En realidad, son varias las sorpresas que hemos tenido en este comienzo del año, pero quiero comenzar por la menos esperada: el Colegio y Liceo José Pedro Varela, toda una institución con casi tres cuartos de siglo y casi dos mil alumnos, cerró. Padres y profesores andan a las vueltas tratando de reflotarlo, pero no parece nada fácil. Sobre todo si pensamos en una perspectiva larga.
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No se han pedido aclaraciones sobre una conducta que, de ser en una institución pública, ya habría motivado un escandalete con llamados a Sala, solemnes declaraciones a la prensa, etcétera. Tampoco al Estado como tal le ha importado demasiado; únicamente la Dirección Nacional de Trabajo, Dinatra, se está ocupando, en lo que es su difícil competencia: tratar de avenir las partes y salvar la fuente de trabajo.
Por ejemplo, nadie ha reclamado que se hicieran públicas las cuentas de una empresa que daba la impresión de gran fortaleza hasta que, justo el 30 de diciembre, se descolgó con un planteo irreal e inaceptable. Mentiroso, porque les proponía a sus trabajadores, docentes y no docentes, pasarlos al Seguro de Paro, a sabiendas de que ese beneficio, en principio, no cubre a quienes tienen otro empleo, y que tampoco se puede pasar personal al Seguro durante el período de licencia (o vacaciones). Para que ese pasaje hubiese sido posible se tendría que haber planteado antes el pedido de tratamiento de excepción. No se hizo, y sin embargo le ofrecieron esa alternativa a sus funcionarios, junto con la propuesta de rebajarles 30% sus salarios. Quienes hicieron la propuesta -es decir, la patronal- parecen adolecer de una incapacidad tal que ignoraban los impedimentos, y de una ingenuidad semejante al creer posible que se aceptara una rebaja de tal magnitud.
Como yo no creo en la existencia de patrones ingenuos, así como no creo en que existan moscas blancas, me inclino a pensar en un deliberado acto destinado a desencadenar la crisis y el cierre definitivo del Colegio.
Reabra o no, ésta es una herida de muerte.
Existirán razones, pero no se han hecho públicas. Y está claro que luego de una crisis como ésta es muy difícil que los padres sigan confiando en la viabilidad del instituto y continúen mandando a sus hijos. A lo sumo, si todo sale bien, los padres empeñados en mantenerlo lo podrán hacer este año, de modo tal que no tengan que hacer opciones desesperadas. El asunto es que nadie sube a un barco que ha declarado tener agujeros tan grandes que hacen muy improbable su flotación.
Sorprende, por otra parte, la prontitud de la oferta de otro colegio, que salvaría a la patronal del Varela de un juicio por estafa llevado adelante por los padres a los que, hasta Navidad, les estuvieron cobrando la anualidad adelantada. Buen negocio para quienes se quedarían con un establecimiento en una zona tan prometedora como la Costa de Oro, y para quienes se salvan del enjuiciamiento porque ofrecen opciones de continuidad. Da la impresión de un acuerdo entre verdaderos amigos. O hermanos.
Así como sorprende la prontitud de la oferta, desconcierta el distanciamiento del Ministerio de Educación y Cultura y de los Consejos respectivos. Nadie parece pensar en opciones que permitan el funcionamiento del Varela bajo control del Estado. Nadie parece pensar en opciones para los alumnos que han quedado a la deriva, para los funcionarios que también lo están y para dos magníficos locales ya acondicionados para la enseñanza. ¿Será que nos están sobrando locales?
En fin, a nadie que no sea la Dinatra parece importarle el asunto.
Tampoco parece que haya interesados en investigar cómo pudo ser que una institución de apariencia sólida y asentada se derrumbó repentinamente. ¿Hubo mala administración? ¿Hubo dolo? ¿Hay segundas intenciones?¿Algún negocio atado que necesitaba este cierre?
Nadie parece estar interesado. ¡Tan prestos que han estado algunos en averiguar otras cosas!
Ni siquiera se han hecho públicos los salarios que esta prestigiosa institución pagaba a sus docentes, que, oh casualidad, en su mayoría también trabajaban en la enseñanza pública. Parecería que la actividad en institutos privados viene a completar los ingresos de docentes que tienen su carga horaria completa en la pública pero, como ganan poco, deben reforzarlos en la privada. Cosa que debería tener en cuenta el Estado, para diseñar una mejor política en lo que tiene que ver con topes horarios, dedicación exclusiva o parcial y niveles de retribución. Al que no le alcanza lo que gana, termina por buscar otra cosa que se lo complete. En otras palabras, si un grupo laboral es mal pago durante mucho tiempo, se producirá, inevitablemente, una baja en los niveles de dedicación y rendimiento.
En cuanto a los padres, tal vez esto los ayude a pensar acerca de lo que estaban comprando para sus hijos: docentes que no eran de dedicación exclusiva.
En fin, quieran los santos del cielo y todo eso que se encuentre una solución para esta sorpresiva crisis, y que, de ahora en adelante, quien deba controlar la solidez de estas instituciones, lo haga.
¿Alguien controla o es por la libre?
Otra “sorpresita” es la que nos han deparado los servicios públicos con su suba de tarifas. Pese a que era más o menos esperada, ya que después de cerrar el año por debajo del sacralizado 10% siempre se descargan en enero con algún ajuste, el monto de los de este año ha resultado desagradablemente sorpresivo.
Ha sido un verdadero tarifazo, únicamente explicable por una decisión política de sanear las cuentas públicas a costa de la población.
Si hasta parece que fuera una recomendación del FMI, Dios libre y guarde. A esta altura uno se agarra la cabeza y se pregunta si alguna vez fue cierta la proclama de “que pague más el que tiene más”. ¿Habremos dicho eso alguna vez? Yo estaba seguro de haber votado, entre otras cosas, convencido de que eso era lo que haríamos. Así como creo haber oído como consigna de campaña electoral aquello de que “el que rompe paga”.
Ahora resulta que las carreteras que están a la miseria porque los camiones que cargan la producción agrícola llevan mucho más peso y transitan mucho más, serán reparadas a costa de todos, y no de los que las rompieron.
Los estoy esperando: mientras en el norte llorarán pérdidas por las inundaciones, aquí en el sur se están aprontando para llorar por la sequía.
Uno trata de entender, ¡de verdad hace esfuerzos!, pero no puede entender cómo será posible bajar la inflación subiendo las tarifas públicas.
OSE no digamos; el aumento es porque te están cobrando el “perfume” y los bichitos no identificados que a veces se encuentran en el agua. Me refiero sobre todo a UTE, que ha amolado tanto con el cambio de matriz energética, con el enorme abaratamiento de costos que ha significado la rebaja del uso de combustibles hídricos y fósiles en beneficio del aumento de la utilización de recursos renovables. La biomasa, que por lo que sé -puedo equivocarme- es exclusiva de las pasteras; el viento que corre libre por nuestras cuchillas y hace mover las aspas de molinos que sólo en parte son de UTE. Y la fotovoltaica, de la que no sé demasiado pero sé que es muy poca.
Para el Congreso del Pit-Cnt del año pasado, el sindicato de los trabajadores de UTE presentó un prolijo y documentado estudio acerca de este negocio de la electricidad, y resulta que una significativa porción de lo producido por estas fuentes renovables y benéficas no es de UTE, sino de privados que la generan y se la venden al ente a un muy buen precio. En dólares.
A nadie parece interesarle que por esta vía nos vayamos deslizando hacia la privatización de la producción de energía eléctrica. Nos sentimos ingenuamente conmovidos cada vez que se inaugura un parque eólico, y no nos preguntamos de quién es. Así como nos sentimos los adelantados del mundo cuando vemos los molinos y, por la noche, en la televisión, miramos una película de hace diez o quince años con paisajes rurales plagados de los mismos molinos que nosotros estamos inaugurando ahora.
A propósito de esta suba indiscriminada de las tarifas eléctricas, este mismo sindicato, contestando a la gritería de las patronales, declaró que en realidad el costo de la energía eléctrica influye en un magro 3% en el costo total de lo producido.
¿Alguien está dispuesto a investigar? ¿A alguien se le ocurre pedir una investigadora parlamentaria e ir a fondo con este asunto de los costos de producción y con toda la parafernalia de la competitividad perdida?
Se oyen ofertas.