La adopción de aranceles prevista por la administración Trump (25% para el acero y de 10% para el aluminio) se fundamentó en la necesidad de fortalecer la infraestructura de una industria fundamental para la defensa. Sin embargo, es sospechable, que detrás de ese motivo se escondan otras intencionalidades. Un chantaje de amplio espectro En principio, argumentar la pertinencia de la medida en motivos relacionados con la defensa es un gambito que permite legitimar una medida que contraría normativas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y que a su vez sólo cuenta con el asidero legal que le otorga una sección de la ley comercial de Estados Unidos (EEUU), que habilita al mandatario a adoptar medidas que tengan como objetivo proteger la seguridad nacional. El argumento central de Donald Trump es que otros países (por ejemplo, China) han subsidiado la producción de acero y aluminio -insumos centrales para la industria bélica-, lo que podría hacer vulnerable a la nación en caso de desatarse un conflicto. De hecho, la medición de fuerzas militares que se está realizando en Medio Oriente demuestra que la maquinaria bélica de EEUU está quedando rezagada ante la sofisticación que está mostrando el armamento de otras potencias, en particular el de Rusia. A ello se agrega lo que Trump denominó el dumping de las importaciones baratas, que está amenazando la supervivencia de la industria local. Colateralmente, la medida es una señal a Corea del Sur, uno de los principales proveedores de acero de EEUU, para que detenga, o al menos ralentice, el proceso de distensión de relaciones con su homóloga del norte. Ni que hablar de lo que la medida significa para añadir una complicación adicional a las ya deterioradas relaciones estadounidenses con la Unión Europea (UE), que es, junto con Canadá, el principal proveedor de acero y aluminio para la industria de EEUU. Para que no quedaran dudas acerca de la puntería de la medida, Trump amenazó a la industria automotriz europea (particularmente a Mercedes Benz y BMW) con la imposición de aranceles, favoreciendo así al complejo automotriz de Detroit (Michigan), fuertemente deprimido por la importación de automóviles europeos. Con China entre ceja y ceja Ahora bien, resultaría erróneo considerar aisladamente la medida adoptada por el mandatario estadounidense. En realidad, es el inicio de una escalada proteccionista que tiene como principal antagonista a China, con la que EEUU tiene un déficit comercial de US$ 375.000 millones. En paralelo con el anuncio de restricciones arancelarias al acero y al aluminio, Trump manifestó su intención de gravar las importaciones de tecnologías e insumos para las telecomunicaciones provenientes de China, aplicando aranceles a más de 100 productos por un monto de US$ 60.000 millones. La primera medida adoptada por Trump luego de su llegada a la presidencia (que había sido anunciada con anticipación en el marco de su agenda proteccionista) fue el retiro de EEUU de la Asociación Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), un acuerdo conformado por 11 países, entre ellos, la República Popular China. La importancia del “cinturón de acero” Sin embargo, el apoyo y la presencia de representantes de la industria metalúrgica en la Casa Blanca, flanqueando al presidente al firmar la medida, llevan a pensar que para Donald Trump es vital confirmar su popularidad en el llamado “cinturón de acero”, que incluye a los estados de Michigan, Wisconsin y fundamentalmente Pensilvania, que fueron decisivos para su inesperada victoria electoral ante la candidata demócrata Hillary Clinton. Particularmente porque el próximo 8 de noviembre se celebrarán las elecciones mediante las que se renueva un tercio del Senado, en el que el Partido Republicano tiene una mayoría exigua. Para confirmar la misma (y evitar el propio juicio político con el que está amenazado el presidente), es vital confirmar la hegemonía republicana en los estados que conforman el “cinturón de acero”. Por añadidura, la medida se adopta con fuertes resistencias de representantes del sistema político (incluso del propio Partido Republicano), en un entorno de caos, que ha llevado a la destitución de prominentes figuras del staff de Trump, la última de las cuales fue su secretario de Estado, Rex Tillerson, que fue removido de su cargo, confirmando en su lugar al “halcón” Mike Pompeo, hasta ese momento director de la CIA. Tillerson había discrepado con algunas de las medidas tomadas por Trump en materia de política exterior, incluido el intento de bloquear el acuerdo nuclear con Irán. El hecho de excluir de la medida a Canadá y México, además de las ventajas competitivas que implica para esos países, asegura el flujo transversal del comercio del acero en el norte del continente, lo que llevaría también a un fortalecimiento y reformulación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan), un acuerdo que ya cuenta con 25 años desde su suscripción. Brasil: el gran damnificado Pero en lo que se refiere a las Américas, el gran damnificado por esta medida es Brasil, que en el continente es el segundo exportador de acero a EEUU, al que destina 32,9% de su producción. La poderosa Federación de Industrias de San Pablo, evaluó en US$ 3.000 millones la cifra que perdería Brasil por esta alteración en las condiciones del comercio. En otras palabras, los gravámenes impuestos por Trump agravan aun más la crisis casi estructural en la que está hundido Brasil y afecta zonas neurálgicas para su estabilidad social e institucional. Luego de seis años de decrecimiento (que se agudizó a partir de 2014), la industria brasileña del acero, en 2017, fue de 50,3 millones de acero crudo. El 62% de ese monto se destina al mercado interno, el resto se exporta, principalmente a EEUU. La industria del acero brasileña se concentra en 31 plantas, controladas por 13 grupos empresariales. El 96% de esa producción se localiza en el sudeste, concretamente en los estados de Minas Gerais, San Pablo, Río de Janeiro y Espíritu Santo y su recesión permanente se ha dado en un marco de inflación por encima del rango meta, de altas tasas de interés y desempleo, acompañado todo esto de una pesada carga tributaria. Sin embargo, la medida proteccionista adoptada por Trump, puede tener efectos perjudiciales para la producción de algunos estados norteamericanos, ya que, por ejemplo, la producción de productos de acero semiacabados por parte de Brasil, depende casi exclusivamente del carbón extraído de las minas de Virginia del Norte, particularmente apto para las acerías y dependiente del mercado brasileño. Nuevamente se equivocan los pronósticos El éxito de esta estrategia de Donald Trump, debería estar confirmado por la victoria de los candidatos republicanos en las elecciones parciales, particularmente en los estados que conforman el “cinturón de acero”. Es preciso recordar que en las elecciones de 2016, contra todo pronóstico, los electores de estos estados votaron a Trump, seducidos por sus promesas de reactivación de la decadente industria del acero, que hasta poco tiempo atrás era la más importante del mundo. El primer termómetro para medir los efectos de las medidas de Donald Trump sería la elección, el pasado martes, de un candidato para un escaño en la Cámara de Representantes por el estado de Pensilvania, vale decir, en el que se considera “el corazón del mundo de Trump”. No obstante, otra vez, contra todo pronóstico (pero en un sentido inverso), el triunfador, por estrecho margen (650 votos), fue el candidato demócrata, el exmarine Conor Lamb, a quien a priori no se adjudicaba ninguna chance ante su rival republicano, Rick Saccone. Esta señal podría no conmover la estrategia proteccionista y belicista de Donald Trump, pero amenaza también con ser un anuncio prematuro de su derrumbe. Entre tanto, habrá que esperar las decisivas elecciones del 8 de noviembre, que -pese a su carácter limitado- serán seguramente el acontecimiento electoral más importante del año. Por ahora, sólo cabe decir que las encuestadoras se siguen equivocando y que el panorama es incierto. No sólo para EEUU, sino, por extensión, para el mundo entero.
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