El apartamento donde funciona la oficina de Uber está ubicado en la calle 25 de mayo, casa por medio con la Dirección Nacional de Trabajo (Dinatra). Hasta allí llegó un grupo de taximetristas, casi todos pertenecientes a la patronal, para que “el gobierno uruguayo que dijo no tener conocimiento de dónde actúan estos piratas, se entere”, comentó a Caras y Caretas Portal, Jaime Gutiérrez, dirigente del taxi. Consultado sobre si representantes del gremio pensaban ingresar, dijo: “Efectivamente estamos esperando para entrar, así nos conocemos cara a cara”. Gutiérrez informó que trabaja en el taxi “desde hace treinta años” y, por lo mismo, no ve con buenos ojos que “esta gente venga a meterse en nuestro sistema de transporte, llevándose nuestra plata alegremente”. Y cortó más grueso: “El dinero marea, compra voluntades, compra todo”. Aseguró que buscaban “la vía legal para que esta gente nos deje tranquilos y no nos quite el trabajo. Lo que están intentando es que nos peleemos uruguayos contra uruguayos y eso no lo van a lograr”, dijo. Pero luego agregó: “Los queremos echar del país pacíficamente”. Los taximetristas seguían llegando. Caras y Caretas Portal dialogó con Roberto. Al igual que Gutiérrez, fue duro con el gobierno: “Acá todo el mundo mira para el costado. Dejan actuar a esta empresa fantasma, nos cobran todos los impuestos, y ay de que te atrases y, para rematarla, el ministerio de Economía no autoriza el aumento de la tarifa. Ya ni sé cuánto hace que estoy con el mismo sueldo. En enero hay días que no llego a 1.500 pesos de recaudación y diciembre fue un fracaso”. Para Roberto se trabaja mal no sólo porque “no hay poder adquisitivo y la gente lo primero que corta es el taxi, sino también porque ellos [Uber] es más barato que nosotros, porque al no pagar nada de impuestos pueden darse esos lujos”, sostuvo. Según Roberto, “como peón de taxi hay veces que saco 15 y otras 20 mil pesos, pero tengo compromisos para cumplir”. Las chicas Uber y los patovicas La puerta del garage del edificio de 25 de mayo, está por la calle Ciudadela. Algunos taximetristas estaban al tanto de ese detalle, porque estacionaron vehículos de manera que quedara inhabilitada, abriendo de a ratos el capó. Si vinieran inspectores de la Intendencia, seguramente les dirían que el auto se había roto y estaban esperando el servicio mecánico. En determinado momento, la cortina de arrollar se levantó un poquito y los taximetristas se pusieron en alerta. Pero el movimiento había sido para permitir que cuatro personas -dos parejas- salieran. Lo hicieron sonrientes y agarrados de la mano. No le fue posible a los trabajadores del volante ver a las empleadas de Uber en esas muchachas, como tampoco lograron distinguir a los patovicas que un rato antes habían ingresado por la puerta de 25 de mayo. Los mismos que un día custodiaron la vida de un tal Héctor Amodio Pérez, ahora pasaban invisibles a sus adversarios bajo la máscara del amor.
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