Por Isabel Prieto Fernández
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
El pueblo kurdo asombró al mundo no sólo por el éxito logrado ante el Estado Islámico (Daesh, por su acrónimo en árabe), poseedor de una fuerza militar muy superior en número y armamento, sino por el protagonismo que tuvieron las mujeres kurdas que, organizadas en las Unidades Femeninas de Protección, batallones de mujeres que tienen una organización independiente dentro de las Unidades de Protección del pueblo kurdo (YPG), hicieron replegarse a una maquinaria militar que hasta ese momento no había conocido la derrota.
Sin embargo, las imágenes cargadas de heroísmo de esas mujeres combatientes, el pavor que inspiraban a los fundamentalistas de Daesh, que creen que les serán cerradas las puertas del paraíso si son ultimados por un ser inferior como una mujer, se han convertido en un tópico que oculta procesos más profundos, como la propia historia del pueblo kurdo, su implantación territorial, sus raíces, su milenario sufrimiento y dispersión y también la persistencia en una identidad que lejos de ser inercial ante los cambios, ha demostrado ser pródiga en materia de autocrítica y versatilidad.
Al día de hoy, el grueso de la población kurda se encuentra en Asia Menor, al norte del Oriente Medio y al sur de Transcaucasia. Sus orígenes se remontan a los medos, y se asentaron en las zonas montañosas del sur de Anatolia a comienzos del siglo X. En esa región vivieron con relativa libertad durante siglos y, en su mayoría, se convirtieron al Islam, en versión sunita. No obstante, una importante minoría profesa el yazidismo, una religión antiquísima que se remonta al zoroastrismo y que sincréticamente incorpora elementos del Islam, del nestorianismo, del maniqueísmo y del judaísmo, entre otras religiones monoteístas.
En 1639 se produce la primera fragmentación del pueblo kurdo, cuando los imperios otomano y persa se reparten su territorio luego del Tratado de Zahab. La resistencia a los imperios se materializó en las sangrientas rebeliones de 1806 y 1880.
La decadencia del imperio otomano, que se precipitaría luego de la Primera Guerra Mundial, propició la irrupción del colonialismo europeo, que mediante el Tratado de Sevres (1920) despojaba a los kurdos de las dos terceras partes de su territorio, precisamente las áreas más fértiles de las llanuras mesopotámicas.
Las propias contradicciones entre los colonialistas y la resistencia de los poderes locales impidieron el despojo, pero no que se profundizara la diáspora. Kurdistán terminó repartido entre Turquía, Siria, Irán, Irak y la emergente Unión Soviética, en el denominado Tratado de Lausana, en el año 1923.
Pese a que no hay censos precisos, es posible decir que el pueblo kurdo se compone de entre 45 y 50 millones de personas, cinco de los cuales habitan en Europa occidental en calidad de asilados. Se estima que al menos 45% de los kurdos habitan en Turquía, mientras que el resto se asienta en la región del Kurdistán oriental (Irán), en la zona meridional de Irak, en los límites con Turquía, y en la franja norte y noreste de Siria. También hay poblaciones kurdas en Armenia y en Kirguizia.
A partir de entonces, los hombres de las montañas (como se solía denominar a los kurdos) protagonizaron 28 sangrientas rebeliones en todos los Estados en los que habían sido repartidos. Entre las más importantes pueden mencionarse el lanzamiento de la lucha armada en Irak bajo el liderazgo de Mustafá Barzani, que recién sería derrotada en 1975, el nuevo levantamiento en Irak contra el régimen de Sadam Husein en 1979, las rebeliones en Irán entre 1962 y 1970 y en el período 1974-1975, y el resurgimiento de la guerra en Irak en 1991.
Hasta entonces los alzamientos seguían una matriz nacionalista, fragmentada y escasamente ideologizada. Este panorama comienza a cambiar en 1978, al crearse el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), bajo el liderazgo de Abdullah Ocalan. En 1984, el PKK lanzó la lucha armada en Turquía, la que se prolongaría hasta agosto de 2009, dejando un saldo de 40.000 muertos.
La iniciativa de buscar acuerdos de paz partiría de Ocalan, quien luego de haber sido capturado en Kenia en 1999, permanecía confinado en solitario en la prisión de Imrali, en el mar de Mármara, condenado a cadena perpetua bajo los cargos de terrorismo y separatismo. Desde allí, Ocalan propuso al PKK no apelar a la lucha armada salvo que el pueblo estuviera amenazado por la destrucción total, algo que pronto se volvería factible con la irrupción de Daesh, en tácita alianza con el gobierno turco de Recep Erdogan.
Sin embargo, desde 2005 el PKK estaba forjando una reconversión que lo prepararía para los tiempos que pronto sobrevendrían.
Profundamente influido por las ideas de Murray Bookman (fundador de la ecología social y uno de los pioneros del movimiento ecologista) y de Immanuel Wallerstein (junto a Noam Chomsky, uno de los principales referentes del movimiento antiglobalización e investigador de avanzada de lo que denominó el sistema-mundo), Ocalan, que como aquellos se había formado en una concepción marxista-leninista ortodoxa, evolucionó hacia el socialismo libertario, en una versión que denominaría Confederalismo Democrático.
La radicalidad del cambio del PKK se expresa en su abandono de la idea de crear un Estado kurdo, en el entendido que el Estado es una herramienta de opresión en sí misma y que una sociedad verdaderamente socialista sólo puede desarrollarse de abajo hacia arriba, eliminando la opresión y jerarquización social que se materializa en la figura del Estado. Desde las antípodas, el Confederalismo Democrático debería basarse en la autonomía, en la democracia, en la convivencia plurinacional, el socialismo, la ecología y, principalmente, en la lucha contra el patriarcado. En ese sentido, Ocalan planteó que la dominación de la mujer por parte del hombre es la célula madre de todas las desigualdades, que precede al Estado en su aparición y que justifica la opresión que con éste se organiza y se ejerce sobre la sociedad en su conjunto.
En su realidad concreta, el PKK jerarquizó su crítica en cuatro ideologías constitutivas del Estado: el nacionalismo, el sexismo, el fundamentalismo y el positivismo científico. La reconversión implícita llevó a cambios radicales en la vida familiar, en la sociedad, en el sistema educativo y en el ejército kurdo.
Mujeres en armas
La singularidad del Confederalismo Democrático fue que no se limitó a plantear la participación de la mujer en la sociedad, sino que propuso su plena libertad, su autoorganización independiente en todos los niveles, e incluso su primacía en la elección de los representantes en el gobierno de los tres cantones que componen el Rojava o Kurdistán sirio (Cizir o Al Yazira, Efrin y Kobane).
Ahí, 50% de las responsabilidades deben ser asumidas por mujeres y son solamente ellas quienes están habilitadas para elegir a sus delegadas. Para el otro 50% rige el voto universal, sin distinción de género. En otras palabras, para hacer retroceder al patriarcado se volcó la balanza en favor de las mujeres, considerando que tanto su “participación” como la “representación igualitaria” eran un engaño en una sociedad dominada por un sexismo medieval. Para construir un orden social distinto era preciso partir de la subjetividad de la mujer, que históricamente –y en especial en Medio Oriente– ha sido excluida, postergada y oprimida, promoviendo su organización y movilización independiente. Idéntico criterio se tomó para con la representación de las nacionalidades. En todo consejo debía existir al menos un representante árabe y asirio, de manera de no generar exclusiones. De hecho, el presidente del cantón de Cizir es un árabe, líder de una de las mayores tribus que conviven en el Estado confederado.
El fundamento de la reforma de los conceptos que componen la enseñanza se da en dos planos, uno el propiamente educativo (no es posible, dicen, enseñar sociología prescindiendo de la historia) y otro social, en la medida en que la parcelización de las materias es considerada un trampolín para que un estrato de tecnócratas desarrollistas se haga con el poder de manera subrepticia. Como herramienta para lograr esa síntesis educativa, han creado una nueva materia, llamada genealogía, que está basada en la física cuántica y que integra diferentes disciplinas hasta ahora impartidas de manera independiente.
La Revolución de Rojava
La experiencia, que comenzó a procesarse en 2005, tuvo estatuto institucional a partir del 19 de julio de 2012, cuando se produjo la llamada Revolución de Rojava, que expulsó del gobierno a las autoridades refractarias a los cambios en curso. De hecho, los protagonistas de esa revolución hoy confiesan que la lucha por superar los atavismos patriarcales fue –y continúa siendo– más dura aun que la lucha armada contra el despotismo turco o contra la criminalidad de Daesh, y que sin ella hubiera sido imposible asumir esos desafíos.
Luego del frustrado asalto a Kobane por el Estado Islámico (con la pérfida connivencia del gobierno turco) quedó demostrado que esta reconversión, anegada en sangre, albergaba mucho más que palabras. Es muy temprano aún para sacar conclusiones sobre su carácter modélico, y tal vez incluso sea pernicioso ver en el Confederalismo Democrático algo parecido a un modelo, pero resulta claro que el empoderamiento de la mujer en una sociedad que la relega a la condición de objeto y la reflexión propuesta desde esa perspectiva sobre la naturaleza del Estado –un tema que, por otra parte, no es novedoso– es uno de los elementos más revolucionarios que han aparecido en un horizonte cargado de incertidumbre.