Por Carlos Luppi
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Contrariamente a la famosa frase, el arte preanuncia la vida.
Las grandes series que en las pantallas vienen construyendo el relato de nuestro tiempo (como Black Mirror y House of Cards, esta última por su sangrienta descripción de las luchas por el poder) coinciden en mostrar el advenimiento de una “edad oscura”, la misma que adelantó el film Blade Runner en 1982. Así como nadie podía creer que la juventud hippie de los 60 se convertiría en la de hoy (aunque lo predijo La Naranja Mecánica en 1971), nadie –ni en sus pesadillas– podría haber señalado que en Europa volvería a avanzar electoralmente la ultraderecha neonazi, y que en América se empoderaría políticamente una derecha empresarial formada por megamillonarios altaneros (por decir lo menos), como Donald Trump, Michel Temer y Mauricio Macri.
Trump, de quien pronto volveremos a ocuparnos, recibe la principal derrota (la reforma del Sistema Nacional de Salud u Obamacare) desde su propio partido. Temer tiene el peor índice de popularidad de la historia y las calles gritan que se vaya, pero el ocaso del Socialismo del siglo XXI, la derechización de los progresismos y la falta de alternativas políticas e ideológicas sólidas a la derecha empresarial (“países atendidos por sus propios dueños”, según la conocida expresión) sigue ganando terreno o manteniendo el conquistado, que no es poco.
En Argentina, los CEO encabezados por el ingeniero Mauricio Macri manejan mejor los medios (pese a algún notorio traspié), pero siguen sin resolver los verdaderos problemas, y ahí reside su fracaso, que se trasluce en la no llegada de las esperadas inversiones del exterior.
Las marchas y la realidad profunda
Antes de entrar en las cifras de la gestión iniciada el 10 de diciembre de 2015 y sus consecuencias políticas y sociales, vale la pena repasar las características principales del escenario. La candidatura de Mauricio Macri se sustentó políticamente en los partidos PRO, UCR y ARI, unidos en el frente Cambiemos, pero su sostén principal fue la Sociedad Rural Argentina, cuyos representantes integran mayoritariamente su gabinete ministerial. Los nombres de Federico Pinedo (nieto homónimo del economista liberal más célebre de Argentina), Marcos Peña, Alfonso Prat-Gay (su ministro más capaz, prontamente removido), Patricia y Esteban Bullrich, Guillermo Dietrich y Juan José Aranguren (entre muchos otros altos funcionarios) remiten a lo más granado de la oligarquía tradicional argentina.
Entre ellos hay numerosos excondiscípulos de Macri del ultraselecto colegio Cardenal Newman. Al asumir la presidencia, el diario Página/12 señaló que “en apenas veinte días, desembarcaron en ministerios y secretarías exgerentes de Shell, Techint, General Motors, HSBC, Telecom, Grupo Clarín, LAN, Banco Galicia, Pan American Energy, JP Morgan, Citibank, Telefónica, Coca-Cola, Deutsche Bank, Farmacity y Axion, entre otras empresas”.
La primera medida de gobierno, el 14 de diciembre, fue eliminar solemnemente las odiadas “retenciones” (impuestos directos a las exportaciones que se aplican sobre las exportaciones de bienes) que pesaban sobre el trigo, el maíz, la carne, la pesca y las producciones regionales, disminuyendo las de la soja. La segunda fue liberar el “cepo” cambiario, con lo cual también benefició al sector agropecuario. Luego echó a 24.000 empleados públicos y se dedicó a arreglar la situación con los holdout (es decir, terminar con los efectos colaterales del default de 2001, que dejó a Argentina fuera del circuito del crédito formal), mientras preparaba el “blanqueo” de capitales subsiguiente. En abril de 2016 concluyeron las negociaciones con los tenedores de deuda llamados “fondos buitres” que no ingresaron en el canje de deuda de 2010, obteniéndose un pago con una quita de 25% de intereses financiado con emisión de deuda. El 22 de julio de 2016 se dispuso el “blanqueo de capitales”, denominado “Régimen de Sinceramiento Fiscal”, que permitió recuperar unos US$ 110.000 millones depositados en el exterior por residentes, con lo cual Argentina, al decir de El País de Madrid, “gana el mundial del blanqueo”, superando a Italia con US$ 102.000 millones y a Brasil con US$ 53.000 millones. También supera muy holgadamente los blanqueos realizados por Cristina Fernández en 2009 (US$ 4.700 millones) y su ministro Axel Kicillof, que recuperó US$ 2.600 millones en 2015. Quien no haya declarado sus “fondos negros” al 31 de marzo, los verá afectados a una tasa de 36%.
El objetivo de la estrategia era devolver la confianza de los organismos multilaterales, las agencias calificadoras y del empresariado transnacional en Argentina, para que vuelvan el crédito barato y la inversión extranjera directa.
Macri inauguró así una gestión férreamente conservadora, sustentada en los factores del poder real, que van desde el apoyo externo (gestionado desde antes de asumir), el contacto con “el campo”, como se autodenomina la oligarquía terrateniente, la banca extranjera y el sindicalismo moyanista. Buscó también a la farándula con gestos como llevar a cenar a los Rolling Stones a su casa.
En Davos vivió su hora de gloria al entrevistarse con el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, con el presidente israelí, Benjamin Netanyahu, con el primer ministro inglés, David Cameron, y con su compatriota la reina Máxima de Holanda, nacida Máxima Zorreguieta.
Paralelamente comenzó la supresión de los subsidios a la energía y otros precios principales de la economía, con lo cual se sinceraron las variables, estallaron los conflictos sociales y la pobreza se situó en 30%.
Todo esto incidió naturalmente en la puja con el kirchnerismo, encabezado por la expresidenta Cristina Fernández, que comenzó en la frustrada transmisión de mando. Al punto vale la pena recordar que el histórico bastón le fue entregado al flamante presidente por su excompañero del Cardenal Newman Federico Pinedo en su carácter de presidente provisional del Senado. Pinedo, nieto del prócer del liberalismo económico argentino, además de provenir de una familia de políticos y terratenientes, se encargó de aumentar su prosapia al casarse con Cecilia Patrón Costas, descendiente de Robustiano Patrón Costas, el último presidente de la llamada “Década infame”, época oligárquica por antonomasia que finalizó con el golpe de Estado de 1943 y el posterior ascenso al poder del general Juan Domingo Perón.
Los frutos microeconómicos de la política económica se vieron enseguida: hubo fuertes incrementos en los productos de la canasta básica: 50% la carne, 110% la harina, 90% el pollo, 78% los fideos y 51% el aceite, entre otros. Los boletos de colectivos, subte y ferrocarriles aumentó 100%, en tanto que la tarifa del gas se incrementó 700%.
También llegó la respuesta social: el 14 de julio pasado se produjo una gigantesca manifestación con cacerolazo en el entorno del Obelisco. Desde entonces, las movilizaciones, espontáneas u organizadas, no han dejado de sucederse, siendo las últimas relevantes la gigantesca marcha de los docentes y la del 24 de marzo (en conmemoración del Día de la Memoria, que recuerda el último golpe de Estado, que se dio en dicha fecha de 1976), y que se convirtió en un acto de protesta contra el gobierno.
Los resultados económicos
Si bien Macri ha cumplido buena parte de sus objetivos, las tasas de crecimiento no son las esperadas y, sobre todo, no se produjo la “lluvia de capitales externos” que es su objetivo fundamental.
El sentimiento generalizado (muy ostensible en notorios comentaristas del Grupo Clarín) es que, sin perjuicio de que evidentemente está pagando el costo del ajuste económico que en algún momento debía llegar, “el gobierno de Macri no despega” y la fragilidad política del mismo ha crecido al acercarse las elecciones parlamentarias de medio término del 22 de octubre de este año, en las cuales el kirchnerismo y el peronismo ortodoxo se jugarán el todo por el todo ante el gobierno.
A comienzos del año, el economista jefe y hombre fuerte del FMI, Maurice Obstfeld (integrante destacado de lo que Paul Krugman llama “la barra del MIT”, o sea, un hombre al que debe observarse con cuidado, pues, como Alfonso Prat-Gay, dispone de la batería keynesiana, aunque la usen para fines diversos) fue el encargado de publicitar en Washington las proyecciones para la economía mundial para 2017.
En 2016, entre los 21 países con inflación de dos dígitos (encabezados por Sudan del Sur con 476% y Venezuela con 475,8%), figuró Argentina con 40% y una caída del PIB de 2,3%, pero nuestra conocida Ya Sacamuelas informó que se espera que en 2017 el vecino país tenga 23% de inflación y un crecimiento de la economía de 2,7%, respectivamente. Aun cuando hay una leve mejoría, el FMI no confió en las proyecciones del presidente del BCRA, el ultra ortodoxo Federico Sturzenegger, quien espera una inflación de entre 12% y 17%. Por otra parte, la caída del PIB, proyectada en 1,8%, se transformó en una de 2,3%. El organismo también espera una caída del desempleo.
Desde el ámbito privado, el prestigioso economista y consultor Orlando Ferreres (ex Bunge & Born, antikirchnerista), señaló que “las inversiones no llegaron como se esperaba en 2016 y tampoco lo harán este año”. Señaló en conferencia de prensa que “no viene nadie. Argentina está calificada como ‘B’. ¿Quién viene a invertir en un país ‘B’?” y agregó que “hoy tengo llamados para comprar empresas que se frenaron, ninguno concretó. “’Vamos a esperar’, me dijeron”. Sostuvo que la economía argentina en 2016 fue un poquito peor de lo esperado, recordando que el gobierno había previsto un crecimiento de 1,5%. Afirmó que “fue un año recesivo; el salario real cayó 5%, un número no habitual en Argentina, igual que las jubilaciones, la inversión no tuvo gran expansión, la exportación tampoco”. La actividad industrial cayó 4,1%. Con respecto al éxito del blanqueo, sostuvo que “esto no es producto de Macri solo, es producto de las condiciones generales de un mundo que quiere limitar el negreo. Igual acá hay US$ 400.000 millones en negro”, estimó.
Muy lejos quedaron los tiempos en que Macri se comparaba con Barack Obama al afirmar que era su modelo y que llevaba 72 meses consecutivos de crecimiento económico, luego de 15 meses de medidas de ajuste.
A todo esto, los economistas ortodoxos (fabricantes de recesión y miseria, que abundan también en Uruguay) piden un ajuste más drástico, como el que se negó a practicar Prat-Gay. El impresentable Ricardo López Murphy (al que tuvieron que echar del Ministerio de Economía tras una gestión de exactamente 15 días en 2001), sostiene que el gobierno tiene “un problema serio de diagnóstico y comete un error al combinar laxitud fiscal con dureza monetaria”, para afirmar que “el gradualismo tiene el problema de dar malas noticias todos los meses. El problema que está subyaciendo es que hay un gasto fenomenal”. Si alguien cometiera el error de dar puestos de responsabilidad a este graduado de Chicago, el PIB seguramente caería más de 5% y el desempleo (variable que declaradamente no le interesa) podría trepar a 15%, como lo pidió su colega y amigo Melconian, extitular del banco Nación, de donde también salió por extremista. Pese a sus amistades y a su círculo de influyentes, por ahora Macri no cede a la tentación de los herederos de José Alfredo Martínez de Hoz y Domingo Cavallo.
En el mes de febrero, desde distintas usinas se afirmó que se veían “brotes verdes” en la economía, de lo que pronto hubo que encargarse de desmentir.
Concretamente se señalaba que “la reactivación comenzó”, ya que “luego de cuatro trimestres de caída, el PIB del período octubre-diciembre de 2016 creció frente al trimestre previo, y en enero hubo un repunte en términos interanuales contra el mismo mes del año pasado”, como señaló el economista Camilo Tiscornia, agregando que tras la caída de 2,3% en 2016, se espera un crecimiento de casi 3% en 2017. Obviamente el sector agropecuario es el que más rápido respondió. Tras la baja de las odiadas retenciones (pagaban más los que tienen más), se espera una cosecha de granos récord en 2017, lo que impulsa la venta de maquinaria, fertilizantes y otros insumos.
Pero “el campo” no derrama, sino que sigue expulsando gente, mientras la industria cae y el consumo de la población (que explica 70% del PIB, como en nuestro país) también se derrumba.
El gobierno ha prometido un ambicioso programa de obras públicas (anatemizado como keynesiano por la derecha), pero habrá que ver si su entorno se lo permite.
Obra pública y crecimiento rural (en donde ayudan los precios de los commodities, empezando por la soja) son los puntales con los que espera contar Macri con vistas a las inminentes elecciones.
En lo que todos los observadores y analistas parecen coincidir es que las señales hasta ahora concretadas no son suficientes para detener el descontento popular y la caída de las expectativas empresariales.
El temor a la victoria kirchnerista en las elecciones de octubre potencia la retracción, pero la evidencia central es que “la economía no arrancó”, mientras que “el costo de la vida está imposible”, como reprochó la conductora Mirtha Legrand al presidente Macri en su programa de TV.
El impacto social
El 28 de marzo, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) publicó un informe según el cual la pobreza se situó a fin de 2016 en 30,3% de la población (13 millones de personas), cuando esta fue de 29% en 2015, el último año de Cristina Kirchner, según la Universidad Católica Argentina.
La indigencia se habría situado en 6,1%, lo que representa 2,6 millones de personas.
El hecho es que la desigualdad social se ha profundizado.
Según el Indec, 10% de la población más rica recibió en el tercer trimestre de 2016 ingresos promedio 25,6 veces más altos que el 10% más pobre. En el trimestre anterior la diferencia era 23 veces. Eso significa que los argentinos de menores ingresos han vivido con US$ 85 dólares por mes, contra US$ 2.173 del segmento más alto.
La mitad de los argentinos gana menos de US$ 496 dólares, es decir que vive con US$ 16 por día. “La cifra está por encima de los 325 dólares necesarios para cubrir la Canasta Básica Alimentaria (CBA), que determina la línea de indigencia, pero muy por debajo de los 745 dólares necesarios para cubrir la Canasta Básica Total (alimentos más servicios) de una familia tipo”.
Los pobres se han vuelto más pobres y los ricos, más ricos.
El índice Gini 42,28, en Brasil, marcó 51,48. El de Argentina es el menor desde 1986.
Seguramente Macri actúe con reflejos políticos y aumente la expansión del gasto con vistas a las elecciones de octubre. Pero los resultados de su programa económico y social, integralmente considerado, están arrojando los resultados esperados: contracción económica (el aumento de 2,7% es en gran parte rebote y gasto electoral), aumento de la pobreza y de la desigualdad social. A ella le siguen como consecuencia inevitable el descontento y la protesta social.
Debe recordarse que Argentina se caracteriza por soluciones políticas extremas, y que la actual buscada polarización con el kirchnerismo podría tener resultados imprevisibles, mucho más cuando el escenario está sembrado de escándalos económicos a los que no son objeto de esta nota.
Son muchos los que sueñan con ver a Mauricio Macri huir de la Casa Rosada en helicóptero, como les ocurrió al Tte. Gral. Alejandro Agustín Lanusse en 1973, a María Estela Isabel Martínez, viuda de Perón (de quien se sospecha que su muerte fue acelerada artificialmente) el 24 de marzo de 1976, a Raúl Alfonsín en 1989, a Fernando de la Rúa en 2001, y a alguno de los cinco mandatarios que se sucedieron aceleradamente a comienzos de 2002.
Pero eso no es bueno para Argentina ni para la región, cualquiera sean los defectos de los mandatarios libremente electos por el soberano.
Quienes en Uruguay vivieron la última dictadura saben en carne propia que el peor gobierno democrático es mejor que el mejor régimen de fuerza.
***
Macri: un perfil inacabado
El Ing. Mauricio Macri constituye aún una caja de sorpresas para los analistas políticos, más allá de algunas poco soportables frivolidades que parecen caracterizarlo. Es muy claro que no posee las dotes de algunos primeros mandatarios (el liderazgo de Tabaré Vázquez, el carisma de José Mujica, las dotes de persuasión de Julio Sanguinetti, el empuje de Luis Alberto Lacalle Herrera, sin entrar en juicios de valor de las gestiones), pero su trayectoria vital muestra esfuerzo y tenacidad, sin que esto implique en absoluto negar su pertenencia y su devoción a la clase social más privilegiada de Argentina.
No se debe olvidar que es el hijo de un nuevo rico italiano (nacionalidad despreciada por la aristocracia argentina, que presume de su hispanismo), que, sin embargo, logró ser admitido en el colegio irlandés Cardenal Newman, se recibió de ingeniero civil en la UCA, trabajó en empresas del grupo de su padre, vinculado al Grupo FIAT (Sevel, Socma, etcétera), se enfrentó muy duramente durante varios años con este y fue presidente del Club Atlético Boca Juniors entre 1995 y 2008, lo que debería haberlo dotado de una muy alta dosis de “calle” y de resistencia a los conflictos “pesados”.
Poderoso empresario con múltiples intereses, creó su propio partido político y fue jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires entre 2007 y 2015.
El expresidente José Mujica señaló varias veces que todos los presidentes de Argentina no peronistas, desde 1955, terminaron mal, en un claro anuncio de las tremendas dificultades que enfrentaría Macri y, por otro, en un augurio de “poca vida” al frente de la presidencia.
No debería necesariamente ser así. Mauricio Macri, hijo del megaempresario ligado a FIAT, Techint y todo el holding de grandes empresas italianas esparcidas por el mundo no es Arturo Frondizi, ni Arturo Illia ni Raúl Alfonsín, ni Fernando de la Rúa, ni ninguno de los generales argentinos que comandaron las dictaduras. Tampoco es Hipólito Yrigoyen ni Juan Domingo Perón, obviamente.
Se forjó en la lucha y administrando grandes y complejos conglomerados; cuenta con gran apoyo de poderes externos y se ha rodeado de la crema y nata de la Sociedad Rural y de bien entrenados CEO, lo cual supone pocas luces y muchas sombras. Acaso su gran error haya sido despedir a Alfonso Prat-Gay, pero no cabe duda de que la convivencia con dicha personalidad debió ser muy compleja.
Ahora atraviesa un momento muy difícil y ha optado por el peor de los caminos, que es circunscribirse a su núcleo de excondiscípulos y CEO.
Es claro que en Argentina se instaló un gobierno ultraconservador, pero lo peor que puede ocurrirle a la región entera es que no sepa administrar su crisis y termine explotando, como estallaron Alfonsín y De la Rúa.