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Trump y el arte de la guerra

Por Daniel Barrios.

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El arte de la guerra es el más antiguo y el mejor libro de estrategia de todos los tiempos. Su autor, Sun Tzu, teórico militar y filósofo de la antigua China, inspiró a generales como Napoleón y Eisenhower, políticos como Maquiavelo, jefes de Estado como Mao Tse Tung, reyes, emperadores y hasta monstruos sagrados de la sociedad del conocimiento como Bill Gates, Steve Jobs o Jack Ma.

El alcance de su obra va mucho más allá de un tratado militar y sus recomendaciones reflejan un estudio de la naturaleza humana en los momentos de confrontación; comprender las raíces de un conflicto y buscar una solución.

“No hay ejemplos de una nación que se beneficie de una guerra prolongada […] la mejor victoria es vencer sin combatir y esa es la distinción entre el hombre prudente y el ignorante”, escribía Sun Tzu hace 2.500 años.

Dos noticias de estos días me confirman la vigencia y el acierto de sus enseñanzas. La semana pasada, Foxconn, el mayor fabricante de componentes electrónicos del mundo, hizo saber que “dadas las condiciones económicas globales y las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos (EEUU)”, la multinacional taiwanesa -principal proveedor y ensamblador de Apple- se veía obligada a revisar su decisión de instalar en el estado de Wisconsin su planta de producción de pantallas de cristal líquido (LCD), usadas en computadoras, televisores y teléfonos móviles.

El gigante de la electrónica -que también ensambla ordenadores y consolas para Nintendo,

Nokia, Samsung Electronics, Sony, Toshiba y Hewlett-Packard y chips para otros fabricantes de primera línea; da empleo a más de 1.300.000 personas y factura 150.000 millones de dólares anuales- había anunciado en julio de 2017 una inversión de 11.000 millones de dólares en  un Parque Científico y Tecnológico en un predio de más de 1.000 hectáreas al sur de Milwaukee. A  cambio el gobierno le concedía 4.500 millones de incentivos, el paquete de exenciones y subsidios fiscales más grande para una empresa extranjera en la historia de EEUU.

“Esta es la octava maravilla del mundo”, la definió entonces Donald Trump, cuando posando ante las cámaras con palas de oro junto al presidente de Foxconn, Terry Gou, inauguró la megainversión que debía crear 13.000 nuevos puestos de trabajo. Según el presidente, asistíamos al “fin de una era” cuando, por las pésimas políticas de sus antecesores, las inversiones se radicaban en China.

Foxconn produce en más de 15 países en cuatro continentes, pero su fábrica más grande en el mundo esta en Shenzhen, donde trabajan cerca de 400.000 empleados chinos, muchas veces en condiciones deplorables.

“Foxconn descubrió que no hay mejor lugar para construir, contratar y crecer que aquí mismo, en EEUU”, declaraba un eufórico Trump anunciando ante cientos de periodistas y seguidores “el proyecto de desarrollo de mayor relevancia económica en la historia de Wisconsin y uno de los más grandes en la de nuestro país”.

“Debemos ser responsables ante nuestros empleados y clientes, y es imposible que siempre podamos mantenernos comprometidos con nuestro plan original sin ningún cambio”, afirmó Louis Woo, un alto ejecutivo de Foxconn, reconociendo que el plan de inversión no previó la guerra comercial antichina.

“No hay desguace de nuestros planes. Respetamos nuestro compromiso con Wisconsin”, agregó, aunque versiones de prensa indican que la planta soñada podría terminar siendo instalada en México o China.

A buen entendedor, pocas palabras: la inversión que, según Trump, debía devolver a sus trabajadores los empleos de manufactura “robados por China” y a EEUU su “orgulloso legado de fabricación” por ahora está en veremos.

La otra mala noticia del “frente” de su guerra comercial Trump la recibió el 4 de febrero  directamente desde la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad por sus siglas en inglés).

El principal órgano de la Asamblea General de la ONU para el comercio, las inversiones y el desarrollo hizo públicos los resultados de su último estudio acerca del “efecto principalmente distorsionador” en el comercio internacional por los aranceles que se impusieron mutuamente Washington y Beijing, y sus conclusiones son tan elocuentes como devastadoras para el paladín del “America First”.

Alertando que debido “al tamaño de sus economías, los aranceles impuestos por EEUU y China tendrán inevitablemente repercusiones significativas en el comercio internacional”, el análisis concluye que “el comercio bilateral entre ambas potencias económicas verá reducido su volumen y será sustituido por el comercio procedente de otros países”.

Como sucedía en los conflictos bélicos “verdaderos” de otros tiempos, los beneficios de esta guerra comercial van a los países neutrales.

El informe señala que empresas de terceros países absorberán alrededor de 82% de los 250.000 millones de dólares en exportaciones chinas sujetas a aranceles estadounidenses, que 12% continuará en manos de empresas chinas y que sólo el restante 6% le quedará al “Made in USA”.

Por su parte, la Unctad también estima que las compañías de terceros países captarán 85% de los 110.000 millones de dólares en exportaciones estadounidenses expuestas a aranceles chinos; las empresas de EEUU retendrán menos de 10%, mientras que las firmas chinas captarán sólo alrededor de 5%.

Fuerte y claro. El resultado inevitable de la guerra comercial es todo lo contrario al objetivo de Trump: las importaciones gravadas por su escalada arancelaria no son sustituidas por la producción de sus empresas, sino por la de otros países. Del botín de guerra prometido, a las compañías estadounidense les llegarán algunas migajas.

En cambio, el nuevo maná que cae del cielo trumpiano representará beneficios extraordinarios para la Unión Europea (UE), que verá aumentadas sus exportaciones de 70.000 millones de dólares, y para países como México, Canadá y Japón, con 20.000 millones de dólares cada uno.

Por si fuera poco, el último revés para Trump, se refiere al Irán de los odiados ayatolás: el informe dictamina que, debido a los aranceles chinos sobre los productos estadounidenses, las exportaciones de Teherán a Beijing crecerán 0,7%.

Según El arte de la guerra , antes de entrar en un conflicto bélico, hay que estudiar la política, la economía, la diplomacia, la inteligencia, la meteorología y la geografía; “reducir las fuerzas enemigas sin combatir”, pues “lo mejor no es combatir y ganar cien batallas, sino derrotar a un enemigo sin luchar”. “La mejor guerra es la que no se combate”, concluía Sun Tzu.

En el libro publicado en 2007, Trump 101: el camino al éxito, el millonario convertido en político recomienda a Sun Tzu como de los autores más importantes de los cuales aprender sobre liderazgo. A juzgar por los resultados, aprendió muy poco.

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