay poderes fácticos en nuestra sociedad que son muy difíciles de enfrentar. La prensa juega un papel muy importante. La prensa juega un papel a veces más importante que la oposición de derecha. Marca una agenda y nosotros muchas veces terminamos respondiendo a esa agenda, que no es nuestra agenda, es la de un poder fáctico que tenemos enfrente, que lo único que hace es enumerar nuestras dificultades y jamás han reconocido nuestros logros». Por esta afirmación, Sendic fue tratado de antidemocrático, de atacar a la prensa, de desconocer su rol, de ser un peligro para la libertad de expresión. Tergiversado en Uruguay y en otras partes del mundo, por decir algo que se cae de maduro: los grandes medios de comunicación constituyen un poder en los hechos con capacidad de desestabilizar los proyectos políticos progresistas, incluso más que los propios partidos de la derecha. Son el verdadero partido, junto con otros poderes fácticos, como las corporaciones económicas o, en algunos países, sectores enquistados del Poder Judicial a los que nadie eligió y los que pueden llegar a comportarse como un verdadero partido político, o clase con conciencia de sí y para sí, o abiertamente mafia, con omertá y todo.
Uruguay, sin ser el caso más elocuente, no es la excepción en ninguna de estas cosas.