Mientras Trump continúa retirando a Estados Unidos del mundo en beneficio de China Popular, los servicios de inteligencia alertan sobre injerencias rusas en las elecciones de varios países y el fiscal especial Robert Mueller, a quien se trató en vano de destituir, prosigue su camino. Dos libros hacen furor: Fuego y furia/En la Casa Blanca de Trump y Conspiración/Cómo Rusia ayudó a Trump a ganar las elecciones. Trump apostó a adular a las fuerzas armadas aumentando el gasto militar, pero el recurso pertenece a los dos partidos. De los dos grandes filmes políticos que se disputan los Oscar, acaso el más actual (pese a tener lugar en Inglaterra y no precisamente en The Washington Post, que derribó a Richard Nixon publicitando las injerencias presidenciales en una elección nacional) sea La hora más oscura, que muestra a un Winston Churchill que no duda nunca sobre cuál es el objetivo ante una dictadura: “¡La victoria, la victoria a cualquier precio! Combatiremos en los mares y los océanos, combatiremos en el aire, combatiremos en las playas, en los campos y en las calles; combatiremos en las colinas. ¡No nos rendiremos nunca!”. Eso les grita a los lores que se debaten entre su conservadurismo filonazi, sus privilegios y su cobardía. Las anécdotas de Donald Trump ya no importan. Ni siquiera que el presidente de Estados Unidos (EEUU) se lamente de los 17 estudiantes muertos en Parkland, pero no diga una palabra contra la venta de armas de guerra a civiles, entre ellos los desequilibrados como el asesino de Las Vegas que terminó con 58 vidas. Tampoco juega demasiado la economía, que ha encaminado hacia un suicidio a mediano plazo. Trump retiró a Janet Yellen, y con ella se fue “la barra del MIT”, el grupo que salvó la economía mundial, sustituyéndolos por un hombre de Goldman Sachs, Steve Mnuchin, en la Secretaría del Tesoro y un abogado corporativo partidario de la desregulación financiera, Jerome Powell, en la Reserva Federal. La reducción de impuestos a las corporaciones y el aumento del gasto militar y en infraestructura no harán otra cosa que aumentar el colosal déficit fiscal de EEUU, del que no ha vuelto a hablar ni tuitear. Siguen apareciendo indicios de su agitada vida sexual (“las mujeres, cuando eres una celebridad, te dejan hacer lo que quieras, puedes hacer lo que quieras; agarrarlas por la… , puedes hacerles de todo”, era su consejo), mientras la carrera de un director o actores famosos es sepultada por una acusación cualquiera, tenga o no fundamento. Y todos los días una estrella porno o una prostituta declara públicamente, sin ser refutada, que ha mantenido relaciones extramaritales recientes con el presidente. Mucho menos importa que el titular de la primera superpotencia cultural del mundo, creadora del “sueño americano”, se refiera a los inmigrantes de Haití, El Salvador y algunos países africanos preguntándose: “¿Por qué tenemos a toda esta gente de países que son una mierda viniendo aquí?”. Con toda su importancia, estas circunstancias tienen hoy un lugar secundario. La verdadera batalla de Trump por su supervivencia en el cargo se juega en las investigaciones del fiscal especial Robert Mueller, un republicano intachable de 73 años, que fue jefe del FBI, y al que el mandatario quiso destituir en junio pasado, según informó The New York Times. De Comey a Mueller En setiembre de 2013 el entonces presidente Barack Obama nombró al abogado (Universidad de Chicago) James Comey (1960), republicano de currícula intachable, como séptimo director del Buró Federal de Investigaciones (FBI). Desde esa posición, en 2016, fue el responsable de investigar los famosos e-mails de Hillary Clinton y fue acusado por la exprimera dama de ser un factor decisivo en su derrota ante Donald Trump el 8 de noviembre de ese año. Comey fue previsiblemente confirmado en el cargo por Trump, pero el FBI se involucró, junto con la “Comunidad de Inteligencia” -formada básicamente por la CIA, los servicios militares y la Dirección Nacional de Inteligencia (NSA)-, en la investigación de la llamada “trama rusa”, es decir, el conjunto de evidencias que señalaba una injerencia decisiva de los organismos oficiales y privados de la Federación Rusa en las elecciones de 2016 con el fin de favorecer a Donald Trump y debilitar a Hillary Clinton, contando con la colaboración de personalidades norteamericanas. Dichas evidencias apuntan a personalidades del círculo íntimo de Trump, como su hija Ivanka, su todopoderoso yerno, Jared Kushner, su ideólogo ultraderechista Steve Bannon (renunciado y hoy enemigo mortal del presidente), su exconsejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn (que renunció voluntariamente ante el avance de la investigación), y su exjefe de campaña, Paul Manafort (renunciado), quienes habrían mantenido numerosas conversaciones con representantes rusos y particularmente con el muy influyente embajador de la Federación Rusa, Sergey Kislyak, que cesó oportunamente en sus funciones en agosto de 2017. Según declaró ante el Congreso, Comey recibió el pedido de Trump de cerrar la investigación de la trama rusa tras la dimisión del teniente general Flynn (que mintió sobre sus conversaciones con Kislyak al vicepresidente Mike Pence), pero se negó a hacerlo. Ante esta respuesta, y demostrando su egolatría e imprudencia, Trump cesó a Comey como titular del FBI el 9 de mayo, lo que desató el escándalo esperable en todos los círculos políticos de EEUU y alimentó enormemente las sospechas sobre el involucramiento del propio presidente -que en una de las polémicas públicas con Hillary llegó a pedir a Rusia que investigara todos los e-mails de la exsecretaria de Estado- y puso el primer ladrillo en el delito más temido por un primer mandatario de la Unión: obstrucción a la Justicia, tema sobre el cual el Comité de Inteligencia del Senado interrogó el 8 de junio al jerarca saliente. Tras declarar, enterrando a Trump, Comey dio una resonante conferencia de prensa. Su antecesor en el cargo era Robert Mueller III (1944), abogado de Princeton y funcionario republicano, que dirigió el FBI entre 2001 y 2013, nombrado por George W. Bush. Mueller tiene un posgrado en Relaciones Internacionales y participó como marine en la Guerra de Vietnam. Un duro. En mayo de 2017, el fiscal general adjunto, Rod Rosenstein, nombró a Mueller como fiscal especial del Departamento de Justicia de EEUU para supervisar la investigación sobre “cualquier vínculo y/o coordinación entre el gobierno ruso y personas asociadas con la campaña del presidente Donald Trump y cualquier asunto que haya surgido o pueda surgir directamente de la investigación”, o sea, la “trama rusa”. The Washington Post señaló que Mueller está investigando personalmente al presidente Trump por posible obstrucción a la Justicia en relación al tema que le fue asignado. En octubre de 2017 el Fiscal Especial presentó cargos contra Paul Manafort, jefe de campaña de Trump, por doce cargos, que incluyen conspiración para lavar dinero, violaciones de la Ley de Registro de Agentes Extranjeros de 1938, como agente no registrado de un mandante extranjero, declaraciones falsas, y conspiración contra EEUU. Casi nada. Trump expulsó a Manafort de su círculo íntimo y negó que hubiera colaborado con él. Por Twitter. Así de fácil arregla el mundo. En diciembre pasado, Mueller llegó a un acuerdo con el exconsejero de Seguridad Nacional, Mickael Flynn , que se declaró culpable de brindar falso testimonio al FBI sobre sus contactos con el embajador ruso, Sergey Kislyak. Flynn estaría dispuesto a declarar que altos funcionarios del equipo de Trump lo impulsaron a contactarse con los rusos. A todo esto, ya Trump estaba combatiendo al fiscal especial, como combatió a Comey hasta que lo despidió del FBI. Y a hablar mal del FBI en sus tuits. Pero la historia avanza. Los trabajos del fiscal Mueller Las informaciones del Times y otros medios señalan que las investigaciones de Mueller (que prosigue trabajando en silencio) se están centrando en las finanzas de Trump, y que estudia llamarlo a declarar, lo que podría tener consecuencias imprevisibles visto el humor presidencial. Hasta ahora, el fiscal especial ha imputado a cuatro personas: George Papadopoulos, asesor de campaña; Paul Manafort, exdirector de campaña; Richard Gates, su socio; y el exconsejero de Seguridad Nacional, Tte. Gral. Michael Flynn. Pero Mueller dio un golpe aun más demoledor. El 16 de febrero, presentó al Departamento de Justicia un informe de 37 páginas que señala que por lo menos tres empresas (Internet Research Agency LLC, Concord Management and Consulting y Concord Catering, que empleaban a cientos de personas en San Petersburgo) y 13 ciudadanos rusos radicados en EEUU interfirieron entre 2014 y 2016 la campaña electoral para ayudar a Donald Trump en detrimento de Hillary Clinton. La imputación recuerda el informe de enero de 2017 presentado por la “Comunidad de Inteligencia”. Según El País de Madrid, que cita un informe del Departamento de Justicia, “el gigantesco operativo, bautizado como Proyecto Laktha, empleaba a cientos de personas y, a través de las redes sociales y el activismo de base, desplegó en EEUU una intensa campaña de intoxicación política […] para cubrir las 24 horas, se alternaban dos grupos. Su misión consistía en crear bajo nombre falso miles de cuentas en redes sociales. Un equipo de diseñadores gráficos, analistas de datos y tecnólogos les apoyaban […] sus emisarios visitaron hasta ocho estados. Su actividad fue especialmente intensa en territorios electoralmente indecisos como Florida, Virginia y Colorado. Para ocultar sus huellas, la maquinaria rusa utilizaba como pantalla ordenadores e identidades estadounidenses. Bajo este escudo, generaba cientos de cuentas en redes sociales (Facebook, Instagram y Twitter). Con nombres robados, cuentas de banco fraudulentas y documentos de identidad falsos, se hacían pasar por estadounidenses que abogaban o censuraban a determinados candidatos, abrían páginas web y creaban comunidades”. Agrega que “las maniobras de intoxicación eran constantes” y que “la meta, según el FBI, era generar malestar y erosionar la confianza en el sistema político”. El vicetitular del Departamento de Justicia, Rosenstein, afirmó: “Conspiradores rusos trataron de promover la discordia en EEUU y socavar la confianza pública en la democracia. No podemos permitir que triunfen”. La acusación presentada por el equipo de Mueller incluye ocho cargos, encabezados por el de “conspiración para defraudar a EEUU”, fraude bancario, robo y suplantación de identidad. Las fuerzas armadas y la Comunidad de Inteligencia El martes 13, el director de Inteligencia Nacional, Donald Coats (1943, abogado y político republicano nombrado por Trump), presentó ante el Comité de Inteligencia del Senado su Informe anual sobre riesgos globales. Coats, que coordina todos los servicios de inteligencia (varios de los cuales están directamente ligados a las fuerzas armadas) y trabaja en coordinación con el FBI, advirtió “que resulta probable que Rusia y otros países traten de impulsar mayores ciberataques para entrometerse en procesos electorales […] y que las operaciones cibernéticas persistentes y disruptivas continuarán contra EEUU y nuestros aliados europeos utilizando elecciones como oportunidades para socavar la democracia”. Habló acompañado de todos los jefes de las agencias y también afirmó que “la amenaza de conflictos entre naciones es la mayor desde el fin de la Guerra Fría”. Este proceso ocurre a nueve meses de las elecciones “de medio término en EEUU”, que renovarán gran parte del Congreso; serán una suerte de test sobre la gestión de Trump y podrían limitar severamente su poder. El director Coats afirmó que “Rusia ve exitosa su injerencia en las ele ciones estadounidenses de 2016 ” y señaló que “Moscú ve una oportunidad para influir en los comicios legislativos del próximo noviembre, en que se renuevan decenas de puestos de gobernadores estatales, la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado”. Acusó a Rusia de entrometerse en los referéndum del brexit y de Cataluña y en las elecciones de Francia y Alemania. En su exposición, el director de la CIA, Mike Pompeo, manifestó que ya detectaron actividades rusas para impactar en las próximas elecciones en EEUU y Coats agregó que “esperamos que Rusia continúe utilizando propaganda, personas falsas y otros medios de influencia para tratar de exacerbar fisuras sociales y políticas en EEUU”. Es evidente que Coats y los jefes de la NSA, la CIA , el FBI y los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas mantienen su tesis sobre la injerencia rusa a pesar de la cerrada negativa de su “comandante en jefe”, Donald Trump.
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CONCLUSIONES PRELIMINARES: El cerco se cierra
Paso a paso, con documentos e informes, desde las fuerzas armadas, los servicios de inteligencia, el Departamento de Justicia y el fiscal especial, más líderes demócratas y republicanos (como la familia Bush, el senador John McCain y Colin Powell), el círculo de acusaciones se acerca al presidente Donald Trump, que podría ser imputado por complicidad o negligencia criminal, además de obstrucción a la Justicia. Amén del ataque constante de grandes medios de prensa como The New York Times, The Washington Post, el Financial Times e incluso The Economist, varios libros sobre Trump hacen furor. Se destacan Fuego y furia/En la Casa Blanca de Trump, de Michael Wolff, y Conspiración/Cómo Rusia ayudó a Trump a ganar las elecciones, de Luke Harding, sobre los cuales Caras y Caretas publicará amplias reseñas próximamente. En el fondo, lo intolerable para el poder real es que el empresario (que ni siquiera es tecnológico, sino preindustrial, como señaló la eminente economista venezolano-británica Carlota Pérez), está retirando, acaso por sus compromisos o temores para con Rusia, enemigo histórico de la Unión, a Estados Unidos del mundo, en lo económico, lo comercial, lo militar y lo cultural. Eso es lo que no se puede perdonar. Los dados están echados.
Trump y el fantasma de Nixon
En enero pasado, The New York Times informó que Donald Trump ordenó en el pasado mes de junio destituir al fiscal especial, pero debió desistir ante las catastróficas consecuencias que su decisión tendría, poniéndolo en una situación peor que la de Richard Nixon, quien al menos pudo renunciar y tuvo funerales de Estado. En octubre de 1973, el entonces presidente Nixon, cercado por el escándalo Watergate, ordenó despedir al fiscal especial que lo investigaba, Archibald Cox, pero el fiscal general renunció para no cumplir la orden presidencial. Nixon nombró fiscales generales que fueron renunciando hasta que encontró uno que despidió a Cox, en lo que se recuerda como “La masacre del sábado noche”, que decidió al Partido Republicano a prescindir del presidente. Encargaron la tarea de pedirle que renunciara a Henry Kissinger, quien lo contó en sus Memorias y fue registrado en una inolvidable escena del film Nixon, de Oliver Stone, en la cual el presidente, ebrio como de costumbre, se dirige en la Casa Blanca al icónico y luminoso retrato de John F. Kennedy, el mandatario asesinado por querer terminar la guerra de Vietnam, y le dice: “Cuando te miran a ti ven lo que quieren ser; cuando me miran a mí, ven lo que son”. Nixon renunció y evitó su juicio político por el Congreso. El presidente Trump dio la orden de despedir a Mueller al abogado de la Casa Blanca, Donald F. McGahn (abogado republicano que fue el jefe del equipo legal de campaña), quien se negó a trasladarla al Departamento de Justicia, instituto que nombró a Mueller y que es quien tiene autoridad para destituirlo. McGahn, según las fuentes no desmentidas del Times, le dijo a Trump que renunciaría antes de cumplir su orden y le aconsejó que desistiera, ya que el organismo respaldaría a Mueller y quedaría configurado (mucho más teniendo en cuenta la destitución de James Comey en el FBI) el delito de obstrucción a la Justicia, que llevaría de inmediato a su juicio político o impeachment, seguramente con el respaldo de los dos partidos. Al parecer, Trump, que por supuesto, ignora todo lo relativo al interés público, pensó en dar directamente la orden, pero tras algunas consultas comprendió lo que se venía y desistió, al menos por ahora.