La visita oficial de la semana pasada del primer ministro japonés a Beijing, -la primera desde que Shizon Abe asumió la jefatura de su gobierno hace seis años, y también desde que China la desplazara como segunda potencia económica del planeta- es sin duda el acontecimiento político, diplomático y comercial más importante del año para ambos países, para Asía y quizás para el resto del mundo.
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Las relaciones de ”mala vecindad” entre China y Japón han sido una constante desde que el imperio del sol naciente se apropió de Manchuria y otros territorios chinos, dando inicio al crepúsculo de la dinastía Qing a finales del siglo XIX.
La segunda guerra sino-japonesa -que le costó a China 20 millones de muertes de civiles y 3 millones de bajas militares y en particular la que se conoce como el genocidio de Nankin- donde más de 300.000 ciudadanos de la entonces capital, en su mayoría mujeres y niños fueron asesinados y violados, son aún hoy recordados como una de las más grandes atrocidades y humillaciones de su milenaria historia.
Según la última encuesta del Pew Global Attitude Project, el sentimiento antijaponés en la República Popular es del 75% y recíprocamente la visión desfavorable de China supera el 80% entre los nipones.
Los agasajos tributados al ilustre huésped en el Gran Palacio del Pueblo de Beijing por Xi Jinping y su primer ministro Li Keqian durante los 3 días de la visita de Estado eran impensables hace 6 años cuando miles de nacionalistas en la capital china rompían a pedradas los cristales de la embajada nipona en repudio a la “nacionalización” por parte de Japón de las islas Senkaku (Diaoyu, en mandarín), que ambos aún hoy se disputan en el mar del Este de China.
El acercamiento entre la segunda y tercera economía del mundo se ha venido gestando durante los últimos meses cuando los respectivos ministros de Relaciones Exteriores intercambiaron visitas y sobre todo cuando el primer ministro chino Li Keqiang viajó a Tokio en mayo.
Sin embargo más que los esfuerzos diplomáticos fue el ”factor Trump” el verdadero catalizador para dejar atrás esta enemistad secular.
Es precisamente el proteccionismo a ultranza y la guerra comercial desatada por Estados Unidos la verdadera “mano invisible” que escribió el comunicado final de la cumbre, donde ambos jefes de gobierno definieron como “un punto de inflexión histórico” y que de ahora en más ambos estados se comprometen a “eliminar fricciones” del pasado y a explorar nuevas áreas de cooperación.
Si a China la guerra comercial con Estados Unidos puede acarrearle graves consecuencias a su economía, el gobierno japonés de Abe -el mejor aliado de Estados Unidos en Asia- también busca desarrollar una política exterior más independiente y ampliar sus alternativas para protegerse de la agresión arancelaria de Washington.
Como consecuencia de las tarifas a sus exportaciones por un valor de 260.000 millones de dólares impuestas por los EEUU, China creció entre julio y setiembre un 6,5% interanual, el mínimo absoluto desde el primer trimestre del año 2009, cuando el país sufrió el impacto de la crisis financiera internacional.
Los misiles impositivos trumpianos también han atacado Japón, y, además del hierro y el acero, amenazan ahora con golpear con un arancel del 25% a la industria automotriz, buque insignia del “Made in Japan” y que representan la mitad del total de sus exportaciones a EEUU y dos tercios del déficit comercial de US$ 68.000.000.000 entre ambos países, el tercero después de China (US$ 375.000.000.000) y México (US$ 71.000.000.000).
Según los expertos, de aplicarse esa tasa a las importaciones de vehículos y partes japoneses, el PIB de Tokio se reduciría en medio punto porcentual.
“Ambos sentimos en nuestro mutuo interés mantener una relación larga y estable entre China y Japón, lo que también será beneficioso para la región”, declaró el primer ministro Li Keqiang en la conferencia de prensa que clausuró la cumbre.
“Hemos acordado no amenazarnos ni agredirnos. Debemos tener modos constructivos de eliminar cualquier tipo de fricción entre los dos países”, agregó en una evidente alusión a las tensiones diplomáticas y militares por el conflicto de las islas Senkaku.
“Desde la competencia hasta la coexistencia, las relaciones bilaterales entre Japón y China han entrado en una nueva fase”, subrayó su homólogo Shizon Abe, quien llegó a Beijing acompañado por más de 500 empresarios que reclaman un mejor acceso al mercado chino al tiempo que el gigante asiático está interesado en la tecnología japonesa para impulsar la propia.
China es el principal socio comercial de Japón y este el tercero de su vecino con un intercambio anual de más de 300.000 millones de dólares. 30.000 empresas niponas están instaladas en el gigantesco mercado chino donde han invertido más de 120.000 millones de dólares. Entre otros resultados concretos de la visita ambos países firmaron más de 500 acuerdos comerciales públicos y privados por valor de 18.000 millones de dólares.
En las antípodas del proteccionismo mercantilista de Trump, Tokio y Beijing se comprometieron a impulsar dos proyectos de libre comercio: el primero que incluye a Corea del Sur y el otro con los diez miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean) y más seis países: China, Japón, Australia, India, Nueva Zelanda, además de Corea del Sur.
A pesar de que ambos países compiten en la construcción de redes de transporte, infraestructura y comunicaciones en el resto del mundo -la “Nueva Ruta de la Seda” china y la “Estrategia para un Indo-Pacífico Libre y Abierto” de Japón-, participando en un foro de infraestructuras en la prestigiosa Universidad de Beijing, Abe manifestó el interés de su país en participar en las obras e inversiones del megaproyecto de Xi Jinping, comenzando por un tren de alta velocidad en Tailandia.
Finalmente, los gobiernos de China y Japón firmaron un acuerdo de intercambio de moneda entre sus bancos centrales por 200.000 millones de yuanes o 3,4 billones de yenes (30.000 millones de dólares) para fortalecer la estabilidad financiera e incentivar los negocios bilaterales y, fundamentalmente, evitar el uso del dólar.
La segunda y la tercera economía del mundo empiezan a prescindir del dólar. La guerra comercial desatada por EEUU es también guerra de monedas. El Donald (¿y el resto del mundo?) está avisado.