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Editorial dólar |

Llegó la hora de gobernar y no estaban preparados

¡Se les acabó el recreo!

Por Alberto Grille.

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El nuevo gobierno de nuestro país se  instaló formalmente el 1º de marzo, sin embargo, desde hace unos meses Lacalle Pou inunda los noticieros y las páginas de la prensa gráfica hegemónica y concentrada.

Durante 90 días hemos sabido detalles de cuanta pelotudez rodea al nuevo mandatario. Hemos visto millones de besos que el presidente obsequia a quienes se acercan a saludarlo, lo acompañamos a comprar duraznos en la verdulería de La Paloma, sabemos de los muebles que usará en su nueva casa, el asado que comió con el rey Felipe y el nombre del asador que mereció el tradicional aplauso, nos enteramos de los deseos de los mellizos por vivir en el altillo del castillo de Suárez, del carácter siempre hosco del padre del presidente y el orgullo de Julita, el estado de las cañerías de la mansión presidencial, las fallas del embrague del Ford del abuelo, el tamaño de la cama en donde duerme con Loly, el caminador que usa en las mañanas, el jugo de naranja que bebe con pajita, la puntualidad con la que paga los gastos comunes y la yegua tordilla que monta.

Lacalle Pou -como dicen que le llama su mamá- ha hecho declaraciones sobre todos los tópicos, la seguridad, la Policía, el dólar, Dios, el comercio, la confianza, la amistad,  los sindicatos, las tarifas públicas, los combustibles, el honor, la transparencia, las promesas, los compromisos, la educación, los virus, el árbol y los frutos.

Pese a que lo tenemos en el living, en el dormitorio, en el comedor y hasta en el baño de nuestra casa, en el papel con tinta que envuelve la basura, en la pantalla del televisor, y en el auricular que está pegado a la oreja, Cuquito asumió recién el domingo pasado.

Impresiona como que los días que faltan para el final de su mandato -que Lacalle Pou cuenta frenéticamente desde que ganó el último domingo de noviembre- se le van volando como escupida en plancha.

Me temo que el tiempo para el presidente va rapidísimo y para nosotros va demasiado lento.

La inundación mediática que protagoniza Lacalle, su soberbia y cierto mesianismo imprudente que sus asesores más cercanos fogonean lo empujan al desorden y a un comportamiento caótico que devela inmadurez política y una evaluación equivocada de su fortalezas y debilidades.

Lacalle Pou ganó por poco, pero ganó. En noviembre ganó por unas pocas decenas de miles de votos, pero en octubre, el conjunto de partidos que integran la llamada “coalición multicolor” ganó por mucho más. Aún así, si Lacalle no estructura la coalición rápidamente, le será difícil gobernar.

El balance del Frente Amplio aún está por hacerse, pero Lacalle Pou ya ha hecho el suyo y no podía ser más autocomplaciente.

Se considera el triunfador y su equipo de asesores talentosos, forjadores de la victoria.

El problema es que esto no le alcanza para gobernar. Necesita una coalición de partidos porque con puro marketing se puede ganar, pero no se puede gobernar. Máxime con solo el 29% de los votos, lo que lo hace el presidente menos votado desde el retorno a la democracia.

Por «coalición» siempre se ha entendido un conjunto de partidos políticos (como en este caso el Nacional, el Colorado, Cabildo Abierto, el Independiente y el de la Gente) que se unen para gobernar un país.

Obviamente, una coalición se materializa a través de acciones de gobierno decididas en común, en reuniones que celebran periódicamente los líderes de los partidos coaligados, que tienen afinidades.

Pues bien, eso habrá sido lo que los líderes y la gente común pensó, pero no contaban con la forma de ser del Dr. Lacalle Pou, o de su «mesa chica», quien optó por reunirse por separado con los líderes de cada partido y hacer acuerdos bilaterales pero no generales.

Lo cierto es que Lacalle y su equipo chico, Álvaro Delgado, Rodrigo Ferrés, Nicolás Martínez, Pablo da Silveira, Roberto Lafluf y Aparicio Ponce De León, van resolviendo lo que pueden resolver y postergando los problemas para los que necesitan mayorías parlamentarias.

Cuentan, por ahora, con que Julio María Sanguinetti no quiere que el gobierno fracase porque su objetivo fundamental es evitar que el Frente Amplio vuelva al gobierno dentro de cinco años. Pero la coalición es demasiado dispersa, todos tienen sus aspiraciones e intereses. Algunos, más inteligentes, carismáticos y astutos,  han sido capaces de diseñar una estrategia -como el Gral. (r) Guido Manini- y en su propio partido, el Partido Nacional, todos quieren participar en el reparto. La runfla que nos gobierna son los campeones del clientelismo, pero aquí hay demasiado clientelismo para tan pocos cargos.

Tal vez la peripecia de la Ley de Urgente Consideración (LUC) sea paradigmática. La ley siguió el camino inverso. En lugar de reunir a los líderes y ponerse de acuerdo sobre los aspectos fundamentales y después escribir los detalles y el articulado de la ley, Lacalle Pou hizo redactar su propuesta de máxima para ponerla a la consideración de sus “socios”.

Y pasó lo que tenía que pasar. Tiró la bocha demasiado lejos y el retorno viene a ser a la “australiana”, como un boomerang. Todos los “socios” hacen lo mismo, corrigen la ley, redactan artículos nuevos, cambian las comas y los puntos, rechazan algunos de los aspectos fundamentales y proponen otros que consideran más importantes.

«La madre del borrego», la pieza fundamental y maestra del nuevo gobierno, está todavía en el horno. Hace más de un año que Lacalle sabía que tenía 500 artículos, pero aún no está pronta para presentarla terminadita en sociedad. Y no lo estuvo el 1º de marzo, ni lo estará el 9 ni probablemente una semana después, el 16.  Es más, ahora sabemos que no tiene fecha fija de envío al Parlamento, según palabras del secretario de la Presidencia, Álvaro Delgado, al periodista Danilo Tegaldo, de Canal 10.

Era claro que este «parate» iba a ocurrir porque la LUC no había sido acordada previamente entre los partidos que van a votarla por integrar la coalición «multicolor»; y mucho más cuando se supo que Cabildo Abierto, el Partido Colorado y el Independiente (nada menos) discrepan en temas básicos de la LUC, como el monopolio de Ancap, los temas de Antel, las innovaciones en el Instituto Nacional de Colonización, en las formas de tenencia de la tierra que se proponen y, ni que hablar, en los temas de educación y seguridad.

Es necesario agregar, «sin pizca de malicia» como decía Real de Azúa, que varios de los líderes de la «coalición multicolor» no se quieren nada en lo personal e ideológico, como ocurre entre Lacalle Pou y Talvi , Manini Ríos, Talvi y Sanguinetti y Manini Ríos, Mieres y Novick, a quienes «separa un océano», según sus propias palabras.

Esta relación de perro y gato se hará sentir porque hay dos partidos, el Colorado y Cabildo Abierto, sin los cuales el Dr. Lacalle Pou no puede aprobar ni una sola ley.

Ni una solita.

La presidencia de Lacalle Pou no existe, literalmente, sin los votos del Partido Colorado y Cabildo Abierto.

El hecho es que la forma de «trabajar» de Lacalle Pou, reuniéndose por separado (divide et impera quiso aplicar) generó diferencias y molestias.

Tantas diferencias hubo, afirmó Óscar Bottinelli, que «Sanguinetti dijo el 20 de diciembre, en reunión con Manini Ríos, muy suavemente, en su lenguaje diplomático: ‘Necesitamos una mesa de coordinación'». Eso significa muy claramente: «Acá esto no está funcionando, tenemos que darle otra forma».

Y esa forma todavía no se ve, porque Lacalle Pou se cree un rey y el rey está desnudo.

«El desafío más importante del gobierno es la instalación de la coalición», repitió Bottinelli en radio Carve.

Pues bien, tomando literalmente sus siempre medidas palabras, si este es un gobierno de coalición y la coalición todavía no se instaló, el gobierno todavía no se instaló, y no funciona cabalmente, y habrá pruebas al canto.

Y si eso no ocurrió no debe ser solamente por una cuestión de estilo personal, por mucho que pese, del primer mandatario.

Debemos estar ante problemas más profundos que empiezan a aflorar (lo veremos enseguida), como lo que señaló el principal cientista político del Uruguay: «No hay error más grande en política, no de este gobierno, ni de otros, ni de cualquier partido, en el mundo, que fijarse metas, que muchas veces nadie les pide, que luego no se cumplen. Acá hay un gobierno que desde que se conforma el gabinete de ministros, desde el 16 de diciembre a febrero, permanentemente estuvo (en todos los medios) manejando anuncios, propuestas y por lo tanto llega al momento con todas las cartas sobre la mesa. Este gobierno prometió: van a estar todos los cargos de importancia designados para que se pueda actuar inmediatamente, va a estar la Ley de Urgencia, van a estar los entes autónomos, y no está nada […] hubo un afán de mostrar realizaciones, como se promete en seguridad, que no se ha cumplido, y que va a ser muy difícil cumplir».

Durante toda la campaña electoral afirmó que nunca iba a aumentar las tarifas y los combustibles y la semana próxima lo hará, aunque las cifras de los propios entes,  proporcionadas por ellos a la OPP, afirman que no es necesario.

 

El “isaacalfismo”, la enfermedad infantil del neoliberalismo

En diciembre, el gobierno electo encabezado por Luis Lacalle Pou reclamó al gobierno del Dr. Tabaré Vázquez que aumentara las tarifas el 1º de enero porque, de lo contrario, «el recorte de gastos pasaría de 900 millones de dólares a 1.300 millones de dólares». Más allá de lo descabellado de las cifras y de la exigencia, el gobierno constitucional vigente recordó un hecho sustancial, que había señalado muy claramente en junio de 2019; que no iba a aumentar las tarifas el 1º de enero de 2019, y la presidenta de Ancap, Marta Jara, declaró que había margen para bajar el precio de los combustibles.

Hubo varios pataleos infantiles del presidente electo que hasta llegó a decir en febrero que «Vázquez aumentara nomás las tarifas, que él se hacía cargo».

Me imagino las risas y consultas médicas que habrá habido en varios recintos oficiales, pero así fue, pueden releerlo en internet.

Todo quedó por eso y las tarifas públicas no fuero aumentadas porque no era necesario, pero en marzo apareció otro soberbio verdaderamente mayúsculo, que se llama Isaac Alfie, quien fuera designado director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, que “ordenó» a los directorios de las empresas públicas (Ancap, Antel, OSE y UTE) que elevaran un informe para justificar el aumento de las tarifas.

El primero en poner con total claridad las cosas en su lugar fue el actual senador y exministro Danilo Astori, quien afirmó ante la prensa que «la responsabilidad de la fijación de tarifas, en todo tiempo y lugar, es del Poder Ejecutivo, esto es, el presidente de la República actuando con el o los ministros correspondientes. De ninguna manera corresponde trasladar esta responsabilidad a los directorios de las empresas […] lo que pretende el director de Planeamiento y Presupuesto con este pedido es descargar la responsabilidad de la fijación de las nuevas tarifas sobre los directorios; una responsabilidad que corresponde al Poder Ejecutivo», concluyó.

El hecho es que, coherente y consecuentemente, los directorios constitucionales actuantes en las empresas públicas, con mayoría del Frente Amplio, dijeron que no iban a aumentar las tarifas; hubo una declaración dignísima del Frente Amplio al respecto apoyando la decisión; y en un gesto de dignidad suprema (que realmente no recordamos en blancos y colorados en bretes más difíciles que este), sus integrantes pusieron los cargos a disposición.

Entonces, ¿qué ocurrió? Que el «segundo rey sol» Alfie les pidió por nota a los directorios de las empresas públicas que de forma «urgente» dieran información sobre su estado financiero a fin de afinar números para, en los próximos días, realizar un ajuste en el precio de tarifas.

Ocurrió lo que tenía que ocurrir: los directorios de Antel, OSE y UTE respondieron que esa información ya había sido entregada y que no había más que hablar. De Ancap, ni hablar hasta conocer las cifras que al parecer la presidenta del organismo, Marta Jara, suministrará al inefable Isaac Alfie. Así estaban las cosas con un presidente y un director de OPP fuera de sí, concursando en un reality show sobre la máxima soberbia e intentando que funcionarios del gobierno anterior cargaran con la responsabilidad del ajuste de tarifas que ellos quieren hacer. La prensa festejó hoy que la presidenta de Ancap se desmarcara de la resolución del Frente Amplio y, al margen del directorio, enviara el informe a título personal. A mí no me gusta, pero Jara está en su derecho. Creo que sería esclarecedor conocer este informe porque estoy seguro de que a Alfie le saldrá el tiro por la culata. Me temo que Jara invita a Alfie a hacerse cargo de sus intenciones, a asumir las responsabilidades que surgen del ejercicio del Poder Ejecutivo y a hacer su trabajo y no reclamar que otros lo hagan por él. Además, me temo que también debe decir que no es necesario subir las tarifas hasta el próximo mes de julio. Al menos, eso es lo que había dicho Jara antes.

 

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