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El temor a Lula: Una censura disfrazada de condena

El 24 de enero se realizará el juicio en segunda instancia contra el expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva. Como no existen pruebas, se hará por convicción. Y como no hay votos, es probable que haya condena.

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¿Qué somos cuando no somos? ¿Nada? ¿Y si, a pesar de eso, somos? Está difícil escribir un artículo sobre el juicio que deberá enfrentar el expresidente Luiz Inácio Lula Da Silva con sólo la información que, siendo objetiva -tanto la información como yo-, se ha publicado por todos lados. No me parece justo someter a la persona que esté leyendo a las mismas palabras puestas en distinto orden. Mejor es, creo, intentar dilucidar el porqué de esta situación en Brasil y en qué puede derivar. Pero como orden tienen las cosas (también tienen progreso, como la bandera de Brasil, pero está por verse hacia dónde), comenzaré por dar un estado de situación.   Lo que todos saben El 12 de julio, el juez Sérgio Moro condenó al expresidente Lula a nueve años y medio de prisión, prohibiéndole ocupar cargos públicos. Moro está empeñado en que Lula recibió por parte de OAS, un tríplex (apartamento de tres pisos que se comunican internamente) en el edificio Solaris, en el balneario paulista Guarujá. El tríplex en cuestión, según Moro, habría sido una coima que el expresidente recibió a cambio de contratos con la petrolera estatal Petrobras. Sin embargo, la defensa de Lula, liderada por el abogado Cristiano Zanin Martins, habría demostrado que la acusación es falsa y que Lula no es dueño de nada. Tanto es así que el propio Moro, luego de dar varias vueltas sobre el caso, dice actuar por convicción porque carece de pruebas. Entonces, si es así, una piensa que Lula no tendrá problemas para salir airoso de la Octava sala del Tribunal Regional de la 4ª Región (TRF4), con sede en Porto Alegre, pero los antecedentes del trío de jueces que decidirá sobre el caso, dan por tierra con cualquier pronóstico.   El rígido TRF4 Sí, es cierto, parece increíble que algo que suena a calmante, sirva para un buen dolor de cabeza. Esta suerte de tribunal de apelaciones denominado TRF4 -conformada por los jueces João Pedro Gebran Neto (relator), Leandro Paulsen y Victor Luiz dos Santos Laus- no ha sido nada contemplativo con quienes han recurrido a él. Y si no veamos lo que marca un estudio de la revista Veja: a julio de este año, el trío de jueces analizó 47 sentencias de Moro, revocando sólo el 19% de ellas (cinco condenados en primera instancia fueron absueltos por falta de pruebas, y cuatro absoluciones de Moro fueron condenados). En 34 casos hubo acuerdo con lo dictado por el juez en cuanto a la culpabilidad, aunque ocho de esas penas se alivianaron y 16 fueron agravadas. Mientras tanto, en cuatro se mantuvieron las absoluciones. Veja dice: “La reputación de ‘línea dura’ de la 8ª Sala del TRF4 se traduce en la suma de 487 años de prisión en el Lava Jato determinados por los jueces de apelaciones ante los 398 años decretado por el juez federal en los mismos procesos”.   No te detengas Veja también asegura que los jueces Gebran, Poulsen y Laus son lentos y sus sentencias suelen demorar una media de 410 días (un año, un mes y quince días). Sin embargo, todo Brasil asegura que en este caso la demora no existirá. La razón es obvia: de esta sentencia depende que Lula pueda ser candidato en las presidenciales de octubre de 2018. Y las malas lenguas aseguran que al poder eso no le sirve. Es que los resultados de las distintas encuestas marcan que el exmetalúrgico devenido en expresidente es quien corre con más chance de ganar las elecciones. La encuesta más pesimista le da un 34% de los votos en la primera vuelta y poco más del 50% en la segunda, independientemente del contrincante que tenga. Mientras tanto, Temer sigue en picada, lo cual para él no debe ser un problema, porque sin dudas sabe más que nadie que no puede ser candidato de nada. No está en Planalto por su futuro, sino para realizar las reformas antipopulares que está llevando a cabo con éxito para la clase que representa, evitando que se quemen los que sí pueden disputar el sillón a Lula. También es cierto que, con los números de los sondeos a la vista, es escandaloso dejar a Lula fuera de la reyerta electoral, pero el poder no se va a estar haciendo problemas por esas pequeñeces.   Una vuelta peligrosa No se trata de andar por la vida defendiendo a posibles culpables por su nombre, apellido o apodo ni intentando que se salven los menos malos. Quizá sí por sus intereses. Lula fue una decepción para el pueblo brasileño (entendiendo por ‘pueblo’ a las clases populares o más humildes, que son la mayoría de los habitantes de los países tercermundistas) como en buena medida lo fueron cada una de las personas que, saliendo de lo que se consideraba izquierda, llegaron a ocupar la presidencia. Al fin y al cabo, a ellas se les debe ese término ambiguo de “progresismo”. Y de todas ellas, Lula fue el abanderado. No sólo por ser el primer presidente pobre (recordemos que era obrero metalúrgico) y del país más grande del continente, sino también por ser el primero en mostrar con qué facilidad la izquierda llegada al gobierno deviene en progresismo y, concomitantemente, hacer que aquella frase de “se podrá tener el gobierno, pero no el poder” se convirtiera en una profecía cumplida. Pero hay cosas que no se pueden obviar, y entre todas ellas existen dos imposibles de negar: una, que con Lula todos los brasileños sin excepción tuvieron derecho al arroz con porotos (me lo dijeron en Río de Janeiro durante una ocupación de los Sin Techo en pleno gobierno de Lula); dos, que por más aburguesado que esté, no deja de ser un obrero, y eso a la gente le puede. El tipo puede hablar de pobreza porque la vivió, puede compadecerse del que tiene hambre porque él la tuvo, y puede llorar sin vergüenza porque conoce el poder de las lágrimas en contraposición con la rebeldía que genera en la gente simple el discurso soberbio de quien todo lo tuvo. O sea, el hombre y la mujer de pueblo ven en Lula a un semejante y están dispuestos a perdonarle sus pecados porque pueden perdonarse los pecados propios. La derecha o la burguesía rancia son otra cosa. Les resulta difícil fomentar lo que no conocen, se les complica el mínimo de empatía con el pobre porque están acostumbrados a no verlo, y ven en los trabajadores a enemigos potenciales porque jamás pertenecieron a esa clase. Casi todas las noches del año, las favelas están en calma. Sin embargo, en muchas de esas noches se escuchan tiros. Sólo hay que ponerse a ras del suelo y esperar que los vecinos del morro solucionen sus problemas. Todo está en paz. Pero cuando las fuerzas de choque invaden el territorio no hay quien se sienta a salvo ni piso firme que sostenga. “Orden y progreso”. La leyenda de la bandera de Brasil está inspirada en la consigna del sociólogo francés Auguste Comte: “El amor por principio, el orden por base, el progreso por fin”. Lo que falta en la bandera es lo que la gente ve en Lula: el principio. El principio de algo que cualquiera es capaz de continuar. Volvamos al principio, entonces: ¿Qué somos cuando no somos? ¿Nada? ¿Y si, a pesar de eso, somos? “Sólo será por amor”, quizá sea la respuesta.

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