Un posible subtítulo, o título extendido de esta columna, podría ser un grafiti de los 90 que ironizaba que “la moral mata más que el sida”. A cuenta de mejor explicación, entiendo que Sendic hizo casi todo mal, de principio a fin, echando siempre tierra sobre su tumba política; pero el Tribunal de Conducta Política (TCP) fue excesivamente draconiano, poco empírico o comprensivo, alimentando la parte de verdad del grafiti y la extraña coincidencia histórica de la súbita transformación de todos los tribunales y jueces en sobrehumanos supermanes perfectos que desde lo alto de los cielos lanzan sus furibundos rayos hacia los pobres humanos, con deber ejemplar y autoimagen superior, sobre la base de la sacrosanta convicción más que de pedestres evidencias. ¿Cómo compatibilizar ambas partes? Una clave para entenderlas estriba en mi progresiva convicción de que, en la mayoría de los conflictos, ambas partes actúan básicamente mal, pero también esgrimen no pocas razones o argumentos válidos. A veces uno debe tomar trabajosamente partido por una u otra parte, pero debe tener presente la penosa convicción de que nuestro ocasional favorito no tiene toda, o ni siquiera mucha razón en el conflicto. La diferencia, entonces, la hace, respecto de la prensa y la opinión pública, la mejor o peor retórica de defensa de los argumentos propios y de ataque a los de los otros. Esto incluye el diverso punto de vista inicial de cada receptor sobre los mensajes emitidos por cada actor o mediador del conflicto; porque lo que pensamos y sentimos a priori es lo que más marca las posiciones que tengamos, adoptemos y sostengamos después. La acumulación posterior de hechos y opiniones no modifica demasiado ese punto inicial, siendo lo más importante para marcar y ampliar una posición la habilidad de sus defensores para colocar el asunto dentro de determinada perspectiva, buscando encajarla dentro de algún punto de vista no subordinado simbólicamente. Sendic: un récord de goles en contra Candidato al libro Guinness de errores políticos en su contra, Raúl Sendic hizo todo mal, salvo su decisión de renunciar antes del Plenario, que fue un acierto, quizá el primero en todo el procesamiento público de los asuntos que lo involucraron. Sus faltas, errores u omisiones no hubieran sido de la gravedad que fueron adquiriendo con el paso del tiempo de no haber sido por la implacable acumulación de errores en todo lo que hizo y dijo luego de cada pequeño flanco abierto por hechos iniciales, de poca monta relativa (responsabilidad en déficit de Ancap, título inexistente, uso indebido de tarjetas corporativas, etc.), que se convirtieron entonces en grandes brechas que invitaban al festín mediático y político de sus opositores, así como al despedazamiento interno de sus compañeros y de la coalición electoral que tan trabajosamente conformaron y que mucho más trabajosamente aún mantienen. Mi impresión es que debe haber sido constantemente mal aconsejado por asesores personales y jurídicos, cuando en realidad precisaba buenos consejeros políticos, ya que las instancias que debía atravesar eran más de retórica comunicacional, de balance político interno y de enjuiciamiento moral que de evidencias probatorias del tipo de las necesarias para llegar a buen puerto en un proceso y sentencia judiciales formales (que aún enfrenta, ya renunciante). Obviamente que la oposición y sus adversarios internos intentaron magnificar sus errores iniciales: es parte de las reglas informales del sucio juego político, desde siempre. Que puede haber sido parte de una conspiración de la derecha internacional para desprestigiar la moral y las gestiones de gobiernos y gobernantes de izquierda, claro que sí; pero estas también son reglas del juego desde siempre, aunque contemporáneamente agravadas con la ‘judicialización mediática de la política’, sobre la cual hace años que advertimos desde estas columnas en Caras y Caretas. Que Sendic puede haber sufrido la oposición y oportunismo de algunas fuerzas ‘compañeras’ y de algunos candidatos a la renovación de los liderazgos que lo veían como rival a erosionar, claro que sí (por ejemplo, la filtración del dictamen del TCP); pero también son reglas del sucio juego político, de abrazos y sonrisas explícitas ante cámaras y micrófonos, pero agrias puñaladas traperas enmascaradas por detrás de bambalinas. Entonces, dadas esas reglas del juego político, exasperadas hoy con la judicialización mediática, hay que minimizar las oportunidades para que toda esa conspiración internacional, esa oposición interpartidaria y esa rivalidad ‘compañera’ puedan tener buenas excusas para actuar. Esto quiere decir que el comportamiento mediático es de una importancia enorme y creciente. Precisamente Sendic actuó mal en los tres frentes de batalla abiertos: el comunicacional, el político y el moral. Quizás, repito, haya sido aconsejado por juristas que lo asisten en su conflicto judicial, que plantea la necesidad de desafíos y argumentos tan diferentes, no trasponibles en su utilidad para los otros tres frentes de batallas no judiciales que enfrentaba. Claroscuros de tribunales ético políticos no judiciales Confieso que no son de mi particular agrado los comités de ética, de conducta o políticos. Básicamente por dos razones. La primera es que sus miembros, aunque también los jueces y tribunales judiciales, súbitamente adquieren una autoimagen de supermanes sobrehumanamente custodios, paladines y demiurgos de la moral y de la pureza política de sus pobres y humanos enjuiciados. Incurren en riesgo inminente de volverse tribunales de la santa inquisición, que, sin duda, pensaban muy bien de sí mismos como custodios de la moral, y de los caminos revelados de perfección salvación mejores para la humanidad. Y, como veremos, no procedían de acuerdo al derecho liberal, sino con suposiciones y premisas muchos más arbitrarias y discrecionales, dadas su investidura y objetivos. La segunda razón, coaligada con lo anterior, es que este tipo de tribunales no proceden de acuerdo a los mecanismos jurídicos y judiciales propios de los Estados de derecho liberales contemporáneos (por ejemplo, “presunta inocencia del investigado o procesado”), por lo que al ser un tribunal informal, sus decisiones no vinculantes pueden ser, sin embargo, políticamente muy vinculantes en sus consecuencias. Piénsese que Sendic, en causas judiciales en curso, se beneficia de su presunción de inocente, de la duda a su favor y de su investidura parlamentaria inmune, mientras un fallo político lo convierte moral y políticamente en culpable y las dudas sobre él lo convierten más en reo que en inocente. Es bueno entender que el TCP es un tribunal que se supone vigila la moralidad y las consecuencias políticas para la coalición de la conducta de alguno de sus miembros. Dado que no procede jurídicamente ni es judicialmente vinculante, no forma su opinión ni fundamenta sus decisiones en principios de dogmática ni de procesos jurídico judiciales. Se puede pensar en la superioridad del proceso judicial típico del derecho moderno, posrenacentista, por sobre los tribunales no jurídicos, de enjuiciamiento moral, más típicamente medievales; pero no se le puede pedir peras al olmo: pedirle lógica y presupuestos jurídico judiciales a un tribunal civil, integrado por neófitos del derecho, que sólo tienen por finalidad evaluar la moral de los miembros de una comunidad y los daños políticos que la conducta de un miembro podría acarrear. Si aceptamos las reglas establecidas por la coalición, y los órganos de gobierno que se dieron oportunamente, es claro que tomarán en cuenta el estado de la opinión pública y la impresión dejada en esa opinión para evaluar las consecuencias políticas para la coalición de las conductas de un miembro. Es también claro que juzgarán la cualidad moral de los hechos cometidos y dichos por el juzgado, con preferencia a la conclusividad jurídica de los mismos. El TCP es un tribunal civil de vigilancia moral y política de las conductas, y no un tribunal público de establecimiento de responsabilidades de acuerdo a los principios generales del derecho y a los principios procesales positivos. Podrán no gustarnos ni sus procedimientos ni sus decisiones, pero son lo que son y no lo que nos gustaría que fuera un tribunal de enjuiciamiento moral y político de ‘compañeros’. Son más una santa inquisición medieval, feudal, que un tribunal moderno, liberal, jurídico judicial.
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