El ministro del Interior, Jorge Larrañaga, ha sido un destacado político, dirigente del Partido Nacional, intendente de Paysandú, senador prominente, reiterado candidato a presidente y forzado una vez por sus propios compañeros a ser candidato a vice. Luego de su más terrible derrota, prometió, entre avergonzado y molesto, no subir más las escaleras del Honorable Directorio y no cumplió con su contundente promesa.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Larrañaga tiene fama de guapo y un poco pendenciero, pero cuando se lo propone es tolerante, campechano y cordial.
Desde hace unos años abrazó la difícil causa de la seguridad ciudadana y ha sostenido una prédica tenaz, muy locuaz y algo autoritaria contra el delito, aproximándose al herrerismo y adoptando un lenguaje y una liturgia medio pachequistas.
A veces, su discurso es tan exagerado que a algunos que lo conocen bien, como Pepe Mujica, les resulta sospechoso.
Larrañaga tiene un pasado wilsonista, fue incluso más allá de Wilson y votó verde en el plebiscito por la Ley de Caducidad. Parece ser un demócrata sincero algo obsesionado por el poder y un poco desbordado por la tarea ejecutiva de la conducción de la seguridad pública en un terreno resbaladizo en donde no reconoce ningún buen resultado a la gestión de su antecesor, Eduardo Bonomi, a quien ha combatido sin piedad. Se lo ve un poco envejecido y a veces agobiado por la tarea encomendada.
Como ha sido una característica de este gobierno, Larrañaga baila “La conga del burrito, va pa’lante y va pa’trás.
El ministro está preocupado porque ni era tan fácil como pensaba, ni los números del delito le cierran como proclama ni dirigir a la Policía es cosa de soplar y hacer botellas.
Basta pasar por la Comisaría Sexta para contar entre puerta y garaje más de una docena de patrulleros, estacionados y bellamente ploteados, a cualquier hora, todo el día. Si el lector concurre a denunciar en la Séptima, de la calle Félix Olmedo, el extravío de un documento, no solo verá un fila de patrulleros y alguna camioneta -digamos que vigilando la comisaría-, sino que contará una veintena de policías que van y vienen como bola sin manija, entran y salen mientras no caen los hurtos, ni las rapiñas, ni los homicidios ni nada en el otrora tranquilo barrio del Prado.
Es lógico pensar que en este desconcierto, el jefe de Policía, Erode Ruiz, hubiera consultado a Gustavo Leal. Me temo que este milico viejo no debe ser ni tan bueno ni muy simpático. También es razonable que en conocimiento de un delito y algunos de sus detalles, Gustavo Leal hubiera procurado informar al jefe de Policía. Hay que pensar que si al menos es un policía honesto, Erode Ruiz debía requerir información de quien pudiera suministrarla, máxime si se tratara de alguien muy competente, como es Gustavo Leal.
Ruiz no esperaba la reacción de un ministro bastante irreflexivo, inexperiente, confundido y atolondrado en un ambiente que no conoce, bastante hostil y en el que se siente ajeno.
Para la tribuna, su frase de “estoy con la Policía” sonó tan poco sincera y veraz como cuando unas semanas atrás el presidente dijo: “Yo soy del campo”.
La decisión del ministro del Interior, Jorge Larrañaga, de cesar al jefe de Policía de Montevideo generó asombro en la opinión pública, en algunos legisladores blancos y un terremoto en filas policiales, porque no ha habido antecedente de que se destituya tan importante jerarca en el medio de una actuación policial.
“ Se acabaron los otarios
que en otros tiempos había
los otarios de hoy en día
no son giles, al contrario”
Apenas se vio entrar a la Jefatura de Policía a Gustavo Leal y anunciarse en la recepción que iba a visitar a Erode Ruiz, se supo que el volcán entraba en erupción. Cuesta creer que el jefe de Policía no sabía que estaba jugando con fuego.
Si lo invitó a ir a la boca del lobo y a la hora en que se reunían los comisarios con el segundo de la Jefatura, es porque le gustaba caminar al borde del precipicio o porque quería poner a prueba su poder -que sin duda sobrestimaba-, que provenía de su relación con Lacalle Pou y su papá.
Si fue una trampa para descolocar a Larrañaga o si subestimó al ministro, se irá sabiendo con el tiempo. Lo cierto es que ya se sabe que Larry está corriendo en cancha barrosa y que la luna de miel con la familia policial, si la hubo, se está extinguiendo.
El exjefe de Policía Mario Layera dijo a Caras y Caretas que el sociólogo Leal, que ni siquiera es legislador de la fuerza política actualmente opositora, asistió a una reunión para aportar información sobre un tema muy complejo, como es el de las usurpaciones y los desalojos por la fuerza de familias de sus hogares por parte de grupos narcos.
Layera sostiene que haber informado al ministro de esa reunión podía entorpecer la labor policial y que la decisión de Larrañaga destituyendo al jefe de Policía en el medio de esas actuaciones dejó expuestas y desamparadas a las familias que estaban solicitando la acción de las autoridades.
La reunión no tenía un carácter protocolar, y si bien la misma fue con un importante ciudadano, no por el rol jugado en la gestión anterior, sino por la información que posee, no era secreta, no fue clandestina, fue en el despacho del jefe de Policía delante de otros jefes y con relativa discreción, aunque evidentemente no con la que las circunstancias merecían.
Desde tres días antes, los medios denunciaban la situación de familias que venían siendo desalojadas de su casa a punta de pistola en varias zonas de Montevideo.
Siendo así, que se apelara a la información de Gustavo Leal que encabezó el famoso operativo Mirador, no parecía descabellado. Algunos periodistas presentes o muy informados sacaron sus libretas de apuntes y difundieron la curiosa novedad.
También se supo que esta no era la primera reunión entre Ruiz y Leal. Ambos venían conversando desde el asesinato de una funcionaria policial en marzo de este año, lo que permitió detener al homicida gracias a la información aportada por Leal, por lo que esta actitud de despecho del ministro Larrañaga es muy probablemente producto del grito de cierta tribuna o de demandantes voces internas dentro del ministerio.
La decisión de Larrañaga, además, tira por la borda los jirones de republicanismo que lucen algunos nacionalistas, aunque sostiene su campaña política contra sus antecesores.
Erode Ruiz, veterano policía y militante blanco, fue jefe de Policía en el departamento de Maldonado bajo el gobierno frenteamplista. Tenía el apoyo de Luis Lacalle Pou, de su padre y del intendente Antía.
Hace una semana Mujica le daba un abrazo a Sanguinetti y el sistema político aplaudió el gesto, ensalzando a los dos protagonistas. Mostrando otra cara de la moneda, Larrañaga quedó en “orsái”, sancionando a un subalterno que requirió información sobre conductas delictivas a quien la tenía y se la ofrecía.
Intrigas al por mayor
“Y ya mi cariño, al tuyo enlazado
es como un fantasma del viejo pasado
que ya no se puede resucitar”
Hace pocos días, consultamos al director de Convivencia y Seguridad Ciudadana, Santiago González, hombre de confianza del ministro. Le preguntamos si las renuncias y despidos de importantes funcionarios en la Dirección de Planificación del Instituto Nacional de Rehabilitación expresaban una crisis institucional.
El jerarca respondió con evasivas que no ocultaron que en la dirección de varias áreas del Ministerio del Interior, hay problemas.
Es sabido que la Dirección de Asuntos Internos, una suerte de fiscalización de la acción policial, sigue acéfala.
Hace una semana, fue cesado el jefe de Armamento de la Policía y jefe de Logística de la Guardia Republicana, David Bayarres, por haber sido responsable de olvidar unas pilas en un contenedor que accidentalmente se prendió fuego.
Algunos creen que Larrañaga jugó fuerte porque teme estar siendo desestabilizado y cree que de esta manera se asegurará la lealtad de la cadena de mandos.
Reconoce así la existencia de intrigantes políticas internas que desde marzo sacuden en silencio y desde las sombras la conducción del ministerio.
Fortalece a Diego Fernández, el Director Nacional de Policía, quien tampoco es un puntal muy sólido en la estructura policial, pero que necesita un apoyo explícito del ministro para afirmar su autoridad.
Diego Fernández es una historia aparte, policía retirado hace siete años, tiene un grado bastante menor a muchos de los policías a su mando. Acaba de emitir un edicto que impone una especie de censura previa de las alocuciones de sus subalternos en actos, homenajes u otras actividades que desde ahora deben ser informadas con antelación, con versiones escritas de sus discursos, los que serán sometidos a su revisión. Sus objetores esperan que Fernández se vaya con Larrañaga cuando renuncie o lo renuncien y verían con muy buenos ojos que Álvaro Garcé, actual director Nacional de Inteligencia Estratégica sea el nominado nuevo ministro del Interior.
El veterano policía Luis Mendoza, director del INR, podría ser el aspirante y candidato natural del herrerismo para ponerse al frente de la Jefatura de Policía de Montevideo, pero por el momento seguirá siendo Mario D’Elía, que era el subjefe de Montevideo.
El ambiente entre los mandos de la Policía está bastante enrarecido y la plana mayor elegida por el nuevo gobierno es adicta a las conspiraciones.
Hay quien afirma que tanto Santiago González como Diego Fernández estaban al tanto de la reunión de Ruiz con Leal, que estos habían sido informados por el propio Ruiz, luego de haberse realizado la reunión, pero que ninguno de los dos gallegos, ni González ni Fernández, habían informado oportunamente a Larry.
En el medio de estos tiroteos e intrigas políticas, otros tiros de verdad desalojan a familias con niños que quedan en las calles y ocupan sus viviendas para operar como bocas de venta de drogas o aguantaderos.
Ahora Larrañaga, que iba a terminar con el delito en un santiamén, empezó a conocer lo que les pasa a los niños cuando se les ocurre jugar con fuego
Erode Ruiz y la matanza de los inocentes
Habría que saber que premonición tuvo el papá de Erode Ruiz, el recientemente cesado jefe de Policía, cuando bautizó a su hijo con el nombre de Erode, así, sin hache. Es probable que el nombre del recién nacido fuera inspirado por Herodes el Grande, el Rey de los Judíos, un monarca que reinó en Galilea y que fuera contemporáneo de Jesús. Herodes, constructor de grandes obras monumentales como el segundo templo de Jerusalén, es más conocido por la Matanza de los Inocentes, un genocidio relatado en el Evangelio de San Mateo. Herodes, loco por las conspiraciones, enterado de que iba a nacer él Mesías, mandó a los tres Reyes Magos a Belén para que le informaran, en su parte de novedades, fecha, día, hora y lugar, nombre del padre y madre, dirección y documento, del nacimiento de Jesús. Baltasar, Melchor y Gaspar, que no tenían nada de tontos, le informaron mal a Herodes y facilitaron la huida de José, María y el bebé para Egipto, en donde se exiliaron. Enterado Herodes de semejante deslealtad con el mando superior, mandó matar a todos los niños nacidos entre el año 31 y el 35 A.C. de manera de cubrirse ampliamente del error y eliminar de un tajo al Mesías. Ese episodio es conocido como la Matanza de los Inocentes y la fama de su autor inspiró el nombre de un jefe de Policía uruguayo, al que Larry le sacó la gorra.