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Tras el freno conservador, el filofascismo

Por Leonardo Borges.

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El freno conservador al impulso batllista fue madurando a lo largo de los años, una serie de concepciones que fueron radicalizándose a la par del mundo. Concepciones esencialmente relacionadas en muchos casos con los fascismos, que crecían obviamente al influjo de sus éxitos económicos y sostenidos sobre una idea seductora para una parte de la sociedad, de orden y disciplina, de nacionalismo y odio al extranjero. Maduraban, en definitiva, los extremos en Occidente.

Según Eric Hobsbawm, podemos analizar al siglo XX como el siglo de los extremos, extremos que llevaron a diferentes concepciones del Estado y la sociedad. El período que se enmarca entre 1929 y 1945 vio la decadencia de las democracias liberales, este fue el examen más difícil que tuvieron que sortear y el que casi pierden. Cuando Hobsbawm nos habla de la “Era de las catástrofes”, nos cuenta: “Mientras las economías se tambaleaban, las instituciones de la democracia liberal desaparecían prácticamente entre 1917 y 1942…”. Bajo una peligrosa situación en la que el capitalismo como sistema económico bajo concepciones liberales casi se deshace en mil pedazos, aparecieron algunas alternativas.

Por un lado -como bien marca Hobsbawn- el socialismo soviético desde una concepción económica y política diferente, por otro, los fascismos, que, basados en el sistema económico ya existente, generan éxitos económicos a partir de una feroz política interna primero y externa después. Las alternativas de derecha, que en un principio no aparecieron como tan diabólicas ni demoníacas a los ojos de aquellos tiempos -como la realidad demostró luego-, son las que toman la posta. Uruguay no fue ajeno a estos cambios y perspectivas.

Desde el nacionalismo, la disciplina, la “rectitud”, la ausencia de lucha de clases (la armonía), entre otras cosas, eran las banderas levantadas por la derecha. Esa derecha que pretendía frenar a cualquier costo el avance de las ideas progresistas. Así aparecen algunos personajes que serán sindicados como fascistas en aquel Uruguay, aunque algunos lo serán efectivamente, otros por su parte solo comulgaban en el nacionalismo.

Es esclarecedora la anécdota de John Gunther, que, hablando de César Charlone, nos da la pauta del extremismo de la época y de cómo esos extremos no eran vistos a priori como diabólicos. “He oído de él -la misma tarde- hablar a favor de los fascistas por un lado y a favor de los norteamericanos por el otro”; claramente entreverando economía y política, dado que el New Deal de Roosevelt es también una salida a la gran crisis. Salida que, a su vez, se toca en algunos aspectos con los regímenes autoritarios en Italia y Alemania.

Osvaldo Medina, en carta a Luis Alberto de Herrera en diciembre de 1927, deja en claro aquel corrimiento hacia la derecha, tan latente en aquellos años: “[…] Aún no sé qué día podré entrevistarme con Mussolini aunque ya se me anuncia, por conducto de la embajada argentina, que antes del 1° de año podré conversar con este maravilloso hombre que tan brillantemente ha hecho funcionar Italia. Me he dedicado a estudiar los asuntos referentes a su política y créame que recién ahora me doy perfecta cuenta de su enorme trascendencia. […] ¿No sería posible encarrilar nuestro país por la senda del trabajo, mediante el mismo procedimiento fascista? Yo, a fuer de periodista y frío espectador de la política criolla, saco esta única consecuencia: Uruguay y Argentina necesitarían por 10 años la abolición de los parlamentos, centros de vanidosa oratoria para dedicarse a trabajar seriamente en el engrandecimiento nacional”. Esta era la temperatura de aquellos tiempos en que se veía un crecimiento sostenido (y para muchos inocuo) de la derecha. Muchos protagonistas simpatizaron con ella, mientras que otros, sin conscientemente declararse ni simpatizar con los regímenes, utilizaban en su pensamiento trazos de aquellos. Todo a merced del corrimiento de los conceptos políticos.

Es sabida la simpatía de Julio M. Sosa por los regímenes fascistas en aquellos años, pero también se acercaba a Pedro Manini Ríos, líder del riverismo, a estas concepciones. En carta de Jorge Ponce de León al mismo Herrera cuenta: “Lo que […] no hay duda y esto parece imposible pero es verdad, es que el riverismo que obedece a Don Pedro conversa muy amigablemente con algunos militares […], con propósitos -según versiones- no muy tranquilizadores. Según se dice, el Dr. Manini Ríos es un gran admirador de Primo de Rivera y, según también se dice, se considera bastante apto para secundarlo en esta República”.

Son conjeturas de aquellos años, pero el ambiente era el propicio, dado que el corrimiento se evidencia en que fueron justamente los riveristas los que apoyaron el golpe de Estado de Gabriel Terra. Y en esta realidad es el mismo Herrera quien hace una “alianza” con los riveristas. Es más, Herrera era llamado por sus detractores como “el fundador de los blancos riveristas” y era acusado de “servir incondicionalmente las aspiraciones políticas de Manini”. Esto no quiere decir absolutamente nada en lo que tiene que ver con verdades históricas, sino que va más allá de esto, es la confirmación de una temperatura de extremos y un corrimiento de la política hacia la derecha y una resultante natural del freno.

Por lo tanto, un hombre, con cariz nacionalista, podría ser visto como los “nacionalistas” de aquellos tiempos. O sea, se puede entender a un hombre por lo que dijo, pero también por lo que dijeron de él. La “embestida baguala” llamó Herrera a ese “tropel de insultos” que llegaron a él en tiempos de guerra, acercándolo con los nazis y los fascistas. “Toda la prensa, con exclusión de El Debate, se desató en torrentes de invectiva contra el caudillo blanco. Traidor, vendepatria, nazi, fascista”.  El mismo nombre del libro de Luis Alberto Lacalle: Herrera, un nacionalismo oriental, nos habla de la característica más resaltable del caudillo y que podría acercarlo a posturas de ese tipo en otros países. Dicho libro, escrito desde una perspectiva justificadora y amable, alejadísima de las versiones que el autor cita como “calumnias”, también nos da la pauta de su nacionalismo y sus posturas conservadoras.

Herrera observa el batllismo como un proceso negativo y disolvente de la sociedad. Menciona el temor en una sesión del Senado en julio de 1940, de que la juventud sea por el “…bizantinismo, por el sectarismo, similar al de quienes no bautizan sus hijos, porque dicen que no quieren comprometer su libertad de pensamiento, ¡la libertad de pensamiento de los recién nacidos!, y que cuando ellos sean mayores, si quieren que lo hagan… todas estas ideas estrafalarias y disolventes son las que aquí han llevado a la perturbación de los ideales sustantivos del orden público”. ¿Disolventes de qué?, si no es del entramado social existente, que tanto añoró Herrera (el del peón y el patrón comiendo juntos), que el batllismo vino a resquebrajar y, según Eduardo Víctor Haedo (en la misma sesión del Senado), la Revolución de Marzo (el golpe de Terra) volvería a unir. En este contexto es que se dibujan las nuevas estructuras políticas con un batllismo debilitado y un nacionalismo independiente ausente; el herrerismo y el terrismo (nuevo movimiento) toman la posta política y marcan la agenda de aquellos años.

Los años 30 son los años de la revancha, los años del ascenso del terrismo, de la criminalización de la lucha obrera, del asesinato de Grauert, del suicidio asistido de Brum. Tras el freno, la derecha se despacha.

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