Todos sabemos, aunque más no sea desde la intuición y con cierta vaguedad, que no es lo mismo, desde el ángulo de la distinción y el estatus, utilizar las vacaciones para descansar y arreglar la casa y el jardín, que hacer un crucero familiar por el Caribe, visitar las islas del Egeo o ir de compras a Miami. Salir de viaje es social y culturalmente calificado, así como también el destino que se elija, con quiénes hacerlo y por cuánto tiempo. Tan importantes se han vuelto las vacaciones en nuestra civilización de la abundancia, el consumo, el hedonismo y el espectáculo, que se ha comprobado que los destinos vacacionales de estatus distinguido y consolidado son emulados por aquellos menos distinguidos que aspiran a mejorarlo mediante la imitación emulatoria. Es más que interesante observar cómo se produjo esa dinámica distinción-emulación a lo largo de la historia. De la proeza nómade a la riqueza sedentaria En la historia profunda, la distinción fue producto de la capacidad diferencial de los individuos para proporcionarles bienestar y protección a sus comunidades de pertenencia. Esa capacidad diferencial fue, en primera instancia, física: había individuos con mayor aptitud para cazar, pescar, arrancar fruta, defender a su comunidad de otros humanos, animales e insectos. En una segunda instancia, se les concedieron privilegios por su habilidad diferencial a aquellos creídos como especialmente capaces de manipular a los espíritus y deidades para impedir males o provocar bienestar mediante rituales mágicos. Mientras las comunidades fueron nómades, esas capacidades distintas y jerarquizables no se reflejaron en diferencias materiales, salvo en el prestigio simbólico y determinados privilegios disfrutables por los distinguidos física o simbólicamente. Pero cuando el nomadismo dio paso a la sedentariedad, al constatarse excedentes productivos, susceptibles de apropiación más o menos equitativa, las proezas materiales y simbólicas empezaron a reflejarse en disposiciones diversas sobre cantidades y cualidades de bienes y servicios. Esto fue particularmente notorio cuando las conquistas territoriales y las batallas produjeron botines: objetos valiosos, animales, mujeres, armas. De este modo, la capacidad de proeza, física o simbólica, jerarquizó la distinción y el estatus de las sociedades primitivas, proezas traducibles en la acumulación de privilegios entre nómades, y ya de riqueza en botines entre sedentarios. La riqueza diferencial reflejaba entonces la traducción material de una capacidad de proeza actual o heredada, apropiación diferencial de un excedente proveniente de proezas útiles para todos; obsérvese que aun hoy aquellos que se cree pueden proporcionar más bienes o evitar más males son diferencialmente distinguidos y remunerados: ministros, jugadores de fútbol, jet-set artístico, religiosos evangélicos, etcétera. Pero ya en sociedades sedentarias productivas, y no ya solo depredatorias y extractivas, es posible obtener riqueza y diferenciarse del resto de la comunidad mediante la apropiación de un excedente productivo ahora, y no sólo como producto de proezas posibles actualmente o heredadas. Lo que sí se mantiene es que la distinción y el estatus se deben aún a que la riqueza exhibida sea producto de capacidad actual o heredada de proeza. De la riqueza al ocio Frente a la amenaza de que los industriosos puedan emular a los distinguidos instalados acumulando riquezas como ellos, los capaces o hijos de proeza defienden su distinción desplazándola de la riqueza al ocio. Todo el desprecio noble por el trabajo manual industrioso está íntimamente relacionado con el desprecio por la industriosidad como fuente emulatoria de riqueza, menos valiosa que la proeza. Entonces, los distinguidos exhibirán su ocio como nuevo símbolo de distinción, ya que los industriosos no podrían exhibirlo. Su cultura y su formación se vuelcan a conocimientos sin consecuencias materiales; será gente que, antes como ahora, estudiará sánscrito, cerámica etrusca en talleres pocitenses, o bien se vestirá de modo cortesano con ropas que hagan imposible toda industriosidad, o tendrá empleados domésticos que hagan todo lo manual cotidiano. Mientras tanto, los industriosos seguirán intentando emular la distinción de los más distinguidos; así como pudieron volverse ricos sin proeza actual o heredada, ahora también pueden apropiarse del creciente excedente productivo y acercarse al disfrute de ocio como el de los distinguidos por proeza, que no necesitaban de industriosidad para generar distinción. Entonces, los distinguidos, en nuevo riesgo de emulación, buscan nuevos modos de mantener su distinción más allá de la emulación: lo que se constituye en el nuevo criterio de distinción será el ocio vicario, o sea el ocio manifestado por los familiares y el entorno, lo que agrega mayores dificultades a los émulos; se trata de tener servicio doméstico tan abundante que sea improductivo, una madre de familia absolutamente ajena al cotidiano manual doméstico, hijos también refractarios a lo manual o productivo, animales domésticos improductivos, como perritos falderos inútiles o carísimos perrazos caros de mantener. La carrera del consumo La competencia continúa y alcanza nuevas formas y escenarios. Los émulos de distinguidos insisten y siguen produciendo creciente excedente industrioso y al mismo tiempo imitando los criterios de distinción impuestos. Si ya los criterios cuantitativos de la magnitud de la riqueza o la magnitud del ocio u ocio vicario pueden no alcanzar para asegurar distinción, es la hora de la entronización del consumo conspicuo, cualitativamente distinguido y no acumulable. Se privilegia en este nuevo estadio la calidad del consumo, para lo cual hay que disfrutar de una distinción acumulada inaccesible a un nuevo rico por industriosidad que puede procurarse ocio o hasta ocio vicario. Las conversaciones versan sobre hilarantes accidentes en baños aéreos de primera clase, se paladean bebidas especialmente importadas, se viste ropa inaccesible en tiendas masivas y nunca publicitada masivamente; la lectura en lenguas extranjeras se luce bajo el brazo; normas de protocolo, ceremonial y etiqueta simbolizan distinción por proeza acumulada, inaccesible a un nuevo rico sin iniciación en protocolos, etiquetas u ceremoniales. Todo esto, lector, sucede de manera fractal en lo cotidiano, en el funcionamiento de cualquier grupo humano, siempre oscilando entre distinción-emulación, alternándose los criterios sentidos como necesarios para distinguirse de los émulos o para emular con posibilidades. Es un pasatiempo interesante y divertido observar esta dinámica en cualquier ámbito. Por eso el ensayo La teoría de la clase ociosa, de Thorstein Veblen, increíblemente de 1899, es tan actual que mereció su lugar en la biblioteca de los preferidos de Jorge Luis Borges. Y sigue tan campante.
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