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Sobre el ataque y la defensa

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Días atrás, en entrevista concedida a radio El Espectador, el politólogo Luis Eduardo González analizaba la interna del Frente Amplio y sentenciaba la existencia de diferencias “insolubles” en el seno del partido de gobierno que no han sido saldadas y que no podrán serlo. Como mucho, las fracciones internas del Frente Amplio pueden aspirar a la tregua, pero no a una síntesis superadora, porque esa síntesis es imposible. Mencionaba dos de esos problemas “insolubles”: uno de ellos sería la grieta ideológica entre los partidarios de “más izquierda”, que estarían agrupados en torno al MPP, el PCU y todo lo que orbite cerca del liderazgo de José Mujica, y los partidarios de la “prudencia”, más bien cercanos al contador Astori y al propio presidente Tabaré Vázquez. El otro problema que reseñaba el popular Sordo es el relacionado con el déficit de la empresa Ancap y el balance de la gestión de los últimos años, encabezada por el actual vicepresidente, Raúl Sendic, y otros jerarcas cercanos a él, como el renunciante José Coya. A partir de esas apreciaciones, el politólogo calificaba como “escenario abierto” la próxima competencia electoral entre oficialismo y oposición, alcanzando la incertidumbre al propio proceso de definición de candidaturas, aunque, por supuesto, todo dicho con las reservas de quien se pronuncia con cuatros años de antelación, y que además viene golpeado en su prestigio por haber cometido en las últimas elecciones presidenciales uno de los papelones más grandes de la historia nacional en el rubro de la de estimación de resultados.

No tiene interés descalificar a priori las afirmaciones de Luis Eduardo González por sus últimos antecedentes en materia de estudios de opinión pública, y menos conviene descalificar a la ciencia en la que se ha especializado a lo largo de su vida. Al igual que tantos otros, González fue atrapado por su deseo, y quizá prisionero de sus opciones racionales no pudo evitar que en algún momento los números reflejaran más la adhesión que la medición. Son cosas que han pasado muchas veces a lo largo de la historia de las ciencias. Seguramente él estaba convencido de lo que medía, aunque luego supiéramos que estaba midiendo cualquier cosa. Hace mucho se sabe que un científico, sobre todo cuando es demasiado vanidoso, puede terminar forzando los resultados experimentales en su área para ajustarlos a una pasión descontrolada por sus propias hipótesis, por enamoramiento de sí mismo. En cualquier caso, incluso siendo los errores inexcusables, mientras no hayan intervenido factores más pedestres como estímulos a la deshonestidad, no cabe más que hacer un poco la vista gorda y, si no olvidar, al menos proceder con generosa indulgencia, porque humanos y falibles somos todos.

Sorteando los reparos que nos produzca el analista, sobre su análisis es que vale la pena reflexionar. ¿Es cierto acaso que al Frente Amplio ha llegado a una disyuntiva ideológica que no puede resolverse? ¿Un cruce de caminos excluyentes porque conducen a distintos sitios, y no ya al mismo por diferentes rumbos? ¿Es cierto eso? Yo creo que no es cierto, que se equivoca, pero como sucede muchas veces es bien probable que en el fondo tenga algo de razón. No deja de ser un análisis que promueve la ruptura, y ese es el origen de su error central. Miren muchachos frenteamplistas, nos dice el politólogo, aunque no se den cuenta todavía, aunque acuerden trabajosas treguas y negocien hasta los mínimos detalles, como en un viejo matrimonio donde el amor ha muerto, la incompatibilidad de caracteres que ostentan es tal que su camino juntos ya no es posible. Sin embargo, eso se viene alegando hace muchos años, casi desde que el FA existe en la vida política del país, pero el tiempo ha pasado y la unidad del Frente ha logrado superar dificultades y deserciones, porque tiene un sentido y una tarea histórica que no se ha agotado, y no se va a agotar en la medida en que las fuerzas de la restauración continúen acechando.

Ahora bien, la brecha ideológica existe. Y de algún modo hay que abordarla, aunque siendo muy cuidadosos de no romper. Hay que poder alcanzar acuerdos que estén justo más acá de la incompatibilidad, porque el camino del desmantelamiento de la fuerza política no va a conducir ni al socialismo ni a la socialdemocracia, sino al retorno de la derecha y su proyecto privatizador, excluyente y seguramente vengativo. Como ya podemos ver en Argentina.

Sobre el asunto de Ancap cabe mirar un poco más allá. Sin perjuicio del tema en sí mismo y sus múltiples costados, lo que parece un camino imposible de desandar es el nivel agraviante que ha tenido la polémica. Esto no es nuevo en el FA y no es patrimonio de un sector o de un individuo. Por lo cual no podemos afirmar que exista una ruptura novedosa de los “códigos”, en la medida en que hace rato que en la interna la lucha descarnada por el poder ha revelado que los tales “códigos”, si existen, no son unánimes ni muy celosamente custodiados por los dirigentes. La infamia, la promoción de la suspicacia y las acusaciones livianas han hecho mucho daño a gente concreta, y por supuesto han dejado heridas imposibles de sanar en el espíritu de muchos compañeros.

A lo largo de los últimos quince años me ha tocado escribir en varias oportunidades defendiendo a frenteamplistas atacados por otros frenteamplistas. No defendiéndolos concretamente a ellos, sino principios más generales como el derecho a la defensa, a un debido proceso, a la presunción de inocencia cuando nadie ha probado la culpabilidad. Algunas personas, notables dirigentes, han justificado linchamientos morales y escarnios públicos bajo la teoría de que en este rubro, además de ser, hay que parecer. ¿Cómo podemos olvidar el caso de Mario Areán, antiguo secretario del intendente Arana? ¿Nos podemos olvidar de dónde partieron las denuncias, quiénes encabezaron la campaña contra Areán, y dónde están ahora? ¿Y acaso a Areán se le probó algo? ¿O apenas fue un linchado, luego eximido, sin causa penal que lo incrimine, pero cuyo prestigio y honorabilidad fue dañada irremediablemente? ¿Qué pasó con las acusaciones a Nin Novoa, a quien también defendí en algunas columnas, sobre todo por el método de la denuncia en medios de prensa opositores, acercada por otros militantes del FA que querían perjudicarlo ante la posibilidad de que quisiera ser candidato? ¿Qué pasó con los que acusaron a Nicolini de operarse en el Maciel con «carné de pobre»? ¿Con los que llevaron a Búsqueda un historial para incriminarlo que terminó obligándolo a salir del Senado, aunque después tanto el Tribunal de Conducta Política como la Justicia lo exculparan de todo lo que se le acusaba? ¿Y no recordamos el caso de Gonzalo Fernández, al que intentaron involucrar con una maniobra extraordinaria para favorecer a los Peirano mediante la derogación de una artículo de una ley en el Parlamento, cuando era secretario de la Presidencia? ¿No fueron voces frenteamplistas y medios de izquierda los que lo acusaron irresponsablemente, hasta hacerlo renunciar al FA por un infundio absurdo y de mala leche? ¿No lanzó acaso una ex legisladora del FA la afirmación explosiva “fue una operación, nadie es inocente” tratando de incriminarlo? También me tocó escribir sobre este caso, aunque no tenga ninguna relación con Fernández. Y escribí en el mismo sentido. Defendiendo a un hombre que estaba siendo acribillado mediáticamente y, sobre todo, por el fuego amigo, sin ningún tipo de elemento más que la suspicacia y la insidia.

Por cierto, en algún momento escribí sobre el caso Bengoa. Nuevamente defendí el principio de presunción de inocencia, y el derecho al debido proceso. Bengoa se corrompió. Hoy lo sabemos, pero la mecánica de la acusación, con un secretario general de la Intendencia, frenteamplista él, enviando información en un sobre a un legislador de la oposición para que organizara una acusación política, un show contra todo un sector político, intentando también incriminar a María Julia Muñoz y al propio Arana, además de al contador Bengoa, resultaba repugnante. Y además incurría en la falsedad de atribuir a la conducta de Bengoa la responsabilidad sobre un déficit de los casinos que también hoy sabemos que no se debió a los actos ilícitos de Bengoa. Fue muy digna en su momento la actuación de Astori, defendiendo el principio de inocencia con todos los medios en contra y con la opinión pública, siempre ávida de sangre, apuntando contra un jerarca que provenía de su fuerza política. Bengoa traicionó al FA, traicionó a Arana y también a Astori, pero es indudable que la forma del ataque fue deleznable, y que el tipo resultara finalmente un corrupto no disculpa la operatoria, que lejos estuvo de ser una forma justa y serena de buscar la verdad y la justicia. Recordemos esto: linchar, incluso a un culpable, habla sobre todo de nosotros mismos, porque el linchamiento no es una forma de justicia, es una forma de fascismo.

Podríamos seguir citando algunos casos más. Pero no tiene ya mayor sentido. Lo que valió en su momento para defender a estos agraviados también vale para defender a Sendic y a los directores de Ancap removidos. El mecanismo inaceptable por el cual se intenta hacer política levantando sospechas, filtrando información sesgada a medios opositores, calificando de inmoral la actuación de compañeros cuando no ha sido demostrada ninguna irregularidad, ningún hecho penal, es el camino seguro a la división, porque es el camino de la pérdida del respeto y de la confianza.

No siempre he tenido la fortuna de defender inocentes. Pero como tipo de izquierda me siento mejor defendiendo el honor, la integridad moral y, sobre todo, los derechos de cualquier persona a un debido proceso y a que no se invierta la carga de la prueba, levantando el dedo y acusando de espurios, corruptos o inmorales a compañeros, aunque algunos lamentablemente puedan serlo. Siempre es mejor equivocarse defendiendo que atacando. La unidad verdadera y los proyectos triunfantes se edifican con fraternidad, convicciones y confianza, y no con Stasi, soplones y francotiradores.

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