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PRIMERA PARTE

Terra y Herrera o el viraje a la derecha de la política vernácula

Por Leonardo Borges.

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En los años 30 del siglo XX el Uruguay reencauzó sus estructuras políticas con un marcado viraje hacia la derecha, más allá de que los conceptos de izquierda y derecha no eran tal cual los conocemos por estos días. A nivel nacional la muerte de José Batlle y Ordóñez marcó el fin de uno de los liderazgos más fuertes de la historia política vernácula. De esta forma se fueron acomodando y transformando los nuevos liderazgos (ninguno al nivel de Batlle y Ordóñez). El batllismo había visto aparecer tres corrientes más o menos importantes que se afianzaron tras la muerte del líder: por un lado, Julio César Grauert (más direccionado hacia la izquierda), por otro Luis Batlle Berres (quizás más hacia el centro de discurso) y finalmente Gabriel Terra (la derecha del sector, siempre visto con desconfianza por el líder). Por otra parte, a nivel internacional los fascismos ganaban su lugar de forma precipitada; Benito Mussollini encabezaba aquella reestructura política europea tras la Primera Guerra Mundial. En la arena política nacional, dos figuras descollaban entonces en aquella realidad, tanto en el Partido Colorado como en el Partido Nacional. Los dos referentes políticos principales de la época, líderes de sus sectores y que marcaron ideológicamente a los mismos, fueron Gabriel Terra y Luis Alberto de Herrera. Más profundamente el segundo que el primero a largo plazo, pero no tanto en el corto período. Demuestran estos personajes, un pensamiento propio, pero con puntos de contacto, con el característico pensar dentro del mundo de entreguerras. Los extremos mandaban y Uruguay no escapaba del viraje a la derecha de la política mundial. Primeramente, un hombre como Luis Alberto de Herrera, sin duda nacionalista desde sus inicios, nacionalismo al que agregaba un antiimperialismo (con respecto a Estados Unidos principalmente) y una posición estratégica neutral con respecto a la guerra ya finalizando los años 30. El intento de definir a una persona es difícil e injusto. ¿Quién era Herrera? Quizás un tradicionalista rural, con esbozos de ese mismo tradicionalismo en lo ideológico, paternalista y caudillo en su concepción de la política, lo que genera un autoritarismo innato, como lo definiera Germán Rama alguna vez. Un Herrera derechista y personalista, que hace que el herrerismo se convierta en el sector hegemónico dentro del partido blanco, como han señalado Gerardo Caetano y Raúl Jacob. Son estas sólo palabras escritas en un papel, palabras que encontrarán detractores automáticamente, pero que delimitan el carácter de un Herrera diferente dentro del espectro político uruguayo. Nos quedaremos con su caudillismo, su paternalismo y el autoritarismo natural de una figura popular, su conservadurismo y su tradicionalismo en algunos aspectos. En otro orden de cosas, debemos alejarnos de algunas versiones que parecen salidas de un panfleto antiherrerista tipo. Mucho se ha hablado y mucho se ha dicho sobre Herrera, rumores, chismes y acusaciones. Pero siempre la historia es mucho más compleja de lo que parece y las épocas son más que una economía o una forma política de tal o cual manera. Para entender una situación, un hecho o una actitud, debemos comprender también la temperatura ambiente de aquellos momentos. ¿Qué significaba? ¿Cuáles eran el sentido, el alcance y la representación de los conceptos? Es necesario no caer en aquel error en el que caían, según Zum Felde, los historiadores de la independencia: no debemos ver a través de los ojos de nuestra época. Según Eric Hobsbawm, podemos analizar al siglo XX como el siglo de los extremos, extremos que llevaron a diferentes concepciones del Estado y la sociedad. El período que se enmarca entre 1929 y 1945 vio la decadencia de las democracias liberales; este fue el examen más difícil que tuvieron que sortear y el que casi pierden. Cuando Hobsbawm nos habla de la “Era de las catástrofes”, nos cuenta: “Mientras las economías se tambaleaban, las instituciones de la democracia liberal desaparecían prácticamente entre 1917 y 1942”. En una peligrosa situación en la que el capitalismo como sistema económico bajo concepciones liberales casi se deshace en mil pedazos, aparecieron algunas alternativas. Por un lado -como bien marca Hobsbawm-, el socialismo soviético desde una concepción económica y política diferente; por otro, los fascismos que, basados en el sistema económico ya existente, generan éxitos económicos a partir de una feroz política interna primero y externa después. Las alternativas de derecha, que en un principio no aparecieron como tan diabólicas ni demoníacas a los ojos de aquellos tiempos -como la realidad demostró luego-, son las que toman la posta. Desde el nacionalismo, la disciplina, la “rectitud”, la ausencia de lucha de clases (la armonía), entre otras cosas, eran las banderas levantadas por la derecha. Por lo tanto, la temperatura ambiente de aquellos tiempos no es la misma que uno puede tener hoy día ni tampoco la que existía en 1880. Durante la expansión europea de fines del siglo XIX, los países luchaban por su respectiva grandeza, pero su nacionalismo difiere del nacionalismo de los años 30. Los ojos de una persona del período de entreguerras no pueden ser juzgados desde los ojos de un hombre del siglo XXI. Trataríamos de medir líquido con un metro. Esto no quiere decir que Herrera estuviera involucrado con los nazis ni nada que se le parezca, sino que los pensamientos eran por aquellos años desde un extremo o de otro, y a su vez esos extremos solían encontrarse en algunos puntos. Es esclarecedora la anécdota de John Gunther, que, hablando de César Charlone, nos da la pauta del extremismo de la época y de cómo esos extremos no eran vistos, a priori, como diabólicos. “He oído de él -la misma tarde- hablar a favor de los fascistas por un lado y a favor de los norteamericanos por el otro”; claramente entreverando economía y política, dado que el New Deal de Roosevelt, era también una salida a la gran crisis, salida que a su vez se toca en algunos aspectos con los regímenes autoritarios en Italia y Alemania. Osvaldo Medina, en carta a Herrera en diciembre de 1927, deja en claro aquel corrimiento hacia la derecha, tan latente en aquellos años: “[…] Aún no sé qué día podré entrevistarme con Mussollini, aunque ya se me anuncia, por conducto de la embajada argentina, que antes del 1° de año podré conversar con este maravilloso hombre que tan brillantemente ha hecho funcionar Italia. Me he dedicado a estudiar los asuntos referentes a su política y créame que recién ahora me doy perfecta cuenta de su enorme trascendencia. […] ¿No sería posible encarrilar nuestro país por la senda del trabajo mediante el mismo procedimiento fascista? Yo a fuer de periodista y frío espectador de la política criolla, saco esta única consecuencia: Uruguay y Argentina necesitarían por diez años la abolición de los parlamentos, centros de vanidosa oratoria para dedicarse a trabajar seriamente en el engrandecimiento nacional”. Esta era la temperatura de aquellos tiempos, en los que se veía un crecimiento de la derecha. Muchos protagonistas simpatizaron con ella, mientras que otros, sin conscientemente declararse ni simpatizar con los regímenes, utilizaban en su pensamiento trazos de aquellos. Todo a merced del corrimiento de los conceptos políticos. Es sabida la simpatía de Julio M. Sosa por los regímenes fascistas en aquellos años, pero también se lo acercaba a Pedro Manini Ríos, líder del riverismo, a estas concepciones. Jorge Ponce de León, en carta al mismo Herrera, cuenta: “Lo que […] no hay duda, y esto parece imposible pero es verdad, es que el riverismo que obedece a don Pedro conversa muy amigablemente con algunos militares […], con propósitos -según versiones- no muy tranquilizadores. Según se dice, el Dr. Manini Ríos es un gran admirador de Primo de Rivera y, según también se dice, se considera bastante apto para secundarlo en esta república”. Son conjeturas de aquellos años, pero el ambiente era el propicio, dado que el corrimiento se evidencia en que fueron justamente los riveristas los que apoyaron el golpe de Estado de Gabriel Terra. Y en esta realidad es el mismo Herrera quien hace una “alianza” con los riveristas. Es más, Herrera era llamado por sus detractores como el “fundador de los blancos riveristas” y era acusado de “servir incondicionalmente a las aspiraciones políticas de Manini”. Esto no quiere decir absolutamente nada en lo que tiene que ver con verdades históricas, sino que va más allá de esto, es la confirmación de una temperatura de extremos y un corrimiento de la política hacia la derecha. Por tanto, un hombre, con cariz nacionalista, podría ser visto como los “nacionalistas” de aquellos tiempos. O sea, se puede entender a un hombre por lo que dijo, pero también por lo que dijeron de él. La “Embestida baguala” llamó Herrera a ese “tropel de insultos” que llegaron a él en tiempos de guerra, acercándolo con los nazis y los fascistas. “Toda la prensa con, exclusión de El Debate, se desató en torrentes de invectiva contra el caudillo blanco. Traidor, vendepatria, nazi, fascista”.   El mismo nombre del libro de Luis Alberto Lacalle, Herrera, un nacionalismo oriental, nos habla de la característica más resaltable del caudillo y que podría acercarlo a posturas de ese tipo en otros países. Dicho libro, escrito desde una perspectiva justificadora y amable, alejadísima de las versiones que el autor cita como “calumnias”, también nos da la pauta de su nacionalismo y de sus posturas conservadoras. Herrera observa el batllismo como un proceso negativo y disolvente de la sociedad. Menciona el temor -en una sesión del Senado en julio de 1940-, acerca de la juventud, por el “[…] bizantinismo, por el sectarismo, similar al de quienes no bautizan a sus hijos porque dicen que no quieren comprometer su libertad de pensamiento -¡la libertad de pensamiento de los recién nacidos!- y que cuando ellos sean mayores, si quieren, que lo hagan… Todas estas ideas estrafalarias y disolventes son las que aquí han llevado a la perturbación de los ideales sustantivos del orden público”. Disolventes de qué si no es del entramado social existente, que tanto añoró Herrera (el del peón y el patrón comiendo juntos), que el batllismo vino a resquebrajar y, según Haedo, la Revolución de Marzo (el golpe de Terra) volvería a unir. En este contexto es que se dibujan las nuevas estructuras políticas con un batllismo debilitado y un nacionalismo independiente ausente: el herrerismo y el terrismo (nuevo movimiento) toman la posta política y marcan la agenda de aquellos años.

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