Por Alberto Grille
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Uno de los más notables cuentos del gran escritor argentino Osvaldo Soriano es ‘Gatica: un odio que conviene no olvidar’, sobre la vida y trayectoria del boxeador José María Gatica (1925-1963), que fue llevado en 1993 a la pantalla por Leonardo Favio en una película que recibió el premio Goya. Novela y film cuentan la historia del mítico boxeador que nació en la pobreza, conoció todas las glorias y el dinero de este mundo y murió en la miseria, al pasarle por encima un colectivo al que quería subir a vender estampitas.
El relato se empeña en contar cómo la oligarquía de su tiempo identificó al boxeador con su enemigo, el peronismo, y, literalmente, lo demolió. Finaliza diciendo: “Se cumplen tres décadas de la que fue, quizá, su primera alegría, cuando tenía veinte años. Gatica es, todavía, un símbolo contradictorio, arbitrario; la vida le fue quitada poco a poco, con un odio que conviene no olvidar”.
Se me ocurre que lo más importante de los episodios que estamos viviendo (“la batalla de Ancap”, el asunto del título de licenciado de Raúl Sendic) es el odio arrasador que muestra la derecha a través de su principal “poder fáctico”, que son los medios masivos, para atacar a las figuras de izquierda.
Y esto me permite pasar otra vez el aviso a los navegantes: que sepan todos los que militan en la izquierda (pertenezcan a ella ideológicamente o no) que lo mismo, seguramente, va a pasarles a medida que avancen los tiempos políticos.
Ni Astori ni Daniel Martínez ni Tabaré ni Pepe ni ninguna de las demás personalidades frenteamplistas se va a escapar de la máquina de destruir gente que han montado diarios, semanarios, radios y canales de televisión.
Vuelvo también a decir que el mayor error de la izquierda en estos años ha sido no construir poder. Entiéndase bien: medios, instrumento, relato, ideología y hegemonía cultural.
Insisto en lo que me parece el tema principal.
Más allá del hecho en sí, si Raúl Sendic es o no licenciado en algo (cosa que a la postre termina siendo menor, porque Luis Hierro López fue ministro del Interior y vicepresidente de la República firmando como profesor y no lo es, y Hugo Fernández Faingold fungía de licenciado en Sociología y tampoco. Gonzalo Aguirre sí es abogado, pero se dedica a defender militares torturadores, etcétera, y Jorge Batlle, Julio Sanguinetti y Luis Lacalle ampararon la impunidad), lo que asombra de este episodio es la tormenta arrasadora de odio que la derecha y sus sirvientes han mostrado sobre la figura del actual vicepresidente de la República, electo por el voto libre de sus conciudadanos.
No llegó a la presidencia, como ocurrió con alguno en este país en 1984, con candidatos y partidos proscriptos, con presos políticos y candidatos encarcelados. No molestó a nadie para ser vicepresidente, y si algo se puede observar en su personalidad, es humildad, discreción y timidez.
Pero la operación en su contra es, como ya dije, un leading case, un caso que tendrá que analizar y estudiar la izquierda ya, de cara a las elecciones de 2019.
Hay que ver cómo salieron de sus cuevas todas las gárgolas vestidas de moralistas: Victoria Rodríguez, Nacho (Tres) Álvarez, Orlando Petinatti (!!!) y hasta el “converso” Doyenart aparecieron para dar cátedra. Y junto a ellos estaban el cada vez más marcial Juan Bordaberry, Pompita, con su tostado tailandés y sus implantes capilares, el incomprensible Larrañaga, el ciudadano Mieres, Opecito Pasquet y hasta Rubio, de la Unión Popular, que se estrena, entre la representación oligárquica.
Cabe señalar que mientras el hijo del dictador se estremece y habla de denuncia penal, los constitucionalistas Ruben Correa Freitas (colorado) y Martín Risso (blanco) coinciden en que no hay delito aun cuando el título no existiera, y eso lo informa El País.
Consultado por Montevideo Portal, el constitucionalista y ex senador José Korzeniak dijo que es «una bajeza política de zócalo haber planteado ese tema con respecto a Sendic».
«Sería lo mismo que planteara si es verdad o no que a Wilson Ferreira Aldunate le faltaba una materia para recibirse de abogado. No me interesa, porque Wilson era una personalidad con o sin una materia por dar. O que a alguien se le hubiera ocurrido preguntarle a Juan Raúl Ferreira, que es un buen compañero, por qué le dicen licenciado, a ver si revalidó o no algo. Es una bajeza tremenda», afirmó.
«Si hay algún político que dio manija en el tema o que atribuye públicamente una especie de usurpación de funciones, hay que recordar que atribuir a una persona algo que es delito es a su vez un delito, el de injuriar al otro, en este caso atribuyendo el delito de usurpación de funciones».
Afirmó que Sendic es «un hombre honesto». «Estoy seguro de que lo que dijo es absolutamente cierto. Es insólito que en Uruguay los medios se dediquen a esto. A mí me gustaría hablar de la Constitución, de los 24 o 25 blancos y colorados procesados en Rivera en dos períodos (sin frenteamplistas procesados), o de los tres golpes de Estado dados por presidentes colorados en alianza con algunos blancos famosos, que siguen siendo recordados como distinguidos militantes del Partido Nacional», dijo Korzeniak.
Así habla un frenteamplista fundacional.
***
El Commendatore
Títulos son los que se compran
Mi papá tenía algo más de sesenta años y una hemiplejia cuando me fue a visitar a Quito, Ecuador, en donde yo estaba exiliado y trabajando en la Secretaría Ejecutiva de la Asociación Latinoamericana para los Derechos Humanos. Una noche salí a pasear con mi padre en un viejo escarabajo para mirar un cielo cargado de estrellas. En una esquina paramos a cargar nafta en una gasolinera. El pistero se acercó al auto con esa sonrisa amable y algo servil de algunos indígenas frente al de tez blanca: “¿El tanque full, doctor?”, preguntó. “Muchas gracias”, le contesté yo.
Esperé unos minutos, pagué y encendí el motor.
–¿Te conoció el muchacho?– peguntó mi viejo.
–No, papá –respondí riendo–, aquí doctor es el que usa corbata, y si no es doctor, es licenciado.
*
Habíamos participado más de quinientos muchachos en un congreso de la Internacional de Jóvenes Socialistas (IUSY). El evento se realizaba en México, en el Distrito Federal, y había finalizado ese día. Nos anunciaron que a la mañana siguiente nos recibiría el presidente de México, licenciado José Luis López Portillo. Casi al amanecer, en diez buses repletos y bulliciosos, llegamos a la residencia presidencial de Los Pinos, en donde, detrás de un gran murallón, vivía y trabajaba el presidente.
Todos entramos por una puerta pequeña a través del inmenso muro y accedimos, luego de cruzar un jardín, a una enorme sala, en donde nos alineamos en dos filas, doscientos cincuenta a cada lado.
Coordinaba el evento una rubia despampanante que parecía la secretaria del presidente, pero en realidad era su amante. Ella iba de un lado a otro moviendo sus caderas, y los invitados la seguían como en un grand slam.
De pronto llegó López Portillo, sonriente y algo apurado. Nos saludó uno por uno a los quinientos, estrechándonos la mano, dándonos unas palmadas en la espalda a manera de abrazo y volviendo a darnos un gran apretón. A cada uno le decía: “¡Buenos días, licenciado, mucho gusto en saludarlo!”.
Terminado el besamanos, nos fuimos como habíamos venido. Entre nosotros había abogados, políticos, algún duque, un príncipe, muchos doctores, ingenieros, investigadores, diputados, senadores, líderes negros africanos, rabinos, curas, un joven egipcio de setenta años, ministros, pescadores, guerrilleros, un trabajador y quinientos licenciados.
Aún hoy, cuando nos encontramos con Juan Raúl Ferreira, nos decimos “Buenos días, licenciado, mucho gusto en saludarlo”.
***
Un día de verano, estando de paso por Roma, llegué hasta las oficinas de IPS, en donde se desempeñaba como gerente general de la red de corresponsales nuestro conocido Esteban Valenti.
–¿Está Stefano Valenti?, pregunté al portero.
–Il dottore è in viaggio, me contestó.