Por Manuel González Ayestarán
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El suicidio es un fenómeno complejo y multicausal, en esto coinciden tanto la doctora Silvia Peláez, directora de la asociación preventiva Último Recurso, como el doctor Ariel Montalbán, responsable del Programa de Salud Mental del Ministerio de Salud Pública (MSP). En diálogo con Caras y Caretas, ambos expertos coincidieron en que la problemática del suicidio es un fenómeno imposible de explicar de forma unívoca, aunque sí existen diversas hipótesis explicativas que responden a tendencias observables en los distintos grupos sociales que lo cometen. No obstante, al ser un tema que, tanto en Uruguay como en el resto mundo, se ha constituido históricamente como tabú, aún hace falta aumentar los esfuerzos tanto en el estudio del tema como en lo relativo a su prevención. Peláez y Montalbán coinciden en que el suicidio en Uruguay demoró en ser categorizado como problema de salud pública, ya que recién en 2011 fue abordado mediante un plan preventivo estatal. “Quien se quiere matar, no quiere en realidad morir, quiere dejar de vivir así, o está denunciando alguna conflictiva. Alguna conflictiva que a lo mejor en algunos lugares de poder es bueno que se acalle”, afirmó Silvia Peláez.
El problema en cifras
Según el informe 2015 de Derechos Humanos en Uruguay elaborado por el Servicio de Paz y Justicia Uruguay (Serpaj), la tasa de suicidios en el país ha aumentado en todos los grupos de edad. En 2014, Uruguay registró un total de 541 suicidios, casi el doble que de homicidios (262), según datos del MSP. Entre los jóvenes se ha convertido en la primera causa externa de muerte. Sin embargo, los adultos mayores son los que registran las tasas más elevadas de autoeliminación, si se las compara con las del resto de los grupos etarios.
Según la Organización Mundial de la Salud, cada año se cometen en el mundo alrededor de 800 mil suicidios; en 2013 se produjo en el mundo, en promedio, un suicidio cada 40 segundos. América Latina presenta tasas inferiores al promedio mundial, en contraste con las de América del Norte, que muestra porcentajes más elevados. Uruguay, sin embargo, se sitúa con las mayores tasas de la región, únicamente por detrás de Cuba, lo que lo ubica cerca de los países que más suicidios presentan por año. Ya se ha apuntado en el pasado que la diferencia entre los países latinoamericanos y los norteamericanos se debe, en parte, a que en los segundos los métodos de registro del suicidio son más exhaustivos y hay menos errores de subregistro. Los países latinoamericanos presentan, en general, enormes disparidades en sus registros del dato, debido a factores culturales, sociales, religiosos, e incluso legales y jurídicos que tienen que ver con lo que se considera suicidio y lo que no. No obstante, tanto Uruguay como Cuba emplean métodos de registro bastante rigurosos, y eso contribuye a que estén posicionados como los países que más suicidios contabilizan en la región.
«No creo que ésta sea la única variable explicativa en este tema tan complejo, pero sí creo que es una variable muy importante porque si miramos otros países de Latinoamérica, estos presentan una alta tasa de muerte violenta, pero no la decodifican como suicidio», afirmó la doctora Silvia Peláez en diálogo con Caras y Caretas. Por su parte, el doctor Ariel Montalbán coincide en que ésta no puede ser la única variable explicativa de la tendencia: «Dependiendo del momento histórico en que nos encontremos, predominan factores que son más estructurales u otros que son más circunstanciales».
En lo relativo a la distribución del suicidio conforme a categorías sociales, Uruguay no desentona mucho de las tendencias globales. Según el informe del Serpaj, se suicidan 3,5 hombres por cada mujer, aunque ellas tienden a intentarlo más que ellos. Esto se explica porque los métodos que tienden a emplear los varones son más letales y “violentos”: el ahorcamiento, la precipitación al vacío o el empleo de arma de fuego. Sin embargo, las mujeres suelen recurrir a la ingesta de sicofármacos o de venenos, así como a cortes en el cuerpo. Respecto a las franjas de edad, a nivel global se ha registrado una tendencia al aumento entre los jóvenes y entre las personas de entre 60 y 65 años. Y en cuanto al estatus socioeconómico, según la Revista Peruana de Epidemiología (RPE), “los intentos de suicidio como los suicidios consumados son más frecuentes en la población desempleada y con menor nivel económico y cultural”. Según la OMS, 75% de suicidios registrados a nivel global tienen lugar en países en vías de desarrollo.
Por otro lado, los factores clínicos, como las enfermedades orgánicas o las mentales, aumentan el riesgo autolítico. Según explicó a este semanario el doctor Ariel Montalbán, “casi 90% de personas que cometen suicidios tenían un trastorno mental; entre ellos están la depresión, trastornos de ánimo y también el consumo abusivo de alcohol y de otras drogas”. En cuanto a los métodos, el ahorcamiento o estrangulamiento fue el método más empleado entre 2002 y 2014, seguido por el uso de arma de fuego.
En cuanto a la distribución geográfica, el interior del país presenta tasas mucho más elevadas de suicidio que la capital. En el período que transcurrió entre 2002 y 2014, el departamento de Lavalleja fue el que tuvo más casos: 32 suicidios por cada 100 mil habitantes.
Algunas explicaciones
Desde 1986 Uruguay ha registrado una tendencia de crecimiento marcada por bruscos altibajos y con un pico muy pronunciado entre los años 2001 y 2002 (20,3 por cada 100 mil habitantes), en coincidencia con la crisis económica. En los dos años siguientes el índice descendió hasta el que sería el mínimo registrado en los últimos quince años, pero, desde entonces, aun con altibajos, la tendencia continúa siendo creciente, pese a la entrada del país en una etapa de recuperación económica.
A principios del siglo XX, el sociólogo francés Emile Durkheim ideó el concepto de anomia, que refiere a un estado social derivado de momentos traumáticos que afectan a una comunidad -tales como crisis económicas, guerras o cambios drásticos en el sistema social- y provocan en sus miembros una sensación de incertidumbre respecto a las formas de cumplir con las metas socialmente marcadas.
Este concepto ha sido empleado habitualmente para explicar los picos de suicidios que se dan en momentos puntuales. Sin embargo, en el caso uruguayo, al menos, la llegada del último período de bonanza económica no alteró la tendencia al alza. En este sentido, en el informe publicado por el Serpaj -redactado por los profesores Pablo Hein y Víctor Hugo González (miembros del grupo de Comprensión y Prevención de la Conducta Suicida del Departamento de Sociología – F.CC.SS. – de la Universidad de la República)- se llega a describir a la uruguaya como “una sociedad anómica”, marcada por “la precariedad, inestabilidad y vulnerabilidad, combinada con la falta de expectativas, la desprotección y las dificultades para imaginar futuros reales”. Según ambos autores, “las tasas de suicidio de ayer y hoy serían un reflejo de la violencia estructural que han sufrido y sufren los sujetos en el Uruguay”.
Por otro lado, hay más factores que explican la elevada tasa de suicidios en el país, según los profesionales consultados por Caras y Caretas. Silvia Peláez destacó entre ellos el carácter envejecido de la sociedad uruguaya, ya que, como decíamos antes, la mayoría de suicidios son llevados a cabo por adultos mayores. La directora de Último Recurso también apuntó al carácter laico de la sociedad como otra hipótesis explicativa posible, ya que las religiones, con su condena explícita al suicidio (en particular en el caso de la católica), funcionan a menudo como “un factor protector”. Ariel Montalbán, por su parte, puso el énfasis en la elevada cantidad de armas por persona que hay en Uruguay. “Uruguay es de los países que están más armados respecto a la población, y bueno, es el segundo método de suicidio”, afirmó el doctor. “Al momento de pensar en políticas de prevención del suicidio habría que pensar en la necesidad de campañas de desarme”, añadió.
Suicidio y género
Según la experiencia de Silvia Peláez, en el caso de las mujeres la decisión de autoeliminarse está, muchas veces, motivada por la violencia doméstica. Ser víctima de una opresión de ese tipo, tanto física como sicológica, sumado a las dificultades para salir de la situación de abuso, puede producir una disminución de la autoestima que haga considerar viable la opción del suicidio.
Por otro lado, en relación a la diferencia existente en la tasa de suicidios conforme a la variable género, la doctora argumentó que “la mujer toma métodos que dan más tiempo a que llegue una emergencia móvil a salvarla”. Y agregó: “También podría ser que la mujer pide más ayuda. En general, las mujeres somos más consumidoras de los sistemas de salud, somos más de verbalizar nuestros sentimientos, y tenemos menos vergüenza de contar y compartir los dolores. Ese es un factor protector”.
En el caso de los hombres, los antropólogos Ricardo Fraiman y Marcelo Rossal, citados en el informe de Serpaj, aportan como variable explicativa del fenómeno el concepto de “lógica del procurador”, que está relacionado con la concepción del trabajo como forma de sentirse útil y de pensarse a uno mismo en la vida. Esto serviría para explicar, en parte, tanto la alta tasa de suicidios registrada entre los mayores de 60 años como el crecimiento que se ha registrado entre los jóvenes a partir de la precariedad laboral impuesta en las últimas décadas.
En coincidencia con esa idea, para Silvia Peláez, en el caso de los varones el suicidio estaría relacionado “con el fracaso en el mundo de lo público, y no trabajar sería un fracaso en este ámbito, en su rol de proveedor. Esto está más que marcado, por ejemplo, en las zonas del interior del país, donde la diferenciación de los géneros es muy clara”. En este sentido, la doctora apuntó a cuestiones como el pronunciado envejecimiento de la población que se da en estos lugares, debido a la migración de los jóvenes a la capital, así como a la predominancia de hombres que hay en ellas.
Por otro lado, Peláez también hizo referencia al fenómeno de desruralización que se ha dado en el interior del país. “Se intentó urbanizar el interior, pero en realidad se desruralizó”, dijo. En ese proceso no se le dieron al campo los progresos de lo urbano, pero sí se redujeron el prestigio y la valorización de su cultura propia. “Ser un trabajador rural, con todos los talentos y los saberes que eso implica, vendría a ser algo que no tiene prestigio en la postmodernidad”, añadió. “Además, el varón rural, por su propio machismo, va perdiendo potencia laboral. Su virilidad es lo que él hace con su cuerpo: si envejece, pierde esa fuerza”, concluyó.
Soluciones
En los últimos cinco años Uruguay ha progresado mucho en lo que respecta a iniciativas de prevención. El Plan Nacional de Prevención del Suicidio, lanzado por el MSP en 2011, se planteó como meta reducir la mortalidad por suicidio en Uruguay en 10% para el período 2011-2020. Según explicó el doctor Ariel Montalbán a Caras y Caretas, a partir de 2011 la prevención del suicidio quedó integrada en las intervenciones que se realizan en el programa de salud mental del MSP, destinándosele fondos específicos. “Esto implicó poner al alcance de todos los usuarios del sistema de salud, sea público o privado, la posibilidad y el derecho de acceder a prestaciones psicosociales”.
“Todos los niños y jóvenes menores de 25 años tiene derecho a tener una asistencia psicoterapéutica integrada al plan de tratamiento de salud mental que ya ofrecieron los mutualistas”, explicó el doctor. Por otro lado, “independientemente de la edad, la persona que realizó un intento de autoeliminación tiene derecho a la atención en psicoterapia. Porque se sabe que el predictor más importante de un futuro suicidio consumado es el haber tenido un intento de autoeliminación previo”, añadió. En el plan también tienen prioridad las personas que sufrieron el suicidio de un familiar, y aquellos que presenten trastornos sicológicos o problemas ligados al consumo de alcohol u otras sustancias.
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