Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Editorial

El neoliberalismo no quiere nada público

Talvi y los neoliberales contra la nación

Por Alberto Grille.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Ernesto Talvi no es un joven intelectual repleto de ideas modernas que con su generosidad propone un Uruguay inédito y además feliz. No nos engañemos. Con ideas que parecen novedosas y atractivas, Talvi es el precandidato colorado que perpetúa el neoliberalismo de la dictadura, de Lacalle Herrera, de Jorge Batlle y Juan Pedro Bordaberry.

Esta vez manifestó que Uruguay no necesita fuerzas armadas. El 12 de marzo publicó este mensaje en Twitter, que sorprendió a buena parte de su audiencia y entusiasmó a algunos de sus detractores: “La destitución del general Manini no admite dos opiniones: el presidente ejerció su autoridad y se acata sin chistar. Pero hay que hablar de lo que medio país cuchichea: ¿tiene sentido con nuestro tamaño y en este tiempo tener fuerzas armadas convencionales teóricamente preparadas para la guerra?”.

Es muy claro que está diciendo que no necesitamos fuerzas armadas propiamente dichas, así como lo sostuvieron o sostienen, a puertas cerradas, muchos neoliberales como Ramón Díaz, que tampoco quería que hubiera moneda nacional. No lo olvidemos, porque si olvidamos, arriesgamos confundirnos entre nuestra inocencia y nuestros prejuicios.

Talvi, como los otros neoliberales, no quiere escuela pública, ni bancos públicos, ni entes públicos, ni salud pública, ni moneda, ni impuestos, ni fuerzas armadas del Estado.

Que me disculpen los muy queridos y calificados compañero y compañeras del Frente Amplio que comparten ese último pensamiento, pero si un país, una nación como Uruguay, se compone de múltiples elementos como población, territorio, valores compartidos, instituciones sólidas, cultura, símbolos patrios, moneda nacional, también lo hace de fuerzas armadas soberanas y nacionales que resguarden la felicidad de sus habitantes y protejan su integridad, su historia, sus recursos naturales y su patrimonio público.

Sin fuerzas armadas, o apenas  con una guardia nacional, no cabría otra posibilidad que delegar la función de la defensa en una potencia extranjera o abandonarse a la hipótesis ilusa de que nunca jamás seremos objetivo estratégico de ninguna de ellas. En Costa Rica hay guardia nacional, pero técnicamente es un protectorado de Estados Unidos -dado que de Estados Unidos depende su protección en última instancia-, lo que está sólo un escalón más arriba que un Estado libre asociado, como Puerto Rico, que es el nombre elegante que utilizan para llamar a una colonia.

Ecuador y Panamá no sólo han perdido la moneda, sino también la soberanía sobre su economía.

Todos los países en algún momento han tenido o tendrán que defenderse de agresiones, de ataques o saqueos y sin excepción han recurrido o deberán hacerlo a sus fuerzas armadas, las cuales constituyen el recurso final para conservar el territorio, la población, la identidad cultural, las instituciones, los recursos naturales y todo lo que conforma el patrimonio, hasta el idioma y la memoria.

Uruguay necesita fuerzas armadas porque es una nación independiente y para serlo hoy, y continuar siéndolo en el futuro, tiene la obligación de estar dispuesta a defender incluso con las armas su soberanía patria. Si no tiene condiciones para ello y una institución preparada a esos efectos, no hay proyecto público, político, económico o social viable y, a la vez, soberano, en el sentido de no depender de la anuencia de ningún otro Estado del mundo.

Digo esto sin entrar en consideraciones económicas (como la importante fuente de empleo y descentralización territorial que significan) ni sobre muchos otros aspectos  vinculados con las tareas que se les encomiendan cotidianamente como funciones intrínsecas, las que no cabe enumerar.

Así lo entiendo yo y quiero creer que mucha más gente en la izquierda, aunque, naturalmente,  este punto de las fuerzas armadas y el de la cuestión nacional son temas que ameritan discusiones encendidas, pero que, además, son   fundamentales para entender el pensamiento de los neoliberales locales (a quienes algunos, muy acertadamente, llaman “dirigistas de derecha”, porque de liberales no tienen nada), como Ernesto Talvi, Ignacio de Posadas, Ramón Díaz y sus referentes de otras latitudes.

Otra cosa es discutir qué fuerzas armadas queremos; cómo democratizarlas; cómo eliminar bolsones de nostálgicos que aún mantienen influencia en su estructura y en sus clubes; cómo dimensionarlas y equiparlas de manera que puedan cumplir de forma cabal y con eficiencia sus funciones; cuál debe ser la doctrina que las orienta; cuáles son las hipótesis de conflicto razonables; cómo se impide que adquiera un carácter de brazo armado de la oligarquía contra su propio pueblo; cómo se arrasa con los aspectos corporativos y los privilegios que cohesionan a sus integrantes sin atender a que la renuncia a los privilegios injustos, muchos de los cuales tienen su origen en la dictadura, es una importante contribución patriótica que pueden hacer.

En mi opinión, estas son cosas de las que va a tener que expresarse el general Manini si pretende que su ingreso a la política no esté condenado al fracaso. Así como, por supuesto, también tendrá que dar sus opiniones sobre la economía, sobre las relaciones laborales y sobre asuntos graves y sensibles que componen la agenda, la búsqueda de los desaparecidos y la deshonra de quienes han sido señalados, procesados y condenados por la Justicia y por la historia por haber violado los derechos humanos que debían proteger. Aunque, quiero que conste,  por lo que he conversado con él, me parece que deplora, en lo personal, que se haya torturado, violado, asesinado en nombre de la democracia y desprecia a alguno de los que han sido sometidos al tribunal de honor porque no cree en el honor de ellos. Pero esas son cosas que resultan de una conversación personal que después no se han manifestado en la comunicación pública.

Que nadie piense que esta es una discusión meramente intelectual: Talvi es una expresión pura del pensamiento neoliberal y el pensamiento neoliberal domina en forma absoluta y hegemónica buena parte de las dirigencias de los partidos Nacional y Colorado, que se van a enfrentar al Frente Amplio en la próxima y decisiva elección de octubre de 2019. El propio Juan Sartori, que viene a ser una especie de aprendiz de brujo y que ha recogido opiniones para alcanzar un hipotético programa de gobierno, ha concluido que para que Uruguay sea grande, hay que bajar los impuestos, dejar sin efecto el monopolio de Ancap y regular un régimen laboral en el que la negociación colectiva sea solamente entre patrones y empleados sin la intervención del Estado. Al fin de cuentas, siempre llegamos a lo mismo cuando se trata de candidatos rosaditos.

El mismísimo Sartori, salido de la nada, resultó ser tan neoliberal como los otros porque ya no hay espacio para otra alternativa en blancos colorados. Y van a ver que a Manini , si va con los rosaditos, no le queda otra. Esta es otra clave fundamental para ver con toda claridad cómo la verdadera alternativa es entre Frente Amplio o neoliberalismo, o, inclusive, entre Nación e imperio, entre pueblo y oligarquía. En suma, si alguien quiere beneficiar a las las Fuerzas Armadas, debe procurar obtener información de los desaparecidos, debe desvincularse de lo que queda de la gorilada, debe permitir la reforma de la estructura previsional de manera de reducir los déficit causados por privilegios injustos y debe promover la redimensión de la fuerza y de su estructura jerárquica para cumplir con eficiencia los cometidos asignados.

Así vamos a ver que lo que quede será lo verdaderamente patriótico, que yo supongo que es mucho y de buena madera. Y tal vez, quiero creerlo, el general Manini esté entre ellos. Pese a que su despedida no me gustó nada.

 

El retorno de los “muertos vivos”

Caras y Caretas se viene ocupando del economista y Ph. D por la Universidad de Chicago Ernesto Talvi desde hace varios años, antes de que se situara como precandidato a la presidencia por el Partido Colorado.

Dijimos que marcaba el retorno de las llamadas “ideas zombi”, o ideas muertas que caminan y chupan cerebros vivos; por ejemplo, que ante los mercados somos todos iguales, que los mercados se ajustan solos, que todos tenemos acceso a la misma información y tenemos las mismas oportunidades, que el darwinismo social (o predominio y supervivencia de los más fuertes) es la mejor regla, que una “mano invisible” corrige todos los desvíos del capitalismo y que este asegura empleo y actividad económica “a full”, cuando sus crisis son las responsables de todos los grandes desastres económicos que ha sufrido la humanidad), y también el proyecto para destruir el batllismo original, el de José Batlle y Ordóñez.

Cuando presentó su candidatura, en agosto pasado, tuvo un minuto de gloria en los medios en que fue presentado poco menos que como el mayor benefactor de la humanidad después de Jesucristo, con caras iluminadas que miraban al cielo y todo, lindando con el ridículo.

La derecha se había dado cuenta de que Pompita no funciona, pero Talvi tampoco funcionó y tuvo que salir a la cancha Julio María, un derechista de primera división.

Los medios de prensa del poder real en Uruguay –Búsqueda, El Observador, El País y hasta la revista Noticias Uruguay, que es una revista de derecha en nuestro país, difundieron un editorial firmado por el “encuestador independiente” Ignacio Zuasnábar, director de Equipos Consultores, increíblemente titulado “Talvi: buena noticia con desafíos”, de sesgo más que claro, rematado con un dibujo en el cual Jorge Batlle, desde el cielo, coloca a Talvi como “su” peón de ajedrez, cuando todo Uruguay sabe que este chicago boy “lo dejó en la estacada” en la Crisis de 2002, el peor momento de su vida.

Ya lo recordó el hijo de Jorge Batlle: nadie debe arrogarse la herencia política de su padre.

Pero los medios de la derecha entraron en cadena de transmisión del nuevo evangelio talviano, hasta que vieron que tampoco funcionaba y tuvieron que traer a Julio María Sanguinetti, el cerebro de la derecha uruguaya desde hace décadas.

Si José Batlle y Ordóñez y Luis Batlle Berres volvieran a este mundo y vieran a Ernesto Talvi y Julio Sanguinetti convertidos en los precandidatos del Partido Colorado, volverían a morirse.

No podrían creer que el Partido Colorado, que ellos convirtieron en una gran colectividad política, haya caído -tras una penosa deriva que incluyó a Pacheco Areco, Bordaberry, Sanguinetti y Jorge Batlle- en manos de Ciudadanos y  Batllistas, siendo el primero un nombre copiado y falluto, y el segundo, radicalmente falso.

 

Resumen y proyecciones

Ernesto Talvi no es un adolescente que hace la bandera. Es un veterano operador político de 61 años de edad. Cursó en British Schools, es economista egresado de la Udelar y tiene un doctorado en Economía por la Universidad de Chicago, la de Milton Friedman, el “liberal” que asesoró directamente al dictador Augusto Pinochet y formó a los principales funcionarios de las dictaduras setentistas de Chile, Argentina y Uruguay; que además de sustentarse en violaciones masivas de las libertades y los derechos humanos, terminaron en rotundos fracasos económicos. El pensamiento de Friedman volvió en la llamada “década neoliberal” con los presidentes Carlos Salinas de Gortari, Alberto Fujimori, Luis Alberto Lacalle y Carlos Menem, entre otros.

Fue seguidor y funcionario de confianza del pope neoliberal local Dr. Ramón Díaz, (partidario fervoroso de la privatización de las empresas, bancos y educación pública, así como de la eliminación de la moneda nacional y su sustitución por el dólar estadounidense, ver recuadro, inspirador del pensamiento económico de la dictadura) que lo ingresó por la ventana en el Banco Central en un altísimo cargo gerencial en el gobierno de Luis Alberto Lacalle de Herrera, junto con Isaac Alfie, Javier de Haedo y Gustavo Licandro.

En el segundo gobierno de Sanguinetti -a quien tuvo como referente en esos tiempos-, tuvo desinteligencias en el BCU y ejerció consultorías en el exterior del país, en instituciones como el BID y el FMI, siempre bien recomendado.

 

En la década del 90 se fundó, por parte de un lobby empresarial encabezado por Ricardo Peirano, director de El Observador, el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres), cuyo directorio está integrado por los empresarios Nicolás Herrera, Horacio Hughes, Rodolfo Oppenheimer y Ricardo Merzario. Sus socios suscriptores, gracias a los cuales Ceres funciona, son, según su página web: Aluminios del Uruguay,  Asociación Española, Automóvil Club del Uruguay, Axion Energy, Baker Tilly Uruguay, Banco ITAÚ, Banque Heritage, Bolsa Electrónica de Valores, Cabaña La Constancia, Compañía Cibeles, Conatel, Dedicado, Devoto, El Observador, El País, El Trigal, Ferrere Asociados, GlaxoSmithkline, Grupo Schandy, Guyer & Regules, HSBC Bank, Kibón, Montepaz, Montes del Plata, Montevideo Refrescos, Montevideo Shopping Center, Movistar, Muvral Company SA, OCA, Pamer, Posadas, Posadas & Vecino, PwC, Quanam, Roemmers SA, Saman, Shellman Wealth, Tacuarembó Marfrig Group, UPM, Urudata, Urufor, Young & Rubicam y Zonamerica.

Entre 1997 y 2018, Talvi fue su director académico. Desde ese foro, en shows rutilantes y llenos de efectos especiales, preconizó posiciones neoliberales y darwinistas (en el sentido de apoyar la supervivencia de los más fuertes) desde 1997 hasta hace unos tres años, en que comenzó a recorrer el país, haciendo una velada campaña antifrentista y proponiendo medidas a favor del bien y contra el mal, como fundar 138 liceos “para resolver el problema de la educación”. Los mismos, obviamente, estarían fuera de la ANEP, gestionados por padres y colaboradores, fuera del Estado.

Talvi defendió acaloradamente las políticas económicas llevadas adelante por los gobiernos de Sanguinetti, Lacalle, Sanguinetti y Jorge Batlle. En el curso de ese apoyo irrestricto, cometió errores garrafales como elogiar la desastrosa política económica colorada en 1999, en vísperas de la peor crisis de nuestra historia. Así El País del domingo 4 de noviembre de 1999 titulaba: “Experto independiente elogia la estrategia económica uruguaya”. Es muy claro que en el segundo gobierno de Julio María Sanguinetti ya se vivía una recesión de proporciones, agravada por el atraso cambiario y la apertura unilateral al sistema financiero internacional. Pero como dice el colgado de la nota: “Ernesto Talvi auguró un futuro extraordinario”. Es más, en 2001 anunció que comenzaba el despegue económico del Uruguay. El futuro, por demás previsible, como lo señaló Caras y Caretas, fue la implosión del modelo económico blanquicolorado en la Crisis de 2002, cuyas cifras e indicadores no reiteraremos ahora.

Ernesto Talvi, digámoslo una vez más, se negó a colaborar con el desesperado presidente Jorge Batlle en lo peor de la Crisis de 2002, cuando este fue a buscarlo a su casa. Lo mismo hizo Carlos Sténeri, aduciendo razones de salud, mientras se estaba desarrollando un intento de golpe de Estado encabezado por el amigo de ambos, Dr. Ramón Díaz, como surge de los libros Con los días contados del recordado Claudio Paolillo y Batlle: El profeta liberal del periodista de Galería, Bernardo Wolloch. Talvi ha dicho que aportó ideas y gestiones para la salida de la crisis, pero el ministro de Economía de la época, Isaac Lito Alfie y Gustavo Licandro niegan terminantemente que haya hecho nada en la búsqueda de salida a la crisis financiera y en la negociación con Estados Unidos y el FMI. Afirman, para quien lo quiera oír, que no hizo absolutamente nada.

Talvi, que apoyó sistemáticamente todas las ideas económicas erróneas (sobrevaloración de la moneda nacional, privilegio del sistema financiero privado por sobre el sector productivo, entrada irrestricta de la inversión extranjera, eliminación de los Consejos de Salarios, disminución de las retribuciones al trabajo y las jubilaciones, etc.) desarrolladas en los gobiernos que van de 1985 a 2004, en plena Crisis de 2002 -provocada por esas ideas- mientras la gente se suicidaba o emigraba en masa y los niños comían pasto, declaró solemnemente que “estos no son tiempos de Keynes”, justo antes de que el economista inglés, sus ideas y seguidores volvieran como salvadores de la Gran Recesión 2007–2010, que se inició en 2001 en EEUU y Europa, provocada por la voracidad financiera que impulsaron los neoliberales. Por supuesto, él siguió viviendo en Carrasco y discurseando en Ceres, y culpó de la crisis a accidentes financieros ocurridos en lejanos mercados de capitales, en lugar de buscarlos aquí, como lo hizo el Parlamento en sus investigaciones.

La victoria del Frente Amplio encontró en él a uno de sus peores adversarios. En ese combate feroz cometió también errores garrafales, como anunciar en diciembre de 2010 que en Uruguay se avizoraba una gran caída del PIB, que ese año creció 8,9% y 5,7% en 2011.

¡Gran economista el jovato de mochila a la espalda para parecer un pibe! Sigue sin reconocer que el Uruguay ha vivido en estos 15 años su mayor período de crecimiento económico con inclusión social de la historia, y ostenta los mejores indicadores sociales de la región según el FMI, el Banco Mundial, el BID, la CAF y la Cepal.

Pero ErnestoTalvi comprendió que si quería actuar y triunfar en política, debía mimetizarse en «progresista liberal» (combinación que fue ridiculizada hasta por Darwin Desbocatti), y hablar del «Estado de bienestar» (expresión que remite a John M. Keynes, José Batlle y Ordóñez y Franklin D. Roosevelt, a quienes los neoliberales odian); y su blanco preferido pasó a ser “la calidad de la educación”, pasión que compartía con Ramón Díaz, seguidores ambos de la teoría de los “bonos de educación” (como si un chiquilín del “40 Semanas” con dichos bonos pudiera hacer fácilmente su carrera en nuestras coquetas universidades privadas), y de experiencias como el liceo Jubilar. Lo que buscan es la privatización de la enseñanza, eliminar el modelo vareliano que ha sido en nuestro país el gran elemento igualador y democratizador.

Reiteramos, detrás de las palabras «progresistas» de Ernesto Talvi, late el gran proyecto de la derecha uruguaya, diseñado por Ramón Díaz: privatizar las empresas, bancos y educación pública, rebajar las retribuciones al trabajo presente y pasado (trabajadores activos y jubilados), y aumentar las exoneraciones fiscales a los más privilegiados, para que elijan el destino del dinero que tienen que destinar al pago de impuestos. Por algo en su acto de proclamación, el 14 de agosto, estuvieron según Búsqueda del 16 de agosto: “Gran parte de la estructura de Vamos Uruguay, el sector que lideró Pedro Bordaberry”, empresarios de primera línea como Rodolfo Oppenheimer, el exbanquero Dante Peirano, el excoordinador de los servicios de Inteligencia, José Bonilla, y “uno de los voceros del movimiento “Un Solo Uruguay”, Eduardo Blasina.

Se definió como «liberal progresista», convocando a «construir un Estado de bienestar moderno para el siglo XXI».

Difícil juntar tanta contradicción con la realidad en un solo acto.

Se ha ubicado reiteradamente bajo un supuesto «padrinazgo» del difunto Jorge Batlle, y en varios reportajes ha contado supuestas conversaciones con el difunto, pero la propia familia Batlle, como informó El Observador, le prohibió mencionar esas referencias, seguramente en memoria del abandono de 2002.

En un descuido se le escapó a Talvi que no quiere fuerzas armadas en el Uruguay, porque la ideología neoliberal no entiende ni acepta las naciones como comunidades humanas organizadas, sino que sólo atiende a los mercados y a las corporaciones, particularmente a las financieras en esta etapa del capitalismo financiero global que, como bien sabemos, son manejados por los más fuertes y privilegiados.

Que nadie se descuide ante este impresentable representante de todo lo malo que tiene el poder económico metido en la política, como lo vienen demostrando los empresarios o sus representantes en Estados Unidos, Argentina y Brasil, y que nadie, ningún frentista, ningún ciudadano festeje los fracasos pasados y dislates de Ernesto Talvi.

Es un actor que reviste el mayor peligro porque, aunque Sanguinetti sea el favorito, él seguirá arropado por todos los centros de poder real en Uruguay (las cámaras empresariales, el Opus Dei, El Observador, Búsqueda, El País, las grandes empresas y corporaciones multinacionales radicadas en Uruguay, radios y canales de TV y los principales dirigentes colorados), y maneja argumentos con engañosa solvencia (ha logrado engañar nada menos que a la Brookings Institution, el gran think tank demócrata de los EEUU que le armará la campaña electoral, según declaró a El País), no como Pompita, cuyo fracaso es medido por las encuestadoras y por sus compañeros que lo señalan como «el mejor candidato para salir segundos» del Frente Amplio.

El Frente Amplio, sus precandidatos, seguramente van dar las grandes polémicas, que hasta ahora por una cosa u otra no se han abordado.

Deben tener en cuenta que del otro lado, y tras todos los precandidatos (no sólo Ernesto Talvi), solamente hay neoliberalismo.

Que el pensamiento neoliberal o dirigista de derecha está en todos: Pompita tiene a Ignacio de Posadas y Jorge Caumont (que son los que cortan el bacalao, y no Azucena «la ausente» que sólo fue una funcionaria de Carlos Sténeri); Larrañaga tiene a Hernán Bonilla; Sartori, que aparentemente es un megaempresario; Sanguinetti estaría secundado por Isaac Alfie y Ariel Davrieux; y se terminaron los que tienen posibilidades de llegar al balotaje.

Por eso este editorial sobre Talvi, o mejor dicho, sobre el neoliberalismo.

Porque la elección de 2019 es también entre neoliberalismo y progresismo, entre los que nos llevaron a las Crisis de 1982 y 2002  y el Frente Amplio, que entró en su 16º año de crecimiento económico con inclusión.

No hay otra alternativa: es entre el Frente Amplio y la tragedia nacional.

Así de claro, y que nadie se haga el distraído.

El neoliberalismo por su pope: Ramón Díaz
Talvi ha sido fiel a una sola persona: su mentor ideológico Ramón Díaz. Abogado, economista, periodista y escritor, Ramón Díaz (1926-2017) fue el pensador más nefasto del siglo XX en Uruguay, enemigo declarado del batllismo, de las corrientes progresistas del Partido Nacional y de todo lo que se pareciera a izquierda, empezando por el Frente Amplio. Su vida estuvo íntimamente ligada a los hermanos Jorge y Juan Carlos Peirano Facio y, con ellos, a toda la oligarquía uruguaya. Desde las distintas tribunas que utilizó, apoyó a todos los gobiernos autoritarios de Uruguay y a su última dictadura. Ante todo fue partidario de privatizar las empresas y los bancos públicos, a los que llamaba vacas sagradas, y gran toro sagrado al BROU, siempre con el objetivo de entregar el patrimonio de los uruguayos a sus poderosos amigos dueños del capital, sobre todo extranjero. De la trayectoria del pope neoliberal Ramón Díaz surgen varias reflexiones. Hay que destacar lo bien que actúa la derecha, que financia publicaciones, universidades, cátedras y doctorados en el exterior, y qué mal funciona en ese campo la izquierda uruguaya, que parece estar perdiendo la batalla en esos frentes. Otra cosa evidente es que la derecha actual construye constantemente mitos, como el de Jorge Batlle (otro traicionado elevado como ídolo) y Ramón Díaz, al que dedican suplementos y artículos en cantidades industriales, ocultando que no fue un liberal sino un sirviente de la oligarquía financiera e ideólogo de varias dictaduras. Lo peor es que a veces por algunas cosas me parece que Ramón Díaz ganó la batalla y acaso la guerra. Porque en el Frente Amplio nadie se acuerda de que la lucha no es solamente electoral, es ideológica y cultural.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO