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Un recuerdo y un artículo

Por Leonardo Borges

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El 27 de enero de 2011 salía a la luz este artículo en el marco de los festejos del Bicentenario, en la revista Mundo Uruguayo.

En aquellos años hacía las veces de editor de un suplemento mensual bautizado como Cuadernos del Bicentenario. Este dato ya olvidado se cruzó de repente en la noche cuando me avisaron del fallecimiento de Armando Olveira. Periodista -trabajó en aquella recordada sección de policiales de La República en los 90- escritor, especialista en patrimonio, rescatador de historias y de historia y, sobre todo, un gran amigo. Trabajamos en muchos proyectos, aunque sólo algunos llegaron a plasmarse; quedaron un par para este año, que nunca llegarán a ver la luz. Como mínima forma de homenaje, algo que escribimos juntos en aquel año tan especial.

Las miradas

Uruguay se encuentra de cara a los festejos y conmemoraciones preparadas por el Bicentenario de la revolución artiguista. Pero más allá de la alegría y los planes, existen diversos puntos de vista sobre el sitio de inicio de la gesta emancipatoria oriental ¿Dónde y cuándo estalló realmente la rebelión? Al decir de la mayoría, el primer grito de libertad de nuestra tierra fue a orillas del arroyo Asencio, el 28 de febrero de 1811. Allí, según José Artigas, “un puñado de patriotas orientales, cansados ya de las humillaciones, habían decretado su libertad en la villa de Mercedes”. Con palabras elegantes, el jefe de los orientales describía una “admirable alarma” que por entonces contagiaba a toda la Banda Oriental. La tradición señala que en Soriano nació la revolución, y parece justificado, pero hay otros sitios desde donde nos llaman a observar que también hubo otros liderazgos. Atender otros argumentos nos permite conocer otras verdades. El lector será quien tenga la última palabra, pero más allá de pruebas o comentarios, este juego no busca más que guiñar el ojo a un acontecimiento que recorrerá el país. Conmemorar es mucho más que recordar. Es tiempo de balances y comprensión y, principalmente, de mirar hacia adelante. Celebramos 200 años de un rico pasado histórico, con vistas al futuro.

Primera constatación. La revolución oriental nació en Soriano. Un espacio que resiste estoico desde los primeros tiempos coloniales, repleto de historias y tradiciones que también nos guiarán en nuestro aprehender; la Cruzada Libertadora, una rebelión muy distinta a la artiguista, pero que también se inició allí en abril de 1825. ¿Por qué todas las revoluciones comienzan allí? La primera respuesta parece muy sencilla: porque era fácil desembarcar las naves que debían arribar en secreto desde Argentina. El Grito de Asencio fue una gigantesca válvula de escape contra la prepotencia de Montevideo y sus gobernantes: Baltasar Hidalgo de Cisneros, Gaspar de Vigodet, Francisco Xavier de Elío. Fue una réplica natural, casi un año después del terremoto de mayo. Así se levantó la campaña. Los historiadores locales defienden esta constatación como válida, en tanto en el departamento se respira historia. Venancio Benavides y Pedro Viera representan, entonces, la fuerza primigenia, desordenada y visceral, a la que Artigas le dará poco después una meta y cierto corpus ideológico. Otros historiadores, en cambio, recuerdan que Artigas desertó de la guarnición española de Colonia, a los 13 días del estallido. No es una constatación, sino una presunción, hasta, si se quiere, una esperanza.

Segunda constatación. Artigas es la figura excluyente de este Bicentenario y de toda la historia oriental, oficial o revisionista. El jefe de los orientales, devenido en involuntario héroe nacional, está encaramado en el fin último de nuestras contiendas domésticas, en lo que José Rilla denominó la “Zona de concordia”. Por tanto, y siguiendo esta lógica, fue el protagonista de la génesis del Bicentenario. Entonces, ¿el Grito de Asencio fue el principio? Para algunos investigadores se trató sólo de un asalto a las autoridades españolas, en número muy reducido, que no llegaba a tener fuerza policial, pero que no contenía las metas ni la estructura ideológica del artiguismo. Los dos caudillos principales del movimiento, prontamente desaparecieron de la mitología independentista y hasta se pasaron al otro bando. La duda sería, en todo caso, que tan juntistas o revolucionarios se sentían. Seguramente el tiempo se tragó esa respuesta. Tal vez, otra pregunta sería: ¿cuánto del artiguismo, de la Revolución oriental duerme dentro de este Grito? Difícil y hasta quizás innecesaria la respuesta. Pero, entonces, ¿dónde debe comenzar el Bicentenario?

Tercera constatación. El departamento de Soriano nunca dejará de respirar historia, ni siquiera entre la segunda y la tercera constatación. Al contrario: hay una observación primordial. Artigas desertó en Colonia con seis de sus hombres y un cura patriota y viajó a Buenos Aires a enlistarse en la Revolución de Mayo. En ese momento juró “llevar el estandarte de la libertad hasta los mismos muros de Montevideo”. Así cruzó el río Uruguay y comenzó la rebelión que desembocaría poco después en el Primer Sitio del último reducto colonial. Pero en cuanto el caudillo pone un pie en territorio oriental, lanza una proclama llena de fervor patriótico que arenga a las masas quizá -o sin quizá- marcó el inicio del Bicentenario. Es muy probable que hubiera una comunión entre las fuerzas artiguistas y el campo anarquizado por Benavides y Viera. Este discurso fue hecho en Mercedes, el 11 de abril de 1811, donde el caudillo gritó a los cuatro vientos: “Que tiemblen esos tiranos por haber excitado nuestro enojo, sin advertir que los americanos del sur están dispuestos a defender su patria”. Quizás sea esa la fecha a conmemorar porque ponen en blanco sobre negro los planes de Artigas y se convoca a la masa revolucionaria bajo el paraguas de su liderazgo, siempre en el marco de Buenos Aires. “Leales y esforzados compatriotas de la Banda Oriental del Río de la Plata: vuestro heroico, entusiasmado patriotismo ocupa el primer lugar en las elevadas atenciones de la excelentísima Junta de Buenos Aires, que tan dignamente nos regentea”.

Cuarta constatación. Tras la incendiaria proclama artiguista de Mercedes, los orientales comenzaron su marcha con paso fuerte hacia Montevideo. El sitio de la ciudad era la meta, la entrada triunfal hubiese sido el destino, sino fuera por la invasión portuguesa y el retroceso porteño. En medio de la marcha, una batalla marcó un hito, un poco olvidado por la historiografía. La primera batalla ganada por los artiguistas no fue en Las Piedras, Canelones. Más allá de la escaramuza de Paso del Rey, fue en San José donde los orientales pisaron fuerte por primera vez. La batalla del 24 de abril de 1811 abrió el camino de los orientales, al mismo tiempo que dio fuerzas necesarias para seguir. Es sugerente el nombre de la capital del departamento: San José de Mayo. El patronímico data del 12 de julio de 1856, en que el senador por Tacuarembó y eximio historiador, Juan Manuel de la Sota, presentó el proyecto de cambio de nombre. Mayo, más allá de un mes, es la representación de la revolución, todo un símbolo hasta para el mismo Artigas, que en 1816 con Montevideo a sus pies mandó conmemorar un nuevo aniversario de la junta con las fiestas mayas. Hasta relucieron los gorros frigios en aquel extremadamente frío día. Explica el historiador maragato Daniel Ramela: “Ni en los motivos ni en la discusión parlamentaria se argumenta el porqué del cambio de nombre”. Para el historiador, “la versión más aceptada se vincula con la toma de San José”.

De esta forma, el Bicentenario se mudaría a tierras maragatas, lugar donde estalló la revuelta de verdad. Aquel día murió un patriota, el capitán Manuel Artigas, primo hermano del caudillo. Una esquirla de granada le alcanzó el tobillo; presuroso, el médico Gaspar González se acercó a auxiliarlo, pero este se rehusó, pues había muchos heridos en peores condiciones que él. Un mes después, Manuel moría por una gangrena y era sepultado el 25 de mayo de 1811. De este modo las exequias fúnebres para el primo de Artigas, primer muerto de la revolución, y único oriental presente en la Pirámide de Mayo, coronarían los festejos en San José.

Quinta constatación. Luego de la batalla de San José, las fuerzas artiguistas prosiguieron camino a Montevideo, pero les restaba su mayor desafío, una contienda épica, con las tres armas, contra el ejército enviado por el virrey Elío. En la batalla de Las Piedras el capitán de fragata José de Posadas capitaneaba poco más de 1.000 hombres contra la tromba de orientales que llegaban, con más ganas que preparación militar. Incluso el jefe no era un militar experimentado ni mucho menos. El 18 de mayo de 1811 es una fecha cubierta de mitología patriótica. Más allá de las críticas y las objeciones que puedan surgir con respecto a la batalla en sí, se convirtió en un símbolo que dio vuelta la historia de derrotas que venían sufriendo los criollos y que encendió más de un corazón a lo largo y ancho de todo el virreinato. Por tanto, los festejos deberían comenzar en Canelones, sitio orgulloso con su historia y que también ostenta orgulloso ese blasón patriótico.

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