Desde temprano se formaron largas filas para la compra del cannabis psicoactivo en las cuatro farmacias adheridas en Montevideo. En total 8 kilos de marihuana fueron expedidos en un sólo día. En el interior del país, la situación fue similar. De a ratos, las filas se alargaban de manera considerable y nadie salía de la farmacia. El problema no era de atención al público, sino que el sistema colapsaba, no aceptando la huella del comprador. A los pocos minutos volvía a la normalidad, pero para entonces más clientes habían llegado. Ana tiene 48 años y fuma desde hace 25: «Fumo del prensado, porque antes cogollos no encontrabas y ahora son carísimos. Veremos qué pasa con esto», dijo a Caras y Caretas Portal mientras se cubría de las cámaras: «Soy divorciada, tengo un hijo de 23 y, aunque te parezca mentira, no sabe que fumo. Estuve esperando hasta hoy para decírselo. Iré con las bolsitas de sorpresa», dice sonriente. Su hijo también se anotó, «pero está en la farmacia de Malvín, que es donde vivimos». Ana, que trabaja en una agencia de viaje del centro, asegura que en su trabajo saben que iba a retirar el cannabis: «Los dueños son rebuena onda y como sabían que yo me había anotado… Ahora están esperando, y mis compañeros también. No hay registrados, pero hoy dos dijeron que se iban a anotar», dijo con una sonrisa. Miguel apenas dijo el nombre, y sólo repetía «estoy feliz, estoy feliz, se acabó la boca, estoy feliz», en tono bajo y con una sonrisa de oreja a oreja. En la fila alguien hablaba de comida. Caras y Caretas Portal se acercó. Silvia no fuma, come: «A mí fumar me hace mal, pero comerlo me encanta». Cuenta que hace una manteca con el cannabis y con eso elabora tortas, alfajores, y «cualquier exquisitez dulce». «El pegue es distinto, es como que te va invadiendo el cuerpo de manera más tranquila. Después dormís bárbaro», dice y nos lo recomienda.
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