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De terremotos mexicanos y oligarcas uruguayos

Por Enrique Ortega Salinas, desde Ciudad de México.

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Por Enrique Ortega Salinas, desde Ciudad de México

  “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Porfirio Díaz   Al principio creo que es un camión que pasa por la calle el que produce la vibración, por lo que sigo escribiendo en la computadora lo que será una airada réplica al presidente de la Asociación Rural y su reclamo de flexibilización laboral, eufemismo para referirse elegantemente al hecho de que el Estado les vuelva a soltar las manos a los empresarios para que exploten a la clase trabajadora, como lo hicieron históricamente al amparo de los partidos tradicionales. También pienso dedicar parte de la nota a Sergio Botana, quien se opone a la placa en memoria de las víctimas asesinadas durante la dictadura, colocada en el lugar donde fueron martirizadas. De pronto la vibración aumenta y la planta que tengo al lado del sofá comienza a hamacarse, como una forma de decirme en lenguaje vegetal: “¡Rajá, boludo! ¡Es un terremoto!”. Y ya es todo el edificio el que se mueve y Belén Zini, modelo argentina que comparte el apartamento conmigo, sale descalza de su habitación y corre hacia la puerta, la cual nos complica la vida, porque la cerradura juega también a moverse y perdemos valiosos segundos tratando de embocar la llave mientras una pared se va rajando. Por suerte, estamos en el primer piso, pero esas escaleras también bailan al compás del terremoto y bajarlas no es divertido. Sergio Botana tiene miedo de que sus amigos militares se ofendan con la colocación de la placa en la entrada del cuartel del Regimiento de Caballería Mecanizada Nº 8 de Melo. Si los militares que lo ocupan actualmente estuvieran en desacuerdo con aquellos crímenes y Sergio Botana también los repudiara, hubieran participado gustosos de la ceremonia para decir “nunca, nunca, nunca más”. Pero más allá de declaraciones… por sus frutos los conoceréis. Fue el Partido Nacional el que parió la ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado y el Partido Colorado el que lo preñó; pero ese es todo el espacio y tiempo que tengo para gorilas y progorilas. Hoy es 19 de setiembre. Hoy es el aniversario del terremoto que en 1985 cobró la vida de decenas de miles de personas. No sé si el Barbas existe, pero si lo ven, díganle de mi parte que algo así no es lo que considero una broma de buen gusto. Mi computadora queda sola, pero yo sigo pensando en alguien que ha dicho que primero hay que generar riqueza para luego repartirla y se queja del gobierno porque repartió los principales ingresos provenientes de las exportaciones entre los más necesitados. El veterinario Pablo Zerbino, presidente de la ARU, expresidente de la Sociedad de Criadores de Hereford del Uruguay, de la Sociedad de Criadores de Corriedale del Uruguay y socio fundador del Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL), defiende como nadie sus intereses de clase en un discurso aplaudido por el diario oficial de la dictadura. Dice que el trabajo dignifica, pero no quiere pagar salarios dignos. Dice que ven “con preocupación lo poco que se han atendido los planteos y reclamos del sector rural sobre las políticas económicas”. Yo digo que menos mal. Dice que primero hay que hacer crecer la torta para repartirla después: “La riqueza antes de repartirla hay que generarla”. Yo parafraseo a Hugo Batalla: “Quien sostenga eso no puede mirar de frente a un niño de piernas flacas y vientre hinchado”. ¿Cuánto más quieren crecer para dejar de beneficiarse abusivamente de los trabajadores rurales? A otro pueblo con ese verso. Han tenido una década dorada en materia de exportación y altos precios de sus productos en mercados internacionales (sobre todo gracias a la demanda de China, India y Rusia) y no los vi desesperados reuniendo a la ARU para analizar cómo premiar el esfuerzo de sus peones, que son esenciales para la producción de la riqueza que disfrutan los patrones. “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas…”, cantaba Atahualpa Yupanqui . Hay explosiones en diversos puntos de Ciudad de México, sobre todo por escapes de gas. Cuando caiga la noche, habrá que cuidarse también de los rapiñeros, que acecharán igual que las réplicas. “Algún día vamos a lograr que el pueblo entienda que crecer económicamente es la única forma de progresar”. No, compatriota, no. Crecimiento sin justicia distributiva no es crecimiento del país, sólo crecimiento de las familias que siempre lo han dominado. Crecimiento sin igualdad de oportunidades es sólo crecimiento para unos pocos en desmedro de la mayoría. “El Impuesto al Patrimonio no debería existir”, dijo. Si hubiera dicho lo contrario, me daría un ataque cardíaco. Nunca vi a los ricos suplicando que les pongan un impuesto para colaborar con el desarrollo nacional. Quieren buena caminería rural y trenes para trasladar sus productos, pero no están dispuestos a pagar un peso por ello. Sin embargo, coincido en varias cosas con Zerbino. Es cierto que llevar adelante una empresa en Uruguay es caro, mucho más que en Brasil o Paraguay o algún que otro tigre asiático, como también es cierto que los niveles de corrupción e inseguridad son muy superiores en ellos y la explotación laboral es bendecida por Cartes, Temer y otros multimillonarios que vigilan sus intereses desde la Presidencia. Coincido en que los pequeños y medianos productores lecheros la están pasando mal. Allí hay que tomar medidas urgentes e interpelo al gobierno con respecto a este tema, ya que perdemos un centenar de tambos cada año. Espero que Zerbino coincida conmigo en que, gracias a los gobiernos frenteamplistas, la pobreza y la indigencia bajaron, a la vez que subió el salario real de los trabajadores, cosa que los integrantes de la ARU tendrían que aplaudir de pie, como buenos orientales. Pandemonium. El corazón amenazando con salirse del pecho mientras finjo no tener miedo para tranquilizar a mi compañera argentina (sólo somos amigos, como dicen los famosos) hasta que alcanzamos la calle, la cual se mueve de abajo hacia arriba y viceversa, en forma vertical. Corremos buscando la Plaza de Cibeles, a tres cuadras, para alejarnos de los edificios que comienzan a desmoronarse, por lo que tenemos que esquivar la lluvia de escombros y vidrios. Medio centenar de edificios se derrumbarán por completo, algunos ahora y otros mañana. En la Plaza de Cibeles, llamada así porque tiene una réplica de la fuente del mismo nombre en Madrid, miles de personas buscamos refugio. Bomberos, ambulancias, patrulleros policiales y helicópteros aparecen por todas partes en cuestión de segundos. Un escape de gas complica la situación porque se siente en la plaza y se alerta a la multitud que no enciendan cigarrillos, a la vez que se corta la electricidad en la zona, pero no pasa a mayores. Más peligrosa es la nube química que se origina cuando muy cerca de nosotros se derrumba un laboratorio sepultando a varias personas, y más triste y desgarrador es el derrumbe de un colegio del cual no podré escribir porque me supera, y es difícil con los ojos humedecidos. Niños y adultos llorando y temblando, muchos con sus mascotas en los brazos. Ahora estoy nuevamente en el apartamento, esperando las réplicas y comenzando el artículo. Belén no vuelve ni loca. Afuera continúan las sirenas. La semana pasada murieron casi un centenar de personas, pero en otras zonas de México, lejanas. Creo que hoy habrá muchas víctimas de ataques cardíacos. Zerbino se queja de las “elevadas regulaciones laborales vigentes”. Me pregunto cuánto le pagará el presidente de la ARU a su mucama. Me gustaría preguntarle si estuvo de acuerdo con la ley de ocho horas para sus trabajadores rurales. Ahora tiene que pagarles todos los beneficios, respetarles las licencias y hasta dejar que se organicen para que un sindicato vele por sus derechos. Quieren sí que les digamos a los escolares que ellos son buenos (“que los niños de la escuela reciban información objetiva sobre el sector agropecuario y su función de alimentar a la sociedad”) y seguramente la mayoría sean buenas personas, honestas y de buen corazón, pero si nos guiamos por las palabras de quien los representa, quizá esa frase adolezca de un lirismo inusual en mí. Quisiera decirle que entiendo que pida que aumente el valor del dólar, que es lo que debe hacer quien defienda a los exportadores; así como es lógico que quienes importan pidan que se devalúe. El gobierno está obligado a mantener un equilibrio. Hubiera querido decirle que comprendo que pidan… y hasta que lloren para ver si pueden sacar una tajada de algo. Pero, finalmente, hoy tengo cosas más importantes que atender, ya que se vienen las réplicas y no creo que me quede tiempo para tratar de tocar el corazón de quienes lo tienen todo y carecen de sensibilidad para colaborar con los que nada tienen. Frente a mi ventana, allá abajo, las ambulancias intentan abrirse paso en medio de un embotellamiento. Estoy a tres cuadras de la estatua del ángel de la independencia, el cual habrán visto por televisión cómo se movía la semana pasada. Si este hombre fuera presidente de la República, eliminaría el pago de asignaciones familiares sin pudor alguno. Con Diego, actor brasileño, Belén, modelo argentina, y yo, escritor uruguayo, salimos de noche a colaborar como podemos con las víctimas. Ella luego se irá, en el primer avión que salga para Estados Unidos, después de rechazar un contrato que le acaban de confirmar. Hubiera querido escribir una respuesta más profunda para el discurso neoliberal que sacudió a los uruguayos, pero ya no me interesan las réplicas a Zerbino o las réplicas a Botana. Son otras las réplicas que deben preocuparme esta noche.

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