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Terrorismo y guerra territorial

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Existe un error generalizado que nos hace creer que el mundo está cada vez más violento, pese a que los estudiosos de esos temas han mostrado clarísimas cifras mostrando lo contrario. Lo que en realidad sucede es que el desarrollo de los medios de comunicación de masas nos hace informables de toda la que hay, y en la medida que la violencia vende, la magnificación, dramatización, reiteración y redundancia informativas son las reales responsables de esa creencia. Los intereses políticos de las oposiciones, la multiplicación de las alucinaciones por las redes sociales y las conveniencias de las instituciones que dependen de la inseguridad hacen el resto del trabajo de convencernos de ese grueso y dramático error. Es probable que el primer gran intento, no sólo de afirmar la enorme disminución histórica de la violencia en el siglo XX, sino de explicar las causas y el proceso de ese fenómeno, haya sido el alemán Norbert Elias, cuando en 1936 escribió los tres volúmenes de El proceso civilizatorio, sabiendo que lo hacía a contracorriente, pero aportando una maravilla explicativa del exitoso proceso de aceleración de la civilización. Esa precoz intuición se hace realidad en, por ejemplo, cifras aportadas por el recién salido pero ya justamente célebre Homo Deus, de Yuval Harari. Veamos algunas sorprendentes cifras oficiales tomando como año base 2012, con cifras 2010-2014. Nos dice Harari que la violencia, en el período agrícola, anterior al extractivo-comercial, al industrial y al actual de servicios y financiero, era responsable del 15 por ciento de la mortalidad; en el siglo XIX las muertes violentas bajan a 5 por ciento y en el siglo XX, a 1 por ciento. Y si en el siglo pasado hay una reducción a la tercera parte de la violencia histórica, esa disminución se acelera fuertemente en nuestro siglo, porque tendremos cinco veces menos muertos violentos que en el siglo XX. No sólo disminuye fuerte y aceleradamente la violencia. También disminuye la mortalidad por plagas sanitarias, que en el siglo XIV mataron, vía la peste negra, a la cuarta parte de la población de Eurasia. O la llegada de los conquistadores españoles, que, vía enfermedades infectocontagiosas importadas, produjo muchas más muertes que las guerras intestinas indígenas y las de conquistadores y conquistados, reduciendo la población mexicana de 22 millones en 1520 a sólo 2 millones en 1580. En la lista no faltan las hambrunas, que mataban entre 5 y 20 por ciento de las poblaciones, y ahora la cifra se redujo a 2 por ciento. Se ha mejorado en mortalidad nutricional y sanitaria, por lo que es probable que esto confirme creencias y especulaciones. Pero veamos qué pasa con muertes por violencia, en cifras concretas, avaladas por la investigación de Harari. En el año 2012, murieron en el mundo 56 millones de personas, de las cuales solo 620.000 (1%) fueron víctimas de la violencia; 800.000 se suicidaron (1,2%); por hambre y desnutrición pereció un millón (2%); mientras que un millón y medio fue por diabetes (3%) y 3 millones por obesidad y dolencias conexas (6%). Coca-Cola, McDonald’s y el azúcar matan más que el hambre y la pólvora, al decir de Harari. Pero vayamos al interior de las cifras de violencia: de esos 620.000 (1%) muertos violentos, unos 8.000 se deben al terrorismo (1,4% de ese 1%, o sea, 0,014% de los muertos mundiales); 120 mil a las guerras intra e internacionales (20% de los violentos, 0,2% de todos) y 500 mil al crimen (casi 80% de los violentos, 1% de los fallecidos). Esa no es para nada la proporción de las noticias que recibimos de quienes supuestamente nos comunican ‘la realidad de lo que ocurre en el mundo’. Lector, vayan estas inesperadas cifras como introducción para hablar de la alternancia en el mundo del terrorismo, responsable del 0,014% de los muertos mundiales (más de la mitad en los mismos países fundamentalistas y no entre los desarrollados) y de los conflictos bélicos intra e internacionales, responsables de 0,2%, tema, entonces, muy dramático e importante político, ideológico y económicamente, pero no pesado en el total de la mortalidad y la morbilidad humanas actuales. ¿Qué relación hay, entonces, entre terrorismo y conflictos bélicos territoriales, guerras intra e internacionales?   EL TERRORISMO ISLÁMICO Los terroristas, que aparentan ser muy poderosos y son capaces de provocar pequeñas tragedias de morbimortalidad, son, en realidad, gente sin poder para imponerse pacíficamente (por ejemplo, electoralmente) ni tampoco bélicamente a nivel formal. Ni siquiera pueden recurrir, como históricamente algunos han hecho, a guerrillas urbanas o campesinas, a falta de poder electoral o bélico formal. En palabras de Harari: “El terrorismo es una estrategia de debilidad que adoptan aquellos que carecen de acceso al poder real”. Están condenados a la tan espectacular como cuantitativamente menor actividad terrorista, que, como vimos, fue responsable, en 2012, sólo de 0,014% de los muertos mundiales, 1,4% de los muertos violentos. Los muertos por terrorismo son cien veces menos que los suicidas, 150 veces menos que los diabéticos, 300 veces menos que los muertos por obesidad y mala alimentación. Pero son muy aptos para la sociedad del espectáculo, para los medios de comunicación de masas de base icónica, multiplicados por el rumor cotidiano y las estupidizantes redes sociales. “En la mayoría de los casos, esta reacción desmesurada ante el terrorismo genera una amenaza mucho mayor para nuestra seguridad que los propios terroristas”, asegura Harari. Ese pequeño poder del que disfrutan los terroristas, que puede multiplicarse a futuro por la disminución del tamaño de las armas, las armas químicas y biológicas y la nanorrobótica, se les desdibuja cuando intentan crear un poder territorial, real y no virtual, tal como el que intentaron, intentan y probablemente intentarán los fundamentalistas islámicos cuando tratan de afirmar, en terreno real y por medio de las armas, un califato religioso fundamentalista. Porque si bien el terrorismo es posible, y puede adquirir nuevas herramientas depredadoras, perderá cada vez que quiera instalarse sedentariamente en terreno real. El Estado Islámico (EI) nació y creció, hasta ayudado por los países occidentales y sus socios comerciales sunitas, cuando los países invadidos por Occidente se volvieron un caos en el que, a río revuelto, algunos grupúsculos podían servir para atacar a los chiitas (Irak, Afganistán) o a los alawitas-chiitas (Siria), ambos baasistas no integristas y secularizantes. La instalación de embriones de califato restaurador sunita en Raqqa (Siria) y en Mosul (Irak) parecieron avances, pero en realidad eran la semilla de sus derrotas cuando se convirtieran más en amenazas de maniobras terroristas que en instrumentos de hostigamiento a los chiitas-alawitas, baasistas secularistas. Es lo que está pasando ahora. El EI tiene sus debilidades en la tierra firme y en su potencial bélico convencional, y sus fortalezas en la estructura de alimentación del terrorismo. Pero seguirá sin renunciar al califato; buscarán ahora, quizá en territorio de Yemen o de Sudán, instalar alguna estructura utópica hasta que los sunitas y los occidentales consideren que son más una molestia que una ayuda para enfrentar a poderes instalados indeseables. En realidad son un producto del fundamentalismo sunita y de las necesidades de la industria bélica y de reconstrucción posbélica, gran ayuda para proporcionar herramientas para el control social en los países centrales, facilitando justificaciones democráticas para procesos y grupos antidemocráticos, conservadores, fundamentalistas de la tríada católico-judía-protestante, que operan en las sombras en Occidente tanto como el fundamentalismo sunita en Oriente. Pero, ojo, son aliados coyunturales: los fundamentalistas sunitas odian a los católico-judío-protestantes. De todos modos, la respuesta terrorista puntual a cada ataque bélico es posible y podría ser una eficaz herramienta disuasoria del belicismo convencional si se difundiera con persuasión la idea de que se sufrirían ataques terroristas toda vez que hubiera ataques diplomáticos, económicos o bélicos contra poblaciones que profesan la fe de los terroristas. La gente de los países centrales, amenazada por los terrorismos de respuesta a agresiones varias, podría intentar minimizar los ataques de sus gobiernos, amedrentada por la posibilidad de contraataques terroristas a medidas bélicas, diplomáticas o económicas.

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