Uno, por supuesto, la inmensa manifestación del 8 de marzo, conmemorando el Día Internacional de la Mujer, con una joven y alegre manifestación que cubrió 13 cuadras densamente pobladas de nuestra principal avenida. También veteranos y muchos varones, pero lo que resaltaba era la juventud, la alegría y el entusiasmo. ¡Era un gusto verlas! El otro, la medida de lucha de los “autoconvocados”, que se proclaman y aspiran a representar “un solo Uruguay”. Según interpretemos las palabras, podría estar de acuerdo con esta autodefinición. Desde mi punto de vista, externo a ellos, ciertamente representan “un solo Uruguay”. El Uruguay neoliberal, propietarista, que siente indignación por haber sido desplazado del gobierno luego de la Crisis de 2002 y está dispuesto a recuperarlo a como dé lugar. No responden por la política que ellos impulsaron y que terminó en el gran crack de ese año. No se sienten responsables solidarios con quienes a lo largo de nuestra historia los han representado y han gobernado para ellos. Antibatllistas por antiestatistas, llegaron al poder luego de la conjunción de la Liga Federal de Acción Ruralista con el Partido Nacional liderado por el herrerismo, su fracción mayoritaria y más afín a las políticas de derecha. No me meteré en una revisión histórica que es cada vez más necesaria, ya que la ofensiva neoliberal está empeñada en enseñarnos a su manera. Hacernos compartir “su” visión del pasado para convencernos de que la dejemos conducirnos hacia ese futuro venturoso que siempre exige un “pequeño costo social” para luego colocarnos en el centro privilegiado de los países ricos y felices. Dos cosas, a cuenta de mayor cantidad. La primera: no les fue muy bien cuando asumieron la conducción en el 59. Señores “autoconvocados”, la política que ustedes pregonan es la que hundió al país en el más largo pantano, desde el 59 hasta el año 2004 y siempre han dado la misma respuesta: no pudimos aplicar íntegramente la receta. “Estábamos en el buen camino, íbamos bien, pero no pudimos completar las cosas porque ‘los comunistas’ resistieron”. Nunca han reconocido, ni reconocerán, que las políticas librecambistas y no intervencionistas que alejan al Estado de la conducción de la economía en beneficio del “dios mercado” únicamente favorecen a los ricos. Y que es mentira que para hacerse rico hay que trabajar. Por cada trabajador que luchando desde abajo logró triunfar deberían reconocer -de ser honestos intelectualmente- que se cuentan por cientos los que heredaron la riqueza y son miles los que se fundieron trabajando honestamente. Se me está yendo la moto, pero una última cosa para lo cual pregunto si no hay economistas de izquierda que respondan con más solvencia que yo. Se acaba de reeditar el libro que escribiera el Dr. Ramón Díaz acerca de nuestra historia económica (no lo cito por su nombre porque aún no lo he visto) y lo están promocionando como una especie de biblia o “manual del buen gobierno”. El otro día escuché, en una de las entrevistas que hace radio Sarandí, a un señor que sin duda sabe mucho, destacando que el Dr. Díaz, reconstruyendo estadísticas, descubrió que nuestro país en el último cuarto del siglo XIX tuvo un per cápita igual al de los países desarrollados y que desde entonces hemos ido retrocediendo, perdiendo pie, incorporándonos al mundo de los subdesarrollados. No pongo en duda la veracidad de las cifras, pero sí discuto la conclusión enunciada por el Dr. Díaz como verdad incuestionable y promocionada por este señor como el postulado a partir del cual hay que hacer las opciones económicas. El postulado, la verdad revelada, la única certeza a partir de la cual podríamos alcanzar la felicidad y el desarrollo es: cada vez que Uruguay fue estatista le fue mal y cuando no lo era le iba muy bien. Vaya, vaya, vaya, a partir de un dato estadístico, que sin duda es cierto e incuestionable, se sacan conclusiones voluntaristas: únicamente nos irá bien si no interviene el Estado en la economía. Vaya, lo que fue cierto, en virtud de una enorme cantidad de variables que operaban en el último cuarto del siglo XIX, es la receta única e infalible para que nos “vaya bien” en el siglo XXI. El pomposo enunciado no resiste ni siquiera el superficial análisis de este ignorante de la ciencia económica, pero que sabe algo de lo que trae el tiempo con sus mudanzas. En esos años “felices”, el per cápita tenía un divisor pequeño: éramos pocos. Y un dividendo grande: el mundo industrializado necesitaba imperiosamente nuestros cueros, nuestras lanas y luego nuestras carnes y pagaba por ellas, en tanto que a nosotros nos costaba poco producir y no éramos los fijadores de los precios. Rusia era la gran productora de cuero y su precio más bajo igual nos daba ganancia. Les recomiendo un manualcito de historia del argentino Halperín Dongui. Por otra parte, con per cápita comparables, no teníamos barcos, ni acero ni cañones y en tanto esos pobretes europeos desarrollados, con la ayuda de sus ejércitos, sus barcos y sus cañones se repartían el mundo trazando los límites de sus respectivas colonias con regla y escuadra en mesas de acuerdos diplomáticos, nosotros vivíamos la libre anarquía que tanto encantó a William Hudson, antes a Darwin y luego a Cunningan Graham. En fin, no era mi intención otorgarles tanto espacio a los neoliberales que, desesperados ante la posibilidad de un cuarto mandato frenteamplista, recurren a inventar “autoconvocatorias” en busca de quebrantarnos. Se dan cuenta, si no ganan en la próxima, será la biología la que les ponga el viento de la puerta. En tanto el Frente habría concretado la necesaria renovación de liderazgos (y espero que lo hagamos sin andar con tironeos y dentelladas), ellos enfrentarán la necesaria renovación de sus lideratos desde la derrota. ¡Que Dios (el de los católicos o el de los pentecostales) los ayude! ¡Y que no desampare a los míos! Bueno, no puedo dejar de lado lo que es; junto al 1º de mayo y el 20 del mismo mes, han sido y seguirán siendo las mayores manifestaciones populares. El 8 de marzo se incorporó definitivamente al calendario y lo celebraremos con manifestaciones enormes, optimistas y abarcativas. Cada una de ellas responde a un centro: la igualdad de género y la libertad individual; la lucha de la clase trabajadora y la recordación de los mártires y la lucha por verdad y justicia, pero las tres incluyen un objetivo más amplio y generoso: la pública felicidad que proclamó Artigas. Me parece absolutamente viciosa la discusión acerca del número de quienes participaron. Fueron 13 cuadras tupidas. De gente marchando, de gente bailando, de gente abrazándose, de gente que esperaba en la vereda y se incorporaba en tanto otros abandonaban para descansar; 30.000 o 40.000, tal vez, a juzgar por los cálculos que se hicieron con base en la utilización de drones. Los mismos drones que estimaron en una cifra entre 5.000 y 10.000 personas la concentración de Durazno. ¿Y qué? ¿Alguien puede poner 30.000 personas en la calle? No me importa que disparen contra los que se pasaron de entusiasmo hablando de 300.000 o 400.000. Cifra, por otra parte, que la gran prensa se encargó de predecir como una medida de éxito o fracaso. Hablaban de 100.000 posibles asistentes y eso nos debe llamar a reflexión, ya que, cuando la prensa de los ricos y poderosos aplaude, uno debe preguntarse con qué fin lo hacen. Hay dos maneras de arruinar un chocolate: dejarlo amargo y quejarse de que le falta azúcar o diluirlo con tanta agua que al final no sea nada. Primero, el diario del Opus Dei clamó contra el “violentismo” del enchastre en la iglesia del Cordón y la pintada en la sucursal del BROU. En estas manifestaciones masivas siempre es posible que haya colados que garroneen lo que no convocaron. Ahora, tratan de achicar el paño discutiendo la asistencia. Es cierto, su benevolente trato previo ayudó a la concurrencia masiva y hay que cuidarse de esos cariños que siempre son interesados. Pero quienes estuvimos no lo hicimos porque El País o El Observador nos hayan convencido. Sabemos muy bien de qué lado está cada cual. En fin, la manifestación, la fecha, tienen un sinfín de contenidos. Desde la reivindicación pura y simple de la no discriminación por razones de género, hasta una definición más precisa de qué igualdad queremos. Si una igualdad en el marco de una sociedad democrática, fraterna y solidaria o una igualdad que cuotifique todo en forma rígida y sin atender “los méritos y las virtudes”. Cierto, hay que proteger al más débil, ya que necesita ayuda. Una última referencia a una ausencia que lamento. Se celebraron en actos distintos los 100 años del nacimiento del general Licandro y no estuve porque me enteré tarde. Me enorgullezco de haberlo tratado y me enorgullece un país que dio generales de la talla de Seregni, Licandro y Baliñás. Ejemplos como hombres, como ciudadanos y como militares.
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