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Mundo

MARCHA DE INMIGRANTES

Un rostro demasiado joven

Esta marcha avanza lento, los migrantes caminan al ritmo del sol y sus 36 grados que les han acompañado buena parte de los 460 kilómetros que separan Esquipulas, el primer tramo de suelo guatemalteco que pisaron, de Tecún Umán, el último antes de ingresar a México. Llevan menos de la quinta parte del camino que deben recorrer antes de pisar Estados Unidos, lo que ven como su destino.

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Por Pablo Pérez García

El rostro de esta caravana es demasiado joven, uno de cada cuatro migrantes es menor de edad, según la organización Save the Children registró a su salida de Honduras, pero también es prematuramente viejo. Así es Santos, un hombre de 48 años que dice:“A mí allá ya nadie me da trabajo. Yo ya viví. Me voy por mis hijas, a ver si ellas tienen el futuro que allá no hay”.

Al hablar con los caminantes se da uno cuenta de que la mayoría solo tuvo acceso a la educación primaria, porque tuvieron que trabajar para apoyar a la familia, porque el gasto era mucho para una población empobrecida o simplemente porque en su comunidad no había escuela, mucho menos maestro que les enseñara más allá de las letras básicas y unas cuantas sumas y multiplicaciones.

La migración empobrecida es triste, pero los centroamericanos sacan alegría aunque sea exprimiendo la desgracia. En cuanto llegan al pueblo van a buscar la plaza central, donde saben que los migrantes llegan a dormir a las bancas y lavar sus escasas ropas en la fuente. Ahí están los otros, esperando reconocer hondureños recién llegados e invitar a gritar: “¡Fuera JOH!, ¡Es pa´fuera que va!”. Y en acto patriotero (que a nadie se le ocurre estando en su tierra) se juntan para cantar el himno hondureño con la mano en el pecho. Juan Orlando Hernández (JOH) les ha prometido un retorno seguro en autobuses pagados por el gobierno y reporta que ya miles han abandonado el sueño migratorio. Los caminantes dicen que solo los más enfermos y cansados han aceptado la oferta. “¡Ese presidente es un pícaro! (Y cuando lo dice un hondureño eso suena mucho más grave de lo que nos imaginamos otros hispanohablantes) ¡Al que vuelva; o lo mata la policía militar o lo mata el hambre!”.

Tensión

En todo Centroamérica y en México parece que se viven dos caravanas migrantes diferentes. Una está en redes y es una batalla encarnizada entre aquellos que llaman a defender la soberanía de las fronteras nacionales y ven en los hondureños una poderosa fuerza invasora y los que tratan de hacer ver la cara humana de los procesos migratorios. Esto en una serie de países que comparten los colores de la bandera por haber sido uno solo en el pasado (los colores albicelestes que son, sí, una herencia de la influencia sudamericana en sus procesos revolucionarios).

En México también existen los posicionamientos racistas y xenófobos, la polarización absoluta en la que solo cabe el bien y el mal… y el mal son los otros. El triunfo del discurso racista de Donald Trump permeado al sur y repetido por aquellos que él mismo llamó narcotraficantes y violadores durante su campaña. Los morenos discriminando a los que son apenas más morenos.

Pero hay otra experiencia de la migración, la que se ve en los caminos y las calles de Guatemala y México. Ahí no falta el trago de agua o el bocado para llevarse a la boca. Mientras reparte plátano frito con queso un guatemalteco se justifica: “Cada país, todos nosotros tenemos eso de la migración, mi madre fue migrante en su época”. Así dice Carlos, maestro de educación primaria de San Marcos, recordando cuando el conflicto armado expulsó a miles de guatemaltecos. En México se repite la historia, el nombre de “Las patronas”, las mujeres que lanzan con precisión paquetes de comida a los viajeros que pasan raudos a lomos del tren llamado “la bestia”, es repetido con devoción entre las filas de la caravana, saben que no están solos en el camino, o quieren pensarlo para enfrentar con optimismo los 2.150 kilómetros que les faltan.

Paralela a los cientos de grupos que se han desprendido de la caravana principal, y los que salieron después, animados por las noticias, hay otro grupo cruzando México: son las madres migrantes que buscan a sus hijos. Cada año salen de El Salvador con los retratos de los ausentes al pecho para recorrer seis países. Tan solo en México hay oficialmente 37.000 desaparecidos, mexicanos, de los migrantes nadie sabe nada al no haber cifras oficiales. Ellas buscan en cárceles y lugares de trabajo algún rastro de sus hijos, como un tipo de madres de Plaza de Mayo itinerantes, y en su mayoría indígenas.

Las madres encuentran a los viajeros en Huixtla, México. Los abrazan y les dicen, serias y amorosas: “No dejés de llamarle a tu mamá, ¡nunca!”. Saben que ni ellas pueden detener la migración, pero también los años de recorrer México les han enseñado que muchos no vuelven a llamar a casa por la vergüenza de no haber cumplido el sueño y las promesas con las que dejaron su hogar. “¡No importa que te metan presa, que estés pobre, que quedes preñada, decile a tu mamá siempre dónde estás, que no te gane el orgullo!”, dicen ante los pocos muchachos que se arremolinan frente a ellas; el contingente mayor, más de tres mil, continúa muy lento su paso de Huixtla a Arriaga.

Amenaza

El gobierno de Estados Unidos, más específicamente la incansable cuenta de Twitter de Donald Trump, ha amenazado con retirar apoyo económico a los países centroamericanos por permitir la salida y el paso de los hondureños que dicen dirigirse a la frontera sur de ese país. La amenaza ignora totalmente el convenio de movilidad internacional C-4, que permite a los habitantes de Honduras, Salvador, Nicaragua y Guatemala circular libremente por los cuatro países tan solo con su documento nacional. El gobierno del telecomediante guatemalteco Jimmy Morales no ha podido actuar en contra de los migrantes, pero la policía de caminos no permite que los guatemaltecos suban hondureños para darles “jalón” y acercarlos a la frontera, obligándolos a caminar tramos que la primera caravana logró hacer a lomos de transportes pesados y tráilers.

El tránsito de los migrantes se vuelve más difícil al ingresar a México. Los acuerdos internacionales en materia de refugio humanitario obligan al país a recibir a todo aquel viajero que solicite asilo, incluso a los que carecen de documentos de viaje. Pero el gobierno de Enrique Peña Nieto, al cual le quedan menos de dos meses antes de pasar la estafeta al del izquierdista Andrés Manuel López Obrador, demostró su servilismo (el principal asesor de Peña es, según se cuenta, amigo personal de Jared Kushner, yerno de Trump) enviando policías federales a la frontera ribereña en vez de agentes migratorios, lo que desembocó en el zafarrancho con gases y escudos que después fue utilizado por los medios conservadores para acusar a los migrantes de violentos invasores, transmitiendo incansablemente las imágenes de una turba de miles irrumpiendo en el puesto fronterizo al tratar de huir de un puente de un kilómetro de largo saturado de gases lacrimógenos, mientras algunos se lanzaban al río Suchiate para no asfixiarse.

Barreras y cadenas

Ha pasado casi una semana del incidente del puente internacional, y ahora la frontera de México tiene dos barreras metálicas y una gruesa cadena. La población que vive del comercio se desespera cada vez más mientras los migrantes, en grupos cada día más nutridos, siguen llegando al lado guatemalteco a hacer fila bajo el sol en un puente que cuenta solo con un estrecho pasillo de sombra al lado. Organizaciones humanitarias han instalado baños portátiles y depósitos de agua, los migrantes no se quieren ir porque unos días atrás dejaron entrar a 45 al país del norte para que aplicaran solicitud de refugio humanitario, unos días antes dicen que entraron casi cien. El rumor es que alguno se alejó del puente solo para encontrar que sus compañeros habían logrado pasar mientras él procuraba comida o agua. Desde entonces no quieren abandonar el puente. Esperan que lleguen más, “así somos frágiles, en número somos fuertes, así no nos van a poder detener”, dice Juan Carlos, un soldador de 29 años que no oculta su rechazo al gobierno hondureño, “si allá dicen que hay empleo y está todo bien, nadie migraría, pero mire acá, ¡cuántos hay!”.

Osiel tiene 21 pero parece de 15, o acaso solo dice que tiene 21, salió de casa solo con su guitarra, “y me ha ayudado mucho, para comer un poco, para que me den “jalón” porque dicen: “¡Hey músico! ¿A dónde vas?”. Hoy toca para animar a los que pernoctan en el puente, piden música catracha. “No, solo me gusta la música viejita, la de los 80”.

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