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CENTENARIO DE WILSON (II)

Tolerancia y amplitud

Por Juan Raúl Ferreira.

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En el año del centenario del nacimiento de Wilson, hemos estado pensando en voz alta cómo podríamos recordar su figura. Es año electoral y eso trae aparejada la tentación de caer en homenajes que no sean tales, sino actos proselitistas. En el último número hablábamos de lo selectivo de algunos actos recordatorios. Se resalta un solo aspecto de su multifacética vida. El Wilson de la gobernabilidad, el interpelante, el combatiente contra la dictadura. Por eso llamamos a nuestra última nota ‘Un solo Wilson’ porque siempre fue el mismo, con aciertos y errores, actuando en circunstancias históricas cambiantes. Hoy hablaremos del respeto y la amplitud que debieran tener los homenajes de este año.

En el mundo, el debate de ideas ha dado paso a la confrontación; la riqueza del crisol de culturas, al racismo; la tolerancia a la diversidad, a la homofobia y el antifeminismo (algo más que machismo); y la contención, a la represión. Muy triste. Los presidentes se comunican por Twitter; la cooperación internacional dio paso a un nivel de enfrentamiento que tiene al mundo en vilo. La  anunciada guerra comercial cada vez se acerca más a la armada. Es más, aun en nuestro continente, hemos tenido que ver como se invita, desde organismos internacionales llamados a preservar la paz, a una invasión externa a territorio latinoamericano.

Lamentablemente -quizás no con la misma intensidad- en Uruguay se empiezan a sentir algunas de esas expresiones, tan ajenas a nuestra identidad nacional. Mi madre me contaba siempre que desde los nueve años le pedía que me llevara a las barras de la cámaras. Hoy no aguanto una transmisión televisiva de una sesión. Es cierto, es un fenómeno mundial. Pero antes nos enorgullecíamos de ser distintos. A mí no me gustaba mucho el mote de la “Suiza de América”, con el que nos conocían alrededor del mundo. Contribuyó a hacernos mirar a más a Europa que a nuestros hermanos de la Patria Grande. Pero, en cambio, me llenó de orgullo cuando, tras consolidarse la democracia en Costa Rica, se le empezó a llamar el Uruguay de Centroamérica.

Wilson fue un adversario temible. Nunca mezcló lo personal con sus ideas y posicionamiento político. Fue duro y respetuoso en el debate. Jamás llevo la legítima discrepancia al terreno del enfrentamiento personal.

Del grupo por el que ingresó por primera vez al Parlamento (lista 400), se alejaron muchos de sus grandes amigos. Emigraron al Fidel o directamente al Partido Comunista: Paco Espínola, Luis Pedro Bonavita, Luis Soares Netto, entre otros. Le apenó, lo discutió con ellos, pero nunca fue motivo de distanciamiento personal. Eran tres amigos que quería profundamente. Y siguieron siéndolo por siempre.

Todo esto habrá que tenerlo en cuenta a la hora de recordarlo. No se puede rendir tributo a Wilson con agravios y descalificaciones contra los que no piensan como uno. En esto, dicho en ánimo constructivo, las redes no han ayudado mucho. Pero los dirigentes, si lo son de verdad, deben de hacerse cargo de la conducta de sus militantes. Si en el Parlamento ante cualquier circunstancia insultan, los militantes hacen lo propio y muchas veces lo trasladan al campo de la violencia.

Dicho esto, queremos señalar dos ideas claves para este centenario: compartiendo o no sus posiciones, no debemos situarlo donde nunca estuvo. Respetar su derecho a no ser contemporáneo de este tiempo y, por tanto, no lanzar ideas en su nombre para un tiempo que no vivió. Repudió el neoliberalismo cuando fue ministro, cuando hizo oposición a los gobiernos de Pacheco y Bordaberry, durante el exilio y en cuanta conferencia dio en Uruguay y en el exterior luego del regreso. Reivindicó los principios esenciales de su programa del 71, “Nuestro compromiso con usted”, hasta su muerte. No digamos, en su honor, que este “era un mamarracho.” Ese “mamarracho”, según han hecho público algunos dirigentes, fue su bandera. La abrazó y abrazado a ella vivió hasta su último momento.

El gran desafío en su centenario es, pues, no hacer actos proselitistas. Reconocer que Wilson, como otros grandes del siglo XX, trascienden sus propias divisas. A veces, confundiendo posiciones personales con la investidura que se ostenta, se han celebrado actos -el año pasado- que fueron de extremo sectarismo. Esperemos que con el esfuerzo de todos este año no ocurra.

Ni unos ni otros podemos atrevernos a adueñarnos con fines electorales de su figura. Es de todos. Y el mejor honor que podemos tributarle es celebrar su huella juntos, quienes entendemos que se sirve mejor a sus ideales, desde un partido u otro. Si no, serían homenajes muy truncos, como diciendo: “Wilson, inscribí la propiedad de tu memoria en una escribanía”. Es como usar un homenaje para decirle: “Wilson, no entendí nada”.

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