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Tan valientes como Valenti

Por Marianella Morena.

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Caras y Caretas Diario

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En su columna Esteban Valenti realiza un gran pedido de perdón. Un perdón desparramado, abrazado al error ajeno, pero con culpa y responsabilidad.

No se sabe si el editorial es un texto religioso, si es a favor del Frente Amplio o en contra. Quizá la pregunta sería: ¿a favor de qué Frente Amplio? ¿Cuál es el Frente Amplio que se quiere cuidar, proteger, desarrollar? No lo sé. Entiendo y adhiero a que los culpables de cualquier causa paguen sus errores, tal como lo hacemos todos los ciudadanos cuando infringimos la ley. Pero al leer el artículo mi desconcierto aumenta. ¿A quién o a qué debo creerle? ¿Quiénes son los referentes actuales de la verdad? Varios.

Algunos izan banderas diarias sobre el monopolio, otros guardan silencio sepulcral y otros se pelean por prensa al mejor estilo Montesco y Capuleto (o, mejor, como William Shakespeare con su eterno rival Ben Jonson). Jonson fue expulsado de la corte real por su comportamiento indisciplinado, y mató a un compañero, el actor Gabriel Spencer, en un duelo. Escapó de la ejecución alegando beneficio del clero: en el juicio ganó la indulgencia recitando un verso de la Biblia. Perdió sus bienes, fue marcado como delincuente con la extirpación del pulgar. William Shakespeare y Ben Jonson tuvieron una gran rivalidad y eran conocidos por denigrar el trabajo del otro, pero también son conocidos los textos que se dedicaban mutuamente y las formas en que se las ingeniaban para robarse parlamentos, anticiparse, copiarse ideas dramáticas, de contenidos o de personajes centrales. Todo eso deleitaba al público isabelino: ni Intrusos ni nosotros estamos inventado nada. Por último, para cerrar la farándula mediática, se supone que se reconciliaron, porque Shakespeare se convirtió en el padrino del hijo de Jonson y los dos comieron y bebieron juntos en la casa de Shakespeare pocos días antes de la muerte del Bardo, en 1619.

Bajando del Olimpo y aterrizando en tierras orientales (menos gloriosas pero no por eso menos jugosas), pienso que sigo sin entender el artículo del “perdón de Valenti”. ¿Cuál es su objetivo real? ¿Ganar protagonismo? ¿Destruir a alguien de la interna? ¿Confundir a la población? ¿Engordar a la oposición? ¿Subir un nuevo heredero? ¿Cuál? Mi comentario no es irónico ni cínico; simplemente leo, escucho y la turbulencia no hace otra cosa que aumentar. No es que intelectualmente tenga dificultades para comprenderlo: es simple, claro, incluye descripciones sobre uso y abuso de la gestión pública, uso y abuso de recursos, pero ¿alguien sabe cómo y cuánto gasta un ente público? El contexto es imprescindible para conocer, evaluar, opinar y condenar.

Si yo pregunto cuánto cuesta una obra de teatro, una cama de un enfermo terminal en un hospital público, la educación anual de un niño escolar o la de un estudiante de etología, ¿cuánto nos cuesta a todos?¿Sabemos esos datos? No, nadie lo sabe. Entonces ¿por qué, de buenas a primeras, nos vemos invadidos por números que asustan, y asusta pensar que pagamos y volveremos a pagar, igual que la cuota del pecado, igual que el sufrimiento de ser mortales, igual que los dolores que Dios nos asignó por ser pecadores, infieles y desobedientes. Pagaremos de por vida. Pagaremos a pesar de que Dios nos perdone. El perdón y sus pliegues de conducta, el perdón y la imagen de la persona de rodillas, suplicando y en ofrenda de sacrificio: ofrezco a mi pueblo una vez más, querido Frente Amplio, para que nos perdones todos los pecados. Algo de esa tormenta nos sobrevuela: no es José Cúneo ni Marc Chagall ni ningún cielo pintado anteriormente. Es una tormenta nueva que se instala con pesada carga, sin ánimo de generar agua y de limpiar, sin ánimo de llover para darnos tregua y, puertas adentro, mostrarnos las culebras esparcidas por el territorio.

Hace poco me enteré de que la recuperación del teatro Politeama de Canelones costó dos millones de dólares, un monto similar al que implica la construcción de dos kilómetros de ruta. ¿Por qué no comunicamos en la comparación? Esos son los verdaderos indicadores del absurdo cuando de números se trata y cuando se intenta explicar el movimiento productivo en números. ¿Qué se pierde y en relación con qué?

Cuando fui invitada a participar en el ciclo de conferencias del Frente Amplio de cara al balotaje, para hablar de la cultura, me negué a pensar en números, porque es surrealista seguir ordenando algunas cosas, porque es tan absurdo ordenar lo que no entra en una página, es tan absurdo manejar parámetros quietos y rígidos cuando evaluamos lo que sucede, lo que se mueve: la producción y la proyección.

Yo también quiero un Frente Amplio transparente, honesto, que asuma sus riesgos, pero quiero ese motor con la fuerza de una conducción nueva, que piense desde un lugar nuevo; no los viejos disidentes, ni los que le pasan información a la oposición, tampoco los que se callan y hablan por detrás. Quiero una nueva generación de jóvenes biológicos que pongan la sangre para que el aparato no se coma al inventor. Una utopía, quizá, en tiempos en los que nadie quiere largar la silla. Pero de eso se trata: que vengan las utopías.

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