En esta columna me propondré acercar algunas reflexiones desordenadas sobre el problema de la pandemia y sobre la gestión política de la pandemia, atendiendo principalmente a la dimensión comunicacional de la política y la construcción de opinión.
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Para ello enumeraré, como dije, en forma desordenada, algunos hechos o procesos y una breve valoración en arreglo al propósito.
- La pandemia se ha gestionado en forma más o menos exitosa hasta noviembre de 2020 por un conjunto de elementos contextuales y algunas decisiones que coadyuvaron a buenos resultados. Dentro de ellos destaca un temprano retraimiento muy obediente de la población ante una señal prudente del gobierno en el propio mes de marzo de 2020, un sistema de salud capaz de brindar atención a la población evitando durante mucho tiempo la concurrencia a centros asistenciales y un seguimiento epidemiológico efectivo. Un adecuado sistema de protección social basado en un fuerte pilar de la seguridad social convencional que operó a través del seguro de desempleo y su versión ampliada, y una ampliación tardía, desprolija e insuficiente, del componente de asistencia social, basado en la Red de Asistencia e Integración Social del Estado con sus importantes sistemas de información y sus potentes infraestructuras informáticas, incluyendo las capacidades de Antel y del BROU; red que fue ampliada para el sistema de “canastas”, pero con un diseño y orientación conceptual profundamente equivocado e inconveniente, que implicó volver diez casilleros para atrás en materia de políticas focalizadas, siendo Uruguay hasta el año anterior un país de referencia en la materia. Luego haremos mención al monto de la ayuda.
- Además se contó con un aporte sustantivo de la Universidad de la República y la comunidad científica en general (GACH, Guaid, entre otros) que proveyeron insumos sustantivos en momentos claves y un acompañamiento permanente y lúcido de la situación. En ese sentido, es de resaltar la conformación a nivel de la comunidad científica de un enorme grupo de asesores de primer nivel que hicieron un diferencial sustantivo en la generación de insumos para el seguimiento de la situación, con un compromiso a la uruguaya que nos llena de orgullo. A ese espacio de la sociedad hoy le viene tocando poner algunos puntos sobre las íes de un gobierno que en un principio recibió en buena forma las recomendaciones científicas, aunque hoy, cuando las mismas contravienen su programa político, aparece todo aquello de: dónde están y dónde deben estar la autoridad y el poder de decisión; y salen los voceros oficialistas a acusar a la ciencia de desviaciones izquierdistas, con la ilusión de relativizar el juicio que caerá sobre ellos por sus actitudes irresponsables y fundamentalistas, y por los costos humanos que ellas vienen generando.
- También aportó a la gestión social de la pandemia el acceso universal a tecnología digital en la educación y un buen nivel de calidad en infraestructura de telecomunicaciones que habilitó, entre otras cosas, el teletrabajo en buena parte de la función pública y en algunos sectores de la actividad privada. Pero en este sentido cabe aclarar que nunca hubo de parte del gobierno una estrategia de planificación que permitiera bajar la movilidad a partir de un estudio serio de la actividad social y comercial, y mucho menos una adecuada planificación de eventual lockdown, sino solo un conjunto de decretos y leyes de carácter general a los que la población debería adherir y sin capacidad alguna de monitoreo sistemático de procesos. Un estudio serio, como se hizo en otros países, implicaba la selección de actividad y su caracterización de mayor o menor nivel de necesidad o esencialidad de modo de definir la conducta social con mayor precisión como así también la acción operativa del Estado.
- Por último, y como un hecho social relevante, no se puede dejar de hacer mención a una tradición solidaria y una enorme red de relaciones sociales que habilitaron la rápida conformación de sistemas locales de ayuda, que aún permanecen, como las ollas populares, abastecidas por la población en general, por un conjunto de empresas nucleadas en algunos colectivos o por aportaciones individuales, y recientemente también por dispositivos institucionales, tanto del gobierno central como municipal.
Salvo en lo que hace al último punto, que es una riqueza histórica de nuestra sociedad, al resto de los puntos los une al menos un hecho en común, que es parte del centro de análisis de este artículo. No hemos escuchado mención alguna ni de parte del gobierno ni de parte de la mayoría de los comunicadores que construyen opinión, referida al origen de las capacidades puestas en juego para enfrentar la pandemia, incorporando al análisis la situación contrafáctica de que dichas capacidades hubieran existido.
Todas las capacidades institucionales mencionadas o aludidas son el producto de desarrollos recientes en el Estado provenientes de la era progresista, con excepción del seguro de desempleo, que es un viejo elemento de protección social para los trabajadores formales, los cuales igual pasaron en los últimos años de 60% a 75% del total de trabajadores y trabajadoras.
Estas capacidades que se presentan como proviniendo de una especie de clarividencia mística que ilumina a una figura presidencial que toma decisiones por sí y ante sí como un gran conductor del pueblo, al cual sus adulones máximos llegan a designar como “capitán de las tormentas”, carece en el relato oficialista de toda historicidad. Pero buena parte de quienes sostienen esta iniciativa abonan compulsivamente un relato oscuro y enigmático sobre una omnipresente herencia maldita constituida por un abultado gasto público (despilfarro) y un aparentemente intolerable déficit fiscal (insustentabilidad).
Lo llamativo de este hecho no es que exista un posicionamiento de algún sector del sistema político hoy en el gobierno que piense esto y luche por validarse intentando imponer sus ideas, lo llamativo es el método utilizado y su resultado preliminar.
Es un fenómeno interesante, y para observar con cierto detenimiento, el énfasis y la obsesividad por construir desde un ahistoricismo tan radical el relato triunfante de una conducción exitosa, que además no es tal, sobre una materia cuidadosamente aislada de contexto, como podían ser los indicadores sanitarios del país hasta el mes de noviembre de 2020, más allá de toda situación social por demás dramática que los acompaña. A lo cual se suma por un canal paralelo pero incomunicado, la existencia de un historicismo determinante para explicar esta dimensión ocultada en el análisis anterior, que pretende justificar la inacción del gobierno sobre la situación social por determinantes históricos recientes simbolizados en una especie de “herencia maldita”, de “crisis” y de “sobredeterminación” de la situación actual por parte de la historia reciente.
Es un asunto por demás evidente y carente de fundamentos y solo la necesaria obsecuencia de lo cómplice puede sostener semejante disociación sin el menor cuestionamiento.
Cualquier ciudadano podría entenderlo si no se enfrentara al hecho desopilante y perturbador de tener una máquina omnipresente de construcción de opinión taladrando sus sentidos en forma persistente y machacando hasta el cansancio los dos o tres clichés de campaña que van mostrando su falsedad, pero aún siguen rindiendo.
Sería a todas luces tan honesto y polémico como necesario discutir los malos resultados del déficit fiscal de los gobiernos anteriores, pero junto a sus buenos logros de bienestar y desarrollo social, y así establecer algunas líneas de demarcación ideológicas para que la ciudadanía participe y se incline por uno u otro modelo político, incuso a posteriori de aceptar que nadie quiere déficit fiscal y todos queremos mayor bienestar (aunque esto último no puede considerarse tan evidente a la luz de doctrinas neoliberales cada vez más explícitas que proponen, para quien lo quiera leer y sin hacer demasiado esfuerzo, ganar competitividad a expensas de la pobreza).
Pero esto de la honestidad intelectual está muy lejos de suceder, dado que existen señales incorrectas de todos lados, aunque las que vienen del lado del gobierno han cruzado hace rato todas las fronteras de lo razonable y son intencional y planificadamente el principal elemento en la construcción de la grieta.
Una pregunta que podemos hacernos entonces es: ¿cómo puede sostener un periodista con cierta experiencia y trayectoria, o un político que se precie de promover discusiones con una base suficiente de honestidad intelectual, que esta pandemia fue gestionada por la acción positiva de conducción del Poder Ejecutivo, si lo único que hemos visto es improvisación permanente, con respuestas a demandas corporativas de sectores poderosos y medidas testimoniales inconducentes, como todas las relacionadas, por ejemplo, con la educación? ¿Quién puede defender los criterios de habilitación y restricción que imperaron durante todo el año para la gestión social? Iglesia sí, teatro no, ómnibus sin aforo sí, escuela no, gimnasio sí, placita no, shopping sí, parques no.
¿Quién puede defender los criterios económicos de gestión de la pandemia? Aumento de tarifas, aumento de combustibles, ahorros en alimentación escolar, cese de visitas del Mides para otorgar prestaciones, mejoras ridículas en las transferencias a los hogares más pobres (18 pesos por persona por día), aumento de impuestos al consumo, reducción de impuestos al gran capital, entre otras.
Si alguien se anima a poner esto sobre la mesa, cómo respondería a las preguntas siguientes: ¿en qué lugar se ha puesto la vida humana dentro de las prioridades del gobierno?
¿Qué acciones objetivas de protección real, cuidado y garantía de la vida el gobierno ha puesto en juego en esta pandemia?
¿Dónde quedaron la salud mental, la alimentación, el cuidado, la atención de la salud no relacionada al covid, el deporte, etc., cuando lo único que primó fue la dimensión económica?
Si alguien quiere realizar un análisis sobre qué cosas continuaron y cuáles no, solo podrá encontrar una única orientación analítica razonable para clasificar las actividades si se pregunta si generaban o no algún tipo de interés económico. En ese caso encontrará una clara respuesta: todo lo que mueva plata sí y lo que no mueva plata no. O sea, todo lo que hace al interés privado sí, y todo lo que es de interés público no.
¿Y cómo se ha presentado esto a la población? Pongamos un ejemplo.
Hemos escuchado hasta cansarnos a muchos comunicadores, hemos visto muchos titulares y portadas y hemos escuchado muchos comentarios sobre las ayudas sociales del gobierno a los más necesitados, hemos escuchado decir a ministros y hasta al propio presidente que se habían duplicado cuatro veces las ayudas sociales y que se había expandido el sistema de transferencias un 60%.
Ahora yo me pregunto cuántos de quienes dicen y repiten estas opiniones hicieron la cuenta de lo que esas ayudas significan. Me pregunto cuántos formadores de opinión considerarían que es digno que alguien que ha perdido una parte significativa de sus ingresos sea apoyado con una prestación que, en promedio, representa 18 pesos por persona por día para cada integrante de su hogar. Bueno, pues eso fueron las ayudas del gobierno para el 30% más pobre de la población y así lo documentan incluso los informes oficiales, misteriosamente no leídos por nadie y por tanto no divulgados.
También hemos escuchado invalidar los reclamos de la oposición porque se ha constituido en un “ruido histérico y estridente” que no propone nada más que la inmovilidad absoluta. Hemos visto llamados a la responsabilidad de la población por las situaciones que estamos viviendo que no ahorran en culpabilizar a lo que raye del estado de cosas -sin la más mínima reflexión- sobre las situaciones de posibilidad de la población en sus diferentes lugares ni sobre el papel que debería jugar el Estado. Y no es en referencia a las aglomeraciones, obviamente condenables, sino a gente que tiene que pasar dos o más horas en un ómnibus sin ningún distanciamiento posible y trabajar sin protocolos ni cuidados mientras todos nos bancamos la violencia de los trolls oficialistas insultando a cuanta cosa no repita las máximas del gobierno y achacando la responsabilidad por la situación actual de la pandemia a “las aglomeraciones”, al parecer todas de izquierda, aunque la ciencia explique el papel principal de las relaciones laborales e intrafamiliares en la transmisión del virus y las estadísticas muestren que la enorme mayoría de las aglomeraciones son de carácter puramente social.
Estamos teniendo una conducta social en la que quienes opinan lo hacen siempre desde la grieta y el resto se encuentra confundido más allá de la razón. Y el problema es que no es posible tener un intercambio respetuoso sobre un hecho o proceso político y social sin tener que asistir a una puesta en escena de deshonestidad extrema que parte de la base de hechos construidos por la pura manija que carecen absolutamente de objetividad.
Cuando pasamos raya y hacemos la cuenta, vemos que estamos ante una gigantesca estafa política de la democracia, ante la confabulación de un conjunto de actores más o menos poderosos para sobrellevar una crisis estructural global en la que vivimos como parte de la sociedad mundial, determinada obviamente por nuestras propias responsabilidades en la definición del estado de situación, pero abismalmente distantes del relato inculcado.
¿Cómo alguien con cierta dignidad puede seguir repitiendo como estúpido el verso del déficit fiscal como determinante absoluto de la ayuda para sostener la vida humana en este momento? ¿Y cómo lo puede hacer a conciencia de lo que está haciendo el mundo entero, tanto con conducciones de derecha o de izquierda? ¿Cómo se puede anteponer, para invalidar la idea del adversario, una visión tan tendenciosa de la realidad? ¿Dónde queda aquello de discutir con las mejores interpretaciones de las ideas del oponente? La respuesta a la última pregunta es única y sencilla: en ningún lado.
Pero lo más extraño de todo esto no es que el bloque en el gobierno sostenga con semejante deshonestidad lo que sostiene -su necesidad de autojustificación se lo impone-, lo inusual es que existan decenas y decenas de medios de comunicación y formadores de opinión no encuadrados en las estructuras políticas, aunque todos tengan sus simpatías y conveniencias, y nadie lea nada o lean y callen ante semejante situación.
Es gravísimo para la democracia que exista semejante silencio o semejante sesgo en la exposición de opiniones que habilite a la expansión de un juicio apriorístico permanente como método de reflexión social porque no hay la más mínima capacidad o voluntad de investigación científica y periodística. Estamos construyendo un escenario en el que el que opina distinto al gobierno es de izquierda y por tanto está invalidado de opinar, o su opinión no debe ser tenida en cuenta. Y eso es una estética vieja en buena parte de los grandes medios de comunicación, pero que se ha hecho cada vez más hegemónica. Todo lo que no sea oficialista puede ser denostado, todo lo que no sea jocoso, simpático o glamuroso puede ser ridiculizado.
Estamos construyendo una ética de la complacencia, pero no es la complacencia con una idea o un sistema de ideas, es una complacencia pragmática con el poder. Un poder hondamente autoritario que amenaza con excluir a todo aquel que le sea sospechoso, que le sea infiel, un poder que ha logrado domesticar la crítica sincera, un poder que busca totalizar. Ya sabemos hacia donde conducen estos procesos y también vemos como algunos personajes, representantes históricos de ciertos sectores sociales cuidadosamente omitidos de los relatos, se van vistiendo para subir al escenario.