El sábado 3 de junio, con diferencia de diez minutos y pasadas las 22 horas, en Reino Unido y en Italia se producen dos incidentes de terror masivo urbano. El primero de ellos fue un atentado radical islámico en el famoso y visitado London Bridge: una camioneta que atropella peatones a alta velocidad y, seguidamente, sus ocupantes se bajan y la emprenden a puñaladas con cualquier transeúnte que se les cruce hasta que son abatidos por una policía que demoró ocho minutos en llegar luego de ser alertada telefónicamente. Balance: 7 muertos, 48 heridos, 36 hospitalizados, 22 de ellos en estado crítico. Unos minutos después, y sin conocer lo sucedido en Londres, la explosión de una serie de petardos en la plaza principal de Turín provoca corridas y avalanchas entre los más de 30.000 asistentes a la final televisada Real Madrid-Juventus. Pensando que estaban ante un ataque terrorista, intentan salir en estampida. Balance: unos 1.500 heridos, básicamente pisoteados y con heridas cortantes, unos pocos de gravedad. Camioneta y puñales en Londres Otra vez herramientas truculentas y atemorizantes. Otra vez ataques en lugares masivos, de difícil control, abundantes blancos, anonimato mayor y muchas vías de acceso y escape. Otra vez en lugares tradicionales, de significación identitaria, concurrencia turística (mayor impacto global) y máxima repercusión mediática. Otra vez un sacrificio religioso aggiornado y secularizado: autoinmolación altruista de varias víctimas (tres según la investigación policial) que honran a la divinidad con la ofrenda de varios inocentes (elementos necesarios para el sacrificio). Las víctimas del terror, los que Occidente llama “inocentes”, son para los atacantes infieles gruesamente corresponsables, victimarios sacrificables del error religioso, de la mancha moral y de la agresión y humillación históricas sufridas por pueblos y religiones. Ellos serían víctimas propiciatorias, vengadores que obedecen fatwas de líderes radicales (Osama Bin Laden, Al Zawihri), por todo eso, mártires. No olvidemos que desde el ángulo del conteo bélico de “bajas”, del costo-beneficio letal, cada terrorista muerto se lleva consigo más enemigos; luego de cada ataque, aumenta la proporción de fieles sobre infieles. Las fatwas son castigos religiosos con un ojo en la evolución demográfica y en los productos numéricos de las fatwas yihádicas actuales, cálculo típico de la yihad radical teológicamente minoritaria, pero tan terriblemente influyente en el mundo, tanto desde la vertiente chiita como desde la sunita, aunque haya en la interna islámica muchos más yihadistas terroristas desde el ampliamente mayoritario sunismo. Pongamos entonces la vista en Arabia Saudita, los Emiratos y Qatar más que en Irán, Siria y antes Irak (Hezbollah y Fatah incluidos); la caldera hirviente teológicamente, productora de radicales, las madrasas radicales en el Pakistán meridional limítrofe con Afganistán, son invención, radicación y financiamiento del salafismo wahabita sunita saudita. Para variar, le erra totalmente Donald Trump al incitar mediáticamente contra Irán para enfrentar y vengar el terrorismo, cuando los máximos responsables son ellos mismos, Arabia Saudita e Israel, la verdadera santísima trinidad del mal en el mundo, aunque haya múltiples demonios secundarios en ambos lados del mostrador religioso. Tanto los ataques terroristas como las medidas antiterroristas que se han adoptado son retóricas de desesperados, de intención moralizante. Como lo hemos mostrado reiteradamente desde Caras y Caretas, los terroristas son actores que desean imponer sus valores, creencias e intereses cuando carecen de legitimidad electoral, bélica convencional, bélica guerrillera o de comandos. Pero también las medidas antiterroristas fingen una confianza insustentable: los atacantes aislados, individuales o en microgrupos, con aliados logísticos o no, contactos ideológicos o no acumulados, son inerradicables, indetectables, imposibles de prevenir totalmente, ya que sería imposible tener el dinero y el personal e instrumentos necesarios como para detectar y controlar a los terroristas potenciales y neutralizar la puesta en acto de su potencialidad. Las medidas de caída de las garantías, las libertades, la privacidad y la intimidad, junto con la escalada de normativa, vigilancia, registros, incremento de durezas policial, militar y judicial, que supuestamente permitirían prever y castigar el terrorismo, no lo lograrán y habrán consolidado el mayor triunfo parcial conseguido por el terrorismo desde la Torres Gemelas, como lo señaló pioneramente Jean Baudrillard: uno, la pérdida de la supuesta superioridad específica de los valores y la convivencia democráticos liberales de Occidente por sobre los de religiones y cotidianos más típicos del Oriente geográfico; dos, la instalación de un “terror global”, producto del “miedo global” y una retórica impotente de enfrentamiento del miedo con terror, aprendiz de brujo ejemplar. Cuando Theresa May dice “enough is enough” y agrega que se debe ser fiel a los valores tradicionales, pero con ajustes como para enfrentar a los terroristas, está repitiendo básicamente lo que los estadounidenses hicieron desde 2001. Cada vez resulta más desesperadamente atractivo el planteo de 2003 del alemán Gunther Jakobs y su Derecho Penal del Ciudadano y Derecho Penal del Enemigo, pieza maestra de la rehobbesianización del mundo. Histeria masiva en Turín La estampida en Turín, unos minutos después del atentado en Londres, es un ejemplo de terror global difundido. En efecto, la explosión de un petardo por un hincha de Juventus, poco después de terminar el partido final de la Champions League en Cardiff, desató un pánico fácilmente creciente por la proximidad contagiante de la masa presente. El derrumbe de una pasarela de escalera recargada por la estampida de salida sumó otro ruido paranoicamente interpretado como nueva explosión terrorista temible. Como siempre, los vallados de seguridad y de conducción canalizada de ingresos resultan letales a la hora de una precipitada o precoz toma de los egresos en ese mismo local (así pasó en la discoteca República Cromañón en Buenos Aires y en un recordado Boca-River a fines de los 60). El miedo globalizado les hace sentir a europeos católicos, tan occidentales como los italianos, que están en la lista de espera de los atentados terroristas religioso-políticos del radicalismo islámico. ¿Ya atacados Estados Unidos, Reino Unido, Francia y España, quiénes estarían en la lista de espera inmediata como infieles con antecedentes históricos? Alemanes e italianos probablemente, de entre los hijos renegados de Abraham castigables e históricamente influyentes. Aunque los más responsables de la injusticia agresiva histórica actual ya están siendo castigados, y ni Alemania ni Italia están a la cabeza de la actualización histórica de la injusticia infiel percibida, existe el miedo y se alimenta la paranoia. Habrá más atentados y más dureza legislativa. Se retroalimentan. Cualquier medida inteligente es de largo plazo e incierto resultado; las de corto plazo, de intención tranquilizadora y de show de poder, son inútiles y hasta contraproducentes (aunque quizá las pida la desesperada alienación popular). Todo seguirá y en escalada mientras la voracidad y rapacidad económica apele al intervencionismo militar en Medio Oriente (Irak, Siria, Palestina, Líbano) y en África (no olvidemos a Libia, Marruecos, Argelia, Egipto, Sudán, Yemen). El terrorismo parece la única manera de responder y no es bárbara, ni irracional ni cobarde; sino sofisticada, altamente planeada y sumamente valiente y mártir con altruismo; al menos no más que lo que Occidente les ha hecho, hace y probablemente les seguirá haciendo. Pelean con perros cimarrones, el tan moralmente elogiado plan artiguista. Calavera no chilla.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARME